Alma italiana

Don Hugo: Me tiene usted en ascuas con lo de Durero: cómo es posible que, siendo alemán, fuera capaz de pintar un cuerpo.
Don Víctor: Es sólo un barrunto, don Hugo, pero no me lo saco de la cabeza…
Don Hugo: No me salga usted ahora con que fue a aprender a Italia… porque ahí iban todos y, salvo algunos españoles, ninguno se enteraba de gran cosa y menos los tedescos.
Don Víctor: Parece que Miguel Ángel reconoce los adelantos de Berruguete y de Almedina… y más tarde también los flamencos aprovecharán lo suyo, pero le doy la razón.
Don Hugo: Entonces, don Víctor, ¿cómo explica usted lo inexplicable?
Don Víctor: En mi última convalecencia pasé muchas horas estudiando todos sus grabados y, tras mucho comparar, combinar figuras de unos con otros, solaparlos… vinieron a enfrentarse ante mis ojos un autorretrato suyo, por un lado, y, por otro, el Demonio tentando a Cristo.
Don Hugo: No en vano Durero se representó alguna vez que parecía la Santa Faz del lienzo de la Verónica.
Don Víctor: No quise ver más y quedé postrado varios días…
Don Hugo: No lo dude, don Víctor, es un caso indiscutible de insight místico.
Don Víctor: Yo, en mi flaqueza, creí que era como una revelación…
Don Hugo: Pero, don Víctor, vaya usted al grano de una vez, que parece como si me fuera usted a morir con el secreto.
Don Víctor: Durero vendió su alma a Mefistófeles para ser italiano el resto de sus días.
Don Hugo: ¡Acabáramos!

Châteaux en Espagne

Don Víctor: «Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora / Campos de soledad, mustio collado,/ Fueron un tiempo Itálica famosa…»
Don Hugo: Sí, y luego que si la «lastimosa reliquia» y que si «sólo quedan memorias funerales» y que «de todo apenas quedan las señales» y que si «a su gran pesadumbre se rindieron» y que al final, como ocurre siempre en España, todo lo invade el «amarillo jaramago»….no, si ya le veo venir, don Víctor. ¡Y cuánta razón no llevará usted una vez más!
Don Víctor: ¡Cuántas veces, don Hugo, nos habremos creído los españoles que ya se había acabado de una vez con el caciquismo!
Don Hugo: Desengañémonos, don Víctor, que el caciquismo es como Frégoli, que a cada momento vuelve con un disfraz nuevo.
Don Víctor: ¿De lagarterana quizá?
Don Hugo: Va usted bien… últimamente de comunidad autónoma. Coloque usted a sus nepotes y búsquese unos cientos más, creando una red de intereses a costa del flamante presupuesto transferido…
Don Víctor: ¡Cuántas más transferencias, mejor servicio al ciudadano!
Don Hugo: … láncese usted, alegremente, a construir y construir… débale a todos los bancos y gane usted así poderosos valedores.
Don Víctor: Con semejante auge, qué contento va a estar el pueblo: trabajo y especulación al alcance de todos los españoles.
Don Hugo: Perdone usted: ¡sólo de los de nuestra autonomía!
Don Víctor: Y cuando no quede más leña que quemar, quéjese usted de Madrid…
Don Hugo: … que Madrid ya se quejará de la Merkel… ¿Por qué Boadella no habrá sacado un montaje de «Los caciques» de Arniches?
Don Víctor: Demasiado fácil, ¿qué podría aportar aquí don Albert?
Don Hugo: Hay una frase de don Julián, el médico rural, aquel tan raro por ser honrado y discreto, que no tiene desperdicio: «un caciquismo que despoja, aniquila, envilece… que vive agarrado a estos pueblos como la hiedra a las ruinas.»
Don Víctor: Pues sí que va a tener usted razón, don Hugo, con lo de Boadella: ¿por qué no fantasear sobre el arte quimérico de construir ruinas modernas, monumentales espejismos arquitectónicos que nunca se utilizarán: el Hospital Oncológico de Villaviciosa de Odón, la Ciudad del Circo en Alcorcón, el aeropuerto de Ciudad Real, el de Castellón, el Museo…
Don Hugo: Des châteaux en Espagne!

