Despedidas

Don Víctor: Adiós entonces, don Hugo.

Don Hugo: Adiós, don Víctor, hasta mañana y, sobre todo, ¡cuídese usted!

Don Víctor: ¡Cuidarme!… ¿Es que le parece a usted que estoy desmejorado?

Don Hugo: En absoluto, don Víctor, si últimamente tiene usted un aspecto espléndido… ¡Que tenga usted una buena  tarde!

Don Víctor: ¿A qué viene tanta guasa, don Hugo, cuando le he estado contando que me toca encerrarme con el notario por ese lío de herencias con mis primas!

Don Hugo: Pero, ¿cómo, don Víctor, es que ahora le estorban a usted los buenos modales?

Don Víctor: Mire, don Hugo, me están viniendo a la memoria fórmulas farragosas que usaban mi padre y otros señorones… pero no, no es lo mismo. Ellos se lo decían de corazón…

Don Hugo: Si lo prefiere, se lo digo directamente y sin traducción: “Take care of yourself” and “Have a nice evening”, “mister Victor”…

Don Víctor: ¡Acabáramos…! La cajera del supermercado, el encargado del concesionario de Seat, las telefonistas de Jazztel, el camarero de Starbucks…

Don Hugo: Esas cantilenas que nuestros mercachifles americanizados inculcan a sus explotados para que éstos los suelten robóticamente a la clientela.

Don Víctor: Ya veo, ya veo, pues nada, don Hugo, ¡cuídese usted!

Don Hugo: Descuide.

Veraneos

Don Víctor: Nos estamos quedando en cuadro, don Hugo… cada día hay menos gente en la playa y el otoño está llamando a la puerta.

Don Hugo (cantando): La playa estaba desierta / El sol bañaba tu piel / Tocando con mi guitarra / Para ti, María Isabel

Don Víctor: ¡Qué poco casa esta cancioncilla con el escenario!

Don Hugo: ¿Por qué, don Víctor? Si es la típica canción del verano…

Don Víctor: Por eso mismo, porque la canción del verano es turismo de masas de los sesenta para acá, y este decorado corresponde a cuando sólo veraneaban los burgueses.

Don Hugo: ¡Y qué cultura popular no surgió entonces del veraneo proletario!… el automovilismo…

Don Víctor: que al principio fue más bien vespa con sidecar.

Don Hugo: … el bikini…

Don Víctor: actualmente top less

Don Hugo: … cuerpos socarrados al sol…

Don Víctor: en nuestros días, tatuados y operados

Don Hugor: … las boîtes…

Don Víctor: que ahora son discotecas con sus djs y todo.

Don Hugo: … los apartamentos…

Don Víctor: convertidos en rascacielos qataríes.

Don Hugo:… el crucero en golondrina: del puerto a la playa y de la playa al puerto…

Don Víctor: hoy en día ciudades flotantes que ni el Queen Elisabeth y que le llevan a usted de Barcelona a Singapur.

Don Hugo: … el festival de Benidorm con sus vocalistas melódicos…

Don Víctor: hoy chunda chunda electrónico.

Don Hugo: … los amores de verano…

Don Víctor: suplantados por escarceos sexuales todos los fines de semana…. Vamos, que no sé por qué le he cortado la cancioncilla…

Don Hugo y don Víctor (cantando): Chiribiribí poronponpón chiribiribí poronponpón…

Topos

Don Hugo: ¿Se acuerda usted, don Víctor, de lo que afirma Maupassant en su obrita sobre Sicilia?

Don Víctor: Claro, don Hugo, que los sicilianos conservan rasgos del antiguo amo español: la soberbia y el recelo.

Don Hugo: Sí, eso también, pero yo me refería a aquello de que los griegos saben escoger como nadie el paraje ideal para sus templos.

Don Víctor: Es muy notable que un paisaje natural que no nos atrevemos a alterar –ni usted ni yo, me refiero-, cobije sin desdoro una construcción tan visible y de tamañas dimensiones.

Don Hugo: Antes bien, se nos aparece más completo y enaltecido. Es la maravilla de la arquitectura griega.

