Soledades

Don Hugo: Va a ser un díptico para regalarle a Dolores en nuestro aniversario.

Don Víctor: Ah, claro, y el segundo recreará, por contraposición, una soleada plaza toscana.

Don Hugo: Pues, la verdad, don Víctor, no es mala su idea, pero mi intención es otra… algo así como el desierto de la Tebaida, con esa luz cegadora que casi desintegra a los ermitaños reducidos así a insectos casi.

Don Víctor: Ya lo veo, don Hugo: el ensueño de la huida del mundo, el vértigo de la soledad…

Don Hugo: Este cittadin de´boschi

Don Víctor: ¡Petrarca!

Don Hugo: … pues fíjese que me lo ha inspirado el que yo considero mejor poeta de la lengua castellana…

Don Víctor: ¿No será el pelmazo de Góngora, verdad?

Don Hugo: Quite, quite… ¡Francisco de la Torre!

Don Víctor: ¡Ah, sí, hombre, el de los “Versos adónicos”!

Don Hugo: El mismo. “Solo y callado, y triste, y pensativo, / Huyo la gente con los ojos llenos / De dolor y de llanto; los serenos / Ojos huyendo que me tienen vivo”.

Don Víctor: ¡Petrarquismo y romanticismo avant la lettre!…

Don Hugo: … rayando en la licantropía… ¡lo que me habría gustado hablar de estos poemas con mi tío Miguel!

Don Víctor: ¿El de la tía Matilde?

Don Hugo: Sí, el que era naturista y que siempre me quería llevar al Cerro de los Locos, en la Dehesa de la Villa, aunque, como a mi madre no le gustaba, apenas si fui un par de veces.

Don Víctor: Yo también recuerdo de entonces aquel deambular de barbudos casi desnudos…

Don Hugo: Sí, don Víctor, en mis sueños, desde entonces, por condensación onírica, aparecen confundidos con san Juan Bautista.

Don Víctor: Claro, lo que ocurre es que aquellos ácratas remitían a Rousseau y no a san Juan ni a Pacomio… el caso es que, a pesar de lo pequeñita que es su tablilla, ¡qué inmensidad sugiere: soledad, infinito, conjunción de los cuatro elementos…!

Don Hugo: Lo mismo que ocurre con la poesía, don Víctor. Ya lo dice Sartre: el poder “difractivo” de la palabra.

Elaboración de un retrato

Don Víctor: Infantilización de la sociedad, adoctrinamiento acrítico de los ciudadanos, fanatización de las masas…

Don Hugo: ¿Kim Jong Un?

Don Hugo: … propaganda mentirosa, machaconamente repetitiva y manipuladora, control de los medios de comunicación y proliferación de sicofantes…

Don Hugo: ¿Goebbels y su amo Adolf Hitler?

Don Víctor: … hostigamiento al pensamiento crítico y censura…

Don Hugo: ¿Nicolás I de Rusia?

Don Víctor: … anatemización de los disidentes, a los que se excluye y condena a la muerte civil…

Don Hugo: ¿Stalin?

Don Víctor: … imposición de un falso relato histórico que justifique todos los actos del gobierno…

Don Hugo: ¿Evo Morales?

Don Víctor: … cultivo de un victimismo propiciador de abusos y quebrantamientos del orden constitucional…

Don Hugo: ¿Nicolás Maduro?

Don Víctor: … amenazas a todos cuantos se opongan, desde la judicatura, prensa, partidos rivales, intelectuales y artistas díscolos…

Don Víctor: ¿Robespierre?

Don Víctor: … invasión de todos los órganos del Estado desde el ejecutivo…

Don Hugo: ¿Napoleón III?

Don Víctor: … nepotismo sistemático…

Don Hugo: ¿Daniel Ortega, el de Nicaragua?

Don Víctor: … venta y liquidación del país a cambio de prolongar la autocracia…

Don Hugo: ¿Godoy y su juguete Carlos IV?

Don Víctor: … culto a la personalidad y endiosamiento…

Don Hugo: ¿Mussolini?

Don Víctor: … y para suavizarlo todo con efluvios beatíficos, una corte de tiralevitas y turiferarios…

Don Hugo: ¿El caudillo Franco?