Blanco y negro

Don Hugo: Nos decía ayer a Dolores y a mí nuestra hija que le gustan muchísimo más nuestras fotos de boda que las suyas.
Don Víctor: Y eso que las de su niña serán bien grandes y en color.
Don Hugo: Precisamente. Dice que el blanco y negro tiene una poesía y un misterio que se pierde con el color.
Don Víctor: La verdad es que la realidad que vemos, abriendo simplemente los ojos, no es nada artística: es sobreabundante en estímulos cromáticos, es prolija, desordenada, confusa, hasta sucia si me permite la expresión.
Don Hugo: No siempre, don Víctor; concédame que hay lugares muy bonitos…
Don Víctor: Pero porque seleccionamos según miramos; desechamos gran parte de lo que estamos viendo y nos imaginamos incluso la hermosa vista que podríamos componer. Delacroix mismo confesaba que era incapaz de representar todo lo que tenía delante y que para pintar un cuadro tenía que hacer previamente limpieza.
Don Hugo: Vamos, que siempre es necesaria una estilización… y al fotógrafo, en cuanto que abre el objetivo, se le cuela todo.
Don Víctor: Exactamente, pero en cambio, el blanco y negro se limita a las tonalidades, prescindiendo de las diferencias cromáticas, que es lo que encontramos, por ejemplo, en la base de los paisajes de Corot.
Don Hugo: Por algo son tan misteriosos y casi hipnóticos… Se me parecen a mis sueños, que son en blanco y negro.
Don Víctor: Fíjese, don Hugo, que la vida en blanco y negro, como al parecer ven los perros, nos resultaría mortecina, al igual que una grisalla flamenca, pero el pintor puede engalanar su representación con colores escogidos y armonizados cuidadosamente, gracias a que ha eliminado infinidad de elementos superfluos.
Don Hugo: Claro, don Víctor: una cosa es la vida y otra, bien distinta, el arte; y dentro de éste, una cosa es la pintura y otra la fotografía, cada cual con sus exigencias.
Don Víctor: Eso es lo que le va a decir usted a su hija, que tiene mucha razón y que si quiere arte, que mande revelar todo el reportaje en blanco y negro.

Ya no hay úlceras

Don Víctor: Usted, don Hugo, ¿cuándo se enteró de que existía el colesterol?
Don Hugo: ¡Arrea!… Sólo acierto a decirle que con Franco no había colesterol… y que últimamente resulta que hay colesterol bueno y colesterol malo.
Don Víctor: Lo que sí que había, especialmente desde el desarrollismo y el pluriempleo, era úlceras de estómago.
Don Hugo: Y ya por entonces bien que empezaban a atizar los infartos.
Don Víctor: ¿Se da cuenta de lo que cambian las cosas, que ahora la plaga es el cáncer?
Don Hugo: Pues sí, don Víctor… ¿Quién se acuerda ya de las úlceras?… ¿Infartos?… Bueno, sí, alguno sigue habiendo.
Don Víctor: Creíamos que una cosa era la biología y que otra, la sociedad…
Don Hugo: La realidad demuestra lo contrario. ¿Qué si no son las enfermedades psicosomáticas? La expresión de esa interrelación íntima entre ambos ámbitos.
Don Víctor: Pero entonces, ¿la enfermedad cambia como la moda en el vestir, como la tecnología, como los gustos por los espectáculos, como la estructura económica?…
Don Hugo: Hasta ese punto antropomorfiza el mundo el ser humano.
Don Víctor: Entonces, nuestro cuerpo es social…

Matías López

Don Hugo: Fíjese, don Víctor, una lata de chocolate «Matías López».
Don Víctor: ¿Chocolate, dice usted?… ¿Ése que tomábamos en la postguerra?
Don Hugo: ¿Sabe usted lo que el propio fabricante contestó a un adulador que le sugería echar menos cacao a su chocolate?
Don Víctor: No acierto a imaginarlo, don Hugo.
Don Hugo: «¿Echar menos cacao?… Hijo mío, eso es imposible».

