Don Juan

Don Víctor: No sé si es para tanto, don Hugo… Reconozco que el Don Juan de Zorrilla satisface con creces la demanda de acción por parte del público popular y…

Don Hugo: En cuanto al público femenino, no pretenderá usted que sea indiferente al amor puro de una jovencita resuelta a poner su vida y su salvación al tablero en aras de su amor por un hombre que supera a todos los demás en arrojo y desprecio de toda convención social y de todo mandamiento sagrado.

Don Víctor: Ya, pero para un público intelectual, que haya degustado las admoniciones cazurras de Catalinón y las sustanciosas reflexiones que le oponen sucesivamente Sganarelle y Leporello…

Don Hugo: ¿Pero qué son sino criados? ¿Cómo va a perder el tiempo don Juan debatiendo con el fámulo a quien paga? El don Juan de Zorrilla no discute, se juega la vida ante un enemigo de su talla, don Luis Mejía, muy capaz de atravesarlo de parte a parte. Y, además, el autor supera la pacata condena con que los otros autores envían directamente al Infierno al protagonista.

Don Víctor: ¡Si hasta Zorrilla se atreve a hacerlo consentir en la existencia de Dios y en aceptar la salvación de su alma!… Claro, cómo no iba a superar esta obra el test de Víctor Hugo con semejante redención romántica… Sin embargo, los anteriores…

Don Hugo: Hablemos claro, don Víctor. Al don Juan de Tirso hasta le niegan la confesión al final de la obra. Responde a una concepción teocrática de la sociedad.

Don Víctor: Yo me refería a que Molière…

Don Hugo: El de Molière se enfanga en dialécticas y razonamientos filosóficos que, en gran medida, desenfocan y alejan la esencia del protagonista, que es hombre de acción.

Don Víctor: En cambio, da Ponte resulta más equilibrado al combinar la discusión moral con los lances amorosos y de capa y espada.

Don Hugo: Ciertamente, pero en esa ópera de Mozart, don Juan se nos aparece como un libertino más de los que entonces estaban en boga, sin grandeza alguna… Lea, lea, por favor estos versos de Zorrilla que lo dicen todo.

Don Víctor: “Ah, por doquiera que fui, / la razón atropellé”

Don Hugo: ¡Toma, filósofo Molière!

Don Víctor: “la virtud escarnecí”

Don Hugo: ¡Eso va por usted, fray Téllez, por teocrático!

Don Víctor: “y a la Justicia burlé…/y pues tal mi vida fue, / no, no hay perdón para mí”

Don Hugo: Pero, como usted y yo, sabemos, don Juan se salva, para que se fastidie en su Infierno el disoluto abate da Ponte.

Don Víctor: No obstante, ¿no cree usted que Zorrilla, en el fondo…?

Don Hugo: Déjese de chácharas, don Víctor, y agarre bien la espada. ¡En guardia, que lo atravieso!

El idioma de la emoción (o La pira de Creso)

Don Víctor: Buenos días, don Hugo, ¿sabe ya que…?

Don Hugo: No siga, don Víctor… ¡por fin su hija!… Si está todo muy claro: ha dormido usted estupendamente y el sueño se ha llevado todas aquellas aprensiones suyas… ¿A que se ha desayunado usted con un apetito como ya no recordaba? ¡Vamos, que está usted hoy tan entonado que se va a comer el mundo! ¡Enhorabuena pues, don Víctor!… Bien, estaba releyendo una vez más “Sueño y mito” de Karl Abraham y quería decirle que …

Don Víctor: Pero, dígame, don Hugo, ¿cómo ha podido usted saber todo de mí, tan acertadamente, si aún no le he contado nada?

Don Hugo: Dejemos eso ya… su voz lo dice todo: ha recuperado usted el timbre habitual con todo su metal; su fiato es otra vez prosódico y no entrecortado… ¡hasta arrollador casi!, ¡y qué firmeza!… sin asomo de trémolos involuntarios.

