Mitos repreocesados

Don Víctor: ¡Dichosos los ojos que le ven, don Hugo!… Por fin me recibe usted. ¿Cuál es resultado de tantas investigaciones?… ¿Lo era o no lo era?

Don Hugo: He buscado por todas partes y no he encontrado el menor indicio. En cambio no doy abasto recogiendo elogios de la mujer… pero no sólo como encarnación más elevada de la Belleza en esta tierra, sino como ser pensante de una dignidad inmarcesible.

Don Víctor: ¡Maravillosa Marcela que lo deja todo con tal de preservar su independencia! ¡Y qué bien replica a quienes la acusan de no amar a Grisóstomo que tantas pruebas le da de su amor!… Señores, ¡que la mujer también tiene derecho a decidir por sí misma!

Don Hugo: ¡En la España del siglo XVI! Y vaya una manera de argumentar… ¡Si parecen discursos shakespearianos!

Don Víctor: Ahora resulta que Shakespeare tampoco era nadie… al parecer la mitad de las obras se las escribía Marlowe, caído en desgracia y escondido, y la otra mitad se la han atribuido erróneamente. Dicen que no pasaba de ser un mero actor…

Don Hugo: ¡Y eso en el supuesto de que hubiera existido de verdad!

Don Víctor: El caso es, dentro del revisionismo actual de nuestros mitos, convertir a todos en impostores e invertidos.

Don Hugo: Pues sí, en unos Elmir de Hory cualesquiera…

Don Víctor: Cada época tiene la manía de reprocesar el pasado para acomodarlo a las modas presentes. ¿Se acuerda usted de lo que nos reíamos los estudiantes viendo las películas históricas españolas donde todos los buenos parecían franquistas avant la lettre?

Don Hugo: Sí, Fernando el Católico era un precursor del Ausente…

Don Víctor: Doña Isabel era igualica que Pilar Primo de Rivera…

Don Hugo: Dolores siempre me comenta los peinados y el maquillaje que gastan las heroínas históricas según la década en que se rodara la película.

Don Víctor: No sé si lo habré soñado, pero tengo en la cabeza la imagen de Agustina de Aragón con moño «Arriba España».

Don Hugo: Basta ya de libros y papeles, don Víctor. Vamos a salir por fin a que nos dé el aire… Ah… ¿Cervantes homosexual?… «Tanto es así como yo soy turco».

Fútbol y toros

Don Víctor: Le tengo que enseñar esa revista antigua: de izquierda a derecha, sentados a una mesa están Pérez de Ayala, Valle Inclán, lozano aún, y un jovencísimo Juan Belmonte.

Don Hugo: ¿Y no estaba Sebastián Miranda?

Don Víctor: Se ve que ese día estaba algo indispuesto. Falta también Romero de Torres, por cierto…

Don Hugo: ¿Cuándo nuestros futbolistas han estado en condiciones de compartir mesa con Ortega, con el doctor Marañón, con Unamuno y con Sánchez-Albornoz, por ejemplo?

Don Víctor: ¿Se imagina usted actualmente al doctor Barbacid, a Sánchez-Dragó y a Muñoz Molina con Iniesta y Sergio Ramos?…

Don Hugo: En cambio usted y yo asistimos juntos una vez a la conferencia que dio Domingo Ortega, el paleto de Borox, en el Ateneo…

Don Víctor: Cuántas veces no habremos comentado las anécdotas, que nos aparecían en nuestras lecturas y en las tertulias, de aquellos Cúchares, Lagartijo, Guerrita, el Gallo, Belmonte y tantos otros… ¡Qué gracejo, qué ocurrencias!… en definitiva: ¡qué cultura popular!

Don Hugo: ¿Y nuestros futbolistas, de qué planeta se han caído?… Desclasados, sin raíces en ninguna parte, parcos de palabra como romos de entendimiento… ¡Si no tienen el mínimo discurso!

Don Víctor: A diferencia de los jugadores británicos… pienso en las cuchufletas de un George Best o de un Lineker…

Don Hugo: ¡Puro casticismo inglés!… alimentado en el ambiente del pub que nunca abandonaron.

Don Víctor: Sí, claro, pero al final les está pasando lo mismo que a los nuestros: cada vez hay más dinero de por medio, más extranjeros en todas partes, se impone un modo de vida artificial y exclusivo… ¡Si su máximo exponente es Beckham!…

Don Hugo: Ni se han dedicado a estudiar y a adquirir una cultura académica ni han cultivado la relación con su entorno originario.

