Fusilamientos

Don Hugo: Mire que a veces nos hemos enfadado con Goya, pero aquí tiene usted el primer Guernica, anterior incluso a “Las matanzas de Quíos”, de Delacroix.

Don Víctor: Es verdad, y no sólo por el tema, sino sobre todo por la forma… Ya querría el Guernica haber dado lugar a tantas secuelas…

Don Hugo: Hombre, don Víctor, ese tenebrismo… más me parece que mire hacia atrás que hacia adelante… tal vez Rembrandt…

Don Víctor: Sí, pero ese lenguaje elemental, esa tosquedad, ese trazo grueso, casi un brochazo, ¡cuánto han influido en el discurso simple y directo, contundente y hasta zafio, del Arte contemporáneo!

Don Hugo: Lo que sí que es un hallazgo es ese fusilado en aspa, iluminado por el fanal, que es trasunto de Cristo.

Don Víctor: Si recuerda usted el Crucificado para la Academia, verá que está tomado desde el mismo ángulo y con la misma postura… Lo esboza de memoria sobre la base de aquella imagen.

Don Hugo: ¡Pero, don Víctor, si a su izquierda tenemos las ciegas fuerzas del Mal, sin rostro, vomitando fuego, y a la derecha los mártires a los que aguarda la Jerusalén Celestial, que se adivina sobre el horizonte, más allá del Gólgota!…

Don Víctor: Claro, ¡la colina del Príncipe Pío!… ¿Sabe lo que le digo, don Hugo…? Que éste es el mejor cuadro religioso de don Francisco.

Don Hugo: ¡Y, dentro de ese género,  el único bueno que hizo!… ¡De rodillas, don Víctor!

Temor de Dios

Don Hugo: ¡Un auténtico castigo de Dios, don Víctor! Sólo a un hombre de negocios se le puede ocurrir, con tal de multiplicar sus beneficios, dar de comer carne a unas pobres vacas…!

Don Víctor: ¡Las vacas locas!… Los herbívoros comen hierba; los carnívoros, carne; y los omnívoros, comemos de todo.

Don Hugo: Pero, ¿qué estamos haciendo que, con todo nuestro progreso, no conocemos la mitología más elemental, que cualquier analfabeto de hace dos mil años tenía presente?

Don Víctor: ¿Se refiere usted, don Hugo, a las yeguas de Diomedes?

Don Hugo: Sí, las mismas, aquéllas a las que amaestró a comer carne humana.

Don Víctor: Y, claro, los dioses, por medio de Hércules, tuvieron que castigarlo…

Don Hugo: … por desnaturalizar las cosas…

Don Víctor: … como el aceite de colza, que resultó ser aceite de motor…

Don Hugo: Si es que estos émulos del Diablo se han empeñado ellos también en poder trastocar los pedruscos en panes.

Don Víctor: Efectivamente, ¡el negocio del siglo y nosotros de cobayas!

Don Hugo: Antes nos contaban aquello del “santo temor de Dios” y bien que nos impresionaba… bueno, pues ahora empiezan a engatusarnos con ese viaje maravilloso intergaláctico que llevará a la Humanidad a un nuevo y atractivo Planeta Prometido…

Don Víctor: Los mismos sacamuelas con las mismas majaderías para incautos que el Dottore Dulcamara en “L´elisir d´amore”.

Don Hugo: Sí, don Víctor, y nosotros de rustici, chupándonos el dedo, vamos y compramos esa mercancía.

Agua y aceite

Don Víctor: ¿Y aquella atmósfera diamantina que deja ver los más lejanos y preciosos detalles?

Don Hugo: Admirable, pero también en la prolijidad de los flamencos, hay exceso.

Don Víctor: ¿Y los luminosos venecianos, los de los loci amoeni que frecuentan Venus y gallardas ninfas, los de los palacios palladianos, los de las aguas de las sedas y los cielos coloridos?

Don Hugo: Uno querría trasladarse allí para siempre, pero ¿esto mismo no nos está revelando que nuestra serenidad resulta perturbada?

Don Víctor: Entonces, me da miedo preguntarle por la fascinación que procuran el dramático tenebrismo, la pintura de las pasiones y el arrebatado movimiento, que vinieron a continuación.

Don Hugo: Todo eso nos ha enseñado mucho y ha alimentado el arte durante siglos. Ahora bien, predomina demasiado el teatro.

