La tertulia como Dios manda

Don Hugo: A veces pienso, don Víctor, si no nos habremos equivocado siempre con aquello de huir de las tertulias de café…

Don Víctor: No me venga usted ahora con ésas, don Hugo. ¡Vaya pérdida de tiempo!

Don Hugo: Tal vez el sacrificio hubiera merecido la pena como acto de patriotismo. Prácticamente ya no hay tertulias. Sin embargo, se ha creado el espectáculo paródico que entretiene a la vez que asalvaja a la audiencia y por tanto a la ciudadanía.

Don Víctor: ¡Ah, claro, se refiere usted a los supuestos debates de la televisión o a las reuniones en la radio de los llamados ahora «tertulianos»!

Don Hugo: A ver quién es el más ocurrente, el más vociferante, el más energúmeno, el más ofensivo, el que no deja hablar a los otros, el más facha, el más progre…

Don Víctor: Cada uno va con su propio personaje cortado de una pieza e interpretando un papel pre-determinado.

Don Hugo: Se han profesionalizado dejando de lado la ética, la lógica, la retórica, la documentación, ¡la inteligencia crítica!

Don Víctor: Y luego en las reuniones de amigos y familiares, la gente se pelea de forma idéntica, en lugar de escuchar, debatir, reflexionar, tender puentes y concluir.

Don Hugo: La televisión moldea las conductas sociales.

Don Víctor: Sí, achabacanándolas.

Don Hugo: Por eso le decía que, comparando, lo de la tertulia tradicional era bastante más edificante. Por ejemplo, Cossío lo tenía organizado así: él moderaba en todo momento y aquél que tenía la palabra, no podía ser interrumpido. Así se hacía posible el respeto al otro y se evitaba la desintegración en grupúsculos secundarios.

Don Víctor: Le falta a usted enumerar la nómina de sus contertulios: Cañabate, D´Ors, Pla, Ortega, Belmonte, Rafael el Gallo, Zuloaga, Sebastián Miranda, Lilí Álvarez, Sáinz de la Maza, Neville, Mourlane Michelena…

Don Hugo: ¡Basta, don Víctor! … calle usted, calle, porque hoy quien va  llorar , soy yo.

Las dos culturas

Don Víctor: Le ruego, don Hugo, que apaguemos ya la televisión. Sabe usted bien que no aguanto este programa y ninguno de los otros que hemos probado…. pero vayamos al grano: ¿qué me quiere usted proponer?

Don Hugo: ¿Está usted, entonces, en contra de la cultura, don Víctor?

Don Víctor: ¡Atiza!, ¿qué tiene que ver todo esto con la cultura?

Don Hugo: Pues todo. Este rap, «Corazón», «Gran Hermano» y los djs de Ibiza ¡son cultura!

Don Víctor: Hombre, don Hugo, desde el punto de vista antropológico, desgraciadamente no puedo negárselo e incluso hay cosas peores: la pintada de un sedicente artista, mear contra una pared por mucho que uno se llame Dubuffet o que la tomatina sea declarada patrimonio intangible de la Humanidad.

Don Hugo: Entonces, don Víctor, ¿qué sería la cultura desde el punto de vista del espíritu?

Don Víctor: No sé, piense usted en los Medici, que eran hombres de negocios, pero se rodeaban de poetas, artistas, filósofos. Tenían criterio.

Don Hugo: Pues eso es lo que falta hoy en día. Ahora todo vale lo mismo: es un fenómeno humano.

Don Víctor: La cultura como generadora de belleza, conocimiento y libertad, se construye a base de confrontación, de elección, de clasificación, de eliminación, de jerarquización y ¡de creación!

Don Hugo: La cultura, así entendida, hay que pagarla, aunque realmente su valor sea incalculable.

Don Víctor: Y, sin embargo, esos otros sub-productos antropológicamente culturales sí que llevan la etiqueta del precio….

Verdi versus Wagner

Don Víctor: Mire que le han insistido a usted los de la Asociación Wagneriana para que se una a ellos. ¡Con lo que usted sabe del maestro!…

Don Hugo: Siempre recelé de las personalidades fálicas….

Don Víctor: … No me niegue usted que llega a disfrutar de Wagner más que sus fanáticos.

Don Hugo: Sí, y también que algunos tramos se me hacen muy cuesta arriba. Al final, Verdi me  resulta mucho más equilibrado; es, claramente una personalidad genital.

