Rugby

Don Hugo: No le dé usted más vueltas, don Víctor. El chico es de la estirpe de Alejandro. ¿Qué nudo gordiano ni qué porras? ¿Voy a estar yo perdiendo el tiempo tirando de un cabo y luego del otro, como si aquello fueran los cubos de Rubik? Le meto un tajo y Sanseacabó.
Don Víctor: No lo crea usted, don Hugo. El muchacho que, jugando al fútbol, decide coger el esférico con las dos manos y arrea a correr, hurtando el cuerpo al rival, hasta colocarlo en la portería contraria, más que alejandrino, encarna el afloramiento del sustrato céltico, mayoritario en su nación, por mucho que lo quiera disciplinar el ordenancismo germánico. Lo que en el fútbol es falta, aquí es norma.
Don Hugo: Me ha convencido usted, don Víctor. Lo veo claro, tanto es así que ahora me explico el por qué de la forma apepinada del balón de rugby. ¿Para dónde botará? ¡Qué incierto, qué imprevisible!
Don Víctor: El entrelazo céltico que adorna los pergaminos de los monasterios, configura las trenzas de Iseo la Rubia y teje los entrechats de las jigas.
Don Hugo: William Webb Ellis es, hasta el momento, el último héroe celta.
Don Víctor: De la estirpe del rey Arturo y no de la de Alejandro.

Y vio que era una elipse

Don Víctor: Ya estamos aquí, don Hugo. Ahora dígame usted en qué consiste ese gran shock del que me viene previniendo.
Don Hugo: Mire usted en derredor suyo mientras escucha lo que nos confía Shakespeare: “Los cielos, los planetas, los hombres / respetan la autoridad, / observan la jerarquía / y permanecen en su espacio propio”.
Don Víctor: ¡Atiza, don Hugo! Aunque los eruditos mantengan que nunca estuvo en Italia, para mí que esta proclamación sólo pudo suscitarla la contemplación de este espacio donde ningún elemento mantiene su lugar, todos se disputan la atención y se desafía la tratadística de Vitrubio y Alberti.
Don Hugo: No tenga usted duda, don Víctor, de que Shakespeare estuvo aquí y eso lo hizo más clarividente y consciente de las mudanzas de su tiempo: Lutero, Calvino y Enrique VIII, Copérnico, Maquiavelo, el saco de Roma y el descubrimiento de América, para decirlo en dos palabras.
Don Víctor: Muy bien, don Hugo, pero permítame que me siente en este escalón que, sin llegar a mareo, estoy sintiendo una desazón como si el planeta se estuviera saliendo de su órbita.
Don Hugo: Yo también me siento con usted, don Víctor, porque vienen curvas.
Don Víctor: ¡Piedad, don Hugo!
Don Hugo: Prosigo con el monólogo de Ulises. Escuche: “Preeminencia”.
Don Víctor: Calle, calle, don Hugo. ¿No ve usted que aquí concurren tres escaleras de igual anchura que acaban todas reducidas a una igual de estrecha para ajustarse a un único umbral?
Don Hugo: “Ritmo”
Don Víctor: ¡Obsesivo en los paramentos con repetición de ventanas ciegas y columnas pareadas! ¡Un ritmo enfermizo, de pesadilla!
Don Hugo: “Proporción”.
Don Víctor: ¿Qué proporción hay aquí si la escalinata parece brotar incontinente de la puerta, derramándose en abanico para rebosar este ámbito?… Calle, calle, no siga, don Hugo.
Don Hugo: ¡Valor, don Víctor, que ya queda menos para acabar la cita!… Sigamos: “Armonía”
Don Víctor: Usted gana, don Hugo… Repare en la acumulación excesiva de las más variadas formas y motivos: escalones curvos, balaustres y volutas elongadas, cornisas y dinteles… sin equilibrio entre la lisura de los paramentos y los dinámicos volúmenes a ellos aplicados.
Don Hugo: “Forma”
Don Víctor: ¿Qué son esos muros que retroceden injustificadamente para que las columnas se empotren aprovechando ese caprichoso retranqueo, como también hacen las ménsulas?… cuando éstas deben sobresalir del muro, por definición, y aquéllas, adosársele y consolidarlo.
Don Hugo: ¡El mundo al revés!… pero vayamos más adelante: “Función”.
Don Víctor: Claro… pues aquí, en cambio, las columnas, en lugar de apoyarse en el suelo, se asoman al abismo, reposando en ménsulas para contravenir su función tectónica.
Don Hugo: “Lugar”.
Don Víctor: Con un zaguán tan exiguo, ¿a quién se le pudo ocurrir, sino a Buonarroti, embutir un decorado tan aparatoso y desconcertante?
Don Hugo: ¡Bien que le tuvo que gustar al signor Medici! Y es que el entusiasmo de Miguel Ángel los llevaba por la nariz . Il les menait par le bout du nez, como dice el bueno de Dupré… pero aún nos falta la conclusión de la frase: “¡Y todo en orden!”
Don Víctor: ¡Orden, orden! Ja, ja, ja. Con el señuelo de la simetría, tapa las bocas a los insensibles incautos, guiña un ojo a los compinches y se mofa de los circunspectos catones.
Don Hugo: Creo, don Víctor, que Shakespeare es consciente de que la armonía renacentista del círculo, irremediablemente, se mueve hacia la aberración de la elipse, y que él mismo es producto y agente de ese proceso.

