Zarzuela

Don Hugo: Yo, la verdad, es que estoy muy bien impresionado con el italiano. Programa con criterio y con fe en el género que tiene el encargo de defender.
Don Víctor: Sí, igualito que el belga del Real…
Don Hugo: Lástima es que en este teatro no caigan más de cuatro títulos al año y tardemos tanto en disfrutar de alguna de las obras señeras.
Don Víctor: Pero el caso es que aquí sigue en buena forma este teatro público dedicado a la zarzuela; lo que no tiene la opereta francesa en París…
Don Hugo: … pues es un milagro, según lo denostada que ha estado la zarzuela por nuestros intelectuales…
Don Víctor: … acomplejados o ignorantes. En cuestión de música, en España…
Don Hugo: … se las puede dar uno de culto sin conocer nada de ella.
Don Víctor: Con la de buenos ratos que hemos pasado aquí…
Don Hugo: Nunca, ni en época de Lope, se produjo tanto teatro como en las últimas décadas del XIX y principios del XX, gracias al auge de la pobre zarzuela…
Don Víctor: Es que la sociedad de aquel tiempo, desde la clase más encopetada hasta los pobres, se identificó con el género sin reservas.
Don Hugo: Qué riqueza de temas, de ritmos y formas musicales, de fuentes de inspiración, de expresión regional… ¡Cuánta vida!
Don Víctor: Tanto dinero daba a ganar que ninguno de los mejores músicos la desdeñó… ¡y se nota!
Don Hugo: Tiene cada romanza…
Don Víctor: … romanzas y números de conjunto…
Don Hugo: … por lo serio y por lo cómico…
Don Víctor: Y qué coros…
Don Hugo: Y qué números de danza…
Don Víctor: Y esos personajes que se han quedado en nuestro acervo…
Don Hugo: Y esos chistes que siguen haciendo reír…
Don Víctor: Don Hugo, calle y mire alrededor, ahora que no hay nadie y se fue el Sol…
Don Hugo: Sí, todavía no han encendido las farolas…
Don Víctor: Qué misterio penetra toda la plazoleta… parece que fueran a doblar la esquina los románticos de “Doña Francisquita”…
Don Hugo: No siga, don Víctor, que me pongo a cantar el himno de los Bohemios…

En el Puig de Misses

Don Víctor: Bueno, don Hugo, que no le he visto a usted muy animado con la balada esa del ofertorio…
Don Hugo: Ahora resulta que a Dios nos lo van haciendo country…
Don Víctor: … pero country del malo… Claro, como la Iglesia nunca ha tenido música…
Don Hugo: Sí, la verdad, sólo mediocridades: Bach, Schubert, Mozart, Gounod, Victoria, Rossini, Verdi…
Don Víctor: ¡Qué horror!, ¡dónde esté Bob Dylan con letra meapilas!…
Don Hugo: No lo entiende usted, don Víctor, lo que pasa es que estos horrores tienen como objeto que no nos distraigamos en bellezas y estemos atentos al misterio de la transubstanciación.
Don Víctor: Pues sí, eso tiene que ser: que el Concilio Vaticano II ha tenido que dar la razón, ¡por fin!, al aguafiestas de San Agustín.
Don Hugo: Pero lo que desde luego no dijo nunca San Agustín fue que hubiera que llamar “solidaridad” a la “caridad”, “amigos” a los “hermanos en Cristo” o hablar de la “disponibilidad” de la Virgen; ni menos que hubiera que aplaudir en misa como hacemos a veces.
Don Víctor: Sí, como en un reality-show…
Don Hugo: La verdad, don Víctor, le quitan a uno la afición.

