¿Que el café es malo?

Don Hugo: Pero qué buena cara tiene usted hoy, don Víctor. No me puede negar que está mucho mejor.
Don Víctor: Pues no crea, don Hugo, que…
Don Hugo: Lo que pasa es que no debemos dejarnos sugestionar por todas esas consejas de que si el melón es malo: «por la mañana, oro; a la tarde, plata; y de noche, ¡mata!»…
Don Víctor: ¡Lo que me faltaba!
Don Hugo: … o que es malo mezclar la naranja y la leche. Sí, cómo que no nos tomamos usted y yo en la Piazza Navona un magnífico helado de naranja…
Don Víctor: ¡Quién lo pillara!
Don Hugo: ¡Y sin mezclar! Que ahora resulta que la leche es también malísima. Y que el ser humano es el único adulto que la sigue tomando.
Don Víctor: Yo, de pequeño, oí que dejaba ciegos a los gatos.
Don Hugo: ¿Y qué me dice usted, don Víctor, del famoso «corte de digestión»?…
Don Víctor: No me hable, don Hugo.
Don Hugo: … como si la digestión fuera un traje y lo cortara el sastre… Si acaso hablemos de desmayo o lipotimia, pérdida del conocimiento, incluso, en el peor de los casos, infarto de miocardio…
Don Víctor: Eso le iba a decir, que yo…
Don Hugo: Todas esas gazmoñerías antes del baño: que si hora y media después de la ingesta, que si humedecer nuca, muñecas y vientre…
Don Víctor: A mí lo que me ocurre…
Don Hugo: ¿Y el café? ¿A que aquí no le han dado a usted café? Me lo estaba temiendo. Acuérdese de lo que contestó el doctor Rey a nuestra pregunta de si el café era malo.
Don Víctor: Que no.
Don Hugo: Y cuando insistimos con aquello de que si se toma mucho, mucho, mucho, respondió: «Hombre, si se toma mucho, mucho, mucho café… ¡pues tampoco!»

La Unesco contra Dante Alighieri

Don Hugo: Aproveche usted, don Víctor, llévese todo cuanto pueda, que estas ediciones antiguas se nos acaban y las versiones nuevas… ya sabe usted cómo vienen: podadas, esterilizadas, desinfectadas, descafeinadas, desnatadas…
Don Víctor: ¡Castradas!
Don Hugo: ¿Dónde quedan aquellos turcos sodomitas de Cervantes…
Don Víctor: … aquellos judíos odiados por el buen cristiano viejo de Sancho Panza…
Don Hugo: … aquellos moriscos avarientos como Ricote…
Don Víctor: … aquellos gitanos ladrones y embaucadores de «La gitanilla»?
Don Hugo: ¿Aquellos judíos que ponen bombas en «El país del oro negro» de Tintín?
Don Víctor: Lo leí el otro día con mis nietas y han soplado aquel pasaje y también el de la patada en el trasero a los musulmanes orantes en la duna.
Don Hugo: ¿Pero eso también?… Entonces, ¿qué han dejado?
Don Víctor: De lo que no van a dejar nada, don Hugo, es de «Tintín en el Congo», que lo van a poner en el Índice por racista.
Don Hugo: Yo, de mayor, «querer ser bula-matari como Tintín».
Don Víctor: Y, sin embargo, para poder vender en China, van a cambiar el título de «Tintín en el Tíbet».
Don Hugo: ¿Ah sí?
Don Víctor: Sí, «Tintín en el Tíbet… ¡chino!»
Don Hugo: Y ya no podemos ni merendar como negros, ni hacer el indio, ni dejarnos engañar como a chinos… ¡Si hasta, colmo de los colmos, han denunciado a Dante Alighieri ante la Unesco por racista, por machista y por fascista!
Don Víctor: Es como si a todos nos pasara lo que al pobre Tasso; con tantos melindres de si esto ofenderá a los clérigos, de si aquello resultará impío, de si rayará la irreverencia…
Don Hugo: … Vamos, ¡que no había manera de pulir y expurgar la «Jerusalén liberada»!… Nuestra época adolece de delirio paranoide, don Víctor. En cualquier momento aparece un nuevo Savonarola y nos ponemos todos a levantar piras en las plazas…
Don Víctor: pues sí, don Hugo, como el pobre Botticelli quemando sus gloriosos desnudos.

