Estadística y misterio

Don Víctor: … pero entonces… ¿porcentajes?
Don Hugo: Tal cual. Les piden a los sujetos experimentales que estimen en porcentajes su creencia en la divinidad: yo creo en Dios en un 90 %; tú, en un 73%; aquél, un 24 %, etc.
Don Víctor: Por lo menos Spinoza creía al 0 %, fundándose en razones lógicas. Y yo lo veo así. O se cree o no se cree.
Don Hugo: Nuestra época es ya distinta, don Víctor. Acuérdese de lo que pregunta Verdier en “La tabernera del puerto”: “¿Tú crees en Dios, marinero?” Y el otro le contesta: “Sí señor, pero muy poco”…
Don Víctor: Su revista americana de psicología diría seis u ocho por ciento.
Don Hugo: Lucio, nuestro chófer de antes de la guerra, declaraba que no creía en Dios porque le faltaban datos.
Don Víctor: Un positivista.
Don Hugo: Vayamos a cuentas, don Víctor: en qué han quedado las ilusiones del positivismo… dónde está ese mundo feliz que nos vaticinó.
Don Víctor: Más bien se ha dado todo lo contrario, don Hugo, a pesar de sus buenas intenciones. Al progreso tecnológico acompañan la desorientación espiritual y tensiones sociales crecientes.
Don Hugo: Todo eso es bien cierto, don Víctor, pero cómo recomponer ahora las certidumbres de antaño.
Don Víctor: Ni que fuéramos pre-rafaelitas…
Don Hugo: El caso es que ahora mismo, según se está adensando la niebla, se me antoja que el misterio nunca será abolido…
Don Víctor: … a pesar de toda la soberbia del ser humano.
Don Hugo: … como que se me empiezan a desdibujar los tantos por ciento…

Honoris causa

Don Hugo: ¡Don Víctor, don Víctor!… ¡Acérquese! Mire qué noticia…
Don Víctor: A ver, a ver… ¡”Plácido Domingo, Doctor Honoris Causa”! , ¡Lo que faltaba!
Don Hugo: Baje la voz, que nos van a llamar la atención… pero usted mire más abajo. Fíjese quiénes iban de padrinos…
Don Víctor: Florentino Pérez… ¡y el belga del Real!… pero ya ¿qué nos queda por ver?
Don Hugo: Más bajo, más bajo, don Víctor…
Don Víctor: ¿Y en qué disciplina le han doctorado, si puede saberse?
Don Hugo: No lo sé, voy a leer, aunque imagino que será en marketing… ¿en qué otra cosa va a ser?
Don Víctor: ¿Y qué universidad tiene ese honor, don Hugo? Supongo que Harvard o Yale… o acaso Cambridge… tengo entendido que por allí goza de gran predicamento.
Don Hugo: Bueno, eso sí que se lo puedo decir. Mire: la Universidad Europea de Madrid.
Don Víctor: A la postre todo encaja.

marzo 2013

Lluvia

Don Víctor: ¡Una bendición!
Don Hugo: ¡Agua bendita!
Don Víctor: Traemos con nosotros una sed de siglos…
Don Hugo: Cómo hemos dejado Castilla: una pelleja reseca…
Don Víctor: …un pájaro frito…
Don Hugo: … un viejo zancarrón…
Don Víctor: … una pintura enjuta de la escuela de Vallecas…
Don Hugo: … un mal sueño del Dalí más deshidratado…
Don Víctor: … una momia que emerge de las arenas…
Don Hugo: … una mojama como una suela…
Don Víctor: … un fraile espectral de novela gótica…
Don Hugo: Y aquí, en cambio, esta lluvia cernida…
Don Víctor: xirimiri…
Don Hugo: chipichipi…
Don Víctor: garúa…
Don Hugo: tapayagua…
Don Víctor: calabobos…
Don Hugo: ¡Cuidado ahí, don Víctor!
Don Víctor: Don Hugo, que le conozco… ¿qué me prepara usted ahora?
Don Hugo: Alfonso XIII vino aquí, a Gijón, a inaugurar el Club Náutico. Día espléndido. De repente se encapota el cielo y comienza la lluvia fina. Dice el Rey: “¡Vaya por Dios! Con lo bueno que hacía y cae ahora este calabobos…” Alguien le replica…
Don Víctor: Sí, don Hugo, si ya me lo ha contado usted: “Orbayu, majestad, que en esta tierra no hay ningún bobo”.