Donsantiaguismo

Don Víctor: Déjese usted de experiencias neo-expresionistas, don Hugo, que con esto de mirar el Bernabéu del revés, me ha entrado un mareo que no me tengo.
Don Hugo: Es que del derecho, como estamos acostumbrados, ya no nos impresiona.
Don Víctor: ¡Y ahora dicen que lo van a reformar a lo grande y que no lo va a reconocer ni su padre!
Don Hugo: ¿Aún más? ¡Caray, con lo que ha cambiado desde nuestros años mozos!
Don Víctor: Cuando veíamos a di Stefano…
Don Hugo: Es verdad, don Víctor… A propósito, que le tengo que contar a mi chico, el segundo, que es un cabezota…
Don Víctor: ¿El arquitecto?
Don Hugo: Ése. Los proyectos siempre han de ser como él diga; y si no, no quiere saber nada.
Don Víctor: ¡No, no, no! Dígale usted que sea flexible. Si no, ¡ya me contará usted!
Don Hugo: A eso iba, don Víctor, a lo que decía di Stefano cuando le preguntaban si prefería ser argentino o español.
Don Víctor: ¡Caramba!, ¿qué se puede responder a eso?
Don Hugo: “Yo, lo que diga don Santiago.”

Nos den el opio

Don Víctor: Le venía dando vueltas estos días a aquello que me contó usted hace tantos años de que cuando fuéramos viejos, cumpliríamos con dos obligaciones propias de todo hombre ilustrado.
Don Hugo: ¿Obligaciones? A ver con qué me sale usted ahora…
Don Víctor: Sí, hombre, piense usted en todo lo que llevamos leído.
Don Hugo: Si lo que pretende usted es que ceda mi biblioteca al Cabildo… la verdad, tengo muchos libros todavía por leer y sobre todo unos cuantos sobre los que querría volver.
Don Víctor: ¡Quia, que no me refiero a eso!… ¿No se da usted cuenta, don Hugo, de que todavía no nos hemos encerrado en un escenario tan literario como un prostíbulo?
Don Hugo: ¡Ah!, ¿aquello? Bah, sería una chanza.
Don Víctor: Pues yo siempre pensé que iba en serio.
Don Hugo: ¿Y cuál era la segunda obligación?
Don Víctor: La de abrirnos a las perspectivas infinitas que brinda el opio.
Don Hugo: ¡Caramba, don Víctor, qué fogoso me lo ha vuelto a usted este Burdeos!
Don Víctor: Hombre, fogoso, fogoso… La verdad, tal vez no haya llegado todavía el momento para esas cosas.
Don Hugo: O más bien todo lo contrario, quizá seamos ya demasiado viejos.
Don Víctor: Mire, yo creo que lo más prudente será que lo dejemos de momento.

Todos flacos

Don Hugo: Va a resultar ahora que los únicos que tenemos dinero somos los viejos.
Don Víctor: Y todo ha venido de una manera… Uno piensa que hemos caído en este agujero de manera innecesaria.
Don Hugo: ¡Vaya manera de administrar las vacas gordas!
Don Víctor: Tanto el Estado como los bancos.
Don Hugo: ¿Se acuerda usted de lo delgaditos que éramos todos los españoles en los años 40?
Don Víctor: ¡Y en los 50! Lo malo es que a aquellos españoles flacos todo se les volvían pulgas.
Don Hugo: Que no vuelvan nunca más esas pulgas.
Don Víctor: Y ya puestos, tampoco el piojo verde.

Don Hugo: Pues mire usted, don Víctor, a mal tiempo buena cara, que a lo mejor me va a venir bien esta crisis para quitarme algunos kilitos de encima.
Don Víctor: Sí que va a perder usted esos kilos de más como no aflojemos el paso… que me lleva usted que estoy perdiendo el resuello.