Don Víctor: Y mire que el italiano dudó y se mostró insatisfecho con su obra…

Don Hugo: Wagner, en cambio, no podía por menos que apabullar al prójimo con unas óperas que alejan del teatro y optan por el «festival sagrado».

Don Víctor: Si es sagrado, ¡mucho cuidado, don Hugo, no vaya usted a blasfemar!

Don Hugo: Repare usted en que casi nunca ocurre nada en escena, sino que siempre nos lo cuentan prolijamente, no una, ¡sino en varias ocasiones!

Don Víctor: Claro, y el espectador se ve obligado a no perder ripio de todas aquellas galeradas de versos declamados estentóreamente por los pobres cantantes en sus ariosos, siempre en un tris de naufragar en el proceloso mar orquestal.

Don Hugo: A eso voy, don Víctor, que esta continuada atención fuerza los nervios del sufrido público hasta el agotamiento intelectual: los momentos arrebatadores y culminantes se distancian tanto en la travesía de interminables pasajes áridos, sin ofrecer ocasión ni a la interrupción ni al aplauso, que la catarsis se demora hasta lo insoportable.

Don Víctor: Claro, la melodía infinita….

Don Hugo: Es más, el espacio ha sido concebido como si se tratara de un centro de tortura para el lavado colectivo de cerebros: todo el mundo a oscuras sin otro foco que la luz del escenario; no hay palcos ni pasillo en el patio de butacas, de manera que nadie se ve ni puede llegar tarde, ni levantarse del asiento antes de que acabe la función; no se preven salones de esparcimiento y relación en torno a la sala y se evitan los intermedios; la duración del espectáculo es maratoniana, tanto es así que no queda tiempo luego ni para ir a cenar ni para comentar nada con los conocidos.

Don Víctor: Hoy no hay quien hable con usted, don Hugo. No me deja meter baza. Está usted imbuido del monólogo wagneriano.

Don Hugo: Compárelo usted con Verdi, que presenta sus obras en el teatro a que compitan con las de los demás compositores, con las luces encendidas, con el movimiento de los palcos y los elegantes que entran en el segundo acto y los juerguistas que se marchan antes del último…

Don Víctor: ¡Es que Verdi respeta al público y su obra aspira a ser apreciada libremente!

Don Hugo: ¡Y que no se peleaba con sus libretistas para que no alargaran lo innecesario, para que las transiciones de escena fueran ágiles…!

Don Víctor: ¡Era un hombre de teatro!

Héroes

Don Hugo: ¡Cómo acertó Rodin desnudando a su pensador y recogiéndolo atribulado sobre sí mismo!

Don Víctor: Es la desmesura abrumadora del desafío que asumió el hombre moderno, emancipado de los dioses.

Don Hugo: Y sin embargo, dígame usted, don Víctor: ¿no nos enfrenta la vida con los mismos problemas que expresó Homero?

Don Víctor: Claro, don Hugo, los que hemos cambiado somos nosotros al hilo de la evolución de la cultura.

Don Hugo: Eso lo tiene muy bien resuelto Valle-Inclán con la identidad de los personajes teatrales: si antaño los protagonistas fueron dioses y héroes, hoy en día son «minúsculos para sostener ese gran peso».

Don Víctor: Y el individuo reproduce en su vida personal el itinerario de la civilización, desprendiéndose de la tutela y la autoridad para erigirse en ser libre y crítico que se responsabiliza de sus actos y elige su propio camino.

Don Hugo: En términos típicamente freudianos, la cuestión está bien clara: lo ontogenético reproducirá siempre lo filogenético.

Don Víctor: Naturalmente, don Hugo… pero eso no nos alivia de la sobrehumana carga que significa asumir nuestro destino trágico hecho a la medida de héroes, si no de dioses.

Don Hugo: A este trance nos hemos visto abocados: a ser héroes…

Don Víctor: … so pena de caer en el ridículo, como los personajes de Valle.

Libertad

Don Víctor: ¡Liberal!… Es de las palabras más bonitas que hemos exportado…

Don Hugo: Claro, a los ingleses les encantó ese término para los amantes de la Libertad.

Don Víctor: Antes, yo creo que se usaba más bien para designar a aquéllos que eran generosos, desprendidos, altruistas. Está cargada de acepciones positivas.

Don Hugo: Lo estuvo hasta que llegaron los socialistas con aquello de que escondía también, y primordialmente, la libertad para enriquecerse sin tasa y la usurpación por los ricos de la soberanía nacional para explotar a los pobres.