Don Víctor: ¡Cuánta razón lleva usted, don Hugo!

Don Hugo: Y falta lo mejor: recuperó usted el soporte diafragmático y desterró todo aquel ansioso staccato.

Don Víctor: ¡Lo ha captado usted al vuelo, don Hugo!

Don Hugo: Claro, gracias al teléfono, que ha evitado que se enmascare usted tras el gesto y la actitud corporal.

Don Víctor: A usted no le puedo engañar, pero es cierto que he estado muy mal estos últimos días.

Don Hugo: La emoción se retrata en la voz hasta confundirse con ella. Es que es el barómetro y el sismógrafo de nuestra vida afectiva. Cambia de color, se debilita o robustece, se transporta, se apaga hasta extinguirse…

Don Víctor: Afortunadamente, cabe la resurrección si las situaciones cambian.

Don Hugo: ¡Naturalmente!… hasta el punto de que la emoción obra el milagro de otorgar la voz a quien nunca la tuvo: el hijo del rey Creso, mudo de nacimiento, adquirió el habla para gritar: “¡Soldado, no mates a Creso!” cuando el verdugo de Ciro se disponía a precipitarlo en la pira.

Don Víctor: Es verdad, don Hugo. Recuerdo que allá por los años sesenta leí en el ABC que un jovencito egipcio, mudo también, a la vista de una turista rubia que se exhibía en bikini en una playa de Alejandría, gritó a los cuatro vientos: “¡Alá es grande!”, como el de la pira de Creso. (cantando:) “Di quella pira l´orrendo foco / Tutte el fibre m´arse, avvampò…”

Don Hugo y don Víctor (cantando:):” Empi, spegnetela / Ch´io tra poco / Col sangue vostro la spegnerò”.

Beee

Don Hugo: Con el buen rato que nos hemos preparado, don Víctor, y es que es abrir el periódico ¡y que se me caiga de las manos!

Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿qué es lo que dice?

Don Hugo: Nada, es la crítica a la última performance de Marina Abramovic.

Don Víctor: Hombre, don Hugo, ¡es que es usted incorregible! Le tengo dicho que no empiece el periódico por la crítica artística… ¡Si lo tenemos comprobado! ¡Vaya primero a los chistes!

Don Hugo: Es que resulta que se justifica la mayor mamarrachada, que no aporta ni descubre absolutamente nada, sino que encima pretende la novedad de ser provocadora. ¡Ya ve usted qué cosa!… Ni que estuviéramos todavía en la época de entreguerras cuando éramos niños…

Don Víctor: Pues claro, don Hugo, ¿quién “epata” ya al burgués?… si apenas quedamos y estamos ya de lo más toreado.

Don Hugo: Y si escribe usted una carta al director argumentando su opinión crítica, le tacharían ipso facto de ignorante, reaccionario, envidioso malintencionado o de todas esas cosas a la vez.

Don Víctor: No les escriba, no les escriba…

Don Hugo: El impostor culpabiliza a todo aquél que lo desenmascara para aislarlo así de la crédula multitud y obligarlo a volver al redil.

Don Víctor: Sí, y a balar con todos por la letra “be”.

Don Hugo: ¡Beeeeee!

Shakespeare y Freud

Don Víctor: Vi, don Hugo, que se quedaba usted muy callado sin querer entrar al trapo cuando Lopetegui proclamó que, “para conocer al hombre, ¡Shakespeare, y no el pelmazo de Freud!”

Don Hugo: No quise que nos diera la cena ya que celebrábamos la entrada de Dupré en el patronato, pero la rotunda afirmación de nuestro amigo es, para empezar, una simpleza.

Don Víctor: En cambio, bien que se animaron los demás: A Planes-Bellmunt le faltó tiempo para sentenciar que “donde esté López Ibor, que se quite el psicoanálisis y el conductismo americano”.

