Escrache

Don Víctor: Lo primero en lo que pensé fue precisamente en Orfeo como en la escena de este mosaico.

Don Hugo: Es verdad, con todas las fieras embelesadas por su canto, como cándidas avecillas. A mí me recordó inmediatamente al buen marinero que cantaba en aquel romance…

Don Víctor:  «… marinero que la guía / diciendo viene un cantar/ que la mar ponía en calma, / los vientos hace amainar, / las aves que van volando / al mástil vienen posar, / los peces que andan al fondo, / arriba los hace andar…» ¡Qué hermosura!… ¿No sería aquel marinero un Kraus avant la lettre?

Don Hugo: Tiene usted razón:  Alfredo nos regaló la experiencia de ser arrebatados en primera persona. Y es que tras escuchar al maestro, uno comprende mejor el romance del conde Arnaldos.

Don Víctor: Sí, nos pasa como a aquel fraile que salió del convento a meditar en la floresta y quedó encantado por el canto de un pajarico. Tanto se demoró, extasiado, que cuando volvió al convento, lo encontró con algunos añadidos y una puerta que le era desconocida…

Don Hugo: Sería ya de transición al gótico…

Don Víctor: Seguro… el caso es que no conoció al hermano portero ni a los que deambulaban por el claustro, ni fue de ellos reconocido y es que ¡había pasado más de un siglo!

Don Hugo: ¡Qué emocionante que todo aquello aún obre milagros!… Aquellas fieras no tuvieron más remedio que cesar en su estridente algarabía y dejar que el fandango que cantaba el guardia desde el balcón…

Don Víctor: No sé si me pareció un martinete…

Don Hugo: No, don Víctor, eran fandangos naturales; lo que ocurre es que el sonido del vídeo es muy malo, el guardia canta a pelo y hay como un martilleo repetitivo de fondo.

Don Víctor: Bueno, don Hugo, fueran galgos o podencos lo que cantara, la cuestión es que las amenazadoras hordas de la calle se mostraron sensibles como las bestias salvajes con Orfeo.

agosto 2018

Tres cosas hay en la vida

Don Hugo: Todos coinciden en tres cosas, según mi hermano Luis: ningún paciente admite que duerme mucho, que come mucho ni que habla mucho.

Don Víctor: Parece que sigamos en la Edad Media sujetos a la regla de San Benito.

Don Hugo: Pues es verdad: San Bruno prohíbe hablar. Todas las órdenes limitan y fraccionan el sueño y en cuanto a comer… ¡sopita de verduras!… y la carne ¡tasada y de Pascuas a Ramos!

Don Víctor: Alto ahí, don Hugo, que los Jerónimos bien que comen con aquello de que tienen que estar fuertes para sus muchas horas de canto.

Don Hugo: Vamos, que ahí profesaban todos los Pavarotti y Caballés antes de que se inventara la ópera.

Don Víctor: ¿Y no recomendaba Casanova, que indudablemente era un hombre muy experimentado, comer y dormir mucho para sanar de toda dolencia?

Don Hugo: Antes de conocer yo a Dolores, anduve en relaciones con una muchacha semi-existencialista de las que había entonces…

Don Víctor: Me la estoy imaginando toda de negro, con su boina terciadita sobre la melena, su jersey ajustado y su falda de tubo.

Don Hugo: Calle, don Víctor, deje usted… pues me decía que qué lástima eso de tener que dormir y desperdiciar tanto tiempo…

Don Víctor: ¿No le dijo usted que al dormir rejuvenecemos, retrasamos un poco nuestro reloj y vivimos luego con mayor energía esa vida existencial tan interesante?

Don Hugo: No, yo le contaba aquello de Nerval, para quien la vigilia era tan sólo la antesala de la auténtica vida: el sueño.

Don Víctor: Hombre, don Hugo, haberle hablado del surrealismo que era más moderno… ¡y la habría usted dislocado!

Don Hugo: Menos mal que no lo hice y menos mal que Galdós, que tanto ironizaba sobre las tertulias de café, no está aquí para ponernos tasa a la sinhueso porque, si no, usted me dirá… ¿qué hacemos aquí usted y yo tan lejos de casa?

Don Víctor: Pues sí, vaya un plan… ¡aquí pasmados mirando las cupulitas!

Entre Cantinflas y Galahad

Don Hugo: ¿Pero, don Víctor, se da usted cuenta del lapsus freudiano que comete la Cospedal al decir “indemnización indefinida” por “indemnización en diferido”?

