Baños

Don Víctor: Dígame usted, don Hugo, ¿a qué venía esa manía de Segal de llevarnos a todos al baño?…
Don Hugo: Yo lo que le digo, don Víctor, es que el alicatado se lo han instalado de verdad y que la grifería es corrientita como la bañera; ahora, que el monigote de yeso no vale un pimiento… Me gustaría conocer la opinión de Praxíteles…
Don Víctor: Y otra manía de ahora es decir «ir al baño» cuando uno va a hacer aguas y no a bañarse.
Don Hugo: Vamos, ¡ir al servicio!… Más claro, ¡agua!
Don Víctor: No lo tienen tan claro quienes piensan que naufragar es hacer aguas y no agua. Y dicen, por ejemplo, que el gobierno «hace aguas»; para mí, que no con mala intención…
Don Hugo: A propósito de gobiernos, recuerda usted, don Víctor, a aquella ministra, ¡de Cultura tenía que ser!, que hablaba de Cervantes como si el pobrecillo hubiera ido de buen grado a los baños de Argel…
Don Víctor: Yo me lo imagino muy ilusionado haciendo los preparativos: el albornoz, las chanclas para no coger papilomas, el jabón, la toalla, el gorro de baño, unos habanos para fumar entre masaje y ducha… pero dígame usted, don Hugo, ¿a cuento de qué hablaba la ministra de Cervantes en Argel?
Don Hugo: ¿Pues para qué iba a ser, don Hugo? Para dar la razón al Caudillo con aquello de «nuestra tradicional amistad con los países árabes».
Don Víctor: ¡Acabáramos!

Friné

Don Víctor: Es una hora mágica la del crepúsculo, cuando la playa queda desierta y vuelve a ser aquel paraíso primigenio…
Don Hugo: No me sorprendería, don Víctor, que unos ángeles pintados por Dalí fueran a descolgarse sobre estas aguas y… ¡Atiza, mire usted eso, don Víctor!
Don Víctor: ¡Pero si es la propia Afrodita llegando a las playas de Chipre!
Don Hugo: Viendo a esa muchacha, uno entiende que absolvieran a Friné.
Don Víctor: ¡Yo ahora mismo la declaraba, incondicionalmente, libre de cargos!
Don Hugo: Si estuviera aquí Praxíteles, haría lo que con Friné: tomarla de una pieza como modelo para su diosa. Y no como el bárbaro de Zeuxis…
Don Víctor: ¿Ése que reunió a las cinco bellezas de Crotona y copió de cada una su rasgo más hermoso? De ésta, la mirada; de aquélla, la inclinación del cuello; la mano alada de la tercera, etc….
Don Hugo: ¡El mismo! Un bárbaro con todas las letras, como aquellos orientales que ideaban esfinges, grifos, toros alados…
Don Víctor: ¡Monstruos todos, carentes de unidad y de armonía!
Don Hugo: Qué duda cabe, don Víctor, de que esta muchacha nos ha deslumbrado precisamente por su carácter. ¿Cómo descuartizarla?
Don Víctor: ¿Qué le parece a usted, don Hugo, lo que me dijo Julita cuando mataron a Sharon Tate?…
Don Hugo: ¡Ah, sí!, aquella actriz tan bonita como un ángel, la mujer de Polanski…
Don Víctor: … pues que con lo guapa que era, seguro que habría ido al Cielo.