Don Víctor: ¡Como el propio Miguel Ángel!

El millonario necio, el escritor fantástico, el pintor surrealista y el cantaor payo

Don Víctor: Pues ahora este Musk está entusiasmando a media humanidad con que vamos a colonizar Marte.
Don Hugo (cantando:) Procurad curar los males / que hay en la Tierra, / hombres que tenéis tanto talento. / Procurad curar estos males / y dejad a la luna quieta / porque no se mente con nadie, / lo mismo que sus planetas.
Don Víctor: Le he dejado acabar el fandango, don Hugo, porque sabía que me iba a emocionar y, además, que si a alguien imita usted bien es a Pepe Pinto. ¡El mismo fiato! Lleva más razón que un santo, ¡a qué hablar de cosas tristes!… Sigo cantando con usted (da palmas).
Don Hugo: ¡La culpa de todo es de Julio Verne!…
Don Víctor: Cantemos por fandangos naturales con Pepe Pinto, por favor, don Hugo.
Don Hugo: … Bien claro lo dejó dicho Dalí, que la quimera que inoculara Julio Verne en el imaginario colectivo desvió nuestras energías y nuestro dinero de lo que hubiera debido ser el objetivo de la ciencia: curar el mal en la Tierra.
Don Víctor: ¡Maldito “Viaje a la Luna”!
Don Hugo: Ahora sí, don Víctor. (cantando:) Odios y rencores, / el mundo se ha convertío en odios y rencores.
Don Víctor y don Hugo (cantando:) Cada día estoy más convencío / que los talentos mayores / son los que no tienen buen sentío.

Imperialistas

Don Víctor: ¿Pero usted cree, don Hugo, que nos concederán una audiencia con la embajadora así por las buenas?
Don Hugo: Hoy sólo venimos a solicitar una cita cuando le venga a ella mejor. Lo que no sé es si nos conviene revelar de antemano el motivo de nuestra visita o si, por el contrario, sería contraproducente.
Don Víctor: No, don Hugo, es imprescindible desde el primer momento declarar el motivo.. No podemos sorprender, mediante engaño, la confianza que sin duda nos dispensará.
Don Hugo: De acuerdo, don Víctor, creo que lleva usted razón. ¿Qué le parece esta fórmula: “Conscientes de haber pecado por atolondramiento y soberbia contra la generosidad de la nación norteamericana en su denodada lucha contra los monstruos del odio, la irracionalidad y la tiranía, en su infinita variedad, acusándola de mercachifle, ignorante, zafia, infantil…
Don Víctor: ¡Imperialista!… ¡lo peor de todo!
Don Hugo: …suplicamos su perdón y nos ponemos nosotros mismos y la fundación que representamos a la entera disposición de Su Excelencia en cuanto podamos hacer por reparar este deplorable desvío, del que hemos tardado tantos años en ser conscientes”.
Don Víctor: ¿Cómo puede nadie seguir usando el remoquete de “imperialista” contra los yanquis, que no se meten ya con nadie, ahora en que se agitan, cada vez más belicosos, los ayatolás del Imperio persa, el nuevo Zar del Imperio ruso, el nuevo Emperador chino, el nuevo Sultán turco…
Don Hugo: … e incluso algún aprendiz advenedizo como el Kim Jong Un…
Don Víctor: … o el virrey don Nicolás?
Don Hugo: Y no olvide usted la India misteriosa que se arma, como todos por otra parte, hasta los dientes.
Don Víctor: ¿Será que Oriente, que alumbró la luz primera, vuelve ahora para sumirnos en las tinieblas con algún nuevo Jerjes a su cabeza?
Don Hugo: Occidente creyó que ya podía descansar sobre sus laureles, abatidos el león de Nemea y la Hidra de Lerna, preso el Can Cerbero, domado el toro de Creta y capturado el jabalí de Erimanto…
Don Víctor: Sí, sí, pero no llegó Heracles a eliminar todas las aves del Estínfalo y las que sobrevivieron siguieron envenenando con sus excrementos vastas regiones del planeta…
Don Hugo: … a lo que se añadió que no se arrodillara para limpiar a fondo, con estropajo y Vim, los establos de Augías.
Don Víctor: ¿Quién nos lo iba a decir a nosotros, don Hugo…? ¿Recuerda usted que en aquella primera comunicación que tuvimos, pusimos a caldo a los gringos por su decadente cine hollywoodiano, todo ruido, efectos especiales y violencia gratuita?
Don Hugo: Lo recuerdo, don Víctor, lo recuerdo… ¡Cómo añoro ahora aquellas películas del Oeste!

Pero… ¿quién lleva razón?

Don Víctor: He leído en la prensa que Felipe González critica los despropósitos desnacionalizadores del doctor Sánchez, pero afirma, para aliviarse, que España es indestructible.
Don Hugo: ¿Y a usted eso le alivia?
Don Víctor: ¡Que me ha de aliviar, don Hugo!… De pequeños aún vivimos las melancolías que suscitaba la pérdida de Cuba…
Don Hugo: ¡No era para menos!… Claro, ¡cómo nos iban a arrebatar Cuba aquellos “indios”.
Don Víctor: ¡Cómo va a haber una guerra!, decía todo el mundo antes del 14.
Don Hugo: Sí, ¡que se lo digan luego a todos los millones de muertos que hubo!
Don Víctor: Sólo los judíos que no prestaron oídos a que no llegaría la sangre al río en Alemania y la Europa ocupada por el nacional-socialismo, y que, en consecuencia, cruzaron el Atlántico, se salvaron de la quema. ¡No me haga usted seguir, don Hugo, que me va a dar algo!… Dígame, ¿no son todas esas fruslerías meros señuelos sentimentales, puro pensamiento mágico?
Don Hugo: No le quepa la menor duda, don Víctor; ahora bien, no le quite usted importancia ni valor porque, en realidad, el sentimiento es la tendencia y el impulso primigenios, que son los factores más determinantes de nuestra conducta.
Don Víctor: Ya me lo ha dicho más de una vez, don Hugo, pero ¿en qué queda entonces la racionalidad?
Don Hugo: Pues justamente en eso, don Víctor, en la racionalización de lo instintivo, de lo más primario, de lo que llamaría un etólogo “nuestro cerebro reptiliano”. Todo se reduce a un mecanismo de defensa frente a lo que nos atemoriza o no es justificable.
Don Víctor: La razón como una mera explicación, más o menos falsaria, de nuestra irracionalidad… ¿Y la filosofía y la ciencia?
Don Hugo: Unamuno le diría que el sentimiento es la base de todo sistema filosófico, por muy teórico y descarnado que sea, y que lo ha construido un ser de carne y hueso, con su pasado, sus inquietudes, sus ansiedades y temores, sus deseos…
Don Víctor: ¡Y esta agonía de la que nunca nos liberamos!
Don Hugo: Sí, la agonía que es la lucha a brazo partido entre la razón y el sentimiento y que, en tanto que se mantenga, evitará nuestra aniquilación.

