¡Mentira!

Don Hugo: Mire lo que dice el diario, don Víctor. Parece que todavía colea aquel caso de Eufemiano Fuentes.
Don Víctor: ¡Vaya mazazo, don Hugo! Con lo mucho que nos agradó seguir el ciclismo durante tantos años.
Don Hugo: Ya no tiene uno dónde refugiarse. Con lo que usted y yo hemos admirado también, por ejemplo, la tenacidad de Marta Domínguez…
Don Víctor: Calle, calle, que otro tanto ocurre en la política.
Don Hugo: ¿Queda algo de verdad cuando todos parecen hacer buena la máxima de Zapatero de que «las palabras están para servir a la política»?
Don Víctor: Tendrían que leer a aquel disidente checoslovaco, Ferdinand…
Don Hugo: Sí, Ferdinand Peroutka.
Don Víctor: Sí, ése. Escribió, ya no sé si en la cárcel o en el exilio, que la democracia estaba obligada a defender la herencia de las generaciones pasadas cifrada en la auténtica correspondencia entre palabras y realidad.
Don Víctor: Cómo para leer están los que nos mangonean…
Don Hugo: ¿Cómo eran esos fandangos naturales que cantaba la Sallago, ésos que nos gustaron tanto?… Empezaban por (cantando): «Mentira y más mentira / Todo es mentira…»
Don Víctor (cantando): «El sabio y el ignorante / dijo que casi todo en este mundo / es mentira»
Don Hugo y don Víctor (cantando): «El hombre más importante / se asoma al espejo / y mira las mentiras / por delante».

Autoconcepto

Don Víctor: ¿Cómo vamos a salir de este mal paso si está la autoestima de la población por los suelos?…
Don Hugo: ¿»Autoestima», dice usted? Y por qué no «amor propio», en lugar de ese término que yo reservaría únicamente al campo de la psicología.
Don Víctor: Perdone mi intrusismo, pero sin amor propio y con esa fijación en la prima de riesgo…
Don Hugo: ¿Fijación?… ¿En cuál de las distintas etapas del desarrollo psico-sexual: en la oral, acaso en la anal, en la fálica quizá o en…?
Don Víctor: Déjese de monsergas, don Hugo. Lo que yo quería decir es…
Don Hugo: Lo que usted quería decir, don Víctor, es «obsesión».
Don Víctor: Sí, obsesión por la prima de riesgo y otros indicadores económicos. Y para colmo, el narcisismo de nuestros políticos, que, en lugar de ideas…
Don Hugo: ¿Narcisismo? ¿Quiere usted decir con ello que nuestros políticos no han superado aún el primitivo período evolutivo de su afectividad infantil y son incapaces de distinguir el mundo externo y la realidad de su propio yo?
Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿qué mosca le ha picado a usted hoy? Déjeme terminar, que me está entrando complejo de idiota.
Don Hugo: La literatura psicoanalítica sólo sanciona dos complejos: el de castración y el de Edipo/Electra; así es que, don Víctor, si usted insiste en tener complejos, ¡elija!
Don Víctor: Apiádese de una vez, hombre de Dios, que me está usted volviendo neurasténico y ¡perdón por la expresión! Ya no sé lo que me digo, pero de lo que sí estoy seguro es de que España necesita un buen psicoanalista.
Don Hugo: Muy bueno tendrá que ser, y mejor aún su contra-transferencia, para que llegue a curar semejante vesania.

Fortuna

Don Víctor: Siento decirlo, don Hugo, pero se han quedado con un palmo de narices.
Don Hugo: Pero si incluso nosotros, hace unos pocos años, nos pensábamos que nuestros hijos nunca conocerían otra cosa que progresar y progresar… Lo que hubiéramos dado nosotros, don Víctor, por haberles ahorrado este último vaivén de la fortuna…
Don Víctor: Diosa Fortuna, con razón Júpiter te llamaba «borracha».
Don Hugo: Ahí creo yo que se pasó un poco de la raya don Francisco de Quevedo.
Don Víctor: ¿Con que me sale usted ahora, don Hugo?… ¿ Es que acaso le da miedo la fortuna? ¿Vamos a volver a los conjuros y a la magia blanca?…
Don Hugo: No, desde luego que no, ni tampoco al horóscopo…
Don Víctor: … ya puestos, desechemos en general la astrología…
Don Hugo: … y, para acabar, oráculos y augurios… Al hombre no le será nunca dado conocer el destino que le depara la Fortuna….
Don Víctor: … sino trabajar para merecer lo bueno.
Don Hugo: Pero volvamos a Quevedo, don Víctor, cuando deja que la diosa se justifique: «Muchos reciben de mí lo que no saben conservar: piérdenlo ellos y dicen que yo se lo quito».
Don Víctor: Eso mismo: la Fortuna nos envió el viento favorable de la coyuntura económica mundial…
Don Hugo: … doblada para nosotros por los fondos de cohesión europeos…
Don Víctor: Y, sin embargo, ¿qué hicieron con todo ello nuestros administradores?
Don Hugo: Lo que dice Quevedo, por boca de la Ocasión, que se volvieron «presumidos, perezosos y descuidados».
Don Víctor: ¡Caramba, don Hugo, si es que se lo sabe usted todo!… Qué gran rapsoda homérico se perdió la antigua Grecia…

Amargo

Don Hugo: Le esperaba a usted más locuaz, don Víctor. ¡Quién diría que venimos de ver la pinacoteca de Brera!
Don Víctor: No sé a qué viene este decaimiento porque, la verdad, don Hugo, eso del síndrome de Stendhal no lo he padecido nunca.
Don Hugo: Ahora mismo nos pedimos usted y yo un Aperol y ¡va a ver cómo se anima!
Don Víctor: ¿Aperol? Mire usted lo que le digo: que prefiero una Coca-Cola.
Don Hugo: Pero, don Víctor, que estamos en Italia; aquí lo que toca es ese toquecito de amargo, tan estimulante.
Don Víctor: ¿Amargo?… Ahora que lo dice usted, echemos cuentas. En los últimos días, venimos tomando: cynar en el aperitivo, rúcula en la ensalada, alcachofa en los antipasti …
Don Hugo: Pues lleva usted razón: tiramisù bien cargadito de cacao, café bien amargo y su copita de amaretto.
Don Víctor: Y eso sin contar con esos helados que a usted tanto le gustan: que si la amarena, que si la spagnola…
Don Hugo: ¿Qué tendrá el sabor amargo? Ya lo decía aquella canción de San Remo (cantando): » un gusto un pò amaro / di cose perdute…
Don Hugo y don Víctor (cantando:): «… di cose lasciate / lontano da noi…»
Don Víctor: ¿Qué tendrá el carácter italiano que, aunque aparentemente se entregue sin reserva al placer que le ofrece el momento, no deja de verter su gotita amarga como para recordarse a sí mismo que…
Don Hugo: … que… pues qué va a ser, don Víctor, ¡lo de «Lucrezia Borgia»!, que «la gioia dei profani è un fumo passaggier…»
Don Víctor: ¿No sería Pasolini, por ejemplo, ese imprescindible veneno de los Borgia inoculándose en pleno corazón de la cultura italiana de post-guerra?…
Don Hugo: … que, por cierto, tanto nos gusta a usted y a mí… ¿Recuerda usted lo que dice Dappertutto, en aquel cuento de Hoffmann, cuando insta a Günther a que envenene a su familia?
Don Víctor: No lo recuerdo, don Hugo, pero de lo que sí estoy seguro es de que será bastante cínico.
Don Hugo: «pero ¿no es acaso delicioso el sabor amargo de las almendras? Y ésa es la amargura de la muerte».

¿Adiós al adiós?

Don Víctor: ¿Que Dios se está muriendo?
Don Hugo: No, Dios, no; el adiós.
Don Víctor: No le entiendo, don Hugo.
Don Hugo: Pero, ¿a que «hasta luego» sí que lo entiende usted?
Don Víctor: Es verdad; en cambio, si uno dice «adiós», le miran mal y todo.
Don Hugo: En el italiano y el francés ya han desaparecido. Si alguien dice «Addio» significa: «No quiero volver a verte».
Don Víctor: Y si dice usted «Adieu», es que usted o yo, ¡o los dos!, estamos a punto de palmarla.
Don Hugo: Sin embargo, no debiera ser así. ¿No ven los italianos que cuando Gilda y Gualtier se dicen «addio, speranza ed anima», la música se acelera y comunica su incontenible impaciencia por volver a abrazarse pronto?
Don Víctor: En España tenemos que volver a oír el Rigoletto antes de que sea demasiado tarde… pero, don Hugo, apresúrese porque como sigamos aquí de palique, le van a cerrar la Biblioteca.
Don Hugo: Es verdad, don Víctor, no me iría nunca, pero… ¡adiós!
Don Víctor: Adiós, don Hugo.

Drogodependencia

Don Víctor: «Un chute de moral para nuestro país». Eso es lo que el ministro Margallo declaró que sería la concesión de los Juegos Olímpicos para Madrid.
Don Hugo: ¿De qué se escandaliza usted, don Víctor, si su jefe dijo antes que él que la victoria de España en los últimos Campeonatos de Europa de fútbol supondría un «subidón de moral».
Don Víctor: ¿No le parece a usted, don Hugo, que nuestro lenguaje también se ha vuelto drogodependiente?
Don Hugo: Ahora tenemos mono de todo.
Don Víctor: Sí, como hay tantas cosas que nos enganchan…
Don Hugo: … pues, claro, alucinamos…
Don Víctor: Yo, más bien, flipo… sobre todo si nos lo ponen en vena.
Don Hugo: ¡Puf, entonces sí que vamos a tutta birra!
Don Víctor: Don Hugo, empiezo a sentirme mal. Me está dando vueltas este bareto.
Don Hugo: Pues que no le pase a usted, don Víctor, lo que a los chinos con el opio: que se adormecieron y se dejaron engañar.
Don Víctor: Diga usted más bien como a los turcos, que con esto de las vueltas, estoy hecho un derviche giróvago.
Don Hugo: Con tanto hachís y tanto alcohol, se les colaron todos por la Sublime Puerta.
Don Víctor: Ay, ¡qué curda, don Hugo!… pero dígame usted: ¿qué va a ser de la lengua española?

Melocotón podrido

Don Hugo: ¡Ya está, otro melocotón podrido! Si es que no falla… con la de veces que me he quejado y cada poco me hace lo mismo.
Don Víctor: Pero con la cantidad de fruta que le compra usted… ¡y bien cara que la vende!
Don Hugo: La verdad, tiene muy buen género, pero esto de hacer una trampa es más fuerte que él.
Don Víctor: ¿Algo así como una Rumasa, primero, y luego una nueva Rumasa…?
Don Hugo: Y lo que te rondaré, morena, con la de hijos hombres de negocios que tiene el buen señor…
Don Víctor: Como el jugador que ha perdido mil veces y, a pesar de ello, vuelve otra vez a apostar el primer dinero que le viene a la mano.
Don Hugo: Acierta usted, don Víctor. Freud lo tiene diagnosticado: la ludopatía es un desplazamiento de la energía psíquica inconsciente al ámbito social desde la compulsión a la masturbación; a despecho de toda condena moral, punición, reproche y razonamiento lógico.
Don Víctor: Caramba, don Hugo, nunca hubiera sospechado de su frutero, con la cara de pánfilo que tiene, semejante onanismo…
Don Hugo: … desplazado simbólicamente…. Sin embargo, don Víctor, pienso seguir comprando siempre en la misma frutería.
Don Víctor: Esa contumacia suya, don Hugo, a qué desplazamiento o condensación respondería?
Don Hugo: No quiero colmar en él el deseo de castigo que compele a todo delincuente a delinquir. Alexander lo dice bien claro.
Don Víctor: ¡Irrefutable!

If

Don Víctor: If, if, if… ¿pero cuántos sies le faltan aún por leerme, don Hugo? Si esto es el Anticristo… porque Cristo es precisamente el Anti-si: que si samaritano, que si gentil, que si romano, que si adúltera, que si publicano, que si leproso, que si niño, que si, que si… ¡Pero a Él qué le importaban los sies!
Don Hugo: Es que Kipling empieza a poner condiciones y a ver quién es el guapo que le para. Pues ahora fíjese en éste: «If you can think – and not make thoughts your aim»
Don Víctor: Qué cicatería. ¡Viva el idealismo!
Don Hugo: Y ahora qué me dice usted de este otro: «If you can dream – and not make dreams your master»
Don Víctor: ¡Si le pillara Shakespeare con semejantes restricciones!
Don Hugo: La de Shakespeare era otra Inglaterra, tan vital y generosa como prosaica y envarada fue luego la pringosa Inglaterra de la Revolución Industrial.
Don Víctor: Para mí lo peor de todo es eso de «Si todos pueden contar contigo, pero…»
Don Hugo: Aquí lo tengo, don Víctor: «If all men count with you, but none too much»
Don Víctor: ¡El colmo de la mezquindad!
Don Hugo: Pero el premio es gordo. Se lo voy a traducir: «Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella!»
Don Víctor: Vamos, ¡el Imperio Británico!
Don Hugo: La Commonwealth, don Víctor… pero en medio de todo, me gustaría que reparáramos en este otro pasaje: «Si lo pierdes todo y empiezas de nuevo desde el principio sin lamentarlo, y si vences siempre el desaliento cuando no te quede nada…»
Don Víctor: Pues sí, ahí al menos Kipling lleva razón. Recuerda a aquello del Quijote de que «bien podrán los encantadores quitarme la ventura, que el esfuerzo y el ánimo, será imposible»:
Don Hugo: Pero qué rapacidad la de ese pueblo… hay veces en que quisiera uno enviarlos a todos al castillo de If a que se pudrieran una temporadita con el pobre de Edmond Dantès.
Don Víctor: No mande usted allí más de uno o dos, don Hugo, porque ya sabe la cuenta: un inglés: un imbécil; dos ingleses: un club; tres ingleses…
Don Hugo: ¡Un Imperio!

Compuesto y sin novia

Don Hugo: ¡Una restauración integral que va a enmendar todos los destrozos que han estado a punto de acabar con el palacio!
Don Víctor: ¡Qué maravilla!
Don Hugo: Porque esto era nada menos que el palacio del Infante don Luis… y se dejó abandonado tantos años…
Don Hugo: Cuando uno piensa que don Luis reunía aquí al pintor Goya…
Don Víctor: … al músico Boccherini…
Don Hugo: … al divino castrato Farinelli…
Don Víctor: … al arquitecto Ventura Rodríguez, autor del palacio y de la fuente monumental…
Don Hugo: … a la tonadillera y bailaora «la Palenciana»…
Don Víctor: ¡Será «la Palentina»!
Don Hugo: Creo que la madre era palentina, pero el padre valenciano…
Don Víctor: Bueno, lo importante es el amor que le daba al buen don Luis…
Don Hugo: … hasta que vino Carlos III con los recortes…
Don Víctor: Ni amantes, ni arquitectos, ni castrati
Don Hugo: «Los capones, sólo en la mesa».
Don Víctor: … ni músicos, ni pintores…
Don Hugo: ¡Y el pobre don Luis, casado a la fuerza, y con sus huesos a Arenas de San Pedro!
Don Víctor: Dígame usted, don Hugo, ¿a qué van a dedicar por fin edificio tan soberbio?
Don Hugo: ¡Ay, no me lo pregunte usted, don Víctor!… Primero lo arreglan por completo y luego… ya verán a qué lo dedican…

El tranvía del tío Joaquín

Don Hugo: Como su hermano mayor era el especialista reconocido, un paciente, decepcionado, le espetó: «¡Ah, pero usted no es el as!», porque entonces no había en Madrid un urólogo como mi tío Isidro…
Don Víctor: Efectivamente, don Hugo, si hasta le consultaban y todo desde París…
Don Hugo: … a lo cual contestó el tío Joaquín: «¡No!… Yo no soy el as, yo soy la sota y usted ¡el caballo!»
Don Víctor: Qué salidas de chuleta tenía… y ¡mire usted que era poca cosa!…
Don Hugo: Sí, sí, pero ¡vaya un éxito el suyo con las féminas!
Don Víctor: ¡Un donjuán!… «Contadine, marchesine, principesse, baronesse…»
Don Hugo: Pero fíjese usted, don Víctor, qué maravilla… ¡si está pasando el tranvía!
Don Víctor: Es estupendo que en Viena hayan mantenido los tranvías, con lo limpios, silenciosos, agradables y previsibles que son y además que cabe todo un barrio en ellos…
Don Hugo: En Madrid qué tontamente los quitamos… pues, fíjese usted, al tranvía amenazaba con tirarse la Salus, una pobre chica abandonada por el tío Joaquín. ¿Y sabe usted con qué salió cuando le fueron con el cuento?
Don Víctor: Seguro que con que le iba a pedir perdón de rodillas…
Don Hugo: «Que me avisen en cuál para yo montarme».