
Don Víctor: Le veo muy sonriente, don Hugo, para no haber encontrado lo que le encargó Dolores… Y eso que nos hemos tenido que venir hasta este puesto especial del Mercado de la Cebada.
Don Hugo: Hombre, don Víctor, ¿no ha visto usted con qué gracia me ha despachado el dependiente?… «Se lamenta, caballero, ya no trabajamos ese género».
Don Víctor: Es verdad; esa réplica justifica el viaje y toda una mañana.
Don Hugo: Fíjese ahí, don Víctor: ¡»Fábrica de patatas fritas!»
Don Víctor: La Revolución Industrial a la española: una freidora y las patatas amontonadas contra la vitrina. ¡Vayamos a comprar una bolsa, don Hugo!
Don Hugo: Se ve que este mercado es la reserva espiritual del comercio madrileño…
Don Víctor: Me temo que por poco tiempo… Ya no podremos venir a descambiar un producto…
Don Hugo: Ya no nos argumentará un tendero diciéndonos «máxime más»…
Don Víctor: Ya no nos contará la verdulera que sus padres fueron guardeses en una finca del Marqués de Lozoya….
Don Hugo: Calle, calle, don Víctor, que parecemos usted y yo Jorge Manrique… ¿No cree usted que estos comerciantes al por menor y horteras madrileños son los herederos en carne y hueso de los graciosos de nuestras viejas comedias?…
Don Víctor: Es también algo propio de las capitales. En París, Londres y Roma elaboran igualmente sus manierismos… Los parisinos, con sus rimas caprichosas… los cocknies suplantando palabras de igual sonoridad… y todos, en suma, dándoselas de ingeniosos y chocantes.
Don Hugo: Lujos de pobres…
Don Víctor: ¡Naturaca!
Don Hugo: De la vaca.








