
Don Hugo: Yo he sentido lo mismo que Picasso: ¡qué envidia poder pintar toros como los de Lascaux, con esa fuerza; o, en este caso, esos leones, ¡imponentes!
Don Víctor: A mí, don Hugo, me ha recordado a aquella película, “Viaje alucinante”, en que unos científicos recorrían el interior del cuerpo humano en un pequeño submarino.
Don Hugo: Sí, don Víctor, pero aquí el viaje es hacia lo profundo de nuestra psique.
Don Víctor: Del fondo de la noche de los tiempos, donde la energía psíquica fluía con tal facilidad que no había fronteras entre lo humano y lo animal…
Don Hugo: … entre la vigilia y el sueño, entre muertos y vivos…
Don Víctor: … cuando el tiempo todavía no nos había atrapado en un curso histórico y lineal.
Don Hugo: Y esos precipitados cristalinos que brillan en la cueva como constelaciones en la noche…
Don Víctor: … y sobre los zarpazos de los osos en las paredes pintan caballos y luego se les superponen otros ¡cinco mil años más tarde! Desde luego el tiempo no corría…
Don Hugo: No estaban, como nosotros, presos del progreso.
Don Víctor: ¡Lo que realmente me ha sobrecogido es ese toro fecundando un sexo de mujer!
Don Hugo: Eso mismo vuelve a asomar con Pasifae y el toro de Creta.
Don Víctor: Hombres-animales: el Minotauro, el centauro, la sirena, el licántropo…
Don Hugo: El otro día mi nietecito Javierino me preguntaba con total ingenuidad que qué le tocaba a él, en cuanto a parentesco, nuestro gatito Néstor.








