In medias res

Don Hugo: Es como si en misa, nada más acomodarnos, ya saliera el cura repartiendo hostias.

Don Víctor: Sí, como en una partida carlista ante el ataque por sorpresa de los cristinos…

Don Hugo: Mire que, cuando era estudiante, dejé de ir al cine con Isidro Cuenca por su manía de entrar a mitad de película en aquellos cines de sesión continua.

Don Víctor: Claro, y luego había que quedarse a ver la primera mitad.

Don Hugo: ¡Qué abrupto es entrar en el cine y aterrizar in medias res!

Don Víctor: Yo, la verdad, echo de menos el Nodo. Salía Ava Gardner en Las Ventas y se iba uno preparando para la película que venía luego.

Don Hugo: «La guapa actriz se maravilla ante ese vistoso quite por tapatías».

Don Víctor: Desde luego, don Hugo, clava usted la voz de Matías Prats.

Don Hugo: Me contaba Antonio Fava cómo en la Italia de entreguerras, antes de la proyección de la película, se interpretaba una mojiganga o unos breves números de teatro de variedades, con actores de carne y hueso.

Don Víctor: ¡Ah, sí, el avanspettacolo!… Si hace no tanto aún ponían cortos en algunos cines. Recuerdo algunos de Santiago Segura, que eran muy entretenidos.

Don Hugo: ¡Y no como aquellos que nos cascaba Alenda!… pues fíjese usted, don Víctor, que sé por mi hijo mayor que se producen infinidad de cortos al año que luego no tienen distribución y sólo se ven en los festivales.

Don Víctor: Una película necesita de un preámbulo como el preludio de una ópera, como el aperitivo de un banquete, como los ritos iniciales de una misa…

Don Hugo: … como el festejo antes del amor… Por cierto, que no le he contado que una de las gracias de Isidro Cuenca consistía en que, al levantarnos de nuestras butacas para marcharnos, gritaba a voz en cuello: «¡Ése el el asesino, que lo sé del pase anterior!»

Territorios remotos

Don Hugo: Las unas se nos presentan cansadas, casi postradas, aburridas…

Don Víctor: … mientras que las del otro lado se nos muestran hieráticas, pero relajadas.

Don Hugo: Sus ropas son opulentas y coloristas…

Don Víctor: … y las de las otras son victorianas y de colores manieristas.

Don Hugo: Llevan el pelo recogido.

Don Víctor: Dejan caer sus pesadas melenas ondulantes.

Don Hugo: Se reconocen sus fisionomías individuales.

Don Víctor: Repiten clónicamente sus caritas de muñeca.

Don Hugo: Son mujeres reales.

Don Víctor: Son mujeres soñadas.

Don Hugo: Unas y otras, inquietantes por su sonambulismo crepuscular.

Don Víctor: Todas sentadas en una espera expectante, pero indefinida.

Don Hugo: Sus ojos abiertos no se miran, ni siquiera ven.

Don Víctor: Permanecen ausentes en el silencio, reforzado por el infinito.

Don Hugo: Fíjese usted, don Víctor, en cómo visitando pinturas de siglos tan distantes, nos hemos adentrado en un mismo territorio, que para mí no es otro que el…

Don Víctor: ¡del inconsciente, don Hugo!… Ya le venía a usted venir. … Pase en el caso de Delvaux, pero en lo tocante a Carpaccio…

Don Hugo: Créame usted, don Víctor, ya sea el siglo XV o el XX, el inconsciente siempre ha estado ahí…

Don Víctor: ¿En las sacras conversaciones, en los santos en oración, en tantos autorretratos abstraídos…?

Don Hugo: Claro que sí, don Víctor… incluso en tantos paisajes ensimismados, transmundanos, proyección acaso de la melancolía endógena del artista… ése es el territorio al que hemos llegado.

Don Víctor: Claro, el que conjuraba el surrealismo, mediante la hipnosis, la escritura automática e incluso el espiritismo.

Don Hugo: Sí, ¡esas fuerzas ocultas que nos requieren mágicamente!

Don Víctor: ¡Qué cosa tan grande es el Arte que expresa lo inefable, revela lo escondido y materializa lo intangible!… Ahora bien, don Hugo, qué quiere usted que le diga… yo me quedo con las cortesanas de Carpaccio.                                                                                                                                  

El/La Muerte

Don Hugo: No conozco toda la obra de Novalis, pero seguro que nunca se le ocurrió hablar del beso de la Muerte con sus finos y gélidos labios, como a nuestros poetas.