El arte de la publicidad

Don Hugo: Nuestra mala conciencia nos llevó a volver el Arte contra nosotros mismos.
Don Víctor: Es verdad, ¿cómo íbamos a tener la desfachatez de seguir regalándonos belleza después de las atrocidades que hemos llegado a cometer?
Don Hugo: Sí, pero por muy abyectos que seamos, no por eso podemos renunciar a la necesidad psíquica de la Belleza.
Don Víctor: ¡Qué ironía! La ascesis a que nos somete el Arte conduce a que, a la postre, sean los mercaderes quienes vengan a aliviarnos de esa añoranza.
Don Hugo: ¡Los mercaderes! Ésos no hacen nada por amor al arte. Los artistas nos lo regalaban todo…
Don Víctor: … mientras que éstos nos traen belleza a manos llenas, pero tan sólo por mejor vender.
Don Hugo: En definitiva, para engañarnos mejor… Belleza mercenaria y mentirosa.
Don Víctor: Resignémonos, don Hugo, es la belleza con que contamos en nuestra época.
Don Hugo: ¡Qué no hubiera dado yo, don Víctor, por haber vivido en la Florencia medicea y poder frecuentar el taller de los Pollaiuoli!
Don Víctor: Hoy en día, lo que tiene que hacer usted, don Hugo, es comprarse el «Elle» y recrearse pasando sus páginas.
Don Hugo: Pues tampoco está tan mal…

El Presidente, pintor de vanguardia

Don Víctor: Pero entonces, don Hugo, ¿cómo le parece que pinta la cosa? ¿Cree usted que el Presidente nos va a echar una mano con esto de la fundación?
Don Hugo: Le voy a confesar a usted, don Víctor, que sólo pude seguir las sinuosidades de su conversación hasta un cierto punto; luego, no sé cómo, me encontré considerando qué parecido compartía con el magnífico retrato que adornaba la sala…
Don Víctor: ¿Retrato… qué retrato? Allí no había ningún retrato…
Don Hugo: Haga memoria… junto a las banderas… Si estaba clavado: con esas gamas de colores evanescentes, formando manchas de perfiles difusos en un contexto delicuescente…
Don Víctor: ¡Acabáramos!… esa especie de Zóbel… ¡es su retrato!
Don Hugo: Evidentemente no se trata de un retrato florentino: el Presidente siempre se ha inclinado por la escuela veneciana, cromática antes que dibujística.
Don Víctor: Desde luego no le va la precisión de la línea clara.
Don Hugo: El color sin contornos ni superficies táctiles lleva a la desmaterialización y, a la postre, ¿no le parece que a la abstracción?
Don Víctor: Pues eso me ocurrió a mí, que me quedé abstraído y era como si le viera mover boca y manos, pero no llegaran los sonidos. ¡Cine mudo!
Don Hugo: … pero sin letreros y sin piano.
Don Víctor: Yo hacía un esfuerzo como cuando uno quiere despertarse y me llegaban jirones como de una parrafada de Cantinflas.
Don Hugo: Ahora lo ha entendido usted, don Víctor: Cantinflas es a la oratoria lo que la vanguardia a la pintura.

