Boadella es el Arcipreste

Don Hugo: No lo he soñado, don Víctor. En una entrevista que le hicieron hace un año, aseguraba Boadella que estaba considerando el montaje teatral del Libro de Buen Amor.

Don Víctor: Si de verdad lo consideraba, lo hará sin duda.

Don Hugo: Los apólogos…

Don Víctor: … los siete pecados capitales…

Don Hugo: … la astrología…

Don Víctor: … los cantares de ciego…

Don Hugo: … las zafias serranas…

Don Víctor: … la astuta Trotaconventos…

Don Hugo:…  los consejos a la mujer y el elogio de la mujer…

Don Víctor: … y de la Virgen María…

Don Hugo: … sus novias: la casquivana, la discreta, la virtuosa, doña Endrina y todas las demás, entre las que no podía faltar la monja…

Don Víctor: Y hete aquí que, en medio de lo que parece un destartalado pandemonium que no avanza hacia ningún sitio, nos encontramos embarcados en una apasionada polémica entre don Carnal y doña Cuaresma, en la que todos empiezan a pronunciarse con los más atinados disparates…

Don Víctor: … hasta el punto de que la obra cobra así una inesperada coherencia y una amplísima perspectiva, que nos transportan hacia una bacanal de risa y banquetes, en la que conjuramos la desesperanza del tiempo presente.

Don Hugo: Yo creo que en todo comediógrafo anida un fondo de tristeza y pesimismo que le lleva a esforzarse por atraernos hacia una nueva realidad, si bien ficticia y limitada en el tiempo, donde se imponga al final la más sonriente armonía.

Don Víctor: Sí, don Hugo, algo así como despertarnos a un amanecer claro en que estalla la vida, manifestándose en el concierto del alba que aúna a todas las aves.

Don Hugo: Ése es el vitalismo que anima a la obra de Boadella.

Exabruptos y esperanza

Don Hugo: Si es que hasta tiene las nalgas amoratadas y todavía sigue atizándole la Virgen.

Don Víctor: Lo que más me llama la atención es la expresión circunspecta de los tres surrealistas que espían por el ventanuco. ¿Está entre ellos  el propio Max Ernst?

Don Hugo: Sí, junto al Papa Breton y Éluard.

Don Víctor: Muchos trabajos se tomaron en blasfemar, pero fíjese cómo expresan de bien y de crudamente la auténtica naturaleza humana de Cristo.

Don Hugo: Por eso no tiene nada que ver con las mamarrachadas anticlericales de Buñuel en “L´âge d´or”.

Don Víctor: Además, Ernst demuestra aquí ser un buen pintor manierista.

Don Hugo: Se ve que ya había dejado eso del grattage para los gatos… En todo caso, se trata de la consabida afirmación contenida en toda blasfemia.

Don Víctor: ¡Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna!

Don Hugo: Pero, don Víctor, ¿qué tiene eso de blasfemia?

Don Víctor: ¿Qué son los cadáveres exquisitos de los surrealistas sino los cuerpos gloriosos de los resucitados?

Don Hugo: Claro, ya lo he entendido, don Víctor… y el vino nuevo es aquél que ya anunciara Cristo en las bodas de Caná…

Don Víctor: … la sangre de Cristo que nos da la vida eterna, don Hugo.

Don Hugo: “Los cadáveres exquisitos beberán el vino nuevo”… Vea cómo el cristianismo acaba por revertir la blasfemia y manifestarse incluso por boca de los que han sido tentados.

Amos y esclavos

Don Víctor: Yo, don Hugo, contemplando este aparatoso retrato, no puedo por menos de pensar en un eterno: el criado sacándole las castañas del fuego al incompetente patrón con ambiciones de abeja reina.

Don Hugo: Si es igual que eso del ordenanza Tudela en la fábrica incautada por los rojos en “Consejo obrero” de Chaves Nogales: “… con sus cincuenta y tantos años de domesticidad, sabía que el jefe es siempre arbitrario, violento e ininteligente”.