Don Víctor: Efectivamente, porque no puede ser más inequívocamente artificial y humana: geométrica, ortogonal, rítmica, proporcionada, pulida.

Don Hugo: Sí, todo eso, pero ¡apaisada! Vertical, pero rimando con el suelo, con el horizonte.

Don Víctor: El orden dominando el Caos…

Don Hugo: … apaciguándolo…

Don Víctor: … en definitiva, ¡humanizándolo!

Don Hugo: Vayamos más allá que el propio Maupassant: ¡qué sensibilidad para elegir el único emplazamiento adecuado que asiente el equilibrio perfecto!

Don Víctor: No tuvieron que elegirlo, tan sólo reconocerlo. El lugar era ya un santuario ancestral, un lugar sagrado antes de que existieran los hombres. Aquel suelo fue hollado por la divinidad; allí tuvo lugar un episodio del mito.

Don Hugo: Me viene al recuerdo aquella viñeta donde Obélix, viendo la construcción de un acueducto, se queja: “Lo malo es que los romanos estropean el paisaje con sus construcciones modernas”.

Citas de autoridad

Don Hugo: ¡No me lo recuerde, don Víctor!… que aún me sulfuro y mire que han pasado años…

Don Víctor: Siento haberlo mencionado, pero es que como ahora su relación con Isidro Cuenca parece tan pacífica…

Don Hugo: Sí, claro, pero es porque yo renuncié a hacer el menor intento de argumentar, de convencerlo, de conmoverlo, de compensarle incluso… al cabo constaté que es un cenutrio: que si se le ocurre decir “no”, ya puede hundirse el mundo.

Don Víctor: Para mí también, don Hugo, ha sido un aprendizaje amargo y tardío desengañarme de la supuesta perfectibilidad del ser humano en todas sus edades…

Don Hugo: Esto nos ocurre por no acabar de creernos las enseñanzas de Watson. Si usted inscribe sobre la tabula rasa de un neonato  la terquedad, la estulticia y la indiferencia a la experiencia, eso no lo mueve ya ni el doctor Freud con toda su psicodinámica… ¡y mire usted que Watson es el ambientalista por excelencia…!

Don Víctor: Sí, ¿a qué nos llevan cuando personas así  se convierten en nuestro obstáculo?… A rodearlas, a prescindir de ellas, a actuar por otro lado… Todo lo demás son como las calabazadas de Lazarillo en el puente de Salamanca… pero seguro, don Hugo, que tiene usted alguna cita de autoridad que me refrende.

Don Hugo: “Lo que no pue ser no pue ser, y ademá eh imposible”, que dijo el Gallo.

Autocrítica

Don Víctor: Que lo hagan otros partidos, lo comprendo, pero siempre me llamó la atención en la Democracia Cristiana… ¡”Autocrítica”!… ¿No estaba en su cultura el “examen de conciencia”?

Don Hugo: Sí, claro, don Víctor, pero ¿es que puede usted imaginarse, por ejemplo, a Andreotti, dirigiéndose al cónclave de su partido, diciendo: “Hermanos., los resultados electorales nos han sido adversos… ¡Os invito a hacer examen de conciencia!”

Don Víctor: Hombre, muy moderno no quedaría…

Don Hugo: En cambio, la terminología marxista se nos aparece como científica.

Don Víctor: Pero si los marxistas, precisamente, lo tienen copiado todo de la Compañía… Es cierto que el “dolor de corazón” lo ignoran, pero no me negará usted, don Hugo, que la “reeducación” es…

Don Hugo: el “propósito de enmienda”.

Don Víctor: La “rendición de cuentas al Comité” es…

Don Hugo: “decir los pecados al confesor”.

Don Víctor: ¡Muy bien, don Hugo!… y “cumplir la penitencia”…

Don Hugo: ¡El Gulag!

Dichosos pinos

Don Víctor: No dejo de sentirme, don Hugo, como uno de esos muñequitos que ponen en las maquetas de las nuevas promociones inmobiliarias.

Don Hugo: Es verdad… ¡aquí todo es tan grande!

Don Víctor: ¿Pero no le parece que este río tan canalizado y tan regulado es un estanque con forma de río?

