La cueva de los sueños olvidados (de W. Herzog)

Don Hugo: Yo he sentido lo mismo que Picasso: ¡qué envidia poder pintar toros como los de Lascaux, con esa fuerza; o, en este caso, esos leones, ¡imponentes!

Don Víctor: A mí, don Hugo, me ha recordado a aquella película, “Viaje alucinante”, en que unos científicos recorrían el interior del cuerpo humano en un pequeño submarino.

Don Hugo: Sí, don Víctor, pero aquí el viaje es hacia lo profundo de nuestra psique.

Don Víctor: Del fondo de la noche de los tiempos, donde la energía psíquica fluía con tal facilidad que no había fronteras entre lo humano y lo animal…

Don Hugo: … entre la vigilia y el sueño, entre muertos y vivos…

Don Víctor: … cuando el tiempo todavía no nos había atrapado en un curso histórico y lineal.

Don Hugo: Y esos precipitados cristalinos que brillan en la cueva como constelaciones en la noche…

Don Víctor: … y sobre los zarpazos de los osos en las paredes pintan caballos y luego se les superponen otros ¡cinco mil años más tarde! Desde luego el tiempo no corría…

Don Hugo: No estaban, como nosotros, presos del progreso.

Don Víctor: ¡Lo que realmente me ha sobrecogido es ese toro fecundando un sexo de mujer!

Don Hugo: Eso mismo vuelve a asomar con Pasifae y el toro de Creta.

Don Víctor: Hombres-animales: el Minotauro, el centauro, la sirena, el licántropo…

Don Hugo: El otro día mi nietecito Javierino me preguntaba con total ingenuidad que qué le tocaba a él, en cuanto a parentesco, nuestro gatito Néstor.

Tantos por ciento

Don Víctor: No me cabe en la cabeza, don Hugo, que siga usted defendiendo a Raphael.

Don Hugo: Lo defiendo porque me gusta: es el único cantante moderno que daba does de pecho.

Don Víctor: En eso, don Hugo, lleva usted razón, porque los de Al Bano, ¿de qué eran?

Don Hugo: Siempre cantaba a pleno pulmón, sin temor y sin escatimar.

Don Víctor: Y fue así cómo quemó su voz.

Don Hugo: Eso es cierto, pero mientras pudo, cantó de verdad.

Don Víctor: De verdad, de verdad… Qué quiere usted que le diga, don Hugo…

Don Hugo: Pero qué pretende usted, don Víctor, ¿qué cante como Alfredo Kraus?

Don Víctor: Hombre, tanto no se debe pedir, pero no me negará usted que cantó siempre engolado, para adentro, con un sonido muy cubierto, ¡tanto! que no era abierto.

Don Hugo: Reconozco que era bastante afectado…

Don Víctor: Y cuando gastó la voz, sólo le quedaron esos amaneramientos.

Don Hugo: Ahora bien, me concederá usted que tenía un tanto por ciento en común con Kraus.

Don Víctor: ¿De verdad me quiere usted comparar la gimnasia con la magnesia?

Don Hugo: Uno y otro siempre llevaron la expresión a una intensidad límite, hasta el borde del abismo.

Don Víctor: Y Raphael se despeñó.

Don Hugo: Esta vez, don Víctor, me parece a mí que se sale usted con la suya porque bastante de eso hay, aunque me pese: allá en el fondo se nos quedó Raphael.

Don Víctor: ¡Qué gusto da discutir con una persona con la que se está de acuerdo en el 95%!

Don Hugo: ¡Toma, es que si no, yo no me peleo!

Esturionismo

Don Hugo: No quisiera ofenderle, don Víctor, pero bien miradas las cosas, me tendrá usted que conceder que tanto usted como yo nos hemos pasado la vida emprendiendo cosas…

Don Víctor: No siga usted, don Hugo, que tiene usted más razón que un santo. Al final, casi todo… ¡quimeras! Qué pocas llegan a buen puerto…

Don Hugo: Si es que hay que poner más huevas que un esturión. Y a lo mejor, con suerte, prospera una.