Don Víctor: Ni Franco, ni Mussolini, ni Stalin, ni Napoleón III, ni Goebbels ni todos los otros…

Don Hugo: Ya comprendo porqué me ha traído usted al templo del parlamentarismo español, pidiéndome que viniera de luto. ¡Acabáramos!… ¡el retrato del doctor Pedro Sánchez!

La visita a la fragua

Don Víctor: ¡Qué distintas las entradas de Kraus en el escenario de La Zarzuela de aquélla a la que asistimos entre aplausos cuando estuvimos en el Metropolitan!

Don Hugo: Ya conoce usted a los americanos. ¡No hay quien los gane a simpáticos y hospitalarios cuando se ponen! Son buenos chicos, todo corazón.

Don Víctor: Recuerdo el estremecimiento que aquí sobrecogía a todo el público, hasta el punto de que nos olvidábamos de respirar.

Don Hugo: Claro, don Alfredo descendía desde el Empíreo siempre “en carácter”, transido, como Apolo en la fragua de Vulcano.

Don Víctor: Ciertamente en lo que se refiere a elegancia y resplandor, pero en cuanto al carisma… eso ya es otra cosa, don Hugo.

Don Hugo: Ya lo creo, don Víctor. Dolores y yo tampoco le hemos perdonado a Apolo que vaya corriendo chismes que mancillen la honra de una dama.

Don Víctor: ¡Quia! Kraus siempre llega como el más apuesto caballero de Van Dick a recoger tal vez el precioso estoque de manos del buen espadero maese Andrés Munenstein.

Don Hugo: Vaya montaje velazqueño que se me está ocurriendo para “El huésped del sevillano”…

Don Víctor: Y luego a algunos le parecerá muy convencional que Raquel, con su cuerpo pagano, ¡se le desmaye en los brazos!

Genealogías gongorinas

Don Víctor: Ya veo por dónde va usted, don Hugo: me parece que ha llegado a la conclusión de que, entre tantas cosas como le inspiraran a Quevedo su paso por Venecia, estaría ese hallazgo de “un hombre a una nariz pegado”… ¡la máscara del Capitano!

Don Hugo: Sí, pero no para ahí la cosa. Yo también daba eso por único origen, don Víctor, hasta que, releyendo las “Confesiones” de Rousseau, saltó la liebre.

Don Víctor: No sabía que el ginebrino se interesara por Quevedo…

Don Hugo: Quia, ¡con lo cursis que eran los ilustrados! Por Quevedo no, hombre… ¡por Macrobio!

Don Víctor: ¡Toma, Jeroma!… la cosa se complica…

Don Hugo: Había olvidado aquel pasaje de sus Saturnales en que alude al ingenioso Cicerón.

Don Víctor: ¿Adónde me lleva usted?

Don Hugo: Rousseau se refería a dos jansenistas vecinos suyos que casi parecían curas disfrazados “a causa de su manera de portar las espadas a las que estaban pegados”.

Don Víctor: ¿”Pegados”?

Don Hugo: ¡Pegados! Sí, como la anécdota que relata Macrobio a propósito de Cicerón, quien viendo a su yerno, de corta estatura, portar una espada, se pregunta: “¿Quién ha pegado mi yerno a esa espada?”

Don Víctor: Ah, claro… Quevedo también leyó a Macrobio… y le metió un buen gol a Góngora, que ése sí que era curilla.

Don Hugo: El Capitano de nariz fálica y el yerno priápico de Cicerón se funden en el pensamiento de Quevedo, en feliz asociación de estímulos.

Don Víctor: Vamos, que se entera de todo esto el pudibundo Rousseau ¡y le da un patatús!

Don Hugo: Ay, ay, ¡sales, sales!

Mariana lo tiene loco

Don Víctor: Cómo se transluce lo que usted decía, don Hugo, a propósito del paso de Jardiel Poncela por Hollywood: esa trama tan inquietante y policíaca de la “Eloísa está debajo de un almendro” bebe del cine norteamericano de entonces; y me refiero también al mudo.

Don Hugo: Ahí le quería yo llevar, don Víctor. ¿No le recuerda los cortos de Harry Langdon?