Don Víctor: ¿Cómo no se nos habían de volver marcianos?

Don Hugo: Pero mire usted, don Víctor, ¡qué bien estuvo -¿hará cuánto: dos, tres años?- Esplá platicando con Boadella en los teatros del Canal!

Don Víctor: Sigue siendo otro mundo, don Hugo.

Don Hugo: Lo que decía Cañabate: «el planeta de los toros».

Matador

Don Hugo: ¿Absolutamente romántico dice usted, don Víctor?… ¡Con esos remilgos galantes de «Così fan tutte»? (cantando:) Ed in tanto di dolore, / meschinello, io morrò!

Don Víctor: Cuidado, don Hugo, que luego truena: (cantando:) Tradito, schernito, / dal perdido cor.

Don Hugo: Sí, sí, muy bien, pero ¿qué me dice usted del «Don Giovanni»? (cantando:) S´ella sospira / sospiro anch´io.

Don Víctor: Claro, pero bien que se enfada y anuncia (cantando:) Sol di stragi e morte / Nunzio vogl´io tornar!, ¿no es la misma ira que en «Lucia»? (cantando:) M´odi e trema!, ¿o que en «Sonnambula»? (cantando:) Perché non posso odiarti? Y ambas cosas se las dice a las amadas sucesivas.

Don Hugo: Byroniano, en efecto… ¡Vaya un ego!  Almaviva sono io! ¿Quién lo dijo antes con tal autoridad en el «Barbiere»?… Ya sé que no es mi tesitura, don Víctor, pero ¿qué me dice usted de la despedida de Werther?

(cantando ambos:) Mais à la dérobée / quelque femme viendra / visiter le banni / et d´une douce larme / en grande ombre tombée, / le mort, le pauvre mort / se sentira béni!

Don Víctor: ¡Vaya manera de palmarla dejando hecha polvo a la pobre Charlotte!

Don Hugo: Un caso claro de la más egocéntrica y sádico-narcisista inducción al sentimiento de culpa y a la desesperación en la persona amada.

Don Víctor: Menos mal que el romanticismo es también tan luminoso, compensando aquellas tinieblas, que, exaltándose tanto, llega a llenar toda la Creación. ¡La plenitud del amor! (cantando:) Dell´Universo in memore, / (cantando ambos:) Io vivo quasi in Ciel!

Don Hugo: ¡Pero mire que trabajó Alfredo el recitativo mozartiano con Karajan o las agilidades del canto rossiniano!… En principio, era un cantante más versátil de lo que usted dice y no parece que ni su temperamento ni sus cualidades le predispusieran hacia el repertorio romántico en exclusiva…

Don Víctor: … pero el hecho es que su carrera…

Don Hugo: … la marcaron los contratos. Los teatros empezaron a abrumarlo con ofertas para Duques de Mantua, Edgardos, Alfredos, Werthers luego… ¡todos romantiquísimos! Los empresarios sabían que habían encontrado en él un auténtico espada que mataba como Nicanor Villalta, ¡fulminando!

Los barcos de Sully Prud´homme

Don Hugo: Decía así: «… porque las mujeres tienen que llorar / Y los hombres, en su curiosidad, han de exponerse a los horizontes engañosos».

Don Víctor: Parece algo atávico que venga desde las hordas de cazadores paleolíticos. La Naturaleza lo imponía.

Don Hugo: Para mí, que cuando aquel cazador primitivo pasaba las de Caín, persiguiendo al mamut, ¡cuánto no echaría en falta el calorcito de la hoguera, a la boca de su cueva!…

Don Víctor: Y sin embargo, calentito y ya saciado, ¡qué pronto le importunaría la bulliciosa prole y cómo le aguijonearían las ganas de volver junto a sus compañeros en pos de una nueva presa!

Don Hugo: ¡Ay, don Víctor, qué poco nos complacemos en lo que tenemos!

Don Víctor: Sí, don Hugo, la vida es pura añoranza de lo que dejamos…

Don Hugo: La cuestión es o renunciar a todo lo demás para proteger una vida que se quiere cumplir a la perfección, o bien lanzarse a la aventura como para vivir varias vidas.