Don Víctor: Nos embeleca el espejismo de que nuestra inteligencia y nuestra voluntad siempre rinden frutos, pero…

Don Hugo: … al final somos también naturaleza. Como muchísimo, sólo podemos derrochar…

Don Víctor: Y además, que somos bien pocos los que intentamos algo.

Don Hugo: … porque fíjese usted, don Víctor, esta mañana hasta el más modesto de los árboles prodiga millones de granos de polen… y tan sólo unos pocos cumplirán su misión.

Don Víctor: Tanto está prodigando que me ha entrado una alergia que… ¡Atchís!

Don Hugo: ¡Jesús!  

Dar de beber al sediento

Don Hugo: Hoy me encuentro algo resfriado. Me parece que a la tarde iré al ambulatorio.

Don Víctor: Muy bien, don Hugo, usted póngase malo siempre en nuestra autonomía; no sea que en otra no quieran atenderle.

Don Hugo: O que la ambulancia que me traiga de vuelta me deje tirado en la raya autonómica.

Don Víctor: Tiene gracia… Han caído todas las fronteras en Europa y nosotros nos ponemos a jugar a la Edad Media.

Don Hugo: ¡Qué cosa tan romántica!

Don Víctor: ¿Y qué me dice usted del esperpento de nuestra política hidráulica? El Ebro, ya ve usted, resulta ahora que es sólo de los aragoneses.  

Don Hugo: Y el Tajo, de loscastellano-manchegos.

Don Víctor: Eso sí, si a Mallorca le falta agua, le enviamos un barco-cisterna.

Don Hugo: Solidaridad intercomunitaria, ¡no faltaba más!

Don Víctor: Y encima el agua llega a puerto contaminada y hay que dársela de beber a los peces. 

Don Hugo: Al mar, agua.

Don Víctor: Y el dinero, tirado.

Don Hugo: Y los nuevos caciques cacareando.

Don Víctor: Y todos los demás, desplumados.

julio 2012

En el Monte Tabor

Don Hugo: ¿A qué no sabe usted, don Víctor, lo que encontré ayer, poniendo orden en casa? Tan bien la había guardado que la daba ya por perdida definitivamente tras aquella fatídica mudanza. Pues apareció: ¡la fotografía enmarcada con Alfredo Kraus cuando le saludamos en aquella “Lucia”!

Don Víctor: ¿Aquélla en que parece que estamos tocando a Dios?

Don Hugo: ¡Al mismísimo Cristo que venía de sudar sangre tras cantar aquello de “L´alma innamorata”!

Don Víctor: Es cierto que sudó sangre, en lugar de mesarse los cabellos o de rasgarse las vestiduras como tantos famosos fariseos.

Don Hugo: Fue una auténtica transfiguración. Agonizó realmente antes de clavarse la daga. Toda su carne y toda su alma se entregaron a la más absoluta desesperación.

Don Víctor: Sciagurato!

Don Hugo: Qué manera de penetrar en el sentido de las palabras y cómo las hacía fluir, ¡ como si vinieran directamente del pensamiento y no de su cuerpo!

Don Víctor: Es como la pintura de Velázquez, que parece imposible pintarla con la mano y no directamente con el intelecto.

Don Hugo: Qué variedad de ataques, qué forma de colorear, de muscular las notas con esas dinámicas cambiantes, con ese claroscuro…

Don Víctor: ¡Por eso, lo de la técnica! Para hacer posible aquel vuelo poético.

Don Hugo: Esos sonidos tan prístinos, impecablemente apoyados en la máscara.

Don Víctor: Es como la virgen Atenea nacida directamente de la cabeza de Zeus.

Don Hugo: ¿Qué filósofo griego dijo aquello de que el alma reside en el entrecejo?