Don Hugo: Hombre, ya sabe usted, don Víctor, que este Manzanares no da para mucho…

Don Víctor: Este camino tan perfecto, estas pasarelas modernas y caprichosas… no sé… se me antoja una de esas nuevas ciudades improvisadas en los Emiratos Árabes…

Don Hugo: Para mí, que lo mejor son estas plantaciones: verde en lugar de la autopista de circunvalación.

Don Víctor: No se lo niego, no se lo niego… pero ¿estos pinitos?… ¿Qué pintan aquí en la ribera del supuesto río?

Don Hugo: Lleva usted razón, don Víctor, el pino ni refresca ni da sombra ni atrae a los pajaritos… pero los ingenieros determinaron que como es un árbol que crece bien entre los peñascos y aquí abajo hay hormigón, eran los más indicados.

Don Víctor: Pues qué quiere que le diga, don Hugo… Para mí no deja de ser un disparate. ¿Por qué no consultaron previamente con un paisajista si se trataba de recrear un paisaje natural?

Don Hugo: ¿Pues por qué ha de ser, don Víctor? Por la soberbia humana… Yo hago lo mío que es una proeza técnica y, luego, quien tenga que adornarlo, que se apañe, que no será tan difícil.

Don Víctor: Los hombres somos capaces de transformar el mundo, sí, pero la perfección no es lo nuestro.

De lo mudable de las costumbres

Don Hugo: ¡Vaya, por Dios, don Víctor, otra vez se nos queda corto el tiempo!… A ver si vamos a hacer esperar a las señoras… Ya estarán tomando el aperitivo…

Don Víctor: ¡Y menos mal, don Hugo, que hemos quedado a las tres, que si fuéramos franchutes, no hubiéramos tenido tiempo más que para recoger la entrada!

Don Hugo: ¿Recuerda usted “El castellano viejo”, de Larra?

Don Víctor: Sí, claro, cómo le advierte al Pobrecito Hablador, al convidarlo, de que llegue pronto, que en su casa no se siguen las costumbres extranjerizantes de comer tarde.

Don Hugo: Y también en no sé qué episodio nacional de Galdós, dos cortesanos reprochan a la Reina María Cristina que los haga comer tan tarde, como si La Granja fuera Nápoles.

Don Víctor: ¡Y ahora es todo lo contrario!… Para cuando queremos comer en el extranjero, resulta que ya han cerrado las cocinas, y nos reímos de esos turistas que a las siete de la tarde ya están cenando.

Don Hugo: Ayer fue de aquella manera… hoy, de esta otra…

Don Víctor: ¿Y mañana?… ¿quién puede decirlo?

Don Hugo: Afirma don Claudio: “No tengo por conclusa la fragua de la contextura temperamental de ninguna nación en ningún momento de su historia, y por ello no puedo prescindir del golpear del martillo de la Modernidad sobre el yunque de nuestro Medioevo en la forja de lo hispánico”.

Don Víctor: ¡Inapelable!

Napoleón

Don Víctor: ¿Mo le parece, don Hugo, que todos estas estatuas ecuestres no dejan de ser trasunto de las de los condottieri, de un, pongo por caso, Gattamelata?

Don Hugo: Indudablemente, don Víctor, pero ellos se fijaron en el Marco Aurelio de Roma, tanta era la arrogancia de aquellos capitanes mercenarios…

Don Víctor: No ha habido espadón, general pronunciado ni dictador militar que haya renunciado a la pompa de cabalgar una montura de bronce.

Don Hugo: Sí, pero todos esos a quien de verdad emulan es a Napoleón, que es el padre de cuantos dictadores militares ha arrojado el planeta en todos sus continentes.

Don Víctor: Pues es verdad, don Hugo. ¡Qué duda cabe que de aquel ciclo revolucionario irradiaron grandes y benéficas ideas, pero también otras que fueron contraproducentes.

Don Hugo: Esto es bien cierto… Ahora bien, dígale usted a un francés que si hubo un Franco, por ejemplo, es porque, primero, hubo un Bonaparte.

Don Víctor: Sí, claro, y un Pinochet y un Bánzer y todos los Tiranos Banderas que dio América… Es evidente que hemos copiado mucho a los franceses en los últimos siglos, pero no me había dado cuenta de que también en esto de creernos napoleones.