Don Hugo: Sí, y el otro doctor, Lacasa, dándonos la matraca con sus delirios marítimos: que sólo la introspección que propicia el enfrentarse a la soledad inmensa del mar, ayuda a penetrar en la esencia del hombre, y que por ello él lo tenía clarísimo: “Preguntemos a Thor Heyerdahl, el de la Kon Ti Ki”.

Don Víctor: No pudo callar entonces el padre Letamendi afirmando que aquel sentimiento de eternidad al que aludía Lacasa era el que exploraba, indudablemente con mayor fundamento y objetividad, Blaise Pascal, por no hablar de los Padres de la Iglesia, y es que cómo desvincular el conocimiento del hombre de la fuerza gravitatoria de lo trascendente.

Don Hugo: Si hasta Dupré se atrevió entonces a terciar, reivindicando que en el conocimiento del hombre, Calderón no es inferior a Shakespeare, tan filosófico y con ese punto tan español de misticismo.

Don Víctor: Y para colmo, Isidro Cuenca dio la puntilla… ¿Cómo dice sin el menor empacho que el único conocimiento que a un hombre interesa, que son las mujeres, lo enseña sólo el libro de la vida, y no la ciencia ni la literatura?… El caso es que percibí que todos quedaban defraudados al verlo a usted, don Hugo, concentrado en su rabo de toro, sin decir ni mu.

Don Hugo: Habría tenido que decirles que literatura y ciencia son dos aproximaciones distintas a la realidad, que suelen discurrir paralelamente, si bien puedan cruzarse en ocasiones.

Don Víctor: También la literatura apela al pensamiento y al razonamiento, no sólo a los sentimientos…

Don Hugo: Sí, don Víctor, pero, a diferencia de ella, la ciencia experimenta, mide, cuantifica y, finalmente, demuestra.

Don Víctor: Es verdad, don Hugo, ¡cuántas veces en las vidas literarias que vivimos vicariamente, nos encontramos ante encrucijadas, decisiones, caracteres, motivaciones, de variado peso que, indudablemente, enriquecen nuestra interpretación del ser humano, pero siempre de forma intuitiva.

Don Hugo: Dígame, don Víctor, usted que también estuvo muy calladito en aquel pasaje, ¿a cuál de los comensales le pondría la mejor nota?

Don Víctor: Si me guarda usted el secreto, don Hugo, y ahora que me ha expuesto sus razones, creo que esta vez habrá que dar un suspenso general.

Don Hugo: ¡In pectore!

Cortesía japonesa

Don Víctor: Este Casanova no tiene desperdicio: cada vez que lo lee uno, encuentra cosas nuevas. Según avanzo en sus Memorias, me llama la atención el gran número de cojos que aparecen por toda Europa, sobre todo entre los nobles que él trata y, además, prácticamente todos intentan disimularla con mayor o menor acierto.

Don Hugo: Es que la poliomielitis, don Víctor, debió de hacer estragos… ¿Recuerda usted que en nuestra postguerra a aquella lacra se sumó la gran cantidad de “caballeros mutilados”?

Don Víctor: Claro, don Hugo, ¿cómo olvidar a aquel tullido de la calle Serrano, al que faltaban las dos piernas?

Don Hugo: Me contó mi hermano Luis algo muy gracioso en aquellos años en que trabajó para la OMS. Tuvo que atender y acompañar a un colega japonés que me presentó un día. Como buen nipón, era la persona más educada del mundo. Igual que a usted con su lectura de Casanova, a él no le pasaron desapercibidos los muchos cojos con que se cruzaba por las calles de Madrid. Al tercer día de gestiones por la capital, le dijo a mi hermano: “He observado que en España hay muchos cojones”.

Poli Díaz y Fortuny

Don Hugo: ¡Cuánto le he agradecido siempre, don Víctor, que me invitara tantas veces a ir con usted al Campo del Gas, a las veladas boxísticas, animadas por Bobby Deglané!

Don Víctor: ¡Qué recuerdos, don Hugo!… ¡Y cómo quedó atrás toda aquella efervescencia de los Urtain, Pepito Legrá, Carrasco, Dum Dum Pacheco, Perico Fernández…!

Don Hugo: ¡Con qué ilusión volvimos al boxeo años más tarde cuando apareció Poli Díaz!

Don Víctor: ¡Y qué poco nos duró el último púgil popular!

Don Hugo: Recuerdo que en una entrevista del Marca, el periodista le reprochaba su falta de técnica, a lo cual él respondió que “pa qué quería él la técnica, si ganaba todos los combates por KO”…

Don Víctor: Lo clava usted, don Hugo; podría haberse dedicado a caricato.

Don Hugo: … y ahí estuvo su tendón de Aquiles porque, dígame usted, don Víctor, ¿qué es la técnica sino la mejor garantía de una carrera larga y fructuosa?

Don Víctor: Evidentemente, la técnica exige un largo y laborioso aprendizaje, no exento de sacrificios, que proporciona al cabo la maestría en el oficio, al tiempo que forja la perseverancia, la voluntad, la templanza y la fortaleza moral y mental, condiciones de la madurez de la persona.

Don Hugo: Me está usted describiendo la formación de un artesano medieval, que no es sino el mismo proceso que hemos seguido tan largamente hasta hace poco quienes hemos culminado los estudios en la universidad.

Don Víctor: Como que estudiantes y catedráticos formaban también un mismo gremio.

Don Hugo: No lo pudo resumir mejor Fortuny, a quien sólo le falló su tiempo: “Pensar como artista, trabajar como artesano”.

Un, dos, tres, responda otra vez

Don Víctor: Hoy, don Hugo, le toca a usted empezar.

Don Hugo: Indiscutiblemente, el primero es don Miguel de Unam1.

Don Víctor: Voy yo: el segundo, don Benito Pérez Gal2.

Don Hugo: Al más grande le falla el apellido: don Miguel de Cervan3.

Don Víctor: Il Tasso, don Tor4.

Don Hugo: Eso no vale; no es español.

Don Víctor: Tengo un suplente adecuado: Luca de Tena, Tor4.

Don Hugo: Benavente, Ja5.

Don Víctor: Descartamos entonces a Freud, don 6mundo…

Don Hugo: Bueno, bueno, siempre puede hacerse una excepción…

Don Víctor: No, no, don Hugo, seamos rigurosos. ¿Qué le parecen los 6ses de Sevilla?

Don Hugo: Pues sí, don Víctor, porque a mí me emocionan seis mil veces más que los marineritos cantores de Viena… Prosigamos: los 7 niños de Écija.

Don Víctor: ¡Casticismo puro!… Nuestro Premio Nobel, don Severo 8a.

Don Hugo: ¡Qué mala suerte! Me ha tocado el nueve… ¿Valdría la periodista 9s Herrero?

Don Víctor: Si no tiene nada mejor…

Don Hugo: Le propongo un arreglo: usted me acepta Juan Ramón Jiménez, O9nse Universal, y le debo una.

Don Víctor: Aceptado sin que sirva de precedente… El Cid Campeador, Rodrigo 10 de Vivar.

Don Hugo: El descubridor y conquistador de la Florida, Juan P11 de León.

Don Víctor: Si usted me lo permite, don Hugo, me voy a cobrar lo que me debe de antes.

Don Hugo: Concedido. El que paga, descansa.

Don Víctor: Aunque sea una española de ficción, le propongo 12inea del Toboso.

Don Hugo: Punto en boca… Jacome13, el insigne escultor naturalizado aquí.

Don Víctor: Los Reyes 14licos… y usted me perdone.

Don Hugo: ¡Bravo, don Víctor!, a estas alturas, ya no es cosa de andarse con remilgos… Seguro que a usted se le hubiera ocurrido Thomas de 15, pero por ahí ya no iba yo a pasar, que se trata de un inglés y, para más inri, opiómano… ¡Los Hermanos Álvarez 15ro!