Don Víctor: Y como consecuencia, la insatisfacción permanente…

Don Hugo: En definitiva, que si hay arraigo, hay tedio, pero si hay aventura, hay desasosiego.

Don Víctor: El creador, a veces, se redime: el artista, el literato, el intelectual, el investigador son capaces de echar profundas raíces y al mismo tiempo de crear mundos donde vivir aventuras y asumir riesgos.

Don Hugo: Creo que Sully Prud´homme acababa así: » … los grandes bajeles, huyendo del puerto menguante, / Sienten su masa retenida por el alma de la cuna lejana».

Lévi-Strauss versus Josep Pla

Don Hugo: Mire que venía yo entusiasmado a esta escapada de una tarde a Mantua, don Víctor… pero… ¿adónde me ha traído usted? Pensaba que me enseñaría la grotta del Palazzo del Te o la Camera degli Sposi en el Palacio Ducal…

Don Víctor: Esas cosas, don Hugo, se las conoce usted del derecho y del revés. Esta tarde lo que quería yo demostrarle es que Lévi-Strauss estaba equivocado en aquello que citó usted a las señoras.

Don Hugo: ¿Lo de aquellos indios de una tribu del Amazonas, vecina de los Nambikwara, que, de tan espirituales, extirpan hasta el último pelo de su cuerpo, pestañas incluidas, y no tienen hijos sino que los adoptan, y todo ello para no ser animales?

Don Víctor: No, don Hugo, me refería a eso de que el Japón sea el único país del mundo que ha logrado las síntesis entre tradición y modernidad…. Fíjese usted en esta fábrica: la gigantesca maquinaria que se mueve en su interior necesita de una vastísima nave completamente diáfana, que no podría sostenerse por sí sola.

Don Hugo: Es cierto, observo que parece suspendida como uno de esos puentes que franquean los estrechos… ¿Y bien, don Víctor?

Don Víctor: Pues eso, ¡que estamos en la Mantua de sus museos! Para mí que el que tiene razón no es Lévi-Strauss, sino Josep Pla, que sabe mucho más lo que se dice: que nadie lleva con semejante naturalidad el habitar y llenar de vida lo arqueológico. Los italianos no tienen el menor problema en desarrollar la tecnología punta entre los vestigios del pasado.

Don Hugo: Y dígame, don Víctor, ¿es esto quizá una fábrica de coches de Fórmula Uno?

Don Víctor: Tanto como eso, no, don Hugo, pero tengo pensada para usted una segunda visita: vamos a un museo dedicado a un auténtico héroe futurista… ¡el Museo Nuvolari!

Don Hugo: ¡Venga, don Víctor! ¿Tiene quinta este 1500?… ¡Pues acelere!

Nostalgia

Don Hugo: Imagínese usted una alcoba de aquéllas de solterona, de techos altos y sin ventanas, con su cama bien elevada y de barrotes niquelados, su armario con espejo coronado por un baúl abetunado y sobre la cabecera una reproducción de ya no sé qué Santa Faz de lo más tétrico que la iconografía decimonónica haya podido perpetrar…

Don Víctor: Sí, me estoy viendo yo también allí de pequeñín, antes de la guerra…

Don Hugo: Bueno, pues mi primo Joaquinito, que era un trasto, y yo nos metimos una vez debajo de la cama, a la hora de la siesta, y esperamos a que estuviera acostada la tía Hortensia, que era muy beatorra y que rezaba muchísimo antes de dormirse…

Don Víctor: Desde luego qué osada es la infancia… cómo, a pesar de su flaqueza y de sus miedos desproporcionados, se atreve a penetrar en los recintos más amenazantes, arriesgándose además a castigos descomunales…

Don Hugo: Sí, don Víctor, los niños se atreven a vivir realmente y a jugarse el pellejo cuando los adultos nos limitamos a recrearlo vicariamente en la ficción de novelas y películas… Bien, pues allí nos tiene usted, a mitad de un confiteor, levantando a oleadas el somier con nuestras espaldas y agitando a la vez una campanilla. A nuestra pobre tía la oíamos gritar: «Temblé, temblé, ¡pero no me vencerás!»

Don Víctor: No se equivocaba su tía, don Hugo. Verdaderamente eran ustedes dos diablillos de Satanás… Me recuerda a aquella otra travesura que me contaba mi primo el médico.