Don Víctor: Sí, sí, ya sea el patrón capitalista o el secretario del Comité Ejecutivo del Consejo Obrero.

Don Hugo: Antes que Chaves Nogales, don Víctor, ya lo vio la Comedia Ática y nuestro Gracián, que los criados están para resolver las incompetencias de los amos y que “es una gran suerte de los poderosos acompañarse de hombres de gran entendimiento que los saquen de todos los problemas causados por la ignorancia”.

Don Víctor: ¿Y quiénes resuelven las tribulaciones de los incapaces Innamorati, sino los domésticos, zanni y servette, de la Commedia dell´Arte?

Don Hugo: Y paragonados a sus señorones en la cuestión amorosa, siempre prevalecerá también el vigor bronco de los jóvenes criados, justamente como dice la Lozana Andaluza.

Don Víctor: Jesse Owens, que olía aún a esclavo, arrampló con todo en los Juegos Olímpicos de Berlín. Eso sí que fue un puñetazo en la mesa por parte de los fámulos.

Don Hugo: Un negro ganaba las medallas para los Estados Unidos… Si ya lo decía Hegel, que el esclavo va percatándose de que es él quien produce y transforma el mundo, de tal manera que acaba por tomar conciencia de sí y desalienarse, en tanto que los amos van convirtiéndose en dependientes de sus esclavos.

Don Víctor: Lo dijo mejor la Lozana, que “valen más los moços que sus amos”.

Braque y Canaletto

Don Hugo: Represéntese usted de este lado de la columna del rey, la ciudad de Varsovia reconstruida a partir de unas vedute que hubiera tomado el reflexivo Braque…

Don Víctor: Me imagino algo así como las vistas de l´Estaque, pero más a lo grande.

Don Hugo: ,,, y de este otro lado, contemple lo que ve: la minuciosa recomposición del casco viejo a partir de las pinturas del concienzudo Canaletto.

Don Víctor: Creo que los urbanistas polacos eligieron al pintor adecuado.

Don Hugo: Yo quería demostrarle, don Víctor, que mucho más que crear, las vanguardias destruyeron… ¡si es que, probablemente, no había más remedio!… las podas de los jardineros impresionistas, simbolistas, nabis y todos los demás, no bastaban y seguramente se imponía la tala vanguardista.

Don Víctor: Lo malo, don Hugo, es que, tras la tala, ha venido la desertización donde antaño había vergeles.

Don Hugo: Precisamente, don Víctor: concéntrese usted de nuevo en “Demoliciones Braque” y verá Varsovia bombardeada.

Capitán Chinchilla

Don Hugo: Era leer en el metro “asiento reservado a los caballeros mutilados” y me imaginaba, acomodándose muy ceremoniosamente, al capitán Chinchilla.

Don Víctor: ¡Ah, el de “Gil Blas”! Yo también lo admiré desde adolescente cuando leí aquel libro: ingenioso, grave, de intachable moralidad y muy delicado en punto de honra…

Don Hugo: … amén de modesto…

Don Víctor: Él, que había dejado un ojo en Nápoles…

Don Hugo: … un brazo en Lombardía…

Don Víctor: … y una pierna en Flandes…

Don Hugo: … y mil chirlos que le condecoraban el rostro.

Don Víctor: Y a pesar de todo vivía en la indigencia sin recompensa alguna ni reproche a su rey.

Don Hugo: Más de un capitán mutilado habría conocido Lesage, pero no deja de sorprender esta premonición de nuestro Blas de Lezo…

Don Víctor: … de nuestro Millán Astray.

Don Hugo: Sí y no, don Víctor, pues ¿se imagina usted al capitán Chinchilla o a Blas de Lezo, dando el brazo, como padrino de bodas, a la Celia Gámez?