Don Víctor: Entonces… ¡el fresco!

Don Hugo: El fresco es contemplación, es la idea pura plasmada en una sola jornada, que no admite arrepentimientos ni añadidos, so pena de picar toda la pared y volver a empezar. Es la pureza del agua que se evapora, el polvo mineral que se fija y la cal virginal… El fresco es claro, limpio, liso, mate, simple, inmaterial… ¡una aparición a través de la pared!… ¡No se compran frescos en el mercado!

Don Víctor: Ya le voy entendiendo, don Hugo… Sí, veo ahora que el óleo es mercadería, que se trae y se lleva, artefacto que se soba y manipula cuantas veces se requiera hasta darlo por concluido, propicio a prodigalidades, evanescencias y quimeras… pero sobre todo está untado de esa salsa, ese aceite que llega a parecer refrito en ocasiones, pero que siempre deja no sé qué brillos grasientos sobre la tela.

Don Hugo: Y conste mi homenaje más sincero a todas las maravillas que usted ha defendido, pero donde allí había espectáculo, aquí hay contemplación.

Don Víctor: ¿Podemos perdonar entonces a Antonello, que llevó el óleo a Italia?

Don Hugo: Sí, don Víctor, claro que sí. Siempre guisó con poquísimo aceite y además las lágrimas del angelito que sostiene el cuerpo muerto de Cristo nos  lo redimen con creces.

Galdós y Valle

Don Víctor: ¡Hombre, don Hugo, tanto como pre-freudiano!… Yo reverencio a Galdós, sin necesidad de exagerar tanto…

Don Hugo: Es que Galdós sí que se interesa y llega a penetrar en lo más profundo de la psique humana, que es el inconsciente, con su secuela de enfermedades psico-somáticas.

Don Víctor: Pero, ¿no tendrá que ver más ese interés con Cervantes, sus Vidrieras y sus Quijotes?

Don Hugo: Indudablemente, pero va mucho más allá con hallazgos impensables en sus más brillantes contemporáneos… ese Valle, por ejemplo.

Don Víctor: Claro, es que don Ramón, en su afán esteticista, estaba siempre encerrado en su torre de marfil modernista, con sus caballeros legitimistas, sus melancólicas damas, sus cursis avatares, que ni él mismo tomaba en serio… o, por el contrario, con sus estridentes tremendismos.

Don Hugo: No en vano a nuestro don Benito lo motejó cruelmente de “garbancero”.

Don Víctor: ¿Le parece a usted que sería no sólo por dedicarse al comercio, sino también por ese reparar en las cuitas de gente baja y muchachas pobres?

Don Hugo: Ha dado usted en el clavo, don Víctor, y le demostraré que Galdós anuncia ya la teoría psicodinámica… Si no recuerdo mal, cuando Fortunata está intentando olvidar definitivamente a su amante y llegar a ser una buena esposa, pasa delante de un escaparate de fontanería, con sus tubos, sus empalmes y sus grifos. Pues bien, inmediatamente, se van al traste sus buenos propósitos: sus carnes anhelan perentoriamente el fuego del amor prohibido… ¿Me sigue usted, don Víctor?… Grifos, caños, tubos… ¡símbolos todos ellos, tal y como recoge el onirocriticismo de Freud, del sistema urinario masculino…!

Don Víctor: No siga, don Hugo, si ya lo entiendo.

Don Hugo: Entonces, don Víctor, ¿tenía o no tenía yo razón?

Don Víctor: ¡Touché!

Garci

Don Hugo: Sólo persigue el halago del mal gusto convencional, condenándose así a lo rutinario y lo previsible.

Don Víctor: Pues sí… copias de otras copias, como ingenuo artesano que es, embobado con el cine clásico de Hollywood.

Don Hugo: Sí, sí, don Víctor, si tengo aquí el recorte… entrevista a José Luis Garci… Agárrese y escuche: “Mi madurez, el día en que empecé a vivir tranquilo, fue cuando me atreví a decir en voz alta que me gustaba más Minelli que Godard, y los westerns que Antonioni. Nunca, gracias a Ford, estuve infectado por el virus de la Nouvelle Vague”.

