
Don Hugo: ¿Recuerda usted, don Víctor, aquella discusión que tuvimos sobre el objet trouvé y el ready-made, cómo no llegamos a ponernos de acuerdo?…
Don Víctor: Pienso en ello todos los días y nunca lo traigo a colación por temor a un nuevo disgusto.
Don Hugo: Creo que ya lo tengo todo arreglado. Ayer me caí del caballo que me llevaba a Damasco, de la manera más inesperada.
Don Víctor: ¡Atiza, don Hugo!, ¿no se habrá hecho usted mucho daño, verdad?
Don Hugo: Estábamos comiendo en casa unos salmonetes Dolores y yo cuando en esto que me giro a coger el salero de la camarera…
Don Víctor: ¿Pero, don Víctor, no estaban en casa?, ¿qué camarera es ésa?
Don Hugo: ¡El carrito con ruedas, don Víctor!… y vi la siguiente estampa que me sobrecogió de manera inexplicable, removiendo arcanos en mi inconsciente y generando en mi espíritu una inquietante desazón: el sofá, gris claro; sobre el sofá, desplegado como un estandarte al viento, la manta roja tal como cayó después de mi siesta del carnero; y sobre ella la mancha peluda de Cándido, nuestro gato blanco.
Don Víctor: Me estoy imaginando el contraste cromático de la luminosa bola blanca contra el intenso púrpura, enmarcado todo ello en el rectángulo del sofá, como un altar…
Don Hugo: Sí, sí, don Víctor, acaso fuera aquello lo que me conmocionara tanto: la blanca víctima sobre la sangre que baña las gradas del monumento.
Don Víctor: Es toda una puesta en escena, don Hugo, y no un simple objeto, que eso sería en cambio un ready-made. El objet trouvé tiene mal puesto el nombre.
Don Hugo: Ahora cobra pleno sentido la cita de Lautréamont: «Beau comme la rencontre fortuite sur une table de dissection d´une machine à coudre et d´un parapluie»