Don Víctor: Claro, por algo Lenin puso el dedo en la llaga con la pregunta de «¿Libertad, para qué?»

Don Hugo: Bueno, bueno, don Víctor…estoy leyendo ahora la obra completa de Fernando de los Ríos…

Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿qué le falta a usted por leer?

Don Hugo: … ja, ja, ja… Bien, pues es el caso que llegó a entrevistar al propio Lenin y de las declaraciones de éste parece desprenderse más bien un desprecio por la Libertad en general.

Don Víctor: ¡Vaya por Dios, era de temer!… por mucho que esas caricaturas tan repetidas que lo representan como una bombilla estén enalteciendo en realidad su inteligencia.

Don Hugo: Sí, buscando ridiculizarlo, acaban por ofrecernos, paradójicamente, un Lenin que es la nueva lumbrera de la Humanidad.

Don Víctor: Pero, claro, si es que al final van a tener razón los que ahora arrojan a la izquierda el término «comunista» como sinónimo de «totalitario»…

Don Hugo: Al paso de pocos años estas grandes palabras, talladas en estelas de mármol, acaban enfangadas por la práctica humana condenada a la imperfección y la corrupción.

Noche de circo

Don Víctor: Montó fundamentalmente, como buen escandinavo, a Strindberg y a Ibsen, a Shakespeare y Molière evidentemente, y también, como no podía ser de otro modo, a los «angustiados» modernos, Kafka, Pirandello y Anouilh… ¡Lástima que no se fijara en Calderón, que le hubiera podido interesar mucho, o en Lorca, tan en boga!…

Don Hugo: A quien sí abordó fue a Valle-Inclán, y ¡de qué manera!

Don Víctor: ¿Llegó a montar algo suyo?

Don Hugo: Sí, don Víctor:»Divinas palabras» y, además, hay claras alusiones en «Tarde de circo», que rodó unos pocos años más tarde.

Don Víctor: ¿Es ahí dónde salen esos enanitos españoles?

Don Hugo: No, eso es en «El silencio». Me estaba refiriendo a la historia del payaso Frost cuya mujer, la domadora de osos, acaba de engañarle con otro y entonces, advertido con rechifla por sus compañeros de la troupe, parte en su busca, , la recoge, la perdona y carga con ella hasta su roulotte.

Don Víctor: Es verdad… ¡si es la historia del sacristán y su adúltera mujer, la Mari-Gaila!

Don Hugo: La cultura evangélica de Bergman le lleva además a reproducir en el regreso del payaso, bajo el peso de su esposa, el camino del Calvario, con sus caídas y todo, perseguido por la mofa del populacho.

Don Víctor: No podía elegir mejor, don Hugo… si es que en ese episodio se concitan todos los temas obsesivos de Bergman: los celos y el adulterio, la humillación, la venganza o el perdón…

Don Hugo: …¡y la redención!

Veganos

Don Víctor: Y huevos, ¿tampoco?

Don Hugo: Desde luego que no. Si ni siquiera toma miel porque las abejas, explotadas por la empresa, ¡generan estrés que transmiten a través de su miel!

Don Víctor: Y con esa sensibilidad, ¿encuentra ella la manera de vivir tranquila un solo minuto?

Don Hugo: ¡Cómo va a encontrarla si está expresando el comportameinto fóbico de la neurosis obsesiva con sus comportamientos de evitación compulsiva!

Don Víctor: ¿Y tiene determinado Freud a qué puede deberse esta conducta cada vez más frecuente?

Don Hugo: Es una religión y, en su opinión, la religión es una neurosis obsesiva sublimada, un conjunto de creencias fóbicas y de rituales mecanizados  con los que conjurar el peligro estimular que es la vida.

Don Víctor: ¿Lo que les ocurre a los niños que se empeñan en rechazar maniáticamente determinados alimentos?

Don Hugo: Evidentemente, así es, y así se perpetúa en muchos adultos, con lo que mágicamente se protegen de peligros imaginarios.

Don Víctor: Pues cada vez prospera más el negocio: productos dietéticos especiales, literatura supuestamente científica, cursos, cursillos, talleres, conferencias, encuentros, restaurantes especializados…

Don Hugo: Y detrás está esa soberbia de negar lo que somos porque así se nos planta en las narices. Que yo sepa, el ser humano ha llegado a ser lo que es en buena medida gracias a haberse liberado del gasto que representaba la ingesta continua y la sobrecarga para el digestivo de una dieta exclusivamente vegetal. ¡Cuánta más energía no quedó liberada en beneficio de una actividad cerebral!

Don Víctor: Sí, sí, hasta el punto de que podemos permitirnos el lujo de tan peregrinas especulaciones y de darnos el capricho de imponernos unas costumbres contrarias a nuestra naturaleza.

Don Hugo: ¡Y lo superiores que nos sentimos a los no iniciados!

Don Víctor: Calle, don Hugo, que las chuletitas etán en su punto y las señoras se impacientan. ¡Qué suerte tenemos con ser tan vulgares!

Don Hugo: Claro, don Víctor ¡se ve que somos ya muy mayores para aprender lo que es bueno!

La nariz de Sagi-Vela

Don Hugo: A mi hija Irene siempre le sorprendió que su abuelo, que era abogado, que cantaba muy mal y que, por supuesto, no tocaba ningún instrumento ni para quitarle el polvo, cabeceara oyendo por la radio a Sagi-Vela y dijera: «Éste canta con la nariz».

Don Víctor: Es lo que pasa cuando se ha creado una tradición interpretativa: que no sólo atañe a los propios cantantes, sino que alcanza al público en general. Los hijos aprenden a distinguir de sus padres y de sus conocidos…

Don Hugo: … lo discuten con sus amigos y se forman el gusto…

Don Víctor: … adquiriendo así criterios bien sólidos.

Don Hugo: Es llamativo, don Víctor, cómo en un espectáculo popular como el de las varietà napolitanas, los cronistas se complacen en subrayar la paleta de efectos vocales que manejan sus cantantes -que no son de ópera-, colocando allí ese calderón tan oportuno, ligando las frases, expandiendo la voz en aquel pasaje o apianándola en un expresivo final…

Don Víctor: Claro, don HugoA tal público, tales intérpretes. Éstos enseñan a aquél…

Don Hugo: ¡Y a ver quién le daba luego gato por liebre!

Micros

Don Víctor: En resumen, don Víctor, que me encantó la puesta en escena del «Miles Gloriosus», pero tal vez, por ser precisamente en el teatro de Mérida, andaba luego pensando un poco melancólico en aquellos actores de la Antigüedad que no tenían ni micrófonos ni amplificadores…

Don Hugo: … y que actuaban desde el alba hasta la puesta de sol. ¿Qué técnica conocerían para poder sostener ese esfuerzo titánico?

Don Víctor: Sería tan arduo como el de los cantantes de ópera, no en cuanto a la técnica canora, pero sí en cuanto al mantenimiento del esfuerzo y a la colocación de la voz, pero ¡no sabemos nada de ello!

Don Hugo: Teniendo en cuenta lo tecnológica que es nuestra época, tiene que resultar difícil resistirse a sus ventajas. ¡Qué duda cabe que facilitan la tarea al actor y permiten que los oigan bien incluso los que ya están un poco tenientes!

Don Víctor: La paradoja, don Hugo, es que, aunque nos acerquen la voz del intérprete y llenen el espacio sonoro, nos alejan el espectáculo con su artificio y su irrealidad.

Aplausos

Don Hugo: Lástima que usted aquel día estuviera enfermo… Cantó como nunca y recuerdo que tras la ovación final, dijo: «Si el aplauso eh el alimento del artihta, ¡vaya un shuletón que acabo de comerme!»

Don Víctor: ¡Qué bien le imita usted, don Hugo!… pero, ¿ha probado a cantar como él una debla?

Don Hugo: Aquel comentario de Salmerón me resultó de lo más significativo. Establece Freud que la ausencia de cariño se puede ver conjurada por la ingesta compulsiva de alimentos. Lo alimenticio suple así a lo afectivo.

Don Víctor: ¿Ve usted tan desvalidos a los obesos, don Hugo?

Don Hugo: Calle, don Víctor, que no se trata de ninguna broma… Le decía esto porque, sin ir más lejos, un comentario de mi hija Irene al respecto, me dio mucho que pensar. Volvía de una representación de «La Traviata» y me dijo que todo actor busca en su profesión el cariño, expresado mediante el aplauso.

Don Víctor: Entonces, cree usted que en todo artista habría un déficit afectivo que intenta colmar con su arte?

Don Hugo: Efectivamente, así es. Y qué desgraciados se sienten cuando no les aplauden…

Don Víctor: … cuando no los quieren…

Don Hugo: Y qué desheredados todos los demás porque a nosotros… ¿quién nos aplaude?