Don Víctor: ¡Mi turno, don Hugo! Una candidatura abierta: cualquier arzobispo de una Archi16 española.

Don Hugo: No seré yo quien rechace a ninguno de los Príncipes de nuestra Iglesia, ni siquiera a monseñor Cañizares… Me toca: no hay más que un Juan Ruiz, el Arci17 de Hita.

Don Víctor: Sólo se me ocurre apelar a los 18 borrachos de Guadalajara, con la condición de que sean de la marca Hernando.

Don Hugo: Vamos a cerrar los ojos porque propongo que lleguemos por lo menos a 20… La Virgen de las 19s, patrona de Ibiza.

Don Víctor: El filósofo Manuel García Mor20.

Don Hugo: ¡Uf, hemos llegado a puerto, aunque hayamos de reconocer que un poco borrachos a partir de los bizcochos!

Gitanos españoles

Don Víctor: Creo que era Liszt quien despreciaba la música de los zíngaros pues, en su opinión, no hacían más que desvirtuar el folklore húngaro.

Don Hugo: Sí, hasta el punto de que cuando nos los mencionan, lo primero que nos viene a la cabeza es un grupo de gitanos haciendo bailar, con sus violines, a las aldeanas en la fiesta del vino nuevo.

Don Víctor: En cualquier caso no ha trascendido ninguna creación elevada de aquella gitanización… por eso le proponía yo que miráramos de organizar una excursión a Hungría para cerciorarnos por nosotros mismos.

Don Hugo: Ya me gustaría poder desmentir a Liszt, que era tan engreído, pero me temo que habremos de darle la razón por esta vez… En cambio, qué acierto el de Falla, Lorca, Juan Ramón y Ortega y Munilla, junto a todos lo demás, reconociendo a tiempo el valor cimero y único de nuestro flamenco en el folklore europeo.

Don Víctor: Ningún gitano ha brillado en el mundo más que el gitano español.

Don Hugo: Tenga usted en cuenta que llegan a España en el siglo XV y hallan, no digo un sustrato, sino un contexto cultural muy orientalizante, no sólo por la presencia de moriscos y judíos, sino porque los cristianos habían adoptado muchos de sus ritos y costumbres.

Don Víctor: ¿No tomaron la Petenera directamente de los hebreos españoles?

Don Hugo (cantando): ¿Ánde vas, bella judía / tan compuesta y a deshora?/ Voy en busca de Rebeco / Voy a ver a mi Rebeco / Que está en la sinagoga. / ¿Ánde vas, bella judía / tan compuesta y a deshora?

Don Víctor: Además es que, frente al nomadismo crónico de los otros gitanos, el español pronto crea asentamientos permanentes y se hace con oficios propios, como la fragua y la trata de caballerías.

Don Hugo: Qué duda cabe que nuestros gitanos encontraron en España una especie de tierra prometida en la que su arte pudiera arraigar y florecer. Ya lo dijo Federico García Lorca, que el  gitano andaluz era “lo más elevado, lo más profundo y lo más aristocrático”.

Don Víctor: Sí, don Hugo, hasta que llegó la Ilustración con las rebajas y las persecuciones… y, sin embargo, fue entonces cuando eclosionó el flamenco.

Don Hugo: Fíjese, don Víctor, que la única vez en que me enfrenté a mis padres fue, recién acabada la guerra, cuando tras haber vuelto de ver un espectáculo flamenco, les espeté que por qué “no me habían nacido gitano”.

Don Víctor: ¡Atiza!

Don Hugo: A mis padres les entró la risa y se pusieron a cantar al alimón (cantando por soleares): Como los judíos  tú eres/ Tú eres como los judíos…

Don Víctor y don Hugo (cantando): Que aunque te quemen la ropa / Puesta en er cuerpo / No niegas de lo que has sío.