Don Víctor: Claro, ni a Hölderlin… Los hubieran tachado de homosexuales.

Don Hugo: ¿Y usted cree, don Víctor, que en este caso el género determina el sexo?

Don Víctor: Creo que es más bien al contrario y que, en nuestra cultura mediterránea, de forma natural, el sexo de la Muerte determina su género femenino.

Don Hugo: Siempre me chocó, por ello, que la Muerte de Durero fuera un hombre…

Don Víctor: … y a mí me sigue extrañando en Bergman, pero lo acepto.

Don Hugo: En los frescos medievales y en las pinturas de Brueghel, la Muerte, por ser esqueleto, carece de sexo.

Don Víctor: Acaso fuera la solución más adecuada, pero me pregunto qué sexo cuadraría mejor a la abstracción que llamamos «Muerte».

Don Hugo: Ninguno, don Víctor. Es tan sólo la fuerza de la costumbre la que nos lleva a imaginarla mujer. Si tuviera que pintarla, sería una joven esbelta y pálida como su ropaje; lánguida, pero de mirada acerada.

Don Víctor: ¿A lo Bécquer y a lo Poe?

Don Hugo: Sí, y sobre todo la de Juan del Encina: «Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría»… Una doncella que inspira a la vez atracción y repulsión.

Don Víctor: Para Verlaine, una dama que, al fin, nos proporciona el anhelado sosiego.

Don Hugo: Se lo pide Verlaine y la reclama nuestro Escrivá: «Ven, Muerte, tan escondida…»

Don Víctor: ¡Calle, don Hugo, por el amor de Dios, no me sea usted agorero!…

La quincuagésimoprimera estrella de la Unión

Don Víctor: Gracias a los negros, siguen dominando el mundo del deporte.

Don Hugo: Ya, pero, por ejemplo, en baloncesto, donde fueron siempre intratables, cada vez importan más astros europeos y más de una selección se les sube a las barbas.

Don Víctor: En tecnología, el sorpasso chino es especialmente amenazador. Creo que están preparando un avión ultrasónico que deja atrás a todas las escuadrillas de la USAF.

Don Hugo: ¡Cómo estarán en Taiwán, madre mía!… porque el día en que los chinos continentales les echen el lazo, los yanquis no harán ¡nada!

Don Víctor: No consiguieron más que forzar las tablas en Corea; salieron por piernas en Vietnam; en Afganistán han hecho el mayor de los ridículos; y, entre medias, han dejado empantanados todos los países donde se han metido.

Don Hugo: ¿Y qué fue de aquella hegemonía económica?

Don Víctor: ¡Verduras de las eras!… Su competitividad mengua sin cesar y su economía cada vez está más hipotecada.

Don Hugo: Sí, por capitales ¡chinos!

Don Víctor: Fíjese ahora lo que está ocurriendo con el problema de Ucrania… Por fin el presidente Biden se ha puesto serio y ha amenazado con que, caso de que Rusia la conquiste, le va a imponer unas sanciones económicas ¡como nunca se han visto!

Don Hugo: ¡Que se calle, que nos dejan sin gas!

Don Víctor: ¡Así está la diplomacia americana! Repare usted, don Hugo, en la actitud de Venezuela, Cuba, México, Nicaragua, Perú, Bolivia, Argentina y Chile…

Don Hugo: Es verdad… si a finales del siglo pasado, todos ellos eran regímenes democráticos y políticamente correctos, salvo Cuba…

Don Víctor: Y ahora se echan en brazos de China, Rusia o Persia.

Don Hugo: Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, no consigo convencerme de que los Estados Unidos estén realmente acabados.

Don Víctor: A mí me pasa otro tanto. Por ejemplo, eso del Metoo… ¡acaso lo han inventado los chinos?

Don Hugo: Es verdad, don Víctor, como ocurre también con el indigenismo iconoclasta, el animalismo y el feminismo radical.

Don Víctor: Apunte también el movimiento LGTBIQ+, las políticas de género… ¡y los musicales de la Gran Vía!

Don Hugo: Está usted olvidando las películas y series de Hollywod; y también la música.

Don Víctor: Sí, el gospel, el soul, el blues, el folk, el jazz, el rock, el rockabilly, el funky…

Don Hugo: Y los libros más vendidos en el escaparate de la Casa del Libro son, en su gran mayoría, yanquis hasta las cachas.

Don Víctor: Esto se parece a aquello de la Graecia Capta que acabara sometiendo culturalmente a los romanos, convertidos a la postre en un Estado helenístico más.

Don Hugo: Mire usted, don Víctor, aquí compré yo el anillo de pedida para Dolores.

Don Víctor: Sí, ¡menuda joyería que era esto!

Don Hugo: ¡Pues ahora como no le compre un donuts por pulsera!…

Sol

Don Víctor: ¡”Sol de Andalucía embotellado”!… Como lo que decía don César a propósito del vino de España, en el “Ruy Blas” de Víctor Hugo: “¡Qué obra tan admirable / De ese famoso poeta llamado Sol!»

Don Hugo: Es que Víctor Hugo, quien viviera parte de su infancia entre nosotros, no puede más que añorarlo. Por ello, también refiriéndose a don César, aquel grande de España encanallado, afirma que “ya no tiene oro, pero le queda el Sol, esa riqueza de quienes no tienen nada”.

Don Víctor: Eso me hace pensar en los niños de Murillo que, despiojándose al sol,  reconfortan su cuerpo aterido.

Don Hugo: ¡Y qué bien le sentaba a don César “dormir, con la cabeza a la sombra y los pies al sol”!

Don Víctor: Recuerdo ahora lo que contaba Louis Bonnat en su prólogo al “Velázquez” de Beruete: cómo siendo un niño, su padre le llevó al Museo del Prado en “uno de aquellos días radiantes como sólo se ven en España”.

Don Hugo: ¿Y en la versión de Michel Cazenave no despliega el Tristán desterrado, venido a España, sus hechos de armas “por entre aquellos huesos calcinados de las mesetas bajo el Sol que incendia los roquedos”?

Don Víctor: ¡Cuánto no añoraría a Iseo por aquellos desolados parajes!

Don Hugo: Por algo se pregunta Cazenave que “¿cómo podría vivir en la ausencia del Sol que Tintagel le hurta?” Porque sépalo usted, don Víctor, el Sol es la pasión y los páramos inflamados de España, de alguna manera, habrán de restituírsela, exaltándole el ánimo y encendiéndole sus esperanzas.

Don Víctor: No en vano Víctor Hugo bautizó a la amada de Hernani con el nombre de “Sol”.

Don Hugo: Y no “Elvira”, que es como lo adultera Piave.

Don Víctor: ¡Ah, qué bien me está sentando, don Hugo, en esta mañanita de invierno, semejante “sol de jubilado”, que dice nuestro amigo Juan Madrid!

La maldición de Rascar Capac

Don Hugo: Convengo en que todo esto es horroroso, pero, a pesar de la total ausencia de gusto, no deja de haber aquí respeto y decoro.

Don Víctor: A mí me desazonan esas criptas italianas llenas de momias con hábito franciscano y esos alucinantes osarios abigarrados hasta las bóvedas.

Don Hugo: Los frailes consintieron voluntariamente en esa exhibición de sus pobres despojos, sin querer guardarse nada de este mundo, pero ¿qué me dice usted, don Víctor, de cuando se profanan las tumbas, incluso invocando el interés de la Humanidad?…

Don Víctor: Aún me parece más comprensible que se haga para robar las joyas y ajuares…

Don Hugo: … Por eso no tuve empacho en soltarle al amigo Blanco Freijeiro que los arqueólogos estaban perpetrando auténticas canalladas exponiendo como monstruos de feria los cadáveres que los faraones se cuidaron de ocultar, sellar y proteger.

Don Víctor: Al menos los españoles se descubrían al paso de los cadáveres de los reyes incas que se trasladaban con motivo de algunas demoliciones.

Don Hugo: En cambio, don Víctor, cuando aquí, en el Arqueológico, se abrió la sala de las momias, dicen que se llenaba todos los domingos de niñeras con los críos.

Don Víctor: Las turbas invaden los palacios y violan cajones y armarios y se disfrazan con las galas de los ausentes. Nuestra época vende todos los secretos, intimidades, escándalos y corrupciones. Husmea en los cubos de basura, decripta los móviles, rastrea en las redes sociales, escruta con teleobjetivos, fabrica famosos y los acecha, persigue y arrincona…

Don Hugo: ¡Hasta que la maldición de Rascar Capac no se abata sobre nosotros cada día al caer la tarde y nos someta a convulsiones epilépticas!

Don Víctor: Recuerdo el miedo que esa gran viñeta, donde se agitan en sus camas de hospital  los arqueólogos del Tintín «Las siete bolas de cristal», inspiraba a mis hijos de pequeños.

Tatuajes

Don Víctor: Como se lo estoy diciendo, don Hugo, yo creo que el amigo Rodolfo me invitó a su piscina con el solo objeto de que pudiera verlo tatuado de arriba a abajo, como un reyezuelo maorí.

Don Hugo: ¡Rodolfo, al que apodábamos «el Gomoso»!… ¡Tatuado él también!

Don Víctor: Como un futbolista…

Don Hugo: … como un influencer

Don Víctor: … como una actriz de Hollywood o de series televisivas…

Don Hugo: … como un marinero…

Don Víctor: … como un legionario…

Don Hugo: … como un galeote…

Don Víctor: … como un aristócrata estrafalario de otro tiempo…

Don Hugo: … pero entonces, ¿quiénes vamos quedando, don Víctor?… ¡No pensará usted en hacer como el amigo Rodolfo!…

Don Víctor: Por lo que veo en la playa, me parece que los que mantienen su cuerpo limpio y se abstienen también de piercings y pendientes extemporáneos, son profesionales, gentes con estudios…

Don Hugo: … en definitiva, la clase media de toda la vida, que siempre ha representado la discreción, la moderación, el esfuerzo y el sentido común…

Don Víctor: Ya, pero el caso es que los tatuados también pertenecen a la clase media…

Don Hugo: ¿Y qué es, don Víctor, esto del tatuaje generalizado, tan ajeno a la civilización, sino el síntoma cutáneo del hundimiento de la mesocracia?

Don Víctor: Se apresuran a imponerse el estigma de oprobio que adornaba el hombro de aquella Milady de «Los tres mosqueteros».

Don Hugo: ¿Acaso puede imaginar usted una Helena de Troya capaz de mancillar su cuerpo con unos tatuajes?…

Don Víctor: Sí, ¡y que iban los griegos a tomarse la molestia de organizar una expedición en pos de semejante bárbara!

Don Hugo: Seguro que Menelao habría sido el primero en decirle a Paris lo mismo que el Julián, que tantos méritos hacía para asentarse en la clase media.

Don Víctor y don Hugo (cantando): ¡Anda y quedátela!

Piernas

Don Víctor: ¡Es que debía de ser incansable a la hora de caminar!…

Don Hugo: Pero si cuando estalla la Comuna, parte a pie desde su ciudad, que está en las Ardenas, hasta París ¡y sin pensárselo dos veces!

Don Víctor: ¿No dijo Verlaine algo sobre sus piernas?…

Don Hugo: Sí, «Oh, Rimbaud, les jambes de Rimbaud!»

Don Víctor: ¡Eso!… y a continuación sus detractores lo interpretaron maliciosamente y llevaron el elogio al plano erótico.

Don Hugo: Descontextualice usted un pensamiento, don Víctor, y habrá arruinado el poder comunicativo del lenguaje y su potencia como instrumento de conocimiento, de debate, de intercambio de ideas y de aproximación a la verdad.

Don Víctor: Esto es la pura mala fe, don Hugo; frente a ella, lo mejor es callar para no proporcionar más armas al enemigo… pero ¿qué me dice usted de la incompetencia de algunos redactores de prensa?

Don Hugo: ¡Qué forma de redactar titulares y epígrafes! ¡Qué manera de traicionar las tesis del entrevistado, destacando frases extraídas de un pasaje irónico y presentándolas como postulados y creencias!…

Don Víctor: … o exponiendo como afirmación lo que se enuncia como duda o como pregunta retórica…

Don Hugo: ¡Cuánto daño no harán la precipitación, la ignorancia y la presunción!

Don Víctor: Por eso, déjeme usted que le diga que me decepcionó un poco su amigo Blanco Freijeiro a quien fuimos a ver para que nos comentara aquellos bronces griegos que habían traído para una exposición.

Don Hugo: ¡Es verdad!, ¡qué korai, qué kouroi!

Don Víctor: De uno de aquellos kouroi, especialmente impresionante, es de lo que quería hablarle… cuando, después de contemplarlo largo rato, su amigo el catedrático abrió la boca, sólo fue para exclamar: «¡Qué piernas!»

La parábola del sembrador

Don Hugo: Cuidado, don Víctor, que le están cayendo las semillas al camino y se las van a comer los pájaros…

Don Víctor: Es verdad; lo siento, don Hugo. Es que estaba queriendo evitar ese pedregal que tiene usted a su izquierda y se me ha ido la mano.

Don Hugo: Pues un poco más adelante vaya usted con tiento, que suelen medrar las zarzas y ya sabe que luego asfixian al cereal.

Don Víctor: Bueno, pero antes hay suficiente tierra buena y profunda. Gastaré ahí el resto.

Don Hugo: Y pensando, por ejemplo, en cantantes pop, boxeadores y novelistas, ¿a quién elegiría usted como ejemplos que hayan caído en el terreno adecuado y hayan dado ciento por uno, sesenta por uno, o aunque sea treinta por uno?

Don Víctor: Yo creo que son buenos los Beatles, Pepito Legrá y Galdós… ¿Y quiénes se ahogaron entre  los espinos?…

Don Hugo: Jim Morrison, Urtain y Verlaine sucumbieron ante las drogas, las juergas y la absenta… ¿Tendremos ejemplo de algunos que se agostaron nada más nacer por falta de tierra?

Don Víctor: Alanis Morrissette, Perico Fernández y Alain Fournier, este último porque lo abrasó la Gran Guerra… Lo que va a ser más difícil es que recuerde usted a algunos que no llegaran a producir porque antes los devoraran los pájaros…

Don Hugo: Es mucho más duro dar con sus nombres, pero le diré que tristemente son la mayoría. En fin, ¿qué le parece esta riada? Marisol, pues para cuando llegó a adulta, ya la habían esquilmado; Kid Tarao, el célebre personaje de Toni Leblanc, que aunque no llegara a disputar ningún combate, apareció sonado desde el principio; y luego nuestro amigo Lopetegui. Recuerdo que en el Instituto los profesores, deslumbrados ante su genio, le vaticinaban un muy prometedor futuro literario, pero la incuria pudo más…

Don Víctor: En definitiva, que «yo soy yo y mis circunstancias».

Don Hugo: Pero eso quién lo dice, ¿Cristo u Ortega?

Fealdad española

Don Hugo: Me lo llevo preguntando toda la vida desde que fui por primera vez a Francia: ¿por qué España concentra y exhibe tanta fealdad?

Don Víctor: Tiene usted razón, don Hugo, máxime cuando otros países de nuestro entorno, y más pobres, no caen en nuestras aberraciones.

Don Hugo: ¿Qué me dice usted de nuestros cementerios? Se le quitan a uno las ganas de morirse por que no lo entierren en un lugar tan feo…

Don Víctor: Vulgaridad ostentosa y abigarrada. Sobran mármoles y granito pulido, así como adornos adocenados, y falta espacio vital.

Don Hugo: Pasea uno por el campo y parece un vertedero. Y lo mismo ocurre en las riberas de los ríos y ¡siempre! en las cunetas.

Don Víctor: Pues en el ambiente urbano, entre las pintadas y la suciedad de las calles con sus cacas de perro, desperdicios de toda índole, chicles aplastasdos y toda clase de cachivaches que se acumulan junto a los contenedores…

Don Hugo: Lo más sangrante es la fealdad intrínseca y el descuido y deterioro de nuestros centros educativos…

Don Víctor: Sí, ya les enseñan desde pequeños el país que los espera.

Don Hugo: Tal es la importancia y el interés que suscita la instrucción en nuestras autoridades…

Don Víctor: Ahora bien, don Hugo, el colmo es que cuando la gente por fin puede disfrutar de una  copa y de una charla distendida con los amigos, acude como a un oasis a alguno de los bares más feos del mundo, que están todos en España, ya sean cutres o pretenciosos.

Don Hugo: El suelo alfombrado de colillas, servilletas sucias y cáscaras de gambas; las paredes alicatadas; la iluminación de neón; las cristaleras con fotos descoloridas de los platos combinados; las sillas de plástico, los veladores de formica; las cajas de cervezas y coca-colas bien a la vista de todos; la televisión atronando en competición con los vocingleros parroquianos…

Don Víctor: Olvida usted el mal olor y la roña de los urinarios descuidados…

Don Hugo: ¡Mire, don Víctor, han abierto un bar al lado del parque…!

Don Víctor: Mejor se viene usted a casa.