Desiertos de España

Don Hugo: Mire usted, don Víctor, sin ir más lejos, aquello se parecía a lo que está pasando actualmente… aprovechando una cierta coyuntura…
Don Víctor: Claro, que si los gastos de la Guerra Carlista, que si la deuda pública desbordada, que si la presión de los cuarenta riquejos…
Don Hugo: ¡Exacto! ¡Desamortización que te crió y en nombre de las más santas razones!
Don Víctor: El patrimonio artístico, atesorado durante tantos siglos, malbaratado y arruinado…
Don Hugo: … los campesinos desheredados, al perder todo lo que obtenían de los comunes…
Don Víctor: … y mire usted estos montes, don Hugo, esquilmados y dejados de la mano de Dios…
Don Hugo: … y lo que alimentaba a todos y todos cuidaban, objeto de venganza y pasto de las llamas…
Don Víctor: No diga usted más: ¡exactamente igualito que hoy en día! En nombre del Progreso ahora ponemos todo patas arriba y desmantelamos lo que tanto trabajo costó poner en pie…
Don Hugo: … unos pocos tiran desde arriba y nos dejan a todos en cueros…
Don Víctor: ¡la desvertebración de la sociedad!
Don Hugo: De estos polvos vendrán aquellos lodos…
Don Víctor: Más que lodos, don Hugo, se nos vienen encima las arenas del desierto.

Teléfonos

TELÉFONOS

Don Hugo: Qué se cree usted, don Víctor, que me dice ahora la telefonista, ¡qué digo, telefonista!… ese robot hembra…
Don Víctor: ¿Qué pasa, «número inexistente»?
Don Hugo: ¡Quia!, que «Telefónica le informa de que el número marcado no es accesible por estar activada la facilidad de restricción».
Don Víctor: ¡Sopla!
Don Hugo: Y si sólo fuera eso, pero es que la factura, luego…
Don Víctor: ¿Y qué me dice usted, don Hugo, de todo el dinero que se han embolsado durante décadas con las dichosas cabinas?…
Don Hugo: ¡Cuántas veces se colaba la moneda y uno no podía hablar y la monedita bien que se quedaba ahí dentro!…
Don Víctor: … nunca devolvió el cambio… cuando en otras máquinas se demostraba que era posible…
Don Hugo: … y la famosa saturación de líneas que, según qué hora, uno descuelga el teléfono y sale el androide ese…
Don Víctor: ¡Como para una urgencia!… pero lo que más me molestó siempre es ese lío de cables que todo lo envuelve en su inextricable maraña, cruza las calles, trepa por las más hermosas fachadas, emborrona el paisaje y nada respeta.
Don Hugo: ¡Ni los templos!… Ahora bien, concédame usted, don Víctor, que con las antenas de telefonía y estos móviles dignos de James Bond, aquello pronto será agua pasada.
Don Víctor: Es verdad, don Hugo, y qué ingeniosos que son. Hablar es todavía más difícil que antes, pero, entretanto, puede usted usarlos para jugar un ratito a esas cosas que previenen el Alzheimer.
Don Hugo: ¡Es verdad!… Oiga, don Víctor, y qué le parece si nos hacemos una fotito…

El míster

Don Hugo: ¿Y este otro, don Víctor?
Don Víctor: Hombre, don Hugo, va a llamar la atención; con ese bombín parece usted míster Pentland.
Don Hugo: ¡El primer míster de nuestro fútbol!
Don Víctor: Si algo no me gustó de que estallara la guerra fue que míster Pentland dejara el Atlético de Madrid.
Don Hugo: Era un hombre de leyenda. Doce a uno, que le metió el Bilbao al Barcelona en el 31.
Don Víctor: Y con él conseguiría además el doblete en aquella temporada.
Don Hugo: Pero ahora que nuestra selección nacional es superior a todas, cómo explicar que sigamos recurriendo por sistema a entrenadores extranjeros y que las estrellas de todos los equipos lo sean también.
Don Víctor: Es la inercia de un país con un sentimiento de inferioridad, que se pirra por poner los pies encima de la mesa con el Presidente de los Estados Unidos y ganar alguna guerra con él…
Don Hugo: … por ir de compras a Londres…
Don Víctor: … por lucir coches importados…
Don Hugo: … por aplaudir en el último musical de Broadway…
Don Víctor: … que los niños se matriculen en un país anglosajón…
Don Hugo: … veranear en un resort exóticamente igual a todos los demás…
Don Víctor: … pasar la luna de miel en Disneyland…
Don Hugo: … En cuanto a mentalidad no parece que hayamos progresado mucho con respecto a aquella mamá de una comedia de Paso que proclamaba: «Sólo casaré a mi hija con un ingeniero o con un francés».