Don Víctor: ¡La verdad, don Hugo, es que esa confesión no tiene desperdicio! Fíjese que podría parecerse a Almodóvar por su extracción social, falta de estudios y autodidactismo, impulsado por la afición al cine. Y, sin embargo, cómo mejora al manchego su condición de artista.

Don Hugo: Claro, Almodóvar investiga, inventa, se atreve, provoca…

Don Víctor: Amén de su sentido del humor, su refinamiento estético, su creatividad…

Don Hugo: También a Almodóvar le dieron el óscar… pero seguro que no pensaba más que en la película que a él le hubiera gustado ver, según la iba haciendo.

Don Víctor: En cambio, es público que Garci hizo “Volver a empezar” con el propósito de que le premiaran los americanos.

Don Hugo: ¿Usted se imagina a Shakespeare y Cervantes, a Ghirlandaio, Gozzoli o Antonello compitiendo por un galardón anual de la Signoria florentina o del Virreinato de Nápoles?

Don Víctor: Sentirían la vergüenza de ver su obra rebajada a mercadería a subasta como lote de pescado en la lonja y, sin embargo, en nuestra civilización burguesa, ¡cuántos premios!

Don Hugo: ¿Cómo puede una obra de arte justificarse por el solo propósito de llevarse un premio?

Guerrilla

Don Hugo: Y por mucha épica que se le quiera dar, ¡qué vil resulta siempre la guerrilla con sus ataques por sorpresa y por la espalda, sus emboscadas y engaños!… Además lo suyo es puro ventajismo con el conocimiento del terreno y la extorsión a los lugareños a los que amedrentan.

Don Víctor: No le quito razón, pero ¿qué otro remedio cabe ante la superioridad de un  ejército regular? Piense también en las represalias del ocupante, no menos terroríficas e inhumanas que la crueldad de los resistentes…

Don Hugo: Ciertamente, don Víctor. Sólo cabe la épica en buena lid, en campo abierto, cara a cara, a la hora convenida y entre fuerzas equivalentes.

Don Víctor: ¡Vamos, don Hugo, eso se llama “juego del ajedrez”!, que es muy bonito y no requiere efusión de sangre…

Don Hugo: Leía yo el otro día a Víctor Hugo y me gustó mucho aquella apreciación de cómo “la guerrilla no acaba nunca o acaba mal; se empieza por atacar a una república y se acaba por desvalijar una diligencia”.

Don Víctor: Es la historia de España. Fíjese usted en las secuelas de la lucha contra el Francés: guerras civiles, bandolerismo y yo hago cuanto me viene en gana.

Don Hugo: Sí, y el Tempranillo se las da de Robin Hood, determina quién es bueno y quién es malo, y así roba cuanto puede en su propio beneficio.

Don Víctor: ¿No se quejaba la pobre gente de la autoridad y los recaudadores?… ¡Pues toma, cucharada y media!

Tenores cómicos

Don Hugo: Le concedo, don Víctor, que para aquella despedida entre Susana y Julián, que se va entrelazando en el concertante final, la voz de Kraus está que ni peripintada….  Ahora bien, no me lo creo en otros momentos de la obra.

Don Víctor: ¿Por qué, don Hugo?, ¿Por qué es tenor?

Don Hugo: Sí, claro, porque tradicionalmente Julián es un papel para barítono.

Don Víctor: Qué duda cabe que la voz de oro del tenor, tan luminosa y espiritual, se corresponde con personajes y sentimientos elevados, áulicos, heroicos incluso…

Don Hugo: … que son los de las óperas románticas…

Don Víctor: … mientras que el pueblo, más concreto y más apegado a la áspera realidad, se expresa con voz de bronce…

Don Hugo: … que es la de aquéllos que se ganan el pan con el sudor de su frente.

Don Víctor: También hay barítonos en la ópera…

Don Hugo: Sí, pero son siempre protervos y, aunque nobles de cuna, son villanos de alma, pendientes del interés propio y no dudando en obstaculizar los sentimientos más elevados de los jóvenes.

Don Víctor: Pues bien que la zarzuela se toma la revancha: condenando a los Werther y Cavaradossis a hacer el tonto como tenores cómicos.

Censura

Don Víctor: Desde luego, don Hugo, no me acostumbro a la hostilidad de estos graffiti que tanto degradan nuestros paisajes urbanos…

Don Hugo: Yo le preguntaría, por ejemplo, al señor Kubrick si no le pesa haber dado tanto realce a las bandas callejeras violentas con su “Naranja mecánica”, ésas que se han multiplicado como plaga bíblica por todo el planeta…

Don Víctor: Entonces, ¿lo censura usted como artista?

