Cuatro Caminos

Don Hugo: Cuánto no ha mejorado esta glorieta… sin embargo, echa uno casi en falta ese escalextric tan feo y tan sucio y ese suelo permanentemente levantado… ¡vamos que parecía el frente de la Ciudad Universitaria!

Don Víctor: Aquí siempre había obreros… bueno, ¿en qué calle de Madrid no los encontraría uno?

Don Hugo: Lo que yo les envidiaba de pequeño…  se pasaban la vida haciendo lo que para nosotros era el recreo…

Don Víctor: Hablando a voces…

Don Hugo: … comiendo bocadillos…

Don Víctor: … piropeando a las chavalas…

Don Hugo: … jugando con el agua y la arena, haciendo cemento…

Don Víctor: … cantando a voz en cuello…

Don Hugo: ¡y hasta se hacían los coros!

Don Víctor: … encendiendo fogatas…

Don Hugo: Recuerdo que alguna vez llegamos a hacerlas nosotros en el parque, pero venía el guripa aquel, vestido de guardabosques, y … pies, ¿para qué os quiero?

Don Víctor: … esos obreros nunca tenían frío, siempre en manga corta…

Don Hugo: … y, sobre todo, ¡siempre contentos!

Don Víctor: Sí, don Hugo, pero ¿qué ha sido de ellos, adónde fueron?

Don Hugo: Parece usted Jorge Manrique, don Víctor… Pregúntese usted “¿qué se hicieron?”

Don Víctor: Se los llevó lo boyante de nuestras finanzas, esas ranas hinchadas…

Don Hugo: Claro, pero el caso es que han vuelto las vacas flacas y ellos, sin embargo, no llegan…

Don Víctor: ¡Ay!… “verduras de las eras”.

Lopetegui

Don Hugo: Hace tiempo que no me habla usted, don Víctor, de aquel amigo suyo, Lopetegui.

Don Víctor: Pobrecillo, va dando tumbos de médico en médico y no dan con su dolencia. Está muy pocho…

Don Hugo: Pero bueno… ¡si yo creía que eso de caer enfermo no iba con los fanáticos!

Don Víctor: Es verdad… si tiene usted razón, don Hugo… este Lopetegui es un tipo muy acabado de fanático.

Don Hugo: Sí, pero no se trata de un fanático cualquiera… en realidad estaríamos ante un fanático bien orientado…

Don Víctor: ¿Bien orientado?

Don Hugo: Vamos a cuentas, don Víctor: defiende la tauromaquia a capa y estoque…

Don Víctor: Si hasta estuvo en Barcelona y todo en la última de la Monumental, con lo malito que estaba ya el pobre.

Don Hugo: … llora a moco tendido cuando oye cantar a Alfredo Kraus…

Don Víctor: Si hasta fue a abuchear a Plácido Domingo cuando cantó la “Luisa Fernanda” en el Real.

Don Hugo: … idolatra a Pasolini y hasta lo eleva a los altares…

Don Víctor: Si le gusta “Porcile” y todo… que no sé yo qué puede entender él ahí.

Don Hugo: … defiende en las circunstancias más difíciles, sin achantarse nunca, la unidad de España…

Don Víctor: Todavía no sé cómo salió vivo de aquella herriko taberna.

Don Hugo: … en definitiva, un fanático ¡atinado!

Bufones

Don Víctor: Los de Ribera, qué duda cabe, son sólo monstruos.

Don Hugo: ¡Pobre barbuda!…

Don Víctor: Sobre todo, ¡pobre marido!

Don Hugo: Y de la monstrua de Carreño, ¿qué se puede decir?

Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿usted cree que los bufones no eran más que monstruos en medio del brillo de la Corte?, ¿puro claroscuro barroco?

Don Hugo: Con los bufones convivían los monarcas; eran “familiares” del propio Rey… ¡cuidado con meterse con ellos!

Don Víctor: Pero entonces… ¿qué buscaban los Reyes en su compañía?… ellos, los Monarcas, que acaparaban las más bellas obras de arte, ¿por qué posaban sus miradas en aquellos seres deformes y tarados?…

Don Hugo: … ¿es que acaso necesitaban ser crueles?…

Don Víctor: … ¿es que acaso carecían de otros entretenimientos que aquellas grotescas improvisaciones?…

Don Hugo: … cuando los Lope, los Calderón, etc. estrenaban en palacio…

Don Víctor: … ¿qué le podrían decir a Felipe IV las trifulcas entre el bufón don Juan de Austria y Barbarroja?…

Don Hugo: … pues sí, no tendrían nada qué contarle Spínola o el Cardenal Infante…

Don Víctor: … para mí, que todo esto responde a algo más profundo. ¿No serían aquellos pobrecillos, espejo de la indigencia de los propios Reyes… humanos ante todo?

Don Hugo: Es cierto, don Hugo… ¿Y no son los retratos de bufones que pintara Velázquez, dignos de reyes, la prueba de la redención del desvalido género humano?

Don Víctor: Cuando les miran a los ojos, perciben en ellos su propia desnudez… por más que los cortesanos se rieran tanto.

Don Hugo: “Cortigiani, vile razza dannata!”

Bichón y francachelas

Don Víctor: Tratándose del Duque de Mantua, siempre le superpongo el rostro de don Alfredo, con permiso de don Tiziano.

Don Hugo: Ya lo dijo el embajador de Francia, cuando le concedieron la Legión de Honor: que Kraus fue el mejor Duque de Mantua que diera la ópera.

Don Víctor: ¡Vaya pájaro de cuenta que debía de ser el tal Duque!… Acusar de liviano y voluble a todo el sexo femenino cuando él era un donjuán.

Don Hugo: Sí, don Víctor, se trata del mecanismo de defensa llamado “proyección”; así, para ocultarme a mí mismo mis defectos, los traslado, o sea proyecto, magnificándolos de paso, en los demás.

Don Víctor: Pues vaya un descubrimiento, don Hugo… si eso ya lo diagnosticó Jesucristo hace más de dos mil años con lo de la paja y la viga…

Don Hugo: Lo mismo aparece también en “Los claveles” del Maestro Serrano, cuando el tal Fernando, que no hace más que dar achares a la pobre Rosa, que está colada por él, canta aquello de “Mujeres, mariposillas locas que jugáis con los quereres y vais de flor en flor…”

Don Víctor: Sí, pero el verdadero Duque de Mantua tampoco se engañaría tanto a sí mismo cuando encargó semejante retrato para buscar esposa. Este rosario que lleva al cuello significa el arrepentimiento por su vida de calavera.

Don Hugo: Claro, y el bichón maltés, el más fiel de los perros, es sin duda promesa de fidelidad.

Don Víctor: ¡No más francachelas!

Don Hugo: Y lo mejor de todo es que probablemente fuera sincero en sus buenos propósitos.

Don Víctor: Como sincero es cuando canta el “Parmi veder le lagrime”, por más que su inconstancia le lleve a olvidar enseguida a Gilda por Maddalena.

Don Hugo: Me lo estoy imaginando, muy contrito, ordenar a su bufón que ya no cante “La donna è mobile”, sino aquello del payaso Ramper: “Un automóvile, dos automóviles, tres automóviles… y un sidecar…”

El síndrome de Clermont-Ferrand

Don Víctor: Labrada en bloques de basalto, negra como una novela gótica…

Don Hugo: Reconozco que impone algo.

Don Víctor: … erizada de gárgolas a punto de despeñarse o de alzar el vuelo…

Don Hugo: Sí, son espectaculares, la verdad, pero quizá… ¿algo efectistas?

Don Víctor: … parece como si aullaran…

Don Hugo: Ya, don Víctor, pero como no me tienen que gustar…

Don Víctor: Si yo creía que esta catedral le encantaba, don Hugo. A mí, además, me trae muy buenos recuerdos.

Don Hugo: Sí, pero como en ella todo es falso…

Don Víctor: ¿Por qué dice usted eso, don Hugo?… ¿qué impresión sacó usted de nuestra conversación de hace treinta años, en este mismo sitio?

Don Hugo: Pues qué va a ser… ¡que no me tenía que gustar! Que todo eran figuraciones de Viollet-Le-Duc y pastiches de sus discípulos.

Don Víctor: Me temo que debí de mostrarme yo demasiado crítico ante su entusiasmo en aquella ocasión…

Don Hugo: Pero entonces, don Víctor, en qué quedamos: ¿Me tiene que gustar o no me tiene que gustar? Aclárese usted de una vez…

Don Víctor: Perdóneme usted, don Hugo: la estructura de la catedral es original; sin embargo, la decoración es, en su mayor parte, recreada por los restauradores del siglo XIX.

Don Hugo: También esa corona de gárgolas al borde del abismo y ululando a los cuatro vientos… ¿todo falso?

Don Víctor: No lo sé a ciencia cierta… mejor no investiguemos… en cualquier caso, antiguas o modernas, a mí me estremecen.

Don Hugo: El caso es que lo tengo tan profundamente grabado, que no sé yo si ya podré liberarme de éste que yo  llamo “Síndrome de Clermont-Ferrand (que no me tiene que gustar)”.

Platón, Aristóteles y la guía Michelín

Don Víctor: Óigame usted, don Hugo, ¿queda mucho para llegar?, que esta cuesta no acaba nunca. ¿Adónde vamos exactamente?

Don Hugo: No se preocupe usted, don Víctor, que, según la guía Michelín -que nunca miente-, estamos a punto de llegar a un miradouro ¡con tres estrellas!

Don Víctor: Si lo dice la guía Michelín, habrán merecido la pena tantos escalones.

Don Hugo: A quien algo quiere, ¡algo le cuesta! No habría llegado la Humanidad a donde ha llegado si no hubiera asentado un escalón sólidamente sobre el anterior: Platón sobre Sócrates, Aristóteles sobre Platón, Santo Tomás sobre Aristóteles, Descartes sobre Santo Tomás…

Don Víctor: Sí, Menotti, filósofo del fútbol, sobre Descartes, y por encima de todos ¡Pep Guardiola!.. sin embargo, reconózcame usted, don Hugo, que aquellas autoridades ya no son lo que fueron. ¿Quién los tiene en cuenta hoy?

Don Hugo: Es verdad, ¿dónde yacen ahora sus escritos, quién sigue sus principios?

Don Víctor: Como decía Villon, ¿dónde quedaron las nieves de antaño?

Don Hugo: Todo es mudanza: lo que hoy aparece en internet, mañana no lo encuentra ni su padre.

Don Víctor: Y así, ¡ya me dirá usted, don Hugo!, no hay quien se aclare.

Don Hugo: Antes valía aquello de Pilatos, de que “lo escrito, escrito está”.

Don Víctor: Como aquella canción de Negrete, en que el charro se jacta de que “Mi palabra es escritura”.

Don Hugo: Sí, sí, la escritura permanece en los libros… pero ¿quién abre ya un libro?

Don Víctor: Ni nos queda Platón.

Don Hugo: Ni Aristóteles.

Don Víctor: Ni Kant.

Don Hugo: Ni Hegel.

Don Víctor: Y pronto, ¡ni la Guía Michelín!

Pobre Cavaradossi

Don Víctor: ¡Yo no quiero morirme nunca, don Hugo!

Don Hugo: ¡A mí me pasa igual, don Víctor! Como a Cavaradossi: “Io non ho amato mai tanto la vita”.

Don Víctor: ¿Cree usted que esto que nos pasa tiene solución?

Don Hugo: ¡Quia! Cómo resignarse a la decrepitud…

Don Víctor: Pues imagínese usted entonces ¡dejar la vida!

Don Hugo: Eso nunca… ¡ni por decrépito que esté uno!

Don Víctor: La vida es un valor irrenunciable.

Don Hugo: Junto a la libertad, ¿qué otra cosa tenemos?

Don Víctor: Por eso he pensado yo que debiéramos irnos a vivir a Roma… y lo antes posible.

Don Hugo: ¿A Roma? Maravilloso, sí, ¿pero qué me tiene usted preparado allí?

Don Víctor: Pues, hombre, don Hugo, ¡si todo el mundo lo sabe!… Roma es… ¡la Ciudad Eterna!… y algo se les pegará a los romanos.

Don Hugo: Me parece bien, don Víctor; esta misma tarde hablo con Dolores… pero no se me haga demasiadas ilusiones. No nos vaya a pasar como al pobre Cavaradossi… que creía que no iba a morir…

Don Víctor: … es verdad… y al final tiraron con bala.

Sonámbulos

Don Víctor: Menos mal que lo encuentro, don Hugo. ¿Qué le ha parecido la experiencia?

