Buena imagen

Don Hugo: Observo, don Víctor, que somos los únicos viejos tomado aquí el vermuth. No hacen más que entrar chavales…

Don Víctor: A ver si vamos a dar mala imagen al local…

Don Hugo: ¡Mala imagen!… ¿Ha caído usted en la cuenta, don Víctor, de que esta expresión ha suplantado a la de “causar mala o buena impresión”, “mal o buen efecto”?

Don Víctor: Pues es verdad, don Hugo… ¡Por algo será!… Claro, usted y yo no seguimos las redes sociales, pero por lo que me cuenta mi nieta, lleva muchísimo trabajo recomponer y maquillar la imagen propia ¡todos los días!

Don Hugo: Lleva usted razón: también mi nieto me habla de la obligación para todo instagramer de veranear en un yate, de exhibir músculo y tonificación, de viajar a exóticos lugares, de cenar en restaurantes de lujo… ¡y todo a punta de selfie!… pero si es que a la postre acaba todo siendo mentira y fotoshop.

Don Víctor: Todo es disfraz y apariencias… como ¡el Capitano!… ese pícaro impostor que se atribuye grandes hazañas en la guerra, se jacta de hacer estragos entre el bello sexo y se proclama inaccesible en punto de honra.

Don Hugo: Desengáñese usted, que al final todas estas usurpaciones se derriban por sí solas y el farsante ha de poner pies en polvorosa.

Don Víctor: Por cierto, don Hugo, ¿qué le parece si pagamos antes de que nos echen?… que nos mira todo el mundo como si fuéramos los viejos Pantalone y el Dottore.

Danza contemporánea

Don Víctor: Dígame, don Hugo, ¿cree usted que lo de las brujas de Macbeth tiene arreglo?

Don Hugo: ¡Qué buenas preguntas tiene usted, don Víctor!… Ocurre como con el aquelarre de Fausto… si éste resulta cuando menos ridículo -¡imagínese, por ejemplo, una función del Metropolitan!-, aquéllas jamás convencen por quedarse en una mera mamarrachada, como cuando queremos hacerles miedo a los nietecitos…

Don Víctor: Pero, alguna solución habrá que darle… ¡No vamos a renunciar a Shakespeare!

Don Hugo: Le propongo a doña Pina Bausch, don Merce Cunningham, o a sus seguidores.

Don Víctor: ¿Un espectáculo de danza contemporánea?

Don Hugo: Sí, aplicada al drama, con toda la contundencia posible, que nos aterrorice, que nos deje sin aliento, que nos exploten los oídos…

Don Víctor: Es verdad, que irrumpan las bacantes con su danza de tierra y fuego…

Don Hugo: … con sus movimientos enérgicos, sincopados, violentos…

Don Víctor: … con su dolor y su materialismo…

Don Hugo: con todo el peso del sufrimiento…

Don Víctor: … el rechinar de dientes de los condenados…

Don Hugo: Vamos, don Víctor, que si repartimos Buscapina entre el cuerpo de baile, ¡se acabó la danza contemporánea!

Segunda naturaleza

Don Hugo: Pero dígame, don Víctor, ¿cuál fue exactamente la expresión de Isidro Cuenca?

Don Víctor: Exactamente dijo: “Yo quiero a mi mujer por embalamiento mecánico”. ¿Cómo entender eso, don Hugo?… Yo, por si acaso, no le pregunté más…

Don Hugo: La cosa es meridianamente clara: en primer lugar, Cuenca no puede negar su condición de ingeniero.

Don Víctor: ¡Vaya descubrimiento!

Don Hugo: Déjeme seguir, hombre… Caben dos hipótesis: la primera, de rango sexual, que es para mí la más ajustada a la realidad…

Don Víctor: No, si ya conozco su escuela, don Hugo, pero tratándose de amor, no alegaré.

Don Hugo: … tenga usted en cuenta la pésima dicción de Cuenca y preguntémonos: ¿dijo “embalamiento” o “envaramiento”?… En cualquier caso, como usted bien sabe, ambas consonantes son líquidas e intercambiables; por tanto Cuenca asimila su amor al automatismo clásico de Estímulo-Respuesta. Lo que funcionaba al principio, funciona ya siempre.