Don Víctor: Pues mire, don Hugo, me parece a mí… ¡que también lo harían!

Un escrúpulo

Don Víctor: Una de las cosas que más temo, don Hugo, es que un día, en las lecturas de la misa, me larguen la historieta de Sansón. Tengo pensado, en cuanto me dé cuenta de qué se trata, ponerme en pie y, como si estuviera indispuesto, salirme a la calle a toda prisa.

Don Hugo: ¡Vaya susto que le va a dar usted a Julita!… pero, don Víctor, ¿qué manía le ha entrado a usted ahora?…

Don Víctor: ¡Qué va!… Si esto me viene ya, creo yo, desde mi primera comunión. Además, con Julita ya lo tengo hablado: con susurrarle “Sansón”, ya lo entenderá.

Don Hugo: Le he visto muy callado allá adentro, don Víctor: esto de cortarse el pelo, para mí, que le ha resucitado un conflicto adormecido y mal resuelto…. ¡Mire que hemos ido veces a la peluquería!, pero cuénteme, cuénteme…

Don Víctor: En primer lugar, don Hugo, ¿cómo todo un señor juez de primera instancia de Israel, designado por Dios, puede llegar a ser tan tonto que la filistea Dalila le intente sonsacar el secreto de su fuerza por tres veces y que él no sospeche nada?

Don Hugo: ¡Claro que se da cuenta!, ¡si por tres veces la engaña!…  cada vez que Dalila lo intenta, ora atándole con cuerdas de arco mojadas, ora con cuerdas nuevas y, al final, anudando con hilos del telar sus siete trenzas y asegurándolas con una clavija, para que lo asalten los filisteos, Sansón puede siempre con todos.

Don Víctor: Ahí tiene usted las pruebas de la condición traidora de su amante… y, a pesar de ello, le llega a revelar, al final, la verdadera y única manera de acabar con su fuerza: raparlo.

Don Hugo: Hombre, don Víctor, es que Sansón es un claro ejemplo de la prepotencia del narcisismo aún no desgajado de la dependencia de la madre y esta Dalila no sería más que la posterior erotización, en la fase genital y última del desarrollo psico-libidinal,  de aquélla como fuente de placer adulto. Y, claro, una madre siempre querrá saber, pero  nunca traiciona.

Don Víctor: Calle, calle, que hay más. En segundo lugar, ya pelado, lo ciegan y lo ponen a mover él solito la muela de una tahona… ¿En qué cabeza cabe si ya no tenía vigor?

Don Hugo: Eso es irrebatible.

Don Víctor: Y en tercer lugar: ¿cómo, si ya no es un secreto que su fuerza estriba en su melena, dejan que le crezca de nuevo, en lugar de llevarlo al peluquero?

Don Hugo: Indudablemente, don Víctor, ¡un mal guión!

Don Víctor: Y entonces, don Hugo, cuando proclamen al final del relato: “Palabra de Dios”, ¿cómo voy yo a darlo por bueno y, para más inri, alabarlo?

José Luis Moreno

Don Víctor: Ahora resulta que José Luis Moreno es malísimo. No sé… ¡que decidan los tribunales! No obstante, salga lo que salga, su labor al frente del Calderón ha sido encomiable.

Don Hugo: Es cierto. Fue la única alternativa privada con continuidad al oficial teatro de la Zarzuela.

Don Víctor: Cuántos años no habremos disfrutado yendo a sus temporadas líricas, ¿verdad, don Hugo?

Don Hugo: Sí, y viendo además lo que todos queremos ver: los títulos más populares, buenos cantantes, cuerpo de baile excelente y actores graciosos, con una buena orquesta.

Don Víctor: ¡No quiero ni pensar en el presupuesto que supone todo eso y los riesgos que asumió!

Don Hugo: Es aquello de que “por un perro que maté, ya me llaman mataperro”, olvidando mis muchas otras facetas e incluso si salvé vidas de otros muchos perros.