Don Hugo: ¡Demoledora! Nunca pensé pasarlo tan mal entre tantas maravillas.

Don Víctor: ¡Pero qué me dice!, ¿No ha multiplicado su placer el escuchar tan aclaradores análisis en presencia de estas obras maestras?…

Don Hugo: Si no he visto nada… Me llevó veinte minutos salir del árabe y al final tuve que apañarme con el francés…

Don Víctor: … y ese ritmo tan bien calculado para que la contemplación de una pieza no se demore en exceso y se pueda disfrutar igualmente de las siguientes…

Don Hugo: … pero, si cuando mi aparato me explicaba la Venus de Milo, lo que yo tenía delante era el Escriba Sentado…

Don Víctor: … y ese maravilloso aislamiento contemplativo, extático casi, en el que se enfrenta uno en exclusiva a cada pieza, arrullado por las armónicas explicaciones…

Don Hugo: … todo el rato la tía esa hablando, hablando, como si la hubieran vacunado con una aguja de gramófono… Por amor de Dios, ¡un poco de silencio! Déjeme usted recorrer en paz la maravillosa pantorrilla de Diana Cazadora…

Don Víctor: Claro, don Hugo, se empeña usted en no ser un autómata y así… ¿cómo quiere disfrutar del Arte? No se da usted cuenta, además, de que si todos fuéramos por donde nos diera la gana, se producirían indeseables aglomeraciones. ¿Por qué se empeña usted en desbaratar esta sabia coreografía? ¡Colabore usted! Imagine que es un sonámbulo.

Don Hugo: Déjese usted de monsergas, don Víctor, y ayúdeme a apagar este chisme antes de que lo estampe contra la pared.

Perfiles

Don Hugo: ¿Ha considerado usted alguna vez su nariz, don Víctor? Porque yo me he parado a pensar que la mía da indicios de antepasado judío converso…

Don Víctor: Qué cosas tiene usted, don Hugo…

Don Hugo: Al fin y al cabo miles de hebreos se bautizaron para salvar pellejo y hacienda. Qué no le dice a usted que esta curva aquilina…

Don Víctor: No se fíe usted tanto del perfil; no le vaya a ocurrir como a la judía de “El huésped del sevillano”…

Don Hugo: Cierto, ¡Raquel!

Don Víctor: ¿No le canta Juan Luis que tiene perfil gitano?

Don Hugo: Es verdad, si hasta le atribuye sangre agarena.

Don Víctor: Y para rematarlo todo, ¡cuerpo pagano!

Don Hugo: Sí, pero eso son cosas de las zarzuelas…

Don Víctor: Pues ahora que lo dice usted, yo, con esta nariz recta y larga, no puedo ser más que cristiano viejo.

Don Hugo: No sé, don Víctor, a lo mejor son sólo aprensiones, pero, según lo mal vistos que estábamos los marranos y teniendo en cuenta la edad, creo que no me vendría nada mal aferrarme al Santo Madero.

Don Víctor: Pues mire usted, don Hugo, con permiso de mi nariz y por lo que pudiera ocurrir, hágame usted el favor de dejarme un trocito donde agarrarme yo también.

Catatimia

Don Víctor: No comprendo cómo todavía no lo han suprimido.

Don Hugo: ¿El qué, el semáforo? Pues ya me contará usted, don Víctor, si ya lo respetamos poco, como lo quitaran, a ver quién es el guapo que se atreve a cruzar la calle.

Don Víctor: Me refiero al disco amarillo, don Hugo, pues… exactamente ¿qué significa?

Don Hugo: Hombre, yo, cuando lo veo, interpreto que debo apretar el paso y cruzar lo más aprisa posible.

Don Víctor: A eso voy, si el que viene por el otro lado, lo interpreta también a su favor… pues ya lo sabe usted: tesis, antítesis… ¡topetazo seguro!

Don Hugo: Eso tiene un nombre como mecanismo de defensa: la catatimia. Al fin y al cabo la vida no es más que un constante test proyectivo.

Don Víctor: ¿Y eso me salva a mí, don Hugo, de convertirme en un proyectil por cruzar en amarillo?

Don Hugo: ¡Atiza, corra usted, don Víctor, que se nos ha puesto amarillo! ¡Tire usted para adelante, hombre!

Don Víctor: ¡Atrás, apúrese, que nos atropellan!