Gedeones

Don Víctor: Es que es un peso, que, mire usted, ya no puedo con él.
Don Hugo: ¿Pero en qué consiste exactamente esa pesadilla, don Víctor?
Don Víctor: Todas las noches, lo mismo: me veo en el Infierno y, perdóneme, don Hugo, pero usted también está allí. ¿Me va a decir usted ahora que como lo he soñado, es cierto?
Don Hugo: ¡Diantres! Vayamos por partes. En primer lugar, ¿qué habrá hecho usted, hombre de Dios, para ir al Infierno? Si acaso, usted y yo iremos, de alguna manera, como de visita, igual que Virgilio y Dante.
Don Víctor: O sea que cree usted que luego saldremos.
Don Hugo: Hombre, claro. Lo que ocurre es que todos, en nuestra existencia, vivimos uno, ¡o varios!, metafóricos descensos a los Infiernos y, como el Inconsciente es a la conciencia lo que los tiempos geológicos a la Historia, de vez en cuando, fruto de algún estímulo azaroso, se elicita desde las profundidades la respuesta a un conflicto sepultado y aparentemente muerto y…
Don Víctor: No me venga usted con cuentos, don Hugo, que Freud era ateo. Sabría lo indecible de los infiernos psíquicos, pero del nuestro, del de verdad, no tenía ni idea.
Don Hugo: Don Víctor, tranquilícese usted. ¿Se acuerda de ese buen fray Juan Gil, trinitario, que rescató a Cervantes?
Don Víctor: Ah, sí, de aquéllos que, como escribió el propio Cervantes, ¡ya no sé dónde!, «dan su libertad por la ajena y quedan cautivos por rescatar a los cautivos».
Don Hugo: Eso es de «La española inglesa».
Don Víctor: No me enrede usted, que estoy muy preocupado.
Don Hugo: A lo que iba yo, don Víctor, es a que si llegáramos al improbable mal trance de vernos en las calderas de Pedro Botero, no dude usted de que allí se presentan dos fieles gedeones.
Don Víctor: ¿Los que reparten Evangelios a la salida del Metro?
Don Hugo: Sí, tengo entendido que van al Infierno en lugar de los condenados.

Callas y Sutherland

Don Víctor: Pues ahora resulta que si la Callas cantaba como cantaba, era porque tenía el paladar en forma de bóveda ojival…
Don Hugo: Tal vez, don Víctor, se hagan eco de la teoría adleriana de la «supercompensación», por la cual un sujeto desfavorecido por la naturaleza en algún aspecto, vuelca toda su energía en superar el problema, acabando incluso por brillar allí donde hubiera debido fracasar…
Don Víctor: Pero, don Hugo, si es todo lo contrario…
Don Hugo: … como, por ejemplo, Demóstenes con su tartamudez.
Don Víctor: ¡Si lo que pasaría es que su voz resonaría con la redundancia del canto en una catedral gótica!
Don Hugo: Ah, ¡caramba!… pero, en cambio, creo que a la Sutherland le arreglaron la boca después de un accidente y, en lugar de abandonar el canto, se convirtió en prima donna assoluta, con aquella bocina de marino que le incrustaron.
Don Víctor: Sí, claro, y Mozart era un subnormal al que le llegaba la inspiración por casualidad y la técnica por ciencia infusa.
Don Hugo: ¡»Amadeus»! Con Milos Forman hemos topado… Touché!
Don Víctor: Qué cómodo es abandonarse a esas supercherías y liberarnos así de la exigencia de esforzarnos y trabajar todos los días en pos de la excelencia.
Don Hugo: Sí, en definitiva, es lo que Freud formula bajo la denominación de «pensamiento mágico», justificando nuestra perezosa prevalencia del «principio de placer» sobre el de «realidad».
Don Víctor: Ahora, don Hugo, quien se rinde soy yo.

Desarrollo de una lata de conservas gigante

Don Hugo: Desde luego esto no es el Panteón de Roma…
Don Víctor: … ni la catedral de Chartres…
Don Hugo: … ni la basílica de Palladio…
Don Víctor: … ni la Villa Saboya de Le Corbusier…
Don Hugo: Yo lo que veo es una especie de escultura…
Don Víctor: Aunque usted no lo haya visto nunca por dentro, ha acertado de pleno: sus espacios interiores carecen totalmente de interés y no son ningún prodigio de funcionalidad.
Don Hugo: Eso sí, grande y caro ¡todo lo que usted quiera!
Don Víctor: ¡Como que lo ha diseñado el mejor arquitecto del mundo!
Don Hugo: Bien mirado, aquí junto a la ría, podría parecer un acorazado japonés de la clase Yamato, listo para el desguace.
Don Víctor: ¿No le recuerda, a escala gigante eso sí, a algo como “Desarrollo de una lata de conservas”?
Don Hugo: Yo, desde luego, no pienso entrar. ¡Media vuelta, don Víctor!
Don Víctor: Vámonos a lo viejo, don Hugo… ¡Con lo que nos gusta a usted y a mí Bilbao!