Don Víctor: Parece que nos falta tiempo para sumarnos a una buena lapidación en cuanto que se nos brinde el menor pretexto.

Don Hugo: Fíjese la simpatía que me inspirará a mí Alfonso Sastre por su postura política y las atrocidades que fue capaz de justificar públicamente y, sin embargo, ¿no le he dicho muchas veces a usted cuánto me gustaría que repusieran “La taberna fantástica”, por ser de gran calidad?

Don Víctor: Ahora me hace usted dudar porque tengo ya medio escrita una carta al director de ABC pidiendo que se recojan firmas para retirar el Caravaggio del Museo del Prado por ser la obra de un asesino.

Don Hugo: ¡Calle, don Víctor, no ve que era homosexual!

Don Víctor: ¡Como Moreno!

Cuentos para niños

Don Víctor: ¡Desde lo alto de este trono, cuarenta y cinco siglos contemplan las mudanzas en la compostura de los gobernantes!

Don Hugo: Cuando Napoleón dirigió la mirada de sus soldados hacia el pináculo de las pirámides, quería hacer de ellos unos héroes, tal y como lo era él mismo.

Don Víctor: Sí, y por el camino hemos pasado de un monarca que se sujetaba siempre bajo el peso de la mirada de la divinidad, a unos políticos a quienes el ojo de la televisión obliga a observar unas actitudes que no lleguen siquiera a ser las propias de una persona adulta.

Don Hugo: Esta última degeneración ya se anunciaba con aquella asombrosa permanencia de una boba sonrisa de azafata pegada a la cara de los políticos yanquis, desde que salían de casa hasta que se recogían. Y aquello ya empezó a llamarnos la atención en los años cincuenta.

Don Víctor: ¡Y eso que teníamos a Solís!

Don Hugo: Botó Maragall ante las multitudes como si hubiera marcado un gol, cuando se proclamó a Barcelona sede de los Juegos Olímpicos.

Don Víctor: Y botó Rajoy en el balcón de Génova en la noche de su victoria.

Don Hugo: Bailaron la Macarena los candidatos demócratas norteamericanos para así poder ganar las elecciones presidenciales.

Don Víctor: Y bailó Iceta al ritmo de Queen en su campaña electoral.

Don Hugo: Se despeinó Jordi Pujol en el Dragón Khan de Port Aventura, como si fuera un mozalbete.

Don Víctor: Y le ganó por la mano Albert Rivera como copiloto del mediático Calleja en un rally automovilístico.

Don Hugo: Es verdad. Últimamente acuden a hacer payasadas a los propios estudios de televisión. Recuerde usted a la Cifuentes en el programa de Motos en que se aludió a su tatuaje secreto, como si de una actriz porno se tratara.

Don Víctor: ¡Qué ganas tengo de que emitan esa serie tan bonita que está rodando Sánchez con su “Vivir cada día” en el palacio de La Moncloa y alrededor del mundo!

Don Hugo: Y lo peor es que detrás de todo este circo, no hay nada; todo es disfraz, señuelo para bobos y cotilleo para sedicentes analistas. La política se lleva en secreto y, al exterior, en estos momentos, sólo aflora una lamentable e hipócrita impostación afectiva.

Don Víctor: ¿Qué nos quedará por ver, don Hugo?… Quién sabe si, de cara a las próximas elecciones, no estará ya el mismo Sánchez ensayando, echándose a correr haciendo el Falcon por los pasillos de La Moncloa…

Don Hugo: Sí, don Vícto r,y a Feijóo me lo imagino lanzándose en plancha sobre la mullida alfombra de los prados gallegos y luego a todos sus barones tirándosele encima, recreando así las suaves lomas hercinianas de aquella tierra.

El nuevo centripetismo

Don Víctor: Fue salir a escena Edgardo vestido a la usanza española, destocarse de su chambergo, y Madame Bovary casi se desmaya.