Épica y lírica

Don Víctor: Para mí, don Hugo, que Don Juan, en el fondo, no es hombre de amor.
Don Hugo: No me diga, don Víctor… pues entonces… ¡apaga y vámonos!
Don Víctor: Verdaderamente, ¿le parece sensible a lo lírico?
Don Hugo: Toda la vida anda corriendo tras la última bella que acaba de inflamar su corazón.
Don Víctor: Yo lo veo más bien como un hombre de guerra. ¿Recuerda usted esa verdadera arenga que dirige a su criado Sganarelle?
Don Hugo: ¿El de Molière?
Don Víctor: En efecto. La conquista de la dama le lleva a ensartar toda una panoplia de terminología militar. Mire la lista: «réduire, combattre, rendre les armes, forcer pied à pied, résistance, opposer, vaincre, être maître, conquête, triompher de la résistance, ambition de conquérant, de victoire en victoire…» ¡Si hasta llega a compararse con el mismísimo Alejandro!
Don Hugo: Mucho antes que Molière, nuestro buen Arcipreste lo dijo ya, poniéndolo en boca de doña Venus… A ver si recuerdo bien…

Con arte se quebrantan los coraçones duros,
tómanse las çibdades, derríbanse los muros,
cahen las torres fuertes, álçanse pesos duros»

Don Víctor: ¡Me ha matado!
Don Hugo: El drama de don Juan es que es incapaz de disfrutar de lo conquistado; enseguida se aburre y añora volver de campaña… no nos engañemos, don Víctor… todos somos Don Juan.
Don Víctor: ¡No me falte a Dolores, que se le calienta a usted la boca!
Don Hugo: No es eso. Lo que yo digo es que el hombre occidental, que es el único al que entiendo, participa de esa misma dualidad que desgarra a Don Juan: en la paz añora la guerra y en la guerra suspira por la paz.
Don Víctor: Tiene usted, razón, don Hugo. Esa es nuestra crónica insatisfacción: la dialéctica entre épica y lírica.

Sé feliz

Don Hugo: Menos mal, don Víctor, que ya han quitado de la salida de Brunete aquel cartel que rezaba: «Adonde quiera que vayas, recuérdanos. Sé feliz».
Don Víctor: ¡Vaya con Brunete! Se conoce que pasó por allí «¡Viva la gente!» para el pregón de las fiestas…
Don Hugo: En cambio el otro día fui al parking municipal de Pozuelo y pone: «Feliz aparcamiento».
Don Víctor: Créame, don Hugo, hoy en día la felicidad obligatoria es el pensamiento único.
Don Hugo: Ya se adelantó el bueno de don Léon Blum con aquello de que «queremos individuos felices y no ciudadanos útiles».
Don Víctor: Pero lo suyo tiene un pase porque eran otros tiempos y la condición obrera, lamentable.
Don Hugo: Antes teníamos la decencia de desearnos felicidad sólo en las fechas señaladas: Navidad y cumpleaños…
Don Víctor: ¿Dónde acaba y dónde empieza esa felicidad?… Si parece un carrusel que nunca se fuera a detener… un carnaval permanente… a la postre una rueda satánica.
Don Hugo: Es el señuelo de una falsa felicidad permanente. Los espíritus quedan estragados de tan empachoso producto de consumo.
Don Víctor: Y la felicidad, como tal, ¡devaluada!
Don Hugo: Desnaturalizada…
Don Víctor: Suplantada… y ¡anulada!