Falso re

Don Víctor: ¿Recuerda usted, don Hugo, aquella vez en que fuimos de excursión a la Sierra Pobre e hicimos una visita a Lopetegui que se había recluido en la soledad de aquella aldea casi abandonada?
Don Hugo: Nos abrió la puerta y, sin siquiera darnos las buenas tardes, nos soltó: «Aquí estoy releyendo a Kafka».
Don Víctor: ¡Releyendo! Es verdad… Si ahora todo es «re»… Los alternativos viajan a la India para «reencontrarse».
Don Hugo: Los famosetes se «reinventan».
Don Víctor: El turismo de Castilla y León nos invita a que nos «reactivemos» en sus parajes.
Don Hugo: Ahora, don Hugo, no hay cosa que no podamos «retomar».
Don Víctor: Vamos, hasta el gazpacho… ¿Qué le parece lo que decía el otro día Garrigues Walker, que hay que «revisitar» el espíritu de la Transición?
Don Hugo: ¡Y encima lleva razón el tío!… Pues ¿y Odón Elorza cuando propone «resignificar» el Valle de los Caídos?
Don Víctor: Yo me prometí no volver a poner los pies en el Reina Sofía cuando leí aquel cartelón enorme que rezaba: «Repensar el espectador – Teoría y crítica de las prácticas performativas».
Don Hugo: ¡Toma ya!… Como dice Schaunnard en «La Bohème» cuando prueba una trompa desafinada, antes de sentarse en el café Momus:
Don Víctor y don Hugo (cantando): Falso questo Re!

La cruz de Dalí

Don Hugo: Imagino que ya lo habrá dicho más de uno, pero estas cruces cuadrifrontes de Gaudí, que siguen teniendo silueta de cruz, las mire uno desde donde las mire, inspirarían el hipercubo donde Dalí crucifica al Cristo de San Juan de la Cruz.
Don Víctor: Considere usted, don Hugo, que para Dalí el hipercubo sería expresión no sólo de la cuarta dimensión sino de la propia eternidad.
Don Hugo: ¿Quiere usted decir, don Víctor, que intentaba con ello aunar la Revelación y la ciencia?
Don Víctor: ¡La concordatio que creyeron posible los maestros italianos del Renacimiento!
Don Hugo: Cuánto se apartaba y cuánto no era más esforzado el sendero de Dalí que el deambular errático de sus coetáneos, tan narcisistas unos, otros tan mecanicistas y los más, tan pueriles… ¿Pero, entonces, don Víctor, para usted Dalí se interesaba seriamente por la ciencia?
Don Víctor: Por la ciencia de su época: por la espiral del ADN, por la estructura atómica de la materia, por el inconsciente…
Don Hugo: Entonces… lo mismo que Brunelleschi, que Alberti, que Leonardo, con la anatomía y fisiología, la óptica, la perspectiva y la geometría…
Don Víctor: Yo llamaría a Dalí «pre-rafaelita científico».
Don Hugo: El caso es que esta cruz de Gaudí se me antoja temblona como un flan y su base, un soufflé a punto de desinflarse.
Don Víctor: Vamos, don Hugo, no me irá usted a salir ahora con aquello que decía Franco de Gaudí: «Hace que la piedra parezca blanda».

Raquel Welch y Wagner

Don Víctor: Lo prometido es deuda, don Hugo. Aquí traigo aquel manual bilingüe troglodita-español que repartieron en el estreno.
Don Hugo: Me pregunto quién sería el genio que reconstruyera los rebuznos humanoides de hace un millón de años. ¿Quizás Champollion?
Don Víctor: Ése le daba más bien al copto antiguo. Yo me inclinaría por el profesor Arsuaga.
Don Hugo: Quite, quite, don Víctor, que ése era entonces muy pequeñín… Sin duda sería don Marcelino Sanz de Sautuola… o acaso el mismísimo abate Breuil…
Don Víctor: Para mí, que los de la sociedad wagneriana tuvieron algo que ver…
Don Hugo: ¿Porque los buenos de la película son los rubios?
Don Víctor: No, por aquello del «hojotojó, hojotojó» que cantan las walquirias.
Don Hugo y don Víctor (cantando): Heiahá, heiahá,
Heiahá, heiahá

Don Víctor: Qué maravilla: ¡el lenguaje pre-humano de los dioses germánicos!
Don Hugo: ¡Ambiciosas recreaciones que bucean en la noche de los tiempos y hacen palidecer
los intentos de las Cortes de Aragón con sus lapaos y sus lapapyps!