Del Bosque

Don Hugo: Lo defenestrarán en cuanto pierda por primera vez.
Don Víctor: Si ya ganándolo todo, ¡lo echaron por feo!
Don Hugo: ¡No tenía glamour!
Don Víctor: O sea que no era camelista.
Don Hugo: Está lleno de defectos.
Don Víctor: Pero, ¿qué me dice usted, don Hugo?
Don Hugo: Que sí, hombre. Es humilde, nunca se mete con nadie, nunca echa la culpa a los demás.
Don Víctor: En mi casa a eso se le llama no sacudirse las pulguitas.
Don Hugo: Y además es un hombre normal, con su familia y sus hijos que hacen la primera comunión.
Don Víctor: Vamos, ¡un horror para el mercado!
Don Hugo: Mire usted, don Víctor, si no habrán cambiado los tiempos…pues, a pesar de todo, también esta cultura del consumo nos lleva a lo de siempre: a tirar contra el que sobresale.
Don Víctor: A hacer leña del árbol caído.
Don Hugo: En definitiva la manida envidia española.
Don Víctor: Si es que, ¡maldita sea!, parece que tenga que triunfar siempre la irracionalidad…
Don Hugo: Lo que yo digo: este hombre es un santo.
Don Víctor: Y que no sea mártir.

Junio 2012

Apearse del buro

Don Víctor: Dígame, don Hugo, ¿tenemos que transbordar ya en la próxima?
Don Hugo: ¡Don Víctor, es usted el último madrileño que todavía dice «transbordar»!
Don Víctor: ¿Cómo quiere usted que lo diga si no?
Don Hugo: Utiliza usted demasiado vocabulario. Es hora de ir recortándolo. Ahora se dice «cambiar» para todo.
Don Víctor: Lo que yo quiero saber es si hay que apearse o no en la siguiente.
Don Hugo: ¡»Apearse»! No siga usted diciéndolo a ver si le ocurre como al del chiste, que se removía en el asiento y la señora, que está la pobre de pie, le pregunta: «Caballero, ¿va a usted a apearse?» y contesta: «No, voy a peerme».

El Schotís

Don Hugo: Don Víctor, ¡nuestro gozo en un pozo! Cuánto siento no haber llamado para reservar, pero ya ve que le he citado en vano…
Don Víctor: ¿Cómo es posible… en venta y, así, sin avisar?
Don Hugo: Tendremos que ir haciéndonos a la idea de que nos hemos quedado sin «El Schotís» para siempre.
Don Víctor: No me lo puedo creer… y qué va a ser ahora de los murales de Eduardo Vicente…
Don Hugo: ¡Atiza, yo que sólo pensaba en los chuletones que nos vamos a perder!
Don Víctor: Me está entrando una congoja, don Hugo… adiós a esa carne tan buena…
Don Hugo: … adiós a esos camareros tan castizos, casi de nuestra quinta…
Don Víctor: … adiós a lo que ha sido la Cava Baja para varias generaciones…
Don Hugo: La verdad es que da muchísima tristeza porque es todo un mundo el que se nos va.
Don Víctor: Ahora pienso en la melancolía que rezuman los escenarios y ambientes de Eduardo Vicente.
Don Hugo: Ya lo dijo Gerardo Diego a propósito de su pintura: «el cielo lírico sobre el puente de Segovia».
Don Víctor: Y también: «la muchacha que en cama de hierro se desviste olorosa a jabón».
Don Hugo: Me estoy maliciando que este local nos lo mudan en disco-pub muy fashion y a la obra de nuestro pintor nos la sepultan bajo los consabidos graffiti de rigor.
Don Víctor: ¡Vamos ahora mismo a la Consejería de Cultura!
Don Hugo: Sí, don Víctor, pero, primero, bajemos a Lucio, que me muero de hambre.

Gedeones

Don Víctor: Es que es un peso, que, mire usted, ya no puedo con él.
Don Hugo: ¿Pero en qué consiste exactamente esa pesadilla, don Víctor?
Don Víctor: Todas las noches, lo mismo: me veo en el Infierno y, perdóneme, don Hugo, pero usted también está allí. ¿Me va a decir usted ahora que como lo he soñado, es cierto?
Don Hugo: ¡Diantres! Vayamos por partes. En primer lugar, ¿qué habrá hecho usted, hombre de Dios, para ir al Infierno? Si acaso, usted y yo iremos, de alguna manera, como de visita, igual que Virgilio y Dante.
Don Víctor: O sea que cree usted que luego saldremos.
Don Hugo: Hombre, claro. Lo que ocurre es que todos, en nuestra existencia, vivimos uno, ¡o varios!, metafóricos descensos a los Infiernos y, como el Inconsciente es a la conciencia lo que los tiempos geológicos a la Historia, de vez en cuando, fruto de algún estímulo azaroso, se elicita desde las profundidades la respuesta a un conflicto sepultado y aparentemente muerto y…
Don Víctor: No me venga usted con cuentos, don Hugo, que Freud era ateo. Sabría lo indecible de los infiernos psíquicos, pero del nuestro, del de verdad, no tenía ni idea.
Don Hugo: Don Víctor, tranquilícese usted. ¿Se acuerda de ese buen fray Juan Gil, trinitario, que rescató a Cervantes?
Don Víctor: Ah, sí, de aquéllos que, como escribió el propio Cervantes, ¡ya no sé dónde!, «dan su libertad por la ajena y quedan cautivos por rescatar a los cautivos».
Don Hugo: Eso es de «La española inglesa».
Don Víctor: No me enrede usted, que estoy muy preocupado.
Don Hugo: A lo que iba yo, don Víctor, es a que si llegáramos al improbable mal trance de vernos en las calderas de Pedro Botero, no dude usted de que allí se presentan dos fieles gedeones.
Don Víctor: ¿Los que reparten Evangelios a la salida del Metro?
Don Hugo: Sí, tengo entendido que van al Infierno en lugar de los condenados.

Estructuras y fabulaciones

Don Hugo: Ahora no me interrumpa, don Víctor, que enseguida estoy con usted. En cuatro brochazos acabo «Dimensión imperialista del modo de producción esclavista característico del período tardo-republicano romano».
Don Víctor: Casi lo había adivinado…
Don Hugo: Ya ve, todo es ponerse y uno da enseguida con el nivel de abstracción adecuado.
Don Víctor: Le veo a usted muy travieso hoy, don Hugo. Explíqueme esta complicada puesta en escena… ¿No le da a usted apuro haber pedido permiso nada menos que al Museo del Prado para copiar de esta manera «La muerte de Viriato»?… Fíjese cómo le mira la gente…
Don Hugo: Eso pretendo, pero, por favor, don Víctor, no me comprometa usted, contándoselo a Dolores.
Don Víctor: ¡Ya lo he entendido, don Hugo! Está usted intentando poner en evidencia el arte contemporáneo.
Don Hugo: Muy al contrario, don Víctor: se trata de denunciar la ideología que aliena el significado de la Historia, reduciéndola a fabulaciones banales y anécdotas principescas que ocultan arteramente la explotación del hombre por el hombre y mostrar cómo las relaciones de producción son el motor de la evolución de las sociedades.
Don Víctor: ¡Chúpate esa mandarina!
Don Hugo: Dígame usted, don Víctor: ¿ a quién puede importarle si hubo alguna vez uno que se llamó Julio César ni quién lo mató, ni qué Rubicón había ido a cruzar; o si la hierba volvía a crecer por donde pisaba el caballo de Atila?…
Don Víctor: ¡Qué Atila!… ¡Fabulaciones, anécdotas principescas!
Don Hugo: … ni si hubo unas Cruzadas ni dónde; o un Carlos V, enfermo de gota…
Don Víctor: Vamos, que, a este paso, incluso nos quitan a de Gaulle…
Don Hugo: Ahora lo ha entendido usted. Que una vez más hemos pegado un bandazo. ¿Usted cree que a un niño de la ESO le puede decir algo cuál era la organización por sectores económicos del Imperio Bizantino con su correspondiente estratificación social y su superestructura institucional, jurídica y política, aderezado todo ello con unas cuantas imágenes de representaciones artísticas de una religión de la que lo desconoce todo?…
Don Víctor: Y visto este bloque, lo más rápidamente posible, se pasa al siguiente.
Don Víctor: Mondrian metido a historiador.