Estrés

Don Víctor: ¡Si ahora hasta resulta que Cristo tuvo estrés!
Don Hugo: Como que sudó sangre…
Don Víctor: ¡Estrés, estrés!… ¿qué es el estrés?…
Don Hugo: ¿Exceso de preocupaciones o de trabajo?
Don Víctor: Eso es agotamiento… eso es surménage.
Don Hugo: ¿Sentirse muy presionado, acuciado?
Don Víctor: Eso es agobio.
Don Hugo: ¿Un no hallarse, un sin vivir?
Don Víctor: Eso es desasosiego.
Don Hugo: ¿Un recelo, un temor generalizado?
Don Víctor: Vamos, que se me hacen los dedos huéspedes…
Don Hugo: ¿Un estar nervioso?
Don Víctor: Comején, desazón.
Don Hugo: ¿Es acaso la ansiedad… la angustia?
Don Víctor: A este paso, acabaremos hablando del estrés existencial de Kierkegaard y de Sartre…
Don Hugo: Estrés también sería la «indefensión aprendida»: tras una serie de conductas siempre castigadas, se cae en la depresión y en la parálisis psíquica.
Don Víctor: Mire, don Hugo, estrés es todo y no es nada… ¿No hablamos ahora de estrés de la banca?…
Don Hugo: Sí, don Víctor, y hasta ¡de estrés hídrico!
Don Víctor: ¡Si hasta los toros tienen estrés!…
Don Hugo: Sí, y por eso se caen tanto.

La batalla de Madrid

Don Hugo: Diecisiete refugiados llegamos a tener aquí, don Víctor…
Don Víctor: ¿Y cuando había bombardeo?
Don Hugo: Bajábamos a la botica de mi tío Cecilio con los demás vecinos de la casa. Allí fue donde a una monja se le cayó en la cabeza un frasco de «mierda del diablo»
Don Víctor: ¡Precisamente! Pero, dígame, don Hugo, ¿los refugiados eran todos parientes, como en mi casa?
Don Hugo: Sólo las Cucas, dos beatas siempre de negro… Como mi padre salía a comprar los víveres que podía en el mercado negro, luego, cuando le pagaban, en más de una ocasión le reprocharon que se estaba poniendo muy «carero».
Don Víctor: ¡Encima, como si el pobre, que se jugaba la vida por todos, les estuviera sisando!
Don Hugo: Yo me reí mucho cuando las Cucas, una mañana, dijeron que había habido mucho movimiento en el frente por la noche… mucho bombardeo… Todos sabíamos que se trataba del tío Cayetano que, mientras paseaba fumando por el pasillo, iba peyéndose con estruendo…
Don Víctor: ¡Bélico!

italianos

Don Hugo: Le juro a usted, don Víctor, que el otro día sí que lo encontré. ¡Monferrato estaba por aquí!… No lo he soñado…
Don Víctor: ¿Pero no es cierto, don Hugo, que se quedó usted dormido mientras lo buscaba?
Don Hugo: Es igual. En cualquier caso Monferrato es piedra de toque del nacionalismo italiano, tanto para Tassoni como para Boccalini.
Don Víctor: Lo que me maravilla es que inventaran antes que nadie el nacionalismo en pleno siglo XVII.
Don Hugo: ¡Y que luego fueran tan negligentes como para unificarse más tarde que nadie!
Don Víctor (cantando): «Siamo tutti una sola famiglia!»
Don Hugo: El bueno de Mazzini no inventó nada. La novedad fue Garibaldi, el brazo ejecutor, que era lo que faltaba.
Don Víctor: El mismo Alessandro Tassoni ya lo había dejado formulado: «abbandonano la difesa della patria per unirsi agli stranieri nemici».
Don Hugo (cantando): «Guerra, guerra allo stranier!»
Don Víctor: Claro… porque estaba Garibaldi detrás, que si no Verdi habría tenido que cantarle al claro de luna…
Don Hugo: Pues fíjese lo que dice Trainao Boccalini, que con sólo ponerse un par de gregüescos sevillanos, los italianos se fingen «buoni spagnoli»; y con un cuello de encajes de Cambrai, «perfetti francesi».
Don Víctor: ¿No es este Boccalini el que llama a sus compatriotas «monos» por su conducta de imitación?
Don Hugo: El mismo, por más que diga que «nell´intimo del cuor loro serbano vivissimo l´odio antico».
Don Víctor: Vamos, como para un coro de Verdi.
Don Hugo: Pero entre tanto el pueblo llano se avenía a todo: «Con la Francia o con la Spagna, pur che si magna».