Don Víctor: Qué más da… Si tiene tiempo, ¿por qué no subimos un ratito a casa a escuchar algún disco de Kraus?

Francisco e Ignacio

Don Hugo: ¿No cree usted, don Víctor, que lo de Francisco parece un disfraz, viniendo de un jesuita?

Don Víctor: ¡Como que se iba a poner «Ignacio», con la fama de contrarreformista, manipulador de las conciencias de las élites, ambicioso…!

Don Hugo: En definitiva, ¡hipócrita redomado!

Don Víctor (cantando): «Loiola, va! Ti rodi e ridi!»

Don Hugo: Es verdad, si hasta en «La Bohème» lo denuncian.

 Don Víctor: ¿Pero no le parece a usted, don Hugo, que eso de destinar los conventos vacíos a pobres y refugiados no sea incluso más franciscano que los propios franciscanos?

Don Hugo: Lo mejor de todo ha sido lo de ese obispo alemán que ha perdido la cátedra y su flamante palacio, en beneficio de los indigentes. ¡Ahí le han dado!

Don Víctor: Y creo que ahora se ha puesto a limpiar la Banca Vaticana como Hércules los establos de Augias.

Don Hugo: ¡Que apestaban!

Don Víctor: Lo que busca el Papa es que la Iglesia deje de ser una empresa y vuelva a sus orígenes fraternales, caritativos y trascendentes; pero, claro, tal como es el mundo y tal como somos las personas, ¿cómo conseguirlo y al mismo tiempo garantizar su supervivencia como institución?

Don Hugo: Vamos, que es poner una vela a San Ignacio y otra a San Francisco…

Don Víctor: …»¡y no estar loco!», como cantaba Machín.

Siglas

Don Víctor: Buena la hicieron los romanos con esto de las siglas, don Hugo… lo poco agrada, pero lo mucho enfada.

Don Hugo: Hombre, don Víctor, a mí me gusta que todavía hoy la municipalidad de Roma imprima el SPQR en el mobiliario urbano. Roma sigue siendo Roma.

Don Víctor: Quién nos iba a decir, a nosotros, que contábamos las siglas con los dedos de una mano…

Don Hugo: S.A., ONU, Renfe y al final… RIP.

Don Víctor: … que asistiríamos a esta confusión babélica donde ya nadie se entiende…

Don Hugo: Las siglas se multiplican por millones cada día: programas informáticos…

Don Víctor: … que si el pdf y el jpg…

Don Hugo: … aparatos electrónicos…

Don Víctor: … que si el mp3…

Don Hugo: … impresos de Hacienda, nombres de organismos oficiales y vaya usted a saber…

Don Víctor: … que si el PADRE, que si el IVA, que si el TAE, que si el IBI, que si el IBEX, que si el MIBOR…

Don Hugo: …¡Hasta las lenguas!

Don Víctor: Sí. El LAPAPYP y el LAPAO, en Aragón.

Don Hugo: Porque antes bien que nos reíamos de ellas, que no sabíamos si SEAT era “Se Estará Apretando Tornillos” o “Se Estropea Antes de Tiempo”. Lo que sí sabíamos era que OPUS significa “Organización Para Uno Situarse”.

Don Víctor: Y ahora en que se nos han convertido en una plaga, nos las tomamos en serio para más INRI.

Don Hugo: ¡INRI! Ahí, don Víctor, ha dado usted en el clavo. A partir de ahora es la única que admito. Las demás, que me las desglosen.

¿Es usted cigarra u hormiga?

Don Hugo: Qué profundo se vuelve el suelo, cuando uno encuentra la boca de un hormiguero… Insondable y piranesiano mundo subterráneo…

Don Víctor: ¡Admirables y sacrificadas hormigas!…

Don Hugo: Sí, pero ¡qué corazón tan duro para con sus vecinos!