Don Víctor: No sé si será freudiano, don Hugo, pero antes esta chica no se equivocaba nunca… Calle y atienda usted a lo que viene ahora…

Don Hugo: Tiene gracia el vídeo, aunque yo, en lugar de Groucho, hubiera puesto a Cantinflas, con su verborrea errática y sus conceptos desbaratados…

Don Víctor: Quién me iba a decir a mí, con lo que me reía yo con Cantinflas, que ahora me daría de llorar.

Don Hugo: Nos ocurre como a don Hilarión: “Antes yo me reía de todo y ya no me río”.

Don Víctor: La estoy oyendo y me parece aquello de… ¿cómo era, hombre?… ¡Ah sí! “Todavía un poco y ya no me veréis y todavía otro poco y me veréis…”

Don Hugo: Y recuerde usted lo que responden los Apóstoles: “Pero qué dice este hombre… un poco, otro poco… no estoy… ahora estoy…”

Don Víctor: No me extraña que saquemos a Cristo hasta en los chistes y que san Pedro, ante aquel galimatías, le diga: “Si te seguimos, macho, es por lo bien que te explicas”.

Don Hugo: Apócrifo, pero bien fundado… Tanto como Jung cuando expresa la nostalgia inconsciente de todo ser humano por el Edén de abundancia eternamente renovada.

Don Víctor: ¿Se refiere Jung a esa indemnización indefinida, a ese nuevo Santuario del Grial en que los sobres brotan espontáneamente allí donde uno tienda la mano?

Don Hugo: Claro que sí… pero mírelo usted ahora por el otro lado: es la llaga, siempre abierta, que sigue sangrando indefinidamente del cuerpo del tullido Rey pescador…

Don Víctor: Ahí le duele a España, que nunca acaba de morir, esperando en vano al Justo Galahad que la sane.

marzo 2013

Malvados de película

Don Víctor: Dígame, don Hugo, con la mano en el corazón, ¿usted cree que un paisaje como éste, que parece sacado de la escuela de Vallecas, pueda generar tantos malvados?

Don Hugo: ¡Pero si aquí apenas hay nadie!

Don Víctor: Yo creía que de lugares así surgen todos los Yagos, los Ricardos III, los Comendadores a lo Fuenteovejuna, los Tartufos, los Doctores No, los Emperadores Palpatines y todos los Bárcenas que en el mundo han sido.

Don Hugo: Pare usted, don Víctor… ¿No estará sufriendo usted una cierta confusión crepuscular?

Don Víctor: Por la hora podría ser y creo que deberíamos apresurar el paso, que las noches aquí son muy frías… pero no me refería a eso… ¿No ha notado usted últimamente que estos labradores, habitantes de tierras inhóspitas y rugosas, explotados desde la noche de los tiempos, desterrados de la ciudad y sus novedades, ridiculizados por poco avisados y por rústicos, ahora son además los malvados de todo tema de ficción?

Don Hugo: Pero, don Víctor, si ya nunca sale el campo…

Don Víctor: ¡Villanos!… ¿No los llaman así ahora?

Don Hugo: ¡Acabáramos! El «villain» de los anglosajones…

Don Víctor: Usted lo ha dicho, don Hugo. Parlare a stortimento y mal copiar.

Teodosio

Don Hugo: El castillo es una preciosidad, pero… lo último que esperaba encontrarme en Coca era ¡un monumento al separatismo!

Don Víctor: Hombre, don Hugo, al fin y al cabo Teodosio fue un emperador originario de Coca, ¡un emperador español!

Don Hugo: No, si ya se le nota… cantonalista avant la lettre… ¡inspirador de taifas!

Don Víctor: Exagera usted…

Don Hugo: Yo lo que le digo a usted, don Víctor, es que el día más feliz de mi vida fue el  once de julio del 212, cuando Caracalla nos hizo romanos a todos.

Don Víctor: ¡Caramba, no le hacía yo a usted tan mayor, don Hugo!

Don Hugo: Acuérdese usted de lo emocionante que fue cuando aquel pastor anglicano nos llamó “romanos” en aquella iglesia de Cornualles.

Don Víctor: Sí, católicos romanos y no católicos de Inglaterra… y verdad es que aquello emocionó a las señoras.

Don Hugo: ¡Con razón!… En cambio el día más triste de mi vida fue cuando este sujeto, ¡que es que no quiero ni nombrarlo!, nos partió por la mitad.

Don Víctor: Sí, como en “La verbena de la Paloma”: “ustedes por aquí, vosotros por allá”… pero ¡cómo se acuerda usted de las fechas, hombre de Dios!

Don Hugo: Sí, esto es como aquella amiga de mi mujer que decía que qué mala impresión le causó el que Fernando el Católico contrajera segundas nupcias con Germana de Foix.

Don Víctor: ¿Usted cree que aquella división sirvió para salvar el Imperio Romano de Oriente?..

Don Hugo: … pero de qué manera… Un Imperio Romano ¡sin Roma! que languideció mil años, confundido en su bizantinismo y dejado de la mano de Dios.

Don Víctor: ¿Qué nos va a tocar ver?, ¿Otra proclamación de independencia a lo Companys?

Don Hugo: ¿La aplicación a rajatabla de la ley y la suspensión de la autonomía?

Don Víctor: ¿La invasión irredentista del País Valenciano, Baleares, el Rosellón?…

Don Hugo: … Sí ¡y Alguero también!

Don Víctor: ¿Una nueva claudicación que conceda a Cataluña mayores privilegios hasta la próxima andanada?    

Don Hugo: Ningún reino está a salvo… bueno, el único el de Cristo.

Don Víctor: Por algo lo tuvo que poner en el otro mundo.                                       diciembre 2012

Teologías

Don Hugo: ¡Pero también ésta está cerrada!

Don Víctor: Pues si ni siquiera la del Carmen está abierta, ya me contará usted, don Hugo, cuál va a estarlo…

Don Hugo: ¿Dónde queda lo que dijo Ramón de que en Madrid podía uno entrar siempre en las iglesias?

Don Víctor: Nos estamos quedando sin cafés, sin comercios y sin iglesias. ¡Y querrán echarnos a todos al extrarradio para poner oficinas en nuestras casas!

Don Hugo: Una iglesia siempre ha sido un refugio, lo mismo para el cristiano ferviente que para el ateo fatigado. Abrigo en invierno, oasis en el estío, asiento para las piernas cansadas, silencio y recogimiento en el ajetreo de la ciudad, paraíso de los sentidos gracias al incienso, al órgano, a los coros y al arte sacro.

Don Víctor: En definitiva, es recogerse en la casa del Padre.

Don Hugo: Un padre fenomenal: que quieres charlar, Èl te escucha encantado; que le pides consejo, Él te lo da; que, sin embargo, vienes malhumorado, pues Él te deja en paz hasta que se te pase… Vamos, un buen padre cazurro.

Don Víctor: Qué mala señal, como en el romance, que esté cerrada la puerta que siempre estuvo abierta.

Don Hugo: Menos mal, don Víctor, que este Papa no es un burócrata y se está dando cuenta : ¡las iglesias tienen que estar siempre abiertas!

Don Víctor: ¡No vaya a echar la tranca el Padre sin esperar la llegada del hijo pródigo!

Plaza de España

Don Hugo: No tendrán los turistas otro sitio donde sacarse la foto…

Don Víctor: Es que dónde si no, don Hugo, porque ¿cuál es el monumento icónico de Madrid?

Don Hugo: De acuerdo, don Víctor, pero algún lugar habrá menos feo que éste…

Don Víctor: Eso sí… qué estatua tan ramplona la de don Quijote y su escudero…

Don Hugo: … como un pisapapeles…

Don Víctor: … tal es el efecto que hace, enanada por ese cipo tan romo…

Don Hugo: … que además estorba la vista y confunde al viandante…

Don Víctor: ¿Y qué me dice de esas plantaciones heterogéneas que juntan churras y merinas?…

Don Hugo: … los olivos de Andalucía…

Don Víctor: … los plátanos napoleónicos…

Don Hugo: El caso es colocar barreras que empachen y molesten por todas partes.

Don Víctor: Cada cosa parece dar la espalda a las demás…

Don Hugo: … como en nuestras catedrales, con ese monstruo de coro en medio de todo…

Don Víctor: Uno no abarca cuáles son los límites de la plaza…

Don Hugo: … cerrada por aquí, abierta por allá, balizada por el otro lado…

Don Víctor: … un rascacielos estalinista cerca de otro neoyorquino…

Don Hugo: … la boca de la Gran Vía que se asoma por un lado…

Don Víctor: … el palacete de Antracitas de Fabero semi-hundido junto a un puente…

Don Hugo: Esas pobres náyades a lo Maillol, que para mí es lo único que vale la pena, parecen cautivas en una exposición colonial.

Don Víctor: Y cuánto frío no hace aquí en invierno, abierto como esto está a los cuatro vientos.

Don Hugo: Y cuánto calor en verano, que cae el sol tan a plomo que no hace uno ni sombra.

Don Víctor: El día en que me digan que el infeliz de don Quijote y el bueno de Sancho se han marchado, como Charlot al final de una película, qué alivio no sentiré.

Don Hugo: Mayor sabor hallarán en palos y manteos que estando aquí encantados por mal encantador.                                                                                                                               marzo 2013

UHP

Don Víctor: Ya lo ve usted, don Hugo, para menda, por el sistema UHP.

Don Hugo: ¿UHP? ¿»Uníos, hermanos proletarios», como en la guerra?

Don Víctor: Pues, claro. Lo mismo que he encontrado estos cinco Euros en la butaca del teatro, aquellos milicianos se encontraban objetos que les apetecían en las casas burguesas que registraban o donde practicaban detenciones.

Don Hugo: ¿Y el método ese, don Víctor?

Don Víctor: Pues eso: me gusta, lo echo al saco y proclamo: «Pa´l hermano proletario».

Teatro

Don Víctor: Oyendo este magnífico parlamento, me acuerdo de aquella película de los Taviani que tanto nos gustó…

Don Hugo: ¿No sería entonces «Good morning, Babilonia», claro está?

Don Víctor: Quite, quite, don Hugo. Me refería a «Cesare deve morire».

Don Hugo: Ah sí, aquellos presos desahuciados que, merced al teatro de Shakespeare, se sumergen en un baño purificador, dejando de ser ellos mismos para convertirse en unos personajes sublimes y desde ahí poder proyectarse como nuevas personas.

Don Víctor: Dicen lo que nunca se les habría ocurrido decir. Piensan lo que no se hubieran atrevido a pensar. Acometen lo que nunca osaron. Crecen infinitamente más grandes que lo que fueron.

Don Hugo: Sí, sí, don Víctor, tiene usted razón: escapan a la fatalidad de su destino hasta ser capaces de construirse uno nuevo.

Don Víctor: Desde su origen griego, el teatro es edificante. Forma personas civilizadas, plantea conflictos reconocibles, dilemas morales, combate el caos y la irracionalidad…

Don Hugo: Sí, es la conciencia personal y colectiva tomando conciencia de ella misma y afirmando la dignidad del hombre.

Don Víctor: No en vano los mismos griegos, que aspiraban a ser los más humanos de los hombres, se complacían tanto en aquellos ciclos que oponen el ser racional a los minotauros, a los centauros, a los bárbaros…

Don Hugo: Yo es lo que le tengo dicho a mi nieto Javierino, que escoja «Teatro» en el Instituto y que si en «Valores Éticos» tiene que copiar, ¡pues que copie!

Elogio fúnebre

Don Víctor: Ha sido muy duro, pero es cierto que tenía que verlo.

Don Hugo: Usted y yo estamos en la obligación de verlo todo. Mire que escuchábamos con devoción su discurso de que el arte se sustenta en la técnica y el estilo y que muy poco o nada tiene que ver con la emoción.

Don Víctor: Este dramático episodio de Chile es la única interpretación en que Kraus hubo de interrumpir su canto, desbordado por la emoción… luego sí que tenía que ver con el arte…

Don Hugo: Hombre, claro, don Víctor… ¡eso no se discute! El buen hacer técnico está al servicio de suscitar las emociones en el espectador, que para eso va al teatro, pero el artista, que se ha emocionado previamente al estudiar la obra, ha de ser capaz de analizarla y elaborar su interpretación para obtener el mejor efecto entre el público.

Don Víctor: Sí, si ya lo decía el propio Kraus, que hay que ir a escena bien llorado, pero incluso él demostró aquí su fragilidad.

Don Hugo: Es muy revelador que fuera con un tango… Kraus pasó toda su vida luchando peligrosamente con sus personajes, como Jacob con el ángel, a la vista del público, rozando siempre la muerte…

Don Víctor: ¡Aquellos rinforzandi de los Cuentos de Hoffmann!

Don Hugo: ¡Aquel pianissimo de «Au souffle du printemps»!

Don Víctor: ¡Los nueve sobreagudos de «La fille du régiment»!

Don Hugo: Eso es indiscutible. Nunca le vencieron los ángeles… ahora bien, ¿qué demonio no habrá escondido en las canciones populares?… y más si uno las hizo carne propia en la infancia o en la primera juventud?… Ya lo dice Leblanc: que la historia de la canción es la historia universal de los sentimientos…

Don Víctor: ¡Ah!, si lo dice Leblanc…!

Don Hugo: Para el inconsciente no pasan los años. El Demonio puede dormir, pero nunca muere, a la espera de despertar en el momento oportuno.

Don Víctor: Tiene usted razón, don Hugo. ¿Cómo explicar si no que a los pocos minutos se repusiera y fuera capaz de coronar el concierto con su proverbial «La donna è mobile» y su prolongado agudo final.

Don Hugo: Estaba yo pensando en don Antonio Bienvenida, que tanto nos gustaba y que también hizo alarde de técnica consumada… cómo al final se dejó matar en una capea por una pobre vaquilla…Don Víctor: Éste es el hombre, don  Hugo, por más que sea un héroe. ¿No acabó una teja con el temible Cyrano?