Vuelta a lo mismo

Don Víctor: En todo igual, don Hugo. Recuerdo a mis padres y al abuelo hablando en la sala sobre lo mismo. Que otra vez llegaba una guerra general a Europa y que ¡cómo no podía evitarse!… ¡Estamos igual!
Don Hugo: Yo tengo recuerdos muy parecidos, don Víctor, pero lo que realmente me preocupa ahora es qué será de las vidas de los chicos y de los que vienen detrás. Que como esto se arme…
Don Víctor: No dejo de preguntarme cómo es posible que nos abalancemos tan deprisa a clausurar esta verdadera Belle Époque que hemos compartido en los últimos setenta y cinco años, una Belle Époque verdadera por haber sido extensiva a la generalidad de la sociedad europea y de muchos otros sitios…
Don Hugo: … y no como la primera que fue sólo belle para la gente belle.
Don Víctor: ¿Por qué, don Hugo, nos obstinamos en trastocar todo cuanto hemos edificado en lugar de perfeccionarlo? Ya que no podemos, como occidentales, sustraernos al movimiento, al menos que éste nos lleve todavía a mayores logros de paz y bienestar.
Don Hugo: Desengáñese usted, don Víctor, y permítame que una vez más le cite al doctor Freud.
Don Víctor: ¡Mientras no sea el doctor Sánchez!
Don Hugo: “Las pasiones instintivas son más fuertes que los intereses racionales”. Es, en gran medida, cuanto afirma Cervantes, que antes verme a mí ciego con tal de ver a mi enemigo tuerto.
Don Víctor: Seguramente es muy cierto tanto para lo propio como para lo colectivo.
Don Hugo: Aquí se trata de ensalzarse los unos abajando a los otros. Es la negación de lo más preciado de nuestra cultura.
Don Víctor: El respeto y la colaboración se han tornado valores en baja.
Don Hugo: Cada día encuentro más sentido a las palabras de Norman Angell.
Don Víctor: ¿El autor de “Patriotismo bajo tres banderas” y de “Paz con los dictadores”?
Don Hugo: ¿El mismo! Nadie le hizo caso, por lo que veo, más que mi padre y el suyo, que seguro que habrían leído “La gran ilusión”, escrita en 1910: las economías nacionales están tan entrelazadas de unos países con otros, las comunicaciones y el maquinismo tan desarrollados…
Don Víctor: Sí, sí, ¡en 1910 lo escribe!
Don Hugo: … que la guerra se convertiría en un perjuicio para todos y las ganancias territoriales en un beneficio ilusorio. ¡Si lo tengo aquí grabado! “El patriota acabará por reconocer que él mismo y su adversario están menos protegidos por los Dreadnought que por la convicción de que la conquista y la dominación militar no se corresponden con ninguna ventaja material o moral”.
Don Víctor: Calle, calle, don Hugo, que me parece estar oyendo a mi padre.

Fábula

Don Víctor: Yo soy el lobo y usted el cordero, don Hugo.
Don Hugo: Pero, don Víctor, ¿tanta hambre le ha despertado la caminata que quiere usted canibalizarme? Mire que por aquí se ve un ganado muy bueno.
Don Víctor: No, me refiero a que usted está en aval y yo estoy en amont de este Sena.
Don Hugo: ¿Y qué quiere usted decir con eso de que yo esté aguas abajo y usted aguas arriba?
Don Víctor: Una tontería. Que pase lo que pase, el lobo siempre se comerá al cordero por alguna buena razón.
Don Hugo: Mire usted, don Víctor, que el agua corre hacia nuestra izquierda y que, por más que bebamos del mismo río, nunca se la enturbiaré con mis babas.
Don Víctor: Sí, pero usted me calumnió el año pasado.
Don Hugo: Mire usted, señor Lobo, que soy un corderito lechal y que el año pasado no había nacido aún.
Don Víctor: Pues, entonces, habrá sido tu hermano.
Don Hugo: ¡Si soy hijo único!
Don Víctor: Da igual. El caso es que tus pastores y tus mastines de la OTAN no hacéis más que hostigarme y tengo que tomar venganza, y te voy a meter un bocado que te vas a enterar, ¡como a Zelenski!
Don Hugo: ¡Ni que hubiera empezado yo la guerra!
Don Víctor: ¿Es que no ha oído usted a Trump? ¡”No tienes buenas cartas”!
Don Hugo: Ay, olvidaba lo que nos enseña La Fontaine, que “la razón del más fuerte es siempre la mejor”.

ESQUIZOPOESÍA

Don Hugo: No encuentro más que ecolalias.
Don Víctor: Yo veo repetición obsesiva de palabras o expresiones…
Don Hugo: ¡Glosolalias!
Don Víctor: Neologismos caprichosos…
Don Hugo: ¡Esquizofasia!
Don Víctor: ¿Se refiere usted a un pseudo-lenguaje, absurdo y sin ilación?
Don Hugo: Exactamente… y también paralogismos, o sea traslación a un significante de un significado que le es totalmente ajeno
Don Víctor: ¡Pues vaya balance que hace usted de la obra de ese poeta amigo suyo!
Don Hugo: La verdad es que me veo en un auténtico compromiso. No tengo ni idea de cómo presentar su libro allá en la SGAE.
Don Víctor: Es cierto, don Hugo, que la poesía contemporánea, de tan experimental, no sale del camino de la locura, inducida o no por las drogas, que no lleva a ninguna parte. Es un fondo de saco.
Don Hugo: Y, sin embargo, en sus inicios, ¡cuánta belleza y cuánto asombro no proporcionarían al lector sensible aquellas rupturas de la sintaxis, junto con las palabras inventadas o desplazadas!
Don Víctor: Se atrevieron entonces a desafiar el imperativo hugoliano de “¡Muerte a la retórica y paz a la sintaxis!…
Don Hugo: Claro, don Víctor. Rimbaud logró así, por vez primera, apelar directamente al fondo inconsciente del lector. Fíjese en este poema: cómo los adjetivos que voy a señalarle, aun pareciendo, en una primera lectura, actuar como adverbios, son, en su intención, verdaderos complementos directos contra toda lógica sintáctica y natural… pero es que, justamente por ello, cobran tanta intensidad psíquica: “La estrella ha llorado rosa…”
Don Víctor: ¡”Rosa”!
Don Hugo: “… en el corazón de tus oídos. / El infinito desarrollado blanco…”
Don Víctor: “¡Blanco!”
Don Hugo: “… desde tu nuca por toda la espalda.”
Don Víctor: Pero, don Hugo, si lo estoy experimentando ahora mismo. Repare usted en cómo su balcón despliega en este momento blanco por toda su mesa, destruyendo la sintaxis de la perspectiva clásica.
Don Hugo: Es verdad, don Víctor, esta tarde voy a intentar pintar este efecto para trasladar a la pintura esta fecundante iconoclastia poética.
Don Víctor: Muy bien, don Hugo, pero volvamos al poema… ¡Es bellísimo!… De lo que más me encandila de Rimbaud… ahora bien, es como asomarse a un abismo con el borde engastado de tentadoras gemas, pero ¡ay de quien, codiciando aquéllas que insinúan sus brillos más abajo, acabe por precipitarse en las fauces del monstruo!

NIÑO PERDIDO

Don Víctor: La había dejado a la puerta de no sé qué comercio. ¿Por qué hice eso?… No puedo recordarlo. Sólo sé que tengo que cruzar Madrid a toda prisa para recuperarla, pero todo me lo impide: me desoriento, la policía ha cerrado la avenida, quiero dar un rodeo y no reconozco nada, quiero correr y las piernas no me responden. Además, luego, una masa ingente me arrolla por la calle que tuerce y me lleva no sé adónde…
Don Hugo: Pero, dígame, don Víctor, qué edad aproximada tenía su hija Celia en esa pesadilla.
Don Víctor: ¡Tres años!
Don Hugo: No se me apure usted. Eso es que su psique descompensada sale en busca del anima, esa parte femenina que corresponde a todo hombre equilibrado. ¿Qué es el folklore, en gran medida, sino la expresión de la carencia de animus y anima y, por tanto, de la necesidad y voluntad inconscientes de colmar ese vacío, en definitiva de hallar la plenitud psíquica?
Don Víctor: Oiga, don Hugo, hoy le veo a usted más junguiano que freudiano, pero si le parece que con eso voy a sobrellevar mejor esta descompensación, pues …¡viva Jung!
Don Hugo: No se crea, don Víctor, en mi interior se concilian ambos.
Don Víctor: A mí me llevó a pensar en aquella pobre criatura extraviada en las populosas calles de San Petersburgo…
Don Hugo: ¡”El adolescente!”, de Dostoievski.
Don Víctor: El chavalín sale corriendo cuando el protagonista se le acerca con ánimo protector. Y no se vuelve a saber nunca de él. ¡Pobrecito!
Don Hugo: ¡Y que lo diga! Lo que sufrí yo cuando, por primera vez, en misa, leyeron aquel episodio de los Evangelios en que el Niño Jesús no se encuentra ni en la caravana de los hombres ni en la de las mujeres, que vuelven a Nazaret.
Don Víctor: Ése es el sentimiento lacerante de responsabilidad que me hace despertar, aterrado. ¿Cómo he podido fallar así a la criatura? ¡Padres descerebrados!
Don Hugo: Si no fuera por ese sentimiento de culpa de sus progenitores, ¡vaya castigo que le hubiera caído al hijito del carpintero!
Don Víctor: Sí, se hubiera tirado todo un día igualando las patas descompensadas de las mesas que hacía su padre.

