
Don Víctor: ¿Cómo no sentir lo que el Magistral viendo lo insignificante que es la gente?
Don Hugo: Sí, yo concibo ahora perfectamente lo de aquel personaje de Buñuel que se veía aplastándolos a todos de un pisotón.
Don Víctor: Sí. El paranoico aquel…
Don Hugo: Hombre, don Víctor, no crea usted que yo pueda llegar a tanto…
Don Víctor: Observe, usted, don Hugo, aquellas hormiguitas…
Don Hugo: Qué poquita cosa, ¿verdad?
Don Víctor: Y, sin embargo, cada una de ellas es un mundo, la cifra de la humanidad entera, de su cultura y su historia, hasta la fecha.
Don Hugo: Bueno, sí, pero unos más que otros.
Don Víctor: ¿Y cómo sabe usted cuál? Recuerde aquello de que “bajo una mala capa se esconde un buen bebedor”.
Don Hugo: La verdad es que siempre hablamos de la gente para cargarle todos los defectos: que si la gente es mala, que si la gente es tonta, que la gente sólo vive de cara a la galería, que qué envidiosa es la gente…
Don Víctor: … y que se deja influir por la tele, que “¿Adónde va Vicente? Adonde va la gente…”
Don Hugo: Es que, se quiera o no, don Víctor, bastante de verdad hay en ello: un buen día aclaman a Cristo entrando en Jerusalén los mismos que a renglón seguido querrán crucificarlo y prefieren la libertad de Barrabás.
Don Víctor: Mire usted, don Hugo, por mucho que nos duela, no podemos perder de vista que en cuanto que bajemos de esta azotea, usted y yo también seremos gente.
Don Hugo: Vamos, don Víctor, que me están dando ganas de quedarme aquí arriba.
Don Víctor: Alguna vez, don Hugo, tendrá usted que bajar y no le pase como al pobre Quasimodo que parecía invulnerable teniendo en jaque a todo París desde las alturas…
Don Hugo: ¡aquellas coladas de plomo fundido cayendo sobre la gente!
Don Víctor: … pero una vez abajo, corriendo como una araña, a esconderse…
Don Hugo: … ¡de la gente!