Don Hugo: Sí, como en un manicomio cualquiera.

Violencia de género

Don Víctor: Déjelo usted, don Hugo, que va a ser el cuento de nunca acabar.

Don Hugo: ¿Qué le parece esto, don Víctor: «No quiso darle cuartelillo»?

Don Víctor: Se trataba sin duda de un número de la Guardia Civil.

Don  Hugo: «El gobierno hace aguas».

Don Víctor: Hombre, son humanos… pero hablar de estas cosas me hace el efecto de aquellas disquisiciones del Quijote sobre si los caballeros encantados en las cuevas de Montesinos hacían sólo aguas menores.

Don Hugo: Tengo más. Escuche: «Me comentó qué coche tenía».

Don Víctor: Más lacónico no puede ser el comentario: ¡una palabra!

Don Hugo: Sigo, don Víctor: «en un ambiente de confrontación entre los partidos».

Don Víctor: Sí, cualquiera tomaría «confrontación» por «guerra» y no por «cotejo».

Don Hugo: Ahora la más extravagante: ¡violencia de género!

Don Víctor: ¡Violencia de género!… y, ¿por qué no «violencia de número» también?,,, «Quedé el catorceavo en la carrera». Dígame usted, don Hugo, si eso no es hacer violencia al lenguaje…

Don Hugo: Es verdad, don Víctor; «violencia de género» sería entonces «el agua envasado», «el sanguinario águila» y «este aula».

Don Víctor: Mi tío José Antonio cayó a un barranco y si no llega a agarrarse a una rama, se nos mata. Cuando le dijeron que gracias a Dios se había salvado, él contestó airado: «Grasias al rama, que a Dios ya le vi intensión«.

Libertad de pensamiento

Don Víctor: Hizo usted muy bien en decírselo, don Hugo, para que vea que no es el único en pensar así.

Don Hugo: Es que es indignante que se nos trate a estas alturas como a menores de edad y se nos censure y enmiende el legado cultural acumulado porque ya no se ajusta a nuestro correctísimo credo actual… Oiga, don Víctor, ¡y que a Boadella se le alegró la cara!

Don Víctor: Un bálsamo para él, que siempre se pelea contra el mundo, igual que a nosotros nos reconforta el ver convertido en esperpento la pretensión de corregir los argumentos de las óperas para que la condición femenina no quede ofendida.

Don Hugo: Bueno… lo que nos pasó en la visita al teatro de la Zarzuela, cuando aquella guía tan encantadora nos quiso convencer de que había que renovar el espíritu del repertorio vistiendo con la vieja música unas nuevas letras inanes que no molesten a nadie.

Don Víctor: Es eso de llenar con vino nuevo los odres viejos.

Don Hugo: ¡Que los revientan!

Don Víctor: Como nos reventaron hace unos años “El asombro de Damasco”, desvirtuando el diálogo entre Alimón con la bella Zobeida, al recortar todas las gracias, ¡tan populares e ingenuas!, a costa de los mahometanos.

Don Hugo: Se nos ha debido de agotar el espíritu crítico…

Don Víctor: Giordano Bruno, Montaigne, Galileo, Voltaire, Rousseau, los Ilustrados… ¡nos han dejado herniados y se ve que ya no sabemos pensar por nosotros mismos!

Don Hugo: Nada, que me siento como un indio americano, necesitado de la protección del buen misionero, que sólo me enseñará lo bueno y me ocultará lo que pueda existir de malo por aquello de que quien quita la ocasión, quita el peligro.

Don Víctor: Tanto criticar a la Inquisición, a la religión católica y nuestras tradiciones y nos ponemos a emular a doña Isabel de Portugal cuando prohibió la entrada en América de libros de caballerías.

Don Hugo: “Porque éste es mal exercicio para los indios e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean”.

Don Víctor: ¡Pero qué cabeza tiene usted, don Hugo!… Eso sí, no todos los libros se prohibían porque los había correctos y adecuados.

Don Hugo: “tocantes a la religión christiana o de virtud en que se exerciten y ocupen”.