Don Hugo: En su época imperial, España exhalaba su aliento fecundador por todo el orbe…

Don Víctor: ¡Y vaya fiato! Cuánto alargó aquel interminable calderón.

Don Hugo: Al final acabó con la cara congestionada y prácticamente cianótica.

Don Víctor: Claro, don Hugo, fue tanta su desmesura que sus pulmones quedaron dañados.

Don Hugo: En los siglos siguientes, hubo que inspirar casi como asmático, a pequeñas boqueadas entrecortadas.

Don Víctor: Nos está costando recuperar nuestra antigua capacidad torácica… pero vamos bien: cada vez absorbemos más cosas de fuera… ¿Que está usted ansioso o somatiza en exceso?…

Don Hugo: ¡Pues a practicar yoga!

Don Víctor: ¿Que tiene usted gana?

Don Hugo: ¡Pues despáchese con un wok tailandés, un sushi japonés o unos ceviches peruanos!

Don Víctor: ¿Que quiere usted divertirse?

Don Hugo: ¡Qué mejor que un espectáculo de danza del vientre!

Don Víctor: Y si le da a usted pereza salir, pues se queda en casa viendo una serie coreana.

Don Hugo: ¿Que tiene usted frío?

Don Víctor: Pues a comprar ropa hecha en el Extremo Oriente.

Don Hugo: Y para colmo, ya no somos nosotros los que mandamos jesuitas al fin del mundo.

Don Víctor: Ahora son los demás los que vienen a vernos. Fíjese usted en cómo está Madrid: ¡Si parece la ONU!

Don Hugo: Sí, don Víctor, del centrifuguismo heroico de siglos pretéritos, nos hemos acomodado al centripetismo consumista.

Lo blanco es negro

Don Hugo: ¡Y fue añadirle al título original: “y cambio climático”, e ipso facto le publicaron su estudio sobre las ardillas, rechazado hasta aquel momento!

Don Víctor: Si es que hoy en día todo cuanto no contemple la sostenibilidad, no interesa.

Don Hugo: Toda obra de arte que no se conciba desde la “perspectiva de género” deja de tener salida.

Don Víctor: ¿Se ha enterado usted, don Hugo, de los apuros de la colección Wallace a la hora de exhibir la flamante restauración del columpio de Fragonnard ante la avalancha de críticas por parte de sesudos analistas que consideran la obra un atentado a la condición femenina?

Don Hugo: ¡Como que van a tener que pedir perdón, don Víctor!

Don Víctor: Las consignas actuales son: enaltecer al nacionalismo irredento…

Don Hugo: … y deshacer los Estados inclusivos.

Don Víctor: Reivindicar el indigenismo como paradigma del paraíso en la tierra…

Don Hugo: … y denigrar la integración de aquellos pueblos en la civilización mundial.

Don Víctor: Fomentar la victimización predicando como superación lo que no es más que manifestación de la debilidad y la envidia…

Don Hugo: … y no dejar al héroe libre para cumplir con su obligación.

Don Víctor: Exaltar los derechos del animal…

Don Hugo: … rebajando al ser humano a la condición de “humano”, haciéndolo así un animal más.

Don Víctor: ¡Y el peor de todos por haber resultado el más eficaz en la merienda de negros que son los ecosistemas!

Don Hugo: Y no olvide usted, don Víctor, lo novedoso del encumbramiento de lo trans.

Don Víctor: Nuestra libertad, por no decir nuestro capricho, nos ha de permitir nombrarnos como nos venga en gana, a despecho de todo determinismo biológico.

Don Hugo: En definitiva, que estos diez mandamientos se resumen en dos: Amarás la contradicción entre todos ellos y al fracaso como a ti mismo… (cantando:) “No he tenío más remedio…

Don Víctor y don Hugo (cantando:) “…No voy a tené más remedio / Que agachá la cabesita / Y desí lo blanco eh negro”.