Don Hugo: Pues hasta cierto punto, sí… tal vez no calculó los efectos secundarios de sus revelaciones artístico-sociales…

Don Víctor: Usted lo ha dicho… desaparecido el mecenazgo, el artista moderno, lo quiera o no, es siempre social.

Don Hugo: Qué duda cabe de que a poco que se rasque el tejido social, todo se nos aparece como un caos. Será por tanto deber del artista iluminarlo, extraer perfiles invisibles al común, definir contornos, evidenciar las sombras que nacen de las luces… en definitiva, don Víctor, ayudarnos a ver claro…

Don Víctor: Pero entonces, don Hugo, ¿en qué quedamos?… porque usted no cree que deba esconderse el polvo debajo de la alfombra…

Don Hugo: No, claro, pero es que al dar carta de naturaleza a esos grupos y conductas antisociales, al hacer épica  de la bellaquería, está, a la postre, recreando una sociedad aún más bronca y más violenta, de la que, quizás a su pesar, se esté erigiendo en profeta.

Don Víctor: No le digo que no, pero es que el meollo de todo esto es la libertad: el artista escoge libremente y entrega su producto a la sociedad. Ha hecho su trabajo interpelándonos. Será nuestra responsabilidad, individual y colectiva, aprender o no de ello. La respuesta es nuestra y eso es lo que cuenta.

Don Hugo: Entonces, don Víctor, ¿usted piensa que Stanley Kubrick dormía tranquilo?

Narcisismo italiano

Don Víctor: ¿Narcisistas?…

Don Hugo: Pues sí, don Víctor, ensimismados, complacidos, deslumbrados por los frutos de su propio genio e ignorantes de lo de fuera.

Don Víctor: Hombre, claro, don Hugo, cuando se tiene a un Bernini, ¿qué escultores buscar fuera?

Don Hugo: Sí, la verdad… ¿Rodin… Salzillo?… ¡quite, quite!… pero la pintura es otra cosa…

Don Víctor: ¡Cuántos Tizianos produjo Italia antes de hallar fuera un solo Velázquez?

Don Hugo: Quizá en arquitectura…

Don Víctor: En Italia son legión los Brunelleschi: Alberti, Sangallo, Bramante, Palladio, Vignola, Juvara… ¿qué tenemos al otro lado?… ¿Herrera, Mansard, Wren?… Por cierto, encuentra usted ahí fuera a algún Miguel Ángel con su Sixtina, sus Tumbas Mediceas, su Plaza del Capitolio?…

Don Hugo: Ahora mismo, sólo se me ocurre Diego Manrique, el de Lanzarote… pero ¿dónde pone usted la música de Bach, de Haydn, de Mozart, de Haëndel, de Beethoven?…

Don Víctor: ¿Y quiénes enseñaron a todos esos alemanes lo que era una sonata, lo que era un concierto, lo que era un aria, lo que era una sinfonía o lo qué era una ópera?…

Don Hugo: Sí, sí, pero a Shakespeare no me lo toque.

Don Víctor: ¡Maravilloso! Aunque usted sabe bien que sus padres se llamaban Dante, Petrarca y Boccaccio.

Don Hugo: Es que a mí, don Víctor, me da dolor de corazón que los italianos apenas conozcan el Quijote y se crean que es un mero entretenimiento humorístico.

Don Víctor: En verdad que su narcisismo les ha menguado en ese caso.

La política

Don Víctor: Y lo primerito que hizo mi primo Andrés, nada más aterrizar en Barajas, fue ir a visitar a Carabanchel a su otro primo Braulio, preso en aquel año, mil novecientos setenta y siete… ¡por fascista!

Don Hugo: ¿Por qué fue su encarcelamiento?… ¿Era por aquello de que fabricaba armas clandestinamente?

Don Víctor: Sí, eso era, pero fíjese que el otro venía del exilio después de cuarenta años en México.

Don Hugo: ¡Ah, ya caigo! Andrés era ese primo suyo tan gordito al que llamaban en su familia “Baúles”.

Don Víctor: Sí, ¡el comunista! Fue un milagro que no llