Las cosas del doctor Perales

Don Hugo: ¿Ve usted aquellas curvas, don Víctor?… Pues allí fue donde el bueno del doctor Perales colocó al niño de parabrisas en la moto, mientras ascendía en pleno invierno… Si cuando llegaron a la Venta Arias, hubo que darle friegas al chavalín y un buen trago de coñac, ¡pobre criatura!
Don Víctor: ¿Éste es el mismo que se casó con una taquillera de metro para que le estuviera eternamente agradecida y sumisa, por ser de clase inferior?
Don Hugo: El mismo. El que vio el cielo abierto cuando en una cena de un congreso internacional, el presidente, con su mentalidad americana, impuso que se pagara a escote y no a la española. Pretextó entonces una gastritis para no pedir nada y se puso las botas luego picando de todos.
Don Víctor: ¿En un congreso?… ¿pero no estuvo de médico rural?
Don Hugo: Eso fue al principio. No se lo pierda. Llegó al pueblo con toda la familia y poco menos que obligó al boticario a recibirlos en casa por unos días mientras encontraba acomodo. Si el buen hombre hasta despachó a sus hijos a la fonda para hacer sitio. Bien, pues allí estuvo la familia Perales a pan y cuchillo lo menos nueve meses hasta que le dieron nuevo destino al doctor.
Don Víctor: ¿Y, mientras, el pobre farmacéutico pagando la fonda a su propia prole?
Don Hugo: Sí, parece que en España hayamos heredado la hospitalidad de los árabes…
Don Víctor: … y algunos, los escrúpulos de los vándalos.
Don Hugo: El caso es muy triste porque se le mató el chico por mal de amores.
Don Víctor: ¿Qué hijo, el congelado?
Don Hugo: Ese desgraciado. Lo abandonó la novia de repente y qué se cree usted que discurría el bueno de Perales…
Don Víctor: Pues visto el personaje, que no quería pagarle el entierro.
Don Hugo: ¡Mucho peor! Que aquella muchacha había hecho mal en desilusionarle tan de repente. Que bien hubiera podido decirle una vez: «Danielín, espérame aquí, que voy a cagar»; y otra: «¡Vaya pedo que me he tirao! ¡Pero qué a gusto que me he quedao!», para que así el chico fuera desenamorándose poco a poco.
Don Víctor: No me cuente usted más, don Hugo, y contemplemos el paisaje.

junio 2014

Emulación

Don Hugo: Pues yo le aseguro a usted, don Víctor, que llegó a rivalizar con el propio Merckx.
Don Víctor: Sin embargo, don Hugo, el belga era superior a Ocaña.
Don Hugo: Pero le ganó en buena lid aquel Tour y si no llega a caerse le hubiera batido dos veces.
Don Víctor: Reconozco que en ambas ocasiones el afán de emulación le hizo tan grande como al otro, si no superior.
Don Hugo: Lo tiene dicho Vasari: la naturaleza crea los genios a pares…
Don Víctor: También Dalí: «Picasso es un genio, yo también».
Don Hugo: … de manera que los estimule la mutua rivalidad y brillen aún más.
Don Víctor: ¿No creía él también que incluso esa competencia era acicate para los demás?…
Don Hugo: Qué mal se entiende a veces esto de la rivalidad, como si se tratara de anular o destruir al contrario por cualquier medio y no en su terreno, como los dos caballeros en el palenque.
Don Víctor: Pues sí, el mismo gremialismo que hay hoy entre las figuras del toreo: nos ponemos de acuerdo en repartirnos el mercado, no ponemos en apuros a los otros y así ni siquiera tenemos que sudar la taleguilla…
Don Víctor: Lo que nunca había sido y no debiera ser. Cuánta vida daban al toreo y al aficionado esas rivalidades entre Pepe Hillo y Pedro Romero…
Don Hugo: … Frascuelo y Lagartijo…
Don Víctor: Machaquito y Bombita…
Don Hugo… Manolete y Arruza…
Don Víctor: …Dominguín y Ordóñez…
Don Hugo: … y sobre todos ellos, la más grande: ¡Joselito y Belmonte!

Muñecos

Don Hugo: Una escultura no es ni una fotografía, ni un cromo, ni una caricatura; tiene alma. La escultura se inventó para alojar un alma. Es el simulacro que hace presente al ausente.
Don Víctor: Y que lo diga usted, don Hugo… buen susto llevaba Julita cuando paseábamos por las salas egipcias de los Museos Vaticanos, con todos aquellos faraones gigantescos.
Don Hugo: Es que su mujer, Julita, sabe más que usted y yo juntos, vamos, ¡de aquí a Roma!
Don Víctor: Mire usted lo que han hecho en Dublín sin ir más lejos: reducir el ánima de la frágil Molly Malone, que «vaga por las calles del casco viejo», a esa mujeruca ordinaria que han plantado en Grafton Street…y eso clama al cielo… ¡eso es destruir el mito y rebajar la ciudad!
Don Hugo: Empezando por representarla a tamaño natural… si es que todavía no nos hemos enterado de lo que enseñaban los griegos, don Víctor, que para que una estatua parezca de tamaño natural, tiene que ser sensiblemente más grande que el modelo real.
Don Víctor: ¿Y entonces qué me dice usted de la «Violetera» de la calle Alcalá, que han acabado por ocultar en los jardines de las Vistillas?
Don Hugo: Pues lo que cantaba Marisol Reyes: «Pa sentirte madrileña, chiquetita ties que ser».
Don Víctor: El barrendero de la plaza de Jacinto Benavente, el barbudo del aeropuerto, el viejo asomado a las excavaciones de la calle Mayor, la Ana Ozores de Oviedo… ¡todos esos muñecos falsifican nuestras ciudades como queriendo convertirlas en parques temáticos infantilizados…
Don Hugo: … ¡para hacernos a todos todavía más ignorantes!

Escombros

Don Víctor: ¿Otra isla lista para independizarse, don Hugo?… ¿pero es que ha oído usted en alguna parte que Lanzarote aspire a un Estado propio?
Don Hugo: Hombre, don Víctor, yo lo digo porque en esa bendita isla no he encontrado escombros por ninguna parte. ¡Qué desazón: creí estar en España y sin embargo…!
Don Víctor: Ya hemos encontrado el máximo común denominador de la nacionalidad española: ni jota, ni Quijote, ni toros, ni procesiones… ¡los escombros!
Don Hugo: Pues sí, considere usted, don Víctor, el País Vasco francés y vuélvase luego de este lado del Bidasoa: allá no hay escombros, aquí sí.
Don Víctor: Reconozco que si comparamos el Rosellón con el Ampurdán, el resultado es el mismo.
Don Hugo: He reunido datos de todas las provincias, plazas de soberanía y cabildos insulares: escombros y más escombros.
Don Víctor: Es cierto, don Hugo, que desde bien antiguo somos aventajados exportadores de escombros. Recuerdo lo que contó su nieta en el monte Testaccio: de veintiséis millones de ánforas acumuladas, el 80 % procedía de la Bética, sólo el 17% de la Tripolitana y únicamente el 3% de la Galia.
Don Hugo: Lo que decíamos, don Víctor: el Rosellón e Iparralde.
Don Víctor: En cambio, estos romanos… ¡hasta de los escombros hacen arte! Qué maravilla la colina del Testaccio…
Don Hugo: También en su género ese parque que hay en Vallecas sobre una antigua escombrera…
Don Víctor: ¿El de lasTetas?
Don Hugo: El mismo… Digo yo que me parece una buena solución. ¿Cree usted, don Víctor, que podría marcar tendencia?
Don Víctor: ¿Qué quiere usted que le diga, don Hugo? Es dudoso en un país que aportó como octava maravilla del mundo un grandioso monumento llamado… ¡Escorial!

España y sus regiones

Don Víctor: Seguramente sería la mejor de todas, si no fuera por esa letra.
Don Hugo: Llevo varios días dándole vueltas, pero al final no consigo tomármelo en serio; mire usted: «Aragón, la más famosa, / es de España y sus regiones».
Don Víctor: Eso empieza bien…
Don Hugo: ¡De ninguna manera, don Víctor! Hay que cambiar algunas cosas: ¿qué es eso de «España»?… cuando ahora decimos con mayor propiedad «el Estado».
Don Víctor: ¡Es verdad!… si ya lo decía Zapatero: eso de «nación española» es un concepto discutido y discutible.
Don Hugo: ¡Buena autoridad!… ¿Y qué me dice de las llamadas «regiones»? Para mí, que la palabreja la inventaría Franco, con el peor de los propósitos…
Don Víctor: Ponga usted «CCAA: Comunidades Autónomas», que es mucho más bonito.
Don Hugo: Pues en eso viene a parar la cosa, que no llevamos ni tres versos y ya nos hemos cargado la métrica. En vez de una jota, parece un monólogo de «El Ocaso de los Dioses».
Don Víctor: Pero entonces, don Hugo, ¿qué va a ser del pobre Patricio y de la moza del barrio y de los iris y de los rayos y de tanto «quiere decir»,» quiere decir» y más «quiere decir»?
Don Hugo: Pues eso, don Víctor, que la empresa es ciclópea y nos excede. Es un texto que parece sacado de la pluma de don Emilio Romero, en una de sus noches más febriles y apuradas: un artículo para ABC, un editorial para Pueblo, una carta al director del Ya, una columna para el diario Madrid, la presentación de un libro en el Club Siglo XXI…
Don Víctor: Un anacoluto, solecismos, una frase truncada, subordinaciones imposibles, un hilo errático…
Don Hugo: Desengáñese usted, don Víctor, y dejémosla de una vez. ¿Por qué no la escuchamos sin la letra, como si fuéramos de una Comunidad Autónoma con lengua propia?
Don Víctor: Cierto, don Hugo, que estos «aggiornamentos», en lugar de revitalizar la obra de arte, nos la matan.

Neo-pensamiento y neo-lengua

Don Víctor: Oso polar, lince ibérico, elefante y subjuntivo.
Don Hugo: No se guasee usted tanto, don Víctor, que la psicología es algo bastante serio… en fin, el elemento intruso es el subjuntivo… ¡qué fácil!
Don Víctor: Erróneo, don Hugo. Le he pillado. No era ése el criterio, sino el de «especies en extinción».
Don Hugo: Qué tramposo es usted. ¿Y qué tripa se le ha roto ahora al subjuntivo?
Don Víctor: Pues eso, que nos lo están matando, que cada vez se recurre menos a él, que se aburre de estar tan callado, que se nos muere de pena, como don Quijote en la cama.
Don Hugo: No había caído yo en ello, pero sí que es verdad… ¡Cuánta razón lleva usted, Don Víctor! Con el subjuntivo se nos van las hipótesis y las quimeras…
Don Víctor: … las potencialidades y las ilusiones…
Don Hugo: … la crítica y la duda…
Don Víctor: … la posibilidad y la utopía…
Don Hugo: Me he caído del caballo, como San Pablo… Esta persecución es gravísima porque nos lleva derechos a la neo-lengua de «1984»: mengua en el acervo de significados, eliminación de matices y acepciones secundarias, reducción de los tiempos verbales…
Don Víctor: Una regresión filogenética del pensamiento en toda regla… ¡la sub-lengua de una dictadura!
Don Hugo: Es como aquel personaje de Cervantes que enseñaba vizcaíno a un elefante.

Jota

Don Hugo: Esto siempre gusta. Cómo se entusiasma el público… Para mí, don Víctor, los únicos españoles con derecho a la independencia serían los pacíficos pitiusos.
Don Víctor: ¡Caramba, don Hugo…!, ¿está usted en su sano juicio?
Don Hugo: Claro, aquellas islas son las únicas que no han conocido ninguna variante de la jota.
Don Víctor: Ahora le entiendo; por eso, la más famosa de todas, la aragonesa, tuvo la virtud de suscitar tanto fervor patriótico en la España de la Restauración.
Don Hugo: «La Dolores» del maestro Bretón, las de «Los de Aragón» y la de «El trust de los tenorios» del maestro Serrano…
Don Víctor: … y la que fue un fenómeno: la de «El Dúo de la Africana», de Fernández Caballero. Leyendo periódicos viejos de la época del estreno, hablan como de efecto electrificante… ¡un entusiasmo incontenible que poseía sistemáticamente a los auditorios allá donde se representara!
Don Hugo: Lo que yo llamaría «mesmerismo patriótico».
Don Víctor: Yo pienso, don Hugo, que si don Isidoro Macabich hubiera gozado de una vida aún más larga, nos habría aportado al menos algún rastro de jota ibicenca , si bien tímidamente escondida tras alguna alteración rítmica acorde con las viejísimas danzas de los isleños.
Don Hugo: Me lo ha puesto usted en bandeja, don Víctor… ni siquiera los pitiusos tienen derecho a la independencia.

Lamento de gigante

Don Hugo: ¡Ay, don Víctor, qué lástima da ver estos trozos de la madre de todas las civilizaciones!
Don Víctor: Y por si fuera poco, don Hugo, y no estuvieran suficientemente machacados los pobres, todavía los hemos triturado más y los hemos dispersado en la última guerra.
Don Hugo: Tenga usted en cuenta, don Víctor, que había que concentrarse en proteger el Ministerio del Petróleo.
Don Víctor: Claro, nuestra ministra nos prometió que bajaría muchísimo el precio del petróleo.
Don Hugo: Había que liberar a la Humanidad de las armas de destrucción masiva.
Don Víctor: ¡Lo que ha mejorado, desde entonces, la seguridad en todo el mundo!, ¡Qué éxito!
Don Hugo: Y no olvide usted que había que exportar la democracia a esos bárbaros de tan antigua civilización.
Don Víctor: El telediario da buena prueba de ello cada día.
Don Hugo: La imagen del campeón Al Jaburi derrumbando a golpes de mazo la estatua de Sadam Huseín me recuerda la lucha del gigante Enkidu contra Gilgamesh.
Don Víctor: Pero tenga usted en cuenta, don Hugo, que Sadam no era precisamente un héroe, sino un tío muy malo.
Don Hugo: No sé por qué será, pero últimamente el halterófilo Al Jaburi anda por ahí lamentándose de que «contra Sadam Huseín se vivía mejor».

Jeriñac

Don Víctor: Se lo voy a poner ahora mismo, don Hugo, a ver si está el vals del policía.
Don Hugo: Como no trae fecha, todo puede ser.
Don Víctor: Tanta fanfarria y tanta retórica imperial y anda que no tuvimos que aguantar un continuo espulgo de miserias y pequeñeces, incluso en estas inocentes zarzuelas de antes de la guerra.
Don Hugo: Y si no, cortaban el número completo, como en el vals este que hace mofa de la figura del policía…
Don Víctor: … que, por cierto, ni usted ni yo hemos oído nunca.
Don Hugo: … daban el cambiazo con un término que desvirtuaba el sentido.
Don Víctor: Sí, «reservistas» por «socialistas»…
Don Hugo: … en «El bateo» de Chueca.
Don Víctor: …»pollito bien» por «Victoria Kent»…
Don Hugo: … en «Las Leandras» del maestro Alonso.
Don Víctor: «no anda sola» por «no duerme sola»…
Don Hugo: … en el chotis de la Lola.
Don Víctor: ¡Puf, es que, claro, todo eso era tan peligroso!
Don Hugo: Fíjese usted, don Víctor, que hasta se convocó un concurso nacional, muy bien dotado, para desterrar de nuestro vocabulario nacional la palabra extranjera «coñac».
Don Víctor: Ah sí, me acuerdo de aquel infeliz que entra en un café y cuando le preguntan qué desea, contesta el neologismo vencedor: «JERIÑAC». Entonces el camarero le indica: «La puerta del fondo, a la izquierda».

Calamares en Atocha

Don Víctor: Y la fuente de la alcachofa, don Hugo, ¿dónde va?
Don Hugo: Ahí, don Víctor, en el centro de la glorieta.
Don Víctor: Pero, ¿no estaba en el Retiro?
Don Hugo: Es que es una réplica en bronce. La tenemos duplicada.
Don Víctor: Qué contento se pondría don Ventura Rodríguez de ver doblada su irónica cosecha. ¡Vaya manera de ensalzar el producto estrella de su pueblo, Ciempozuelos!
Don Hugo: A esta hermana pequeña se la conoce castizamente como la «Parturienta»; ya sabe usted, eso de que «rompe aguas al alba y da luz de noche»… Voy a ver si encuentro una bombillita por ahí…
Don Víctor: Tenga usted.
Don Hugo: A ver si me ayuda ahora usted con esto. Aquí traigo la rotonda de la estación de Moneo y el Observatorio de Villanueva.
Don Víctor: Qué bien ha hecho el navarro en homenajear al mejor de los neoclásicos… Ahora bien, don Hugo, no le parece que la estación vieja le ha quedado a usted un poquito hundida.
Don Hugo: Es que, por desgracia, las reformas nos la han ahogado, como al Panteón de Roma.
Don Víctor: Hablando de Roma, veo que ya ha iniciado usted el famoso tridente de Atocha, a imagen del que parte de la Piazza del Popolo.
Don Hugo: ¡Ay Roma! Ésa sí que sería una gran maqueta…
Don Víctor: Con este trajín y a estas horas, me está entrando un apetito… que de buena gana me comería un bocadillo de calamares.
Don Hugo: ¡A la romana! Vamos, don Víctor, bajémonos al Brillante.