Porrina de Badajoz y la ley de Asch

Don Víctor: ¡Es inútil, don Hugo! ¡Volvamos atrás, que no hay quien entre al metro ahora!
Don Hugo: Nos ha venido a pasar como a aquellos tíos míos que, hace sesenta años, aquí en París, confundieron el pasillo y, abrumados por una masa en sentido contrario que les increpaba, se justificaban gritando: «Pardón, pardón, nous avons équivoqué!»
Don Víctor: Qué difícil es siempre ir a contracorriente…
Don Hugo: La ley de Asch establece que el individuo, en circunstancias normales, se moverá siempre en la misma dirección que el grupo.
Don Víctor: Yo creía que esa ley se llamaba de Vicente: «¿Adónde va Vicente?…
Don Hugo: Calle usted, don Víctor, menos chufla, que ese Vicente nunca llegó a cuantificar.
Don Víctor: El experimento ya lo planteó mucho antes Cervantes con aquello del yelmo de Mambrino y acaso fuera incluso homologado por la Academia de Argamasilla.
Don Hugo: Está usted hoy de lo más guasón, don Víctor, pero reconozco que es muy interesante en ese episodio cómo el barbero está a punto de admitir, y creer, contra toda evidencia, que su bacía sea yelmo…
Don Víctor: No me diga usted, don Hugo, que se va a acordar de la cita…
Don Hugo: Es algo así como… «¿Que es posible que tanta gente honrada diga que esto no es bacía sino yelmo? Cosa parece ésta que puede poner en admiración a toda una universidad».
Don Víctor: Está pidiendo a gritos que una universidad americana venga a cuantificar.
Don Hugo: Sólo la llegada de los cuadrilleros y lo que dicen los criados, salvarán al barbero de «moverse él también en la misma dirección que el grupo».
Don Víctor: Porrina, sin llegar a creérselo, canta por bulerías aquello de que «No he tenío más remedio…
Don Hugo y don Víctor (cantando): … no voy a tené más remedio, que agachá la cabecita y decí lo blanco eh negro».

Francisco e Ignacio

Don Hugo: ¿No cree usted, don Víctor, que lo de Francisco parece un disfraz, viniendo de un jesuita?
Don Víctor: ¡Como que se iba a poner «Ignacio», con la fama de contrarreformista, manipulador de las conciencias de las élites, ambicioso…
Don Hugo: En definitiva, ¡hipócrita redomado!
Don Víctor (cantando): «Loiola, va! Ti rodi e ridi!»
Don Hugo: Es verdad, si hasta en «La Bohème» lo denuncian.
Don Víctor: ¿Pero no le parece a usted, don Hugo, que eso de destinar los conventos vacíos a pobres y refugiados no sea incluso más franciscano que los propios franciscanos?
Don Hugo: Lo mejor de todo ha sido lo de ese obispo alemán que ha perdido la cátedra y su flamante palacio, en beneficio de los indigentes. ¡Ahí le han dado!
Don Víctor: Y creo que ahora se ha puesto a limpiar la Banca Vaticana como Hércules los establos de Augias…
Don Hugo: … ¡que apestaban!
Don Víctor: Lo que busca el Papa es que la Iglesia deje de ser una empresa y vuelva a sus orígenes fraternales, caritativos y trascendentes; pero, claro, tal como es el mundo y tal como somos las personas, ¿cómo conseguirlo y al mismo tiempo garantizar su supervivencia como institución?
Don Hugo: Vamos, que es poner una vela a San Ignacio y otra a San Francisco…
Don Víctor: …»¡y no estar loco!», como cantaba Machín.