Don Víctor: No me irá usted a salir ahora con lo de las cigarras…

Don Hugo: Pues precisamente, don Víctor. Si las hormigas cultivan la tecnología, las cigarras se entregan al Arte.

Don Víctor: En eso no le quito a usted razón, don Hugo: las hormigas son puro filisteísmo, pero ¡niégueme usted que la bohemia de la cigarra no llegue a ser irresponsable!

Don Hugo: Aunque luego, al primer copo de nieve, bien que se arrepiente y, muy compungida, vaya a llamar a la puerta del hormiguero. “Vous chantiez?”, pregunta la hormiga. “Et bien, dansez maintenant!”

Don Víctor: ¡Qué mal le supo al hermano hormiga la acogida del padre al hijo pródigo!

Don Hugo: Son muy difíciles y desairados, siempre insatisfactorios, esos equilibrios deseables en todas las cosas importantes. Siempre nos creemos que estamos pecando por exceso o por defecto.

Don Víctor: Hombre, me concederá usted, don Hugo, que en los últimos tiempos nos hemos dado al puro cigarrismo… en la educación en casa…

Don Hugo: … en la enseñanza…

Don Víctor: … en los créditos fáciles para todo…

Don Hugo: … en la incitación desaforada al consumismo más desatado…

Don Víctor: … en las políticas de relumbrón…

Don Hugo: No, si al final todas nuestras simpatías, en exclusiva, van a pasar de la cigarra a la terca hormiga.

Don Víctor: Más que simpatía, la hormiga, como la cigarra, me despiertan piedad en estos momentos, igualadas en su desvalimiento ante esta plaga de langostas, venidas de Dios sabe dónde, que arramplan con todo.

Las fanfarrias de Isidro Cuenca

Don Víctor: “El barco daba bandazos, batido por unas olas, que ríase usted de las del naufragio de Turner… todo el pasaje amedrentado… la tripulación nunca había visto nada igual…”

Don Hugo: Pero, ¿dónde fue eso, don Víctor?

Don Hugo: Lo que le digo, don Hugo… cuando Isidro Cuenca cruzó en barco el estrecho de Skagerrak, camino de Suecia.

Don Hugo: Vamos, en un vulgar ferry…

Don Víctor: “… hasta el capitán estaba mareado…” ¿Qué se cree usted que hacía Isidro?

Don Hugo: Ése es capaz de cualquier cosa… quizás dormiría a pierna suelta en una hamaca de cubierta…

Don Víctor: Lo que me contó es que reía a mandíbula batiente en la proa, con una copa de coñac en la mano.

Don Hugo: ¡No me esperaba menos!, ¿y qué decía la gente?, ¿qué ocurrió al final?

Don Víctor: Según Isidro, aquellos luteranos le gritaban desde lejos que se retirara a su camarote y dejara de provocar a los elementos y que hasta le hubieran tirado por la borda, como a Jonás, si se hubieran atrevido.

Don Hugo: Sí, vamos, que al final, compadecido, tendió la mano como Cristo, aplacando los elementos y demostrando así a esos herejotes las superioridad de la fe romana.

Daoíz y Velarde

Don Víctor: El arco, don Hugo, es feo, pero honrado; al fin y al cabo es más o menos la entrada del primitivo cuartel… pero las estatuas…

Don Hugo: Sí, don Víctor, es que es un diseño que parece más apropiado para un relieve…

Don Víctor: Mi abuela, que era una guasona tremenda, me dijo que Velarde era la novia de Daoíz. Imagínese mi sorpresa cuando luego vi a estos dos caballeros.

Don Hugo: Emparejados han quedado sus nombres para la posteridad, como Abelardo y Heloísa…

Don Víctor: … Lanzarote y Ginebra…

Don Hugo: …Tristán e Iseo…

Don Víctor: …Paolo y Francesca…

Don Hugo: …Dante y Petrarca…

Don Víctor: La mejor pareja, la que formó Alfonso guerra: Amadís y… Gaula.