Don Hugo: Sí, Arregui.

Don Víctor: El mismo. Estudió en Zaragoza y en el Colegio Mayor había un estudiante especialmente meapilas que rezaba encerrado en su cuarto. Algunos químicos muy guasones le insuflaron no sé qué gas por debajo de la puerta y, al inflamarlo, generaron como unas llamitas mefíticas. Al parecer, nuestro estudiante, remedando a San Jerónimo, se puso a gritar, descompuesto: «¡Vade retro, Satanás! ¡No me tientes!»

Don Hugo: Claro, don Víctor, ahora caigo en que en aquel entonces todavía existía el Demonio…

Narváez, Negrete y Cantinflas

Don Hugo: Lea, lea, don Víctor, vea cómo tengo razón. Narváez salpica su discurso de «pollos».

Don Víctor: Sí, es cierto, le llama «pollo» a Beramendi… aquí también a otro personaje…

Don Hugo: Un poco más adelante el propio Galdós explica que se refería con ello a cualquier persona y cómo aquel término pasó al acervo popular.

Don Víctor: Pues sí, de hecho Julita siempre me dice que en España nadie decía «macho» hasta que vino Negrete en la postguerra, con sus «a lo macho», «palabra de macho», «machos de Jalisco»…

Don Hugo: Y pasamos todos a llamarnos «machos» unos a otros…

Don Víctor: Pues otro tanto ocurrió, creo yo, con el «jefe». Aquí nadie lo decía hasta que, algo después, no llegaran las películas de Cantinflas.

Don Hugo: Y entonces, en los bares, en los talleres, en las peluquerías, todos pasamos a ser «jefes».

Don Víctor: No nos faltaba más que eso, don Hugo… que nos dieran ideas, con lo maleducados que somos… Me contó mi nieto Miguelito, a la vuelta de un intercambio con Francia, que allí los niños siguen llamando monsieur y madame a sus profesores.

Don Hugo: ¡Eso nunca, jefe, aquí todos somos bien machos y no hay pollo que nos obligue a llamarle «señor»!

Tarzán, suspenso en geometría

Don Hugo: Por eso los he traído aquí, porque esta arquitectura es una de las mejores expresiones del pecado original hecho monumento.

Don Víctor: Hombre, don Hugo, conozco una docena de rascacielos en Manhattan que son aún más arrogantes…

Don Hugo: Sí, pero no dejan de ser meros remedos, corregidos y aumentados, de Babel, que nada demuestran… La cuestión es otra… ¡la diabólica geometría!

Don Víctor: No sé por qué lo dice, pero vengo sintiendo un reconcome como de escaparme al bosque lanzándome por una de estas ventanas panorámicas…

Don Hugo: Sí, le comprendo, don Víctor; no dejaría usted de ser un trasunto de Tarzán, proyección de nuestro ello en su deseo de retornar a la inconsciencia plena.

Don Víctor: ¿Cómo, una regresión…

Don Hugo: ¡filogenética!

Don Víctor: … a un estadio primitivo?… En el fondo, ¡qué envidia me dan los monos!

Don Víctor: Sí, claro, es que esos primos nuestros sí que supieron escarmentar en cabeza ajena… Se cuidaron y se cuidan mucho de comer del fruto prohibido, ellos que no le hacen ascos ni a las moscas y se dan la vida padre, completamente despreocupados.

Don Víctor: ¡Pues es cierto, don Hugo, siguen viviendo en el Paraíso Terrenal!… mientras que nosotros, exiliados, no sabemos más que rodearnos de límites y geometrías que, poco a poco, van invadiéndolo todo y acorralando el Edén.

Las tres penínsulas

Don Víctor: Pero, don Hugo, si desde aquí se ve muy bonito, ¿para qué quiere usted que me suba allí arriba?

Don Hugo: No sea perezoso, don Víctor, ya verá. Tiro dos céntimos de Euro aquí en el centro de la orquesta y usted lo oye desde lo alto de la andanada, como si le cayera al lado.

Don Víctor: Lo creo a pies juntillas, pero se me está ocurriendo que se podrían derramar toneladas de monedas de dos Euros en este gigantesco embudo y no quedaría saldada ni por asomo la deuda que tenemos con los griegos, sólo por habernos regalado el teatro…

Don Hugo: ¡Y qué teatro!… Edificador de ciudadanos tanto en lo épico como en lo ético.