Las debilidades de Goliat, el capitán Haddock y San pedro

Don Víctor: El otro día me reprochaba Daniel que, cuando eran pequeños y les compraba tebeos los domingos, primero los leía yo y los tenía a los cuatro impacientes.
Don Hugo: Le entiendo perfectamente, don Víctor, a mí también me entusiasmaba el Capitán Trueno. ¡Cómo me reía cuando Goliat se ponía a cascar nueces haciendo chocar los cráneos de los enemigos!
Don Víctor: Goliat, como San Pedro con su espada, llevando al extremo su justiciera ley del Talión…
Don Hugo: Pero allí estaba el Capitán Trueno para templar su ira e instaurar la misericordia.
Don Víctor: Ha dado usted en el clavo, don Hugo. Siempre intuí que el buen Capitán era trasunto de Cristo.
Don Hugo: ¿No le parecen a usted otro tanto Tintín y el Capitán Haddock?
Don Víctor: Pues sí y, en realidad, aún más, puesto que el joven reportero es tan puro que ni siquiera tiene una enamorada.
Don Hugo: ¿Y que es entonces el Quijote sino un moderno evangelio laico? ¿No completa el hidalgo con sus sufrimientos la pasión del Señor tal y como lo sintiera San Pablo: «Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo».
Don Víctor: Desde luego, cada día se supera usted, don Hugo… ¿Y qué me dice de Sancho Panza, que parece el cúmulo de todas las debilidades de los apóstoles?… Si es que, en definitiva, se le puede aplicar todo cuanto dice de aquéllos el padre Urteaga: vacilante en la fe, desesperanzado, mezquino e inconstante, desleal, ambicioso, cobarde pero jactancioso, egoísta, perezoso, intolerante y encima tan ignorante, el pobre…

San Juan Bautista, el precursor de la FAO

Don Hugo: Dígamelo de una vez, don Víctor, antes de que vuelvan las señoras: ¿a qué se debe esta invitación?… porque, que yo sepa, ni es su cumpleaños, ni su aniversario de boda, ni el día de la Constitución… ¿fue acaso un día como hoy cuando el buen emperador Caracalla nos concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio?
Don Víctor: Calle, calle, don Hugo, y aprovechemos para comer bien mientras podamos. ¿Es que acaso no ha leído usted que la FAO anda recomendando que nos alimentemos de insectos como, al parecer, hacen ya dos mil millones de personas?…
Don Hugo: ¡Todo sea por la sostenibilidad del planeta!… Esto es el escarnio de los pobres…. ¿Le he contado alguna vez, don Víctor, las chanzas del doctor Rey que trataba a los padres de nuestra tata cuando venían del pueblo? Les prohibía el consumo de caviar, ostras y langostas y que se abstuvieran de practicar golf, polo y esquí acuático.
Don Víctor: ¡Pobrecillos!… Pues la FAO lo remata alegando que este tipo de nutrición evita la obesidad.
Don Hugo: Como en el caso de San Juan Bautista en el desierto, ¡no te fastidia! Truecan la causa por el efecto.
Don Víctor: Ya llegan las señoras… Estudiemos la carta: ¿por dónde quiere que empecemos?… ¿Escarabajos, orugas, abejas, hormigas o saltamontes?
Don Hugo: ¿Y no hay cucarachas?

Vino

Don Hugo: No hay cosa más triste en esta vida, don Víctor, que tener que comer sin vino.
Don Víctor: Tiene usted más razón que un santo, don Hugo. Cuando a uno le toca viajar a un país con vino, sabe que además va a comer maravillosamente por añadidura.
Don Hugo: Y a la inversa. No en vano el primer milagro de Cristo, a instancias de su madre…
Don Víctor: … que, la verdad sea dicha, por una vez estuvo algo indiscreta…
Don Hugo: En efecto… fue la transmutación del agua en vino.
Don Víctor: Claro, y desde entonces los monjes de todas las abadías se esforzaron por emular aquel vino.
Don Hugo: O sea, la sangre de Cristo.
Don Víctor: Qué bien lo vio Gide…
Don Hugo: … a pesar de ser protestante…
Don Víctor: … pero al fin y al cabo francés… que el cristianismo es alegría, ¡es vino!
Don Hugo: Pero por Dios, don Víctor, téngase usted y seamos serios. No brinde conmigo que ahora ya no sé si decir «chin chin» o si caer de hinojos.