Pan sin sal

Don Víctor: Caramba, don Hugo, ahora caigo en que nuestro amigo Friedrich ya tuvo, en pleno Romanticismo, la premonición del Valle de los Caídos…
Don Hugo: Cómo contradecirle, don Víctor, cuando igualmente una y otra obra empequeñecen lo sublime de la Naturaleza.
Don Víctor: Y bien que Friedrich expresó esa desmesura de la Naturaleza hasta en alguno de sus más modestos dibujos…
Don Hugo: … así como, al lado del Valle de los Caídos, Herrera tenía plantado su monasterio en todo acorde con la grandeza del escenario.
Don Víctor: Claro, don Hugo, es que a fin de cuentas la cultura oficial del franquismo era la negación del siglo XX y la vuelta a lo más mojigato que tuvo el XIX.
Don Hugo: ¿No le parece a usted, don Víctor, que también la religión católica se acomodó entonces a las nuevas mujeres burguesas con su triste obligación de ser mezquinas?
Don Víctor: Pues sí, qué duda cabe que les constriñeron la mente con las mismas ballenas que el talle…
Don Hugo: Y la religión acabó por amoldarse a aquellas mujeres, como los negocios a los hombres. Como declara el ama en “La rosa del azafrán”, que “la mujer, rica o pobre, nunca sabe dónde manda”.
Don Víctor: Ya lo dijo de Gaulle cuando vino a ver a Franco, que qué hombre tan viejo…
Don Hugo: Como viejos y revenidos nacieron sus monumentos.
Don Víctor: ¡Qué pocas veces se dio curso a proyectos como el musculoso racionalismo de Sindicatos o la rotunda águila de Moncloa, la del monumento a los aviadores, tan ceñuda, tan apretada, tan compacta y tensa como una bomba a punto de saltar por los aires y llevarse lo que haga falta por delante, aunque sea el mundo entero!
Don Hugo: Parece como si el único criterio estético del Generalísimo hubiera sido el de su voz de tiple… ¿No le llamábamos “doña Francisquita”, de estudiantes?
Don Víctor: Sí, todo lo atipló… quitó la sal tanto al rústico requeté como al más vesánico de los fascistas.
Don Hugo: Al juntarlos en el Movimiento, les desactivó su potencia explosiva.
Don Víctor: ¡Vaya cóctel! El anti-Perico Chicote.

Cuestiones de metodología

Don Víctor: Justamente allí, en esa esquinita, es donde dejaron la bomba.
Don Hugo: ¿Qué quiere usted que le diga, don Víctor?… en esta ocasión, yo no les quito toda la razón…
Don Víctor: Pero, a estas alturas ¿vamos a empezar a quemar iglesias y a apiolar frailes de paso, don Hugo?
Don Hugo: No, yo sólo lo decía por la parte estética… mire usted que son siempre feos y tétricos los confesionarios.
Don Víctor: Hombre, es que en esta ocasión los han hecho a juego con la catedral… de estilo birria-neogotizante… pero ¡de ahí a poner bombas!… ¡Vaya método!
Don Hugo: También lo decía porque qué duda cabe que sobran unos cuantos… si casi ya ni se usan.
Don Víctor: Cuánto se frecuentaban antes… Recuerdo lo que el cura le espetó a mi pobre cuñada, tan asidua al confesionario y tan meticulosa en la narración pormenorizada de todos y cada uno de sus pecadillos… harto ya de aquel chaparrón inextinguible de naderías, le soltó: “¡Mortales, señora, mortales!”
Don Hugo: A todo hay quien gane, don Víctor. Mi tía Matilde, apenas arrodillada y pronunciando rutinariamente el “Ave María Purísima”, proclamaba: “Los mismos pecados de siempre”; a lo cual su coadjutor de cabecera replicaba invariablemente: “La misma penitencia de siempre”
Don Víctor: Se ve que con aquel tratamiento no mejoraba nada…
Don Hugo: Hay que reconocerlo, don Víctor… las cosas como son: la Iglesia ha pecado tradicionalmente de un gran descuido en la metodología psicológica.

marzo 2013

Prisa

Don Hugo: Tal como le digo, don Víctor, ¡el monumento a la impaciencia!
Don Víctor: ¿Pero de verdad piensa usted, don Hugo, que hoy en día podemos ponernos a esperar doscientos años a que seis tilos bien criados alcancen el porte de , pongo por caso, los de la Granja?
Don Hugo: Pues antes se hacía y bien que lo disfrutamos ahora. Y esto, ¿le hace a usted disfrutar? Pues dentro de ciento cincuenta años, tampoco.
Don Víctor: Antes lo habrán fundido para chatarra… Si resulta que estas cosas eran flautas y mugían con el viento.
Don Hugo: ¿Qué me dice usted, don Víctor?
Don Víctor: Ha habido que obturarlas pues hacían la vida imposible a los vecinos y las han reducido a mero regalo para la vista.
Don Hugo: Pues, hombre, es de agradecer, pero por lo menos han ocupado este cruce deprisísima.
Don Víctor: De eso se trata. No hay tiempo que perder. Por eso nuestro héroe es ahora Usain Bolt.
Don Hugo: Qué tío más simpático.
Don Víctor: Corre tan aprisa los cien metros lisos, que si fuera capaz de mantener esa velocidad por tiempo indefinido, después de un buen almuerzo…
Don Hugo: Eso siempre es importante.
Don Víctor: … saliendo de Jamaica a las dos de la tarde, pongamos por caso, se plantaría en Nueva York ¡a las seis de la mañana!
Don Hugo: Pues le digo yo a usted lo que en el schotís del señor Macario: “¿y qué haces tan temprano en Nueva York”?

La barca de Dante

Don Hugo: Don Víctor, inténtelo usted con una mente más abierta. Yo mismo creo entrever la barca de Dante más allá de aquellas ondas procelosas…
Don Víctor: Qué quiere que le diga, don Hugo, a mí me hace el efecto de un conjunto de elementos con los que hacer un cuadro, pero esto no es un cuadro acabado.
Don Hugo: Este Dante, qué modestia y qué respeto por los antiguos a la hora de justificar su obra colosal.
Don Víctor: Yo echo de menos esa actitud en nuestra época, tan soberbia.
Don Hugo: Soberbia, cursi e ignorante, “que desprecia cuanto ignora”. Por ejemplo, ahora resulta que hay que recurrir al barbarismo «gay» para no ser tildados de carcas.
Don Víctor: Como no teníamos términos…
Don Hugo: Sarasa, invertido, mariposón…
Don Víctor: ¡y expresiones! «De la acera de enfrente», «de la cáscara amarga», «tener o asomársele a uno la pluma», «a pelo y pluma»…
Don Hugo: «a vela y a vapor», «hacerle a la carne y al pescado»…
Don Víctor: Ahora bien, don Hugo, hay que reconocer que todo eso suena a rechazo.
Don Hugo: Se lo concedo, don Víctor, pero entonces ¿por qué no emplear “homosexual”, que es palabra neutra, perfectamente correcta y de toda la vida?
Don Víctor: Tiene usted mucha razón, don Hugo, porque a mí «gay» me suena a “loca” y eso sí que puede resultar insultante.
Don Hugo: A propósito de insultos, acuérdese de aquella adaptación teatral que vimos en el “María Guerrero”, precisamente de la Divina Comedia.
Don Víctor: ¿Aquélla en que Dante y Virgilio se daban un beso de tornillo en su famosa barca?
Don Hugo: Aquélla. Digo yo que si Dante era el dante, pues Virgilio tendría que ser el ricevente.
Don Víctor: ¡Dios nos coja confesados!

Matemáticas y cerezas

Don Hugo: Este Uccello sabía de perspectiva todo lo que usted quiera, y más, pero sus caballitos siempre me parecen los del tiovivo.
Don Víctor: No se ría usted, hombre, esas formas limpias y contundentes, esos volúmenes tan sólidos, ocupan espacio y por tanto rompen el plano del cuadro. ¿Qué más da que no sean realistas?
Don Hugo: Eso se lo cuenta usted a madame Uccello porque al parecer al marido le gustaban más las rotundidades de aquellos volúmenes ficticios que los de la buena señora.
Don Víctor: ¡Calumnias de Vasari!
Don Hugo: El caso es que Freud se hace eco de esa conseja popular que opone amor a matemáticas.
Don Víctor: ¡Pero con qué monsergas me sale usted ahora, don Hugo!
Don Hugo: No, si Freud no lo sostiene, sencillamente…
Don Víctor: ¿Pero no sabe usted la anécdota del matemático Ampère?
Don Hugo: ¿Quién, el de los amperios?
Don Víctor: Sí, también le daba a la física… Cuenta en su diario cómo estuvo recogiendo cerezas con su novia…
Don Hugo: ¡Anda, cerezas! No en vano Freud afirma que son símbolo erótico.
Don Víctor: Cerezas, sí… Él se subía a los árboles y las iba arrojando a la muchacha, quien las recibía levantando la falda.
Don Hugo: Justo lo que dice Freud… ¿Lo ve usted, don Víctor?
Don Víctor: Más tarde, recostados en la hierba, Ampère comía las cerezas “que habían estado sobre los muslos de la amada”.
Don Hugo: No diga nada más, don Víctor.

Barruntos de nieve

Don Víctor: la Cierta…
Don Hugo: la Chata…
Don Víctor: la Descarnada…
Don Hugo: la Joyanca…
Don Víctor: Mire que estar llamando a la Muerte en una noche como ésta…
Don Hugo: Hablando y hablando, don Víctor, se nos ha echado la noche encima.
Don Víctor: Y vaya noche… con barruntos de nieve.
Don Hugo: Pues sí, don Víctor, ya tenemos aquí el invierno.
Don Víctor: … para invernales, usted y yo.
Don Hugo: Entre la edad y este cielo tan negro, le entran a uno unos escalofríos…
Don Víctor: … que se piensa en el Más Allá.
Don Hugo: Viéndolo acercarse da miedo, la verdad.
Don Víctor: No hombre, don Hugo, que la Gloria debe de ser cosa buena…
Don Hugo: Mire que cómo sea cierto…
Don Víctor: Y qué me dice usted del Paraíso mahometano, con unas huríes que le quitan a uno el hipo.
Don Hugo: Quite, quite, que como en casa de uno…

El infierno del ruido

Don Víctor: Calle un momento, don Hugo, que no puedo seguirle con esta televisión que nos está atronando…
Don Hugo: Si me parece que estoy oyendo a la vez el hilo musical con un chunda-chunda ratonero de Luis Cobos…
Don Víctor: … el griterío de los parroquianos pugnando por hacer oír su voz…
Don Hugo: … todos a la vez sin escucharse unos a otros…
Don Víctor: … estos bares se han convertido en un pandemonio…
Don Hugo: Por aquí tenía que darse una vueltecita Brueghel que tanto gustaba de pintar infiernos.
Don Víctor: Nuestras ciudades lo clavan: gente corriendo como alma que lleva el diablo; la noche convertida en día; estruendo por doquier; zanjas y derribos; los árboles, mustios y enrejados; mugre y violencia…
Don Hugo: ¡El Bosco, el Bosco!
Don Víctor: Si ya nos prevenía fray Luis… Llega a ver esto el pobre y le da un patatús…
Don Hugo: ¿Dónde encontrar hoy, en estos pagos, ese lugar alejado del mundanal ruido?…
Don Víctor: Don Hugo, como no salgamos pronto de aquí, voy a acabar en la casa de socorro…
Don Hugo: ¡Qué pálido se me ha puesto usted, hombre de Dios! Si parece el cadáver de Ofelia, que se lo lleva el ruido…