Don Víctor: Y no hablemos ya de la filosofía, de la política, de las Bellas Artes y del gran Homero.

Don Hugo: ¡Impagable herencia!… Una deuda permanente.

Don Víctor: Y después de semejante academia, ¡qué plenitud no nos esperaba a los europeos gracias a Italia! ¿Quién ha sabido pintar, esculpir, hacer música, levantar los más nobles edificios, diseñar ciudades, hacer poesía, desarrollar la ciencia moderna, cocinar?…

Don Hugo: Pues ahora venimos nosotros. Como si no tuviéramos bastante  con plantar semejante civilización en América, mientras tanto nos cayó la responsabilidad de defenderla en Europa y que no se malbaratara todo, atropellado por el turco aleve. ¿Qué habría sido de la Europa del Norte sin la vitalidad y el genio de las tres penínsulas?

Don Víctor: Pues ahí lo tiene, don Hugo, que ahora no quieren acordarse de nada… y a los pobres griegos les esquilman su patrimonio para que los bancos recompongan los beneficios de sus usuras…

Don Hugo: … y a los italianos, les quitan y les ponen gobiernos en función de las coyunturas socio-económicas de la plutocracia…

Don Víctor: Sí, y a nosotros… ¡si hasta pretenden que cumplamos con el déficit!

Mary Quant y el arte

Don Víctor: ¡Y el problema no es que le hayan puesto nombre sus detractores!… Los italianos, por ejemplo, mirando hacia atrás, llamaron…

Don Hugo: gótico al arte supuestamente bárbaro que precedió al «moderno» Quattrocento.

Don Víctor: Y los admiradores de Rafael y los de su quinta desdeñaron a sus sucesores, motejándolos de…

Don Hugo: manieristas… que vino a significar «amanerados».

Don Víctor: Los clasicistas del XVIII menospreciaban…

Don Hugo: ¡Calle, calle, don Víctor!… al deforme y caprichoso Barroco.

Don Víctor: Y no contentos con eso, ironizaban sobre las novedades sentimentales…

Don Hugo: … de los románticos, aquellos jóvenes novelescos.

Don Víctor: ¡Como que se consideraban universales y eternos! ¿Y qué me dice usted de quienes se mofaron de las vanguardias?

Don Hugo: Los llamaron impresionistas…

Don Víctor: tomando la parte por el todo… una palabra del título de un cuadro.

Don Hugo: … fauvistas…

Don Víctor: Sí, la pobre Venus clásica rodeada en la exposición de fieras estridentes, como el domador en su jaula.

Don Hugo: ¿Qué pensar del término «cubismo»?

Don Víctor: Como si atreverse a destruir la perspectiva renacentista fuera lo mismo que hacer cubitos, como los niños en la playa.

Don Hugo: El caso es que a mí hasta me parece bien que aquellos artistas tuvieran el sentido del humor de aceptar semejantes remoquetes.

Don Víctor: Yo pienso lo mismo, don Hugo. Lo que me da coraje es cuando son los amigos quienes eligen un mal nombre con las mejores intenciones. Por ejemplo, ¿entiende usted eso de «suprematismo»?

Don Hugo: No lo entiende ni Malevich, su propio padre.

Don Víctor: Pero, ¿y los estudiosos que pueden considerarlo todo con mayor distancia?… ¿Es relevante la diferencia entre una piedra pulida y otra tallada para dividir la Prehistoria, cuando la una perteneció a los primeros agricultores, productores sedentarios, y la otra a rudos depredadores nómadas?

Don Hugo: Demasiada piedra…

Don Víctor: ¿Cabe mayor trampa que distinguir entre arcos apuntados y arcos de medio punto?

Don Hugo: Muchos puntos son ésos para diferenciar al romano del gótico.

Don Víctor: Oiga, don Hugo, a ver si usted opina como mi primo Arregui…

Don Hugo: ¡Ése es un guasón!

Don Víctor: … que sostiene que el término más torpe aplicado a la Historia del Arte es el de «minifalda».

Don Hugo: Sin embargo, sin ánimo de contradecir al buen doctor, yo lo encuentro muy descriptivo y ajustado al concepto.

Don Víctor: Él afirma que debiera llamarse «falda inglesa» por un doble motivo: por Mary Quant y porque ¡llega hasta la ingle!