El arte de la política

Don Víctor: No, no, hemos de hacer noche allí porque la misa empieza a las nueve.

Don Hugo: ¡Ah, qué bien! Tengo que decírselo a Dolores y también que reserve mesa para cuatro la noche anterior en la Venta de Aires.

Don Víctor: Lástima que ya no esté Dupré porque este plan le hubiera encantado.

Don Hugo: Es una maravilla, de ésas que sólo quedan en España. ¡Esto sí que va a ser viajar a la Edad Media, don Víctor!

Don Víctor: ¡Por privilegio papal, que Alfonso VI, que se las quería dar de más papista que el Papa, casi nos deja sin el rito mozárabe!

Don Hugo: Bueno, tengo entendido que sometió aquella cuestión a ordalía, lo cual no deja de ser una solución muy coherente con los presupuestos que se manejaban entonces.

Don Víctor: Ah, ¿pero no sabe usted que salió que el rito toledano prevaleciera sobre el romano?, ¿que, echando los dos libros al fuego, saltó fuera el mozárabe y se quemó el gregoriano?

Don Hugo: ¡Atiza!, ¡y cómo entonces pudo torcer el resultado?

Don Víctor: Pues, don Hugo, ¿cómo habría de ser? Como cualquier independentista con sus referéndums: si lo pierdo, lo vuelvo a convocar hasta que por fin salga lo que yo quiero.

Don Hugo: Ahora me explico por qué siempre le ha tenido usted tanta inquina al pobre Alfonso VI, con la de beneficios que trajo a Castilla y a la Cristiandad.

Don Hugo: Sí, sí, muy buen político, pero ¡político al fin y al cabo!

Valor, agravio y mujer

Don Hugo: Don Víctor, como usted, me temía lo peor: un montaje de esos geniales, los actores vestidos de mamarrachos y un texto deturpado según las ideologías a la moda. ¡Pues no!

Don Víctor: Sí, pero seguro que los actores, como viene siendo habitual, más que declamar con buena escuela, emitían mucho aire y poco sonido; enfatizaban con voz gutural en lugar de proyectarla; amén de eludir la necesaria musculación de las consonantes y de extraviar al espectador con una prosodia incongruente.

Don Hugo: Nada de eso, don Víctor, y además se les entendía perfectamente.

Don Víctor: Bueno, bueno, don Hugo, pero ¿a que adolecían de  afectaciones motrices tale como revolcarse y rodar por el suelo a la mínima, levantar la pata inopinadamente, dar saltitos y carreritas, poner «carusas»…?

Don Hugo: Calle, calle, que tampoco en eso tengo queja. Fue una función impecable, respetuosa con el texto y con su espíritu. La pega me asaltó después cuando, ya en casa, tranquilamente sentado en el sillón, leí los comentarios del programa antes de archivarlo. La investigadora Juana Escabias…

Don Víctor: ¡Sí, hombre, la autora de “La puta de las mil noches”!

Don Hugo: La misma. Escuche: “Algunos investigadores han acusado a Ana Caro de Mallén de falta de feminismo porque las protagonistas de sus obras anhelan el amor de un hombre”.

Don Víctor: Hace muy bien doña Juana en censurar a esos ridículos mojigatos. ¡Qué plaga, Señor! ¡Cuánto fiscal vocacional está haciendo méritos para cuando por fin se constituya el muevo Tribunal de la Inquisición!

Don Hugo: Calle, calle, que esto no era lo malo. A lo que iba es a que la propia Juana  Escabias establece que “No es pertinente aplicar juicios de valor, basados en parámetros del siglo XXI, a la mentalidad de una sociedad de la que nos separan casi cinco siglos”.

Don Víctor: ¡Arrea! Ahora van a prohibir en nuestra especie la coyunda entre el hombre y la mujer… ¡como en el mundo feliz de Huxley!

Don Hugo: Yo les pondría de penitencia que asistieran a una representación subtitulada de “La prohibición de amar” de Wagner.