Don Víctor: Desde luego, esos ambientes paródicos de los relatos de Poe, la muchacha amenazada, una rudimentaria intriga, todo bañado en un halo de cómico misterio…

Don Hugo: Claro, claro, pero hay algo más: la erotización de su cine frente al más blanco de los encumbrados Pamplinas, Charlot y Harold Lloyd. Langdon no se arredra ante el tabú del adulterio y, aunque casado, siempre anda detrás de las chicas guapas.

Don Víctor: Las mujeres de Jardiel son tal cual las chicas de Hollywood, es cierto.

Don Hugo: Pero ¿no ha detectado usted en esta misma comedia la influencia de Watson?

Don Víctor: ¿No será el psicólogo conductista?

Don Hugo: ¡Quién había de ser si no, en América, en aquellos años! No en vano el behaviorismo nace a la par que la eclosión de la sociedad de consumo, durante los felices veinte. Se trata de conocer y modelar al potencial comprador o usuario.

Don Víctor: Desde luego Mariana está fascinada por todas las modernidades que aporta a su vida Fernando Ojeda, ese pretendiente que tiene: que si el tenis, que si las carreras de caballos, que si el club…

Don Hugo: ¡La conducta, la conducta! Precisamente, cuando su novio le ofrece la cara más vanguardista, Mariana se pirra por él y así se lo manifiesta, pero como se retraiga un tantico hacia lo convencional, Mariana lo rechaza abruptamente.

Don Víctor: ¡Pobrecillo, él que bebe los vientos por ella!

Don Hugo: Por eso mismo, don Víctor… Mariana, inconscientemente -porque no es ninguna lagarta-, le aplica el refuerzo intermitente, que es el que más afianza y fija una conducta, en este caso el enamoramiento de Fernando Ojeda por ella.

Don Víctor: Elemental, querido Watson.

Vulgar versus obsceno

Don Hugo: ¡La chocita del loro! Aquí acabamos la semana pasada los del cumpleaños de Isidro Cuenca.

Don Víctor: Casi me estoy alegrando de haber caído enfermo aquel día ahorrándome ese suplicio… aunque, eso sí, lamento no haber visto a Dupré.

Don Hugo: ¡Qué voy a decirle, don Víctor! Isidro se empeñó hasta el punto casi de ponerse violento… Ya le conoce usted de sobra.

Don Víctor: No quiero ni preguntarle…

Don Hugo: Para muestra, un botón: el pretendido “monologuista” ensalzaba, mirando al cielo, las virtudes del amor, que si nos eleva, que si nos iguala a los dioses, que si nos transforma en seres lumínicos, aunque todo ello dicho burdamente en tosca expresión … hasta que, abruptamente, volviéndose hacia el público, zanjó la ideal descripción con un “¡Chúpame la polla!”

Don Víctor: Imagino que para regocijo de los espectadores… ¡el mérito que tiene el tío!

Don Hugo: A mí me preocupa mucho lo que esto tiene, no ya de síntoma, sino de prueba de la decadencia de nuestra civilización.

Don Víctor: Hombre, don Hugo, siempre ha habido lugar para lo escatológico y lo obsceno, y también para este tipo de desahogos tan primarios.

Don Hugo: Quite, quite, don Víctor. No condeno lo obsceno, pero maldigo lo chabacano. Para que usted me entienda: en Mantua, asistí a un espectáculo de Commedia dell´Arte en que Brighella, criado listo, junto con Arlecchino, criado tonto, se disponen a robar al mercader Pantalone. Brighella dice, acercándose a la cerradura: “Voy a mirar por el agujero”. Se inclina y exclama: “¡No veo nada!”. Arlecchino se agacha a su vez y escruta entre las nalgas de Brighella: “Es verdad, ¡está todo muy negro!”

Don Víctor: Claro, escatológico, pero no vulgar.

Don Hugo: A lo escatológico como a lo obsceno se le da cauce en la Commedia dell´Arte, pero nunca a lo chabacano porque aquel Teatro dell´Improvvisa es estilización de la brutta realidad, como lo es todo arte verdadero. Evidentemente correspondía a una época de ascenso en la cultura, depuración del pensamiento, afinación del espíritu y búsqueda de la Belleza y de la revelación de la Verdad…

Don Víctor: ¡Ay, ahora entiendo su desconsolador diagnóstico, don Hugo!… Si el Arte sirve para que no muramos de Verdad, todo indica que nuestro momento se desvía hacia la Muerte.

Don Hugo: Es la tesis de Nietzsche: el Arte nos anega en lo dionisíaco, sumiéndonos caóticamente en el Gran Todo, desindividualizándonos; en definitiva, aniquilándonos, pero nos remedia con lo apolíneo, que nos salva in extremis mediante la forma construida por la razón:  llega el luminoso Apolo develando las tinieblas del furor dionisíaco.

Don Víctor: Lo suscribo, don Hugo, siempre y cuando no confundamos la Chocita del Loro con un santuario de Dioniso, que es teatro de cultura…

Don Hugo: … mientras que esta guarida de loros apenas llega a subcultura televisiva… Ahora, no vea usted los empellones que Isidro le daba al pobre Dupré. “Que no te ríes, Dupré, ¿pero es que no lo entiendes, hombre? ¡Si esto es mucho mejor que Molière!”

Revisando a Groucho

Don Hugo: Pero dígame, don Víctor, ¿de manera que ya no quiere usted disfrazarse de Groucho esta vez, con lo bien que lo hizo hace cinco años?

Don Víctor: Es que mi visita ayer a Resu, en su residencia, lo ha cambiado todo.

Don Hugo: ¿No me diga que ha tenido un bajón o que le ocurre algo peor?

Don Víctor: No, gracias a Dios, lo encontré muy bien de salud y con mejor cabeza que nunca. Si hasta me dio toda una lección dialéctica, ¡con lo bruto que ha sido siempre!

Don Hugo: ¡Arrea!

Don Víctor: Todo partió del disgusto que tiene con su nieto, abogado y ya con treinta años, que sigue viviendo con sus padres y no puede ni pensar en juntarse con su chica ni comprarse una casa. ¡Si gana tanto como el propio Resu con su pensión de portero!… y sus amigos, también todos licenciados, están igual.

Don Hugo: Pues porque está en la residencia, que si siguiera en la portería ¡ya estaba desenterrando el fusil de la carbonera!

Don Víctor: Yo empecé a argüirle que mientras en nuestro país no se aumente la productividad, no habrá manera de que la economía permita un aumento de los salarios, que los tenemos tan bajos… pero él opuso el embalsamiento de un verdadero ejército de trabajadores de reserva en paro, que tiran para abajo de los salarios por cualificados y productivos que sean los empleados.

Don Hugo: La culpa ha sido de la globalización: las grandes empresas deslocalizan su producción y, claro, a ver quién compite con los obreros del Tercer Mundo.

Don Víctor: También se lo dije, pero él me argumentó que eso sólo había sido posible por la concentración de capital. Entonces yo quise responsabilizar además a los sindicatos, que parece que también se hayan jubilado y él, entonces, me contradijo poniendo en evidencia el abandono por parte de los gobiernos supuestamente democráticos de todas las políticas sociales que protegieron a los proletarios.

Don Hugo: Vamos, que le sacó usted de sus casillas al bueno de Resu…

Don Víctor: Sí, llegó a gritarme que nuestro gobierno y los de los países como el nuestro estaban haciendo lo mismo que los tiranos corruptos africanos tras la descolonización, dejándose untar a cambio de vender sus países a las empresas transnacionales.

Don Hugo: ¡Vamos, que se pone usted a razonarle las tesis revisionistas de Bernstein y le arrea un guantazo!

Don Víctor: No se crea que no se me ocurrió, porque seguro que Resu ni lo conoce, pero lo peor es que comprendí inmediatamente que no hacía ninguna falta que lo conociera porque nos está fallando en todo.

Don Hugo: Hizo usted bien en callarse, don Víctor, porque la realidad está dando la razón, a día de hoy, a Rousseau, quien ya escribía en pleno siglo XVIII, con respecto a la organización social de su tiempo, “que era una funesta constitución aquella en que las riquezas acumuladas facilitan siempre los medios de seguir acumulándolas, mientras que al que nada tiene le es imposible adquirir nada”. ¡Fíjese usted, don Víctor, allí esta en germen la tesis marxista de la pauperización general de la población!

Don Víctor: ¡Y yo que hasta ayer pensaba que la razón la tenía Groucho Marx y no Karl!

Actualizarse o morir

Don Hugo: Ya es hora de actualizarse, don Víctor. Hace tiempo que vengo pensando en que se debería pasar del 4-2-3 al 4-1-4.

Don Víctor: Imposible, don Hugo; no salen las cuentas. Le falta un jugador. ¡Ah, ya entiendo!… Quiere usted aplicar el sistema decimal también al fútbol.

Don Hugo: ¿Qué fútbol dice usted? Le estoy hablando del enigma.

Don Víctor: Pues eso, ¡el enigma de Helenio Herrera que pensaba como usted, que era mejor jugar con diez que con once!

Don Hugo: No, hombre, no. ¡Edipo, Edipo!

Don Víctor: ¡Arrea! Otra vez con Freud…

Don Hugo: Calle y escuche, mirando a la esfinge: “¿Qué animal camina, primero, a cuatro patas; luego, sobre dos; y, por último, sustentándose en tres?”

Don Víctor: Mire que la tenía delante y que no me daba cuenta… entonces ¿por qué pasar de cuatro patas a una y luego a cuatro? ¿Es que hay un cojo de por medio?

Don Hugo: No, se trata de una actualización postural.

Don Víctor: Luego se me queja la fisioterapeuta de que no para usted de hablar, don Hugo. Yo estoy siempre callado porque creo que así la chica se concentra mejor.

Don Hugo: Precisamente hablando con ella, me surgió esta idea, que es más comprehensiva porque incluye también la vida intrauterina. Empieza el feto como un cuatro, el niño se yergue pronto como un uno y, cuando nos hagamos viejos, volveremos a plegarnos en cuatro… Ayer estuve explicando a la señorita Carmen que el cuerpo es un bucle y que acabamos como empezamos. En definitiva, el soma tiende a volver a la indefinición previa a la concepción, a esa tierra de nadie, tal y como sostiene Freud.

Don Víctor: Ya veo; no en vano los primitivos enterraban a los suyos en posición fetal… pero deje usted a Freud, hombre, y no le caliente los cascos a Carmencita… ¡no sea que nos despache y acabemos convertidos usted y yo en un cuatro antes de tiempo!

Balcones

Don Hugo: Y la tal madame d´Épinay, su protectora, nunca le hizo tilín: demasiado pálida, demasiado seca y, sobre todo, plana.

Don Víctor: Pues bien que se arrimaba el buen Rousseau a su pródiga bolsa…

Don Hugo: Nada: algunos besitos fraternales, unas carantoñitas inocentes… ¡y pare usted! Ése fue todo su pago.

Don Víctor: Dígame, don Hugo, ¿usted cree que Baudelaire le habría hecho ascos a la pobre Louise Florence Pétronille?

Don Hugo: Demasiado paliducha. Baudelaire está muy por encima de Alejandro Dumas hijo y disiente también de Poe y de Constantin Guys, por más que le gustaran.

Don Víctor: Claro, es la belleza que Poe lleva al extremo de lo cadavérico y que impulsa a Armand Duval a abrir el féretro de Marguerite.

Don Hugo: ¿No sabe usted, don Víctor, que hace años llevé a término el retrato-robot de la mujer ideal baudelairiana?… ¡pero qué digo, si aún no le conocía a usted!… Una muchacha negra, mulata, o si es blanca, criolla o meridional, acariciadas por el Sol; cabello crespo y abundante; espalda elástica…

Don Víctor: ¡El pecho, el pecho!

Don Hugo: Ya llego, don Víctor: el pecho, exiguo: “poitrine garçonnière”, “gorge pointue”, “gorge aiguë”… con trazo así la pinta Baudelaire…

Don Víctor: ¡Toma , Rousseau!

Don Hugo: … y, por contraste, unas caderas rotundas y unas piernas atléticas. “Creía ver unidos por un nuevo diseño / Las caderas de la Antíope al busto de un imberbe”.

Don Víctor: ¡Caderas de amazona y pecho de efebo!

Don Hugo: Claro, tenga usted en cuenta que Rousseau perdió a su progenitora prácticamente en el parto y sintió siempre el anhelo permanente de una figura maternal que le protegiera y nutriera.

Don Víctor: O sea, que a falta de una, ¡dos bolsas!

Don Hugo: Sí, es algo tan frecuente que rezuma, más allá de la literatura, en todas las realizaciones humanas. Tenga usted en cuenta, por ejemplo, cómo la casa representa siempre el cuerpo, sobre todo el femenino. Dentro de la casa, hallamos la seguridad del claustro materno, ¿y qué son sus protuberancias de balcones sino metáforas de los pechos nutricios?

Don Víctor: El davanzale de los italianos, o sea nuestro alféizar, que chistosamente aplican a Sofía Loren.

Don Hugo: “Il y a du monde au balcon”, hay gente en el balcón, que diría Raymond Queneau, si viviera, a propósito de Emmanuelle Béart… pero a lo que iba, don Víctor: lea esta cita que le he traído porque al final va a ser su autor quien lo aclare todo.

Don Víctor (leyendo): “El número siete era una casa antigua, de tres pisos y pico. Cada piso hacía ostentación de dos balcones opulentos y redondeados, que sobresalían de la fachada como un par de hermosas tetas sin sostén”…. ¡Álvaro de Laiglesia dando de nuevo en el clavo!  

El corrido de Durero

Don Víctor: Esto de ambientar una exposición de arte contemporáneo con música de fondo, como para apuntalar la inconsistencia de lienzos y esculturas…

Don Hugo: ¡No olvide usted, don Víctor, las instalaciones!

Don Víctor: ¡También, también!… En definitiva, una especie de paisaje que no nos dice nada y que me hace pensar en el arte del pasado, en cómo se basta a sí mismo.

Don Hugo: Desde luego, don Víctor, pero ¿no encuentra usted que también ayuda la música renacentista, que suena siempre en el Hospital de la Santa Cruz de Toledo, al disfrute de las tallas de los imagineros y de los retablos hispano-flamencos?

Don Víctor: Y sobre todo del edificio mismo, de sus molduras platerescas, sus artesonados mudéjares, las dilatadas naves de su cruz… ¿Qué no lograrían algunos madrigales de Monteverdi en una exposición de Piero della Francesca?

Don Hugo: Tiene usted razón. Me estoy imaginando una Pasión de Bach envolviendo el Descendimiento de Van der Weyden…

Don Víctor: ¡Maravilloso, don Hugo, y una visita a Villa Barbaro afrescada por el Veronese mientras suena Vivaldi… pero me estoy temiendo que tanta exaltación no pueda derivar en furor vesánico… ¡Mejor dejémoslo estar, don Hugo!

Don Hugo: Muy bien, don Víctor, pero concédame usted, a título de hipótesis estrafalaria, una última locura: la pieza expuesta es “El caballero, la Muerte y el Diablo”, de Durero…

Don Víctor: Lo recuerdo bien: el jinete, caballero pasante armado de punta en blanco sobre estatuario corcel, sigue derecho su recto camino sin que las amenazas de la Muerte ni las solicitaciones del Gran Cabrón logren desviar siquiera su mirada…

Don Hugo: Me vienen a la mente esos versos de Ramon Llull: “Al cavaller tany cavalcar, / Escut e sella, e brocar, / Espasa e llança, e colps dar… Cavaller no tinc per cortès / Si Deus no ama més que res”

Don Víctor: … y todo ello sobre un fondo prolijo que quiere traer al primer plano montañas, frondas y lejanas fortalezas, así como animalejos, alguna calavera y piedras del camino.

Don Hugo: Olvida usted el perro que trota fiel y confiado a los flancos de la cabalgadura… ¿Qué tal si suena entonces el corrido de Jorge Torres? (cantando:) “Valiente entre los valientes / Su vida juega a la suerte. / Ni le alza pelos la Muerte / Ni el Diablo con más razón”

Don Víctor y don Hugo (cantando:) Aquí viene Jorge Torres / En su caballo retinto / Y sus pistolas al cinto, / El pecho valiente y noble / Y en la boca una canción”.