El test de las evidencias

Don Víctor: ¿Test de Ruy Blas, don Hugo?
Don Hugo: Es sólo un nombre provisional. Pienso emplear una gran variedad de textos… Bien, ya conoce usted las instrucciones.
Don Víctor: Usted dispara y yo digo lo primero que me pase por la cabeza.
Don Hugo: Un clásico test de asociación de ideas, una variante historicista de aquella creación de Freud… “El virrey Medina llena Nápoles de escándalo”.
Don Víctor: ¡Mazón!
Don Hugo: “Para vos, para vuestros placeres, para vuestras amantes venales”.
Don Víctor: ¡Ábalos!
Don Hugo: “Guerra entre las provincias. Todos quieren devorar a su vecino espantado”.
Don Víctor: ¡Singularidad fiscal!
Don Hugo: “Todos los jueces vendidos”.
Don Víctor: ¡Conde Pumpido!
Don Hugo: “Legáñez pierde Flandes”.
Don Víctor: ¡Albares!
Don Hugo: “Vaudémont vende Milán”.
Don Víctor: ¡El doctor Pedro Sánchez!
Don Hugo: “Todo lo hacen por intriga y nada por lealtad”.
Don Víctor: ¡Margarita Robles, ministra de defensa, que no acompañó al Rey en su visita a las tropas destacadas en el Báltico!
Don Hugo: “Quien os odia, os mira riéndose”.
Don Víctor: ¡El rey de Marruecos!
Don Hugo: “Sepulturero que venís a robar en su tumba”.
Don Víctor: ¡Urtasun!
Don Hugo: “Sin otro interés que llenarse los bolsillos y huir después”.
Don Víctor: ¡La cúpula del PSOE!
Don Hugo: “Criado que desvalija la casa”.
Don Víctor: ¡Jordi Pujol!
Don Hugo: “La media España que desvalija a la otra media”.
Don Víctor: ¡Chaves, Griñán!
Don Hugo: Basta, don Víctor. ¡Excelente! Me parece que el test funciona.
Don Víctor: Todas estas citas y recortes, dígame, ¿de dónde los ha sacado, de “La Gran Vía” de Chueca o de alguna revista de por entonces?
Don Hugo: Claro, don Víctor, usted se refiere a aquellas críticas de hace ciento treinta años que allí se vierten contra los politicastros de por entonces.
Don Víctor: Ya estaba yo esperando lo de los diputados ministeriales que siempre votan sí y los políticos chaqueteros como aquel organillo que lo mismo toca la Marsellesa que la Marcha Real.
Don Hugo: Sí, don Víctor, sólo le ha faltado a usted contar aquello de quienes eran capaces de hacer más de cien proyectos sin poner ninguno en marcha.
Don Víctor: Eso, ¡el barranco del Poyo!
Don Hugo: Qué tristeza, don Víctor, porque nos lamentamos hoy de lo que ya se lamentaron nuestros propios abuelos y mucho antes el bueno de Ruy Blas con palabras prestadas por Víctor Hugo.
Don Víctor: Lástima que ni Víctor Hugo ni nosotros tengamos un Chueca que nos haga, con su música, más llevadera toda esta calamidad.