Don Víctor: Tanto prosaísmo conviene bien a Cuenca, pero…

Don Hugo: La segunda hipótesis descansa en la ley de la costumbre, o sea en la rutina, que nos obliga a humanos y animales, especialmente domésticos, a repetir gestos, itinerarios y afectos, como si lo mandara la misma Naturaleza.

Don Víctor: ¡La querencia! Es eso de la mula que, dejada a su ser, vuelve siempre a su cuadra.

Don Hugo: Qué duda cabe que la Naturaleza nos extorsiona con la libido, pero no es menos cierto que también nosotros, por la comodidad de no tener que pensar, nos aherrojamos con las costumbres, que pasan a ser nuestra segunda naturaleza.

Don Víctor: ¡Vivan lah caenah

El cielo

Don Víctor: ¡Lo último de los sacamuelas!… cuando este planeta nuestro ya no tire, que no hay problema: que nos preparan unos transbordadores galácticos y nos vamos todos a colonizar la Luna…

Don Hugo: ¡Qué bien lo vamos a pasar allá, dando saltitos sin esfuerzo, elegantemente tocados con escafandra, disfrutando esos amenos jardines versallescos y esas frondas casi amazónicas y esos ríos sonoros de leche y miel!…

Don Víctor: Sólo le han faltado unas odaliscas marcianas.

Don Hugo: No se me ponga sicalíptico, don Víctor, que todo se andará…

Don Víctor: Pero eso no es todo, don Hugo, que cuando hayamos estropeado la Luna y Marte, podemos probar con otros hospitalarios cuerpos celestes porque como ahora también se acaba de constatar que no nos vamos a morir nunca…

Don Hugo: Para que luego critiquen a la Seguridad Social por aquello de las listas de espera para no morirse…

Don Víctor: ¡Qué cara se le va a poner a Jesucristo el día de la parusía!

Don Hugo: “Pero a qué vienes, macho, que no t´has enterao. ¡No ves que somos inmortales!

Don Víctor: ¡Si es que nos quieren quitar hasta el Cielo!

La tertulia del Viena

Don Víctor: Y es que, para más inri, en muchos sitios ¡el café suele ser malísimo!

Don Hugo: Yo estaría dispuesto a perdonarlo siempre y cuando el tema me interesara e incluso lo conociera previamente, pero, claro, suele quedar al albur del gallo de la tarde…

Don Víctor: Y es que muchos vienen a oírse y sobre todo a hacerse oír, más que a escuchar, intercambiar pareceres, construir y acercarse a la verdad…

Don Hugo: A mí me resulta intragable la monopolización del discurso, ese hablar para que los otros no hablen.

Don Víctor: ¿Y qué me dice usted de la heterogeneidad de los contertulios?

Don Hugo: Pues que cuanto más numerosa la tertulia, mayor proporción de indigentes congregados que degradan el coloquio, derivándolo hacia cuestiones triviales y personales y, en cualquier caso, prácticamente ajenos al tema…

Don Víctor: Total, que brillan la impropiedad y la confusión…

Don Hugo: Y no falta una claque parasitaria que jalee y refrende un inevitable extravío…

Don Víctor: La verdad, don Hugo, es que socráticos como usted y como yo, ya vamos quedando bien pocos… pero entonces, ¿por qué decía usted que le encantan las tertulias?

Don Hugo: Naturalmente, don Víctor, y me apunto todos los días si usted quiere… eso sí, con la condición de que nos reunamos sólo usted y yo.

Don Víctor: ¡Acabáramos, don Hugo!… ¡Ale, vamos a nuestra tertulia del Viena!

La primera sala de cine

Don Hugo: Pues, don Víctor, ¡vaya pregunta!… ¡Quiénes han de ser!… Los Lumière en uno de esos barracones de feria.

Don Víctor: No, don Hugo, antes, antes…

Don Hugo: Pues como no sean los de las linternas mágicas y los panoramas aquellos…

Don Víctor: Va bien, va bien, pero la sala de cine como tal, con su arquitectura y su disposición, ésa es de Wagner…

Don Hugo: ¡Atiza, pero si no había cine entonces, don Víctor!

Don Víctor: … con su ausencia de palcos y un único patio de butacas enfocadas hacia el escenario, el Festspielhaus de Bayreuth constriñe al espectador a mirar hacia adelante.

Don Hugo: Pues es cierto… se acabó el cotillear a los vecinos de enfrente, de arriba, de abajo…

Don Víctor: … con oscuridad total, salvo el escenario…

Don Hugo: … cuando antes la sala permanecía encendida, lo que permitía identificar a esos espectadores que llegaban rezagados en pleno concertante de final de acto, ver cómo se duerme el famoso financiero tras la ingesta de su “sopa caliente, el pavo con trufas y el rico champán”, conjeturar quién será aquella dama a la que todos admiran y nadie conoce y quién el misterioso visitante del palco proscenio…

Don Víctor: ¡De visitas, nada!, que ya no hay pasillo que corte las largas filas de butacas de manera que una vez hecha la oscuridad, no se pueda escapar nadie.

Don Hugo: Entonces, se inventó la sala de cine antes que el propio cine… ¡Qué más hubiera querido Wagner siempre insatisfecho con aquellas puestas en escena que no estaban a la altura de sus acotaciones escénicas ni mucho menos de su música…!

Don Víctor: No sé qué cuentan que le dijo a Nietzsche durante una representación, cuando todavía eran amigos… Espere…

Don Hugo: ¡Ah, sí hombre! “Quítate las gafas, Friedrich. Simplemente escucha y lo verás todo como debería ser”.

La noche

Don Víctor: Y ahora que ya estamos en el bosque y en lo más profundo de la noche, dígame, don Hugo, cuál es esa pregunta que requería tan complicada mise en scène.

Don Hugo: Piénselo bien, don Víctor… La pregunta es: “¿Por qué la noche es mujer?”

Don Víctor: ¡Atiza, don Hugo!… Pues yo veo dos facetas en principio contradictorias, que no sé si sabría desentrañar… por un lado, la noche es el fin de la jornada laboral…

Don Hugo: … y por tanto la liberación de la líbido, con la ansiedad sexual que ello genera…

Don Víctor: … es verdad, es verdad… y también es sosiego y refugio frente al bullicio del día.

Don Hugo: Muy bien visto, don Víctor: la noche es entonces también el claustro materno… ¡Vamos bien!

Don Víctor: Por otra parte, si Dios es Luz y aporta la claridad para comprender, Satanás es la oscuridad, la confusión y el caos. Por tanto la noche es diabólico aquelarre.

Don Hugo: Pero es verdad que hay contradicciones. Recuerdo cuán odioso se les hace el día a Iseo y Tristán en la noche del jardín, tanto que no querrían que amaneciera nunca.

Don Víctor: Como Romeo y Julieta, que sólo quieren oír al ruiseñor y que la alondra no les traiga el día…

Don Hugo: ¿Por qué no cantamos, don Víctor?

Don Víctor: Pero, ¿a Wagner o a Gounod?

Don Hugo: No hombre, a Raphael. (cantando:)» ¡Maldigo al Sol que se llevó / Tus juramentos y mi fe!»

Don Víctor y don Hugo (cantando ambos:)» Tu amor el día me hace odiar. / La noche apaga mi rencor».

¿Illica o Giaccosa?

Don Hugo: Que sí, que sí, don Víctor, que usted sería Giaccosa…

Don Víctor: ¡Pero que usted escribe muy bien, don Hugo! ¿A quien le piden siempre el discurso los socios de nuestra Fundación sino a usted, sea o no sea el Presidente, en la comida anual?

Don Hugo: Bueno, don Víctor, pero eso es más bien por mis dotes histriónicas y por los chascarrillos que cuento… En cambio, lo lírico siempre me causa una mezcla de pudor y respeto… Qué quiere que le diga… Lo aprecio y me conmueve, ¡pero no es lo mío!

Don Víctor: Es verdad que quizás usted destaque más en la visión de conjunto, en la estructura, en la eficacia, en la previsión de cómo reaccionará el público, suponiendo que fuera usted libretista.

Don Hugo: Claro, porque Illica era capaz de reducir toda una novela o un drama largo a un texto mucho más corto, que es lo que le exigía Puccini.

Don Víctor: Claro, para dejar sitio a toda su música…

Don Hugo: Simplificaba la acción concentrándola en las escenas y cuadros imprescindibles y, sobre todo, armaba una progresión dramática tal que los momentos culminantes se imponían por sí mismos con efusión arrebatadora.

Don Víctor: Yo le veo a usted pintiparado. ¡Cómo me hubiera gustado ser libretista de Puccini con usted!

Don Hugo: ¡Y a mí, don Víctor, y poder disfrutar luego de sus tiradas de versos tan sensibles, que hacen llorar y ponen la carne de gallina: ese “passo che sfiorava l´arena”, esas “dolci mani mansuete e pure”…

Don Víctor: Ya quisiera yo, don Hugo, poder alumbrar esas bellezas, esa sensualidad pudorosa, ese erotismo acariciante, esos afectos tan tiernos, por mucho que tenga el humor y el picante cuando se trata de mujeres más casquivanas, como la Musetta que “sgonella e scopre la caniglia”.

Don Hugo: Ay, Puccini, Puccini, ¡cuánto se te añora!

Loti

Don Víctor: ¡Y que nunca me leía nada!

Don Hugo: ¿Qué me dice usted, don Víctor? ¡Y que iba a entrar en la Academia con tanta obra bajo el brazo sin leer!… ¡Buenos son los franceses!

Don Víctor: Le tengo que enseñar el recorte de prensa que tengo en casa entre los papeles de mi tío Conrado.

Don Hugo: ¿Ése que era médico en Bilbao y que iba tanto a San Juan de Luz?

Don Víctor: El mismo. Bien, pues en la entrevista de marras, a la pregunta de cuál era su autor preferido, Loti contesta que ninguno, pues no lee nunca.

Don Hugo: Boutade habemus…

Don Víctor: Que no, que no, don Hugo, que no le gustaba leer, que sólo le gustaba escribir…

Don Hugo: Pues eso sólo tiene una explicación: la instrucción pública francesa, la de Jules ferry y del petit père Combes.

Don Víctor: Eso pienso yo: desde la maternal hasta el último curso del Bachillerato se lee mucho, se analizan críticamente los textos y se trabaja rigurosamente la expresión escrita.

Don Hugo: Más allá de algunos parecidos, es lo que va de Loti a Baroja.

Milagro

Don Hugo: Mire, don Víctor, lo de aquellas chicas sí que fue pasar del blanco y negro al color, y no tantas tonterías como se han dicho sobre la vida de entonces.

Don Víctor: ¡Qué bien les iba el technicolor a sus melenas tan rubias!…

Don Hugo: Sí, y a sus caritas finas de rasgos ligeros…

Don Víctor: … aunque con su algo de puntiagudos…

Don Hugo: … esa nariz respingona, la de Teresa Gimpera, la de Laurita Valenzuela, la de Sonia Bruno…

Don Víctor: Juveniles, delgaditas, estrechas de caderas…

Don Hugo: Aquello nos llegaba de Italia y Francia, con sus Françoise Dorléac, Elsa Martinelli…

Don Víctor: … pero sobre todo con su Brigitte Bardot, un prodigio de carnalidad…

Don Hugo: Sí, pero que la distingue de todas las otras, que son como Nausicaa, mientras que ella es Afrodita.

Don Víctor: Dígame, don Hugo: ¿dónde quedó Juanita Reina…?

Don Hugo: Pues donde quedaron la cartilla de racionamiento, el biscooter, la Sección femenina y el Congreso Eucarístico de Barcelona… ¡Aquellas chicas nuestras no tenían ya nada que envidiar a las americanas!

Don Víctor: ¡El milagro español!