
Don Víctor: Mire, don Hugo, ya he encontrado el disco aquel del que le hablaba.
Don Hugo: ¡Hombre, qué bien, don Víctor!, ¡»Dúos de amistad» de Giuseppe Verdi!… Cuántas veces estos grandes amigos no terminarán acuchillándose!…
Don Víctor: Como precisamente casi ocurre con los «dos amigos» de «El Curioso Impertinente».
Don Hugo: Es verdad, aunque afortunadamente muchos han sido los que han sorteado ese destino trágico… Piense usted, por ejemplo, en Lanzarote y Galaad.
Don Víctor: Y en la vida real, Montaigne y La Boétie.
Don Hugo: Lo recuerdo perfectamente: «parce que c´était lui, parce que c´était moi». Hacían bueno aquello de Gabriel Miró: «la fidelidad del amigo acompaña siempre, sin quitarnos la de la soledad interior».
Don Víctor: ¡No vayamos tan lejos, don Hugo! Se lo voy a contar sin pudor. Hace ya unos años -¡a la vejez, viruelas!- todavía tuve que rellenar un currículum a propósito de un asunto profesional. No sabía ni por dónde empezar. Todo me parecían nimiedades sin importancia. Lo único digno de reseñar que se me ocurría era que yo soy amigo suyo.
Don Hugo: ¡Caramba, don Víctor, ahí me ha matado usted! Demonio de hombre, deme usted un abrazo… Desde que me dio el «sí» Dolores, es lo mejor que me hayan dicho nunca…
Don Víctor: ¿A usted no le escandaliza que Mingote fuera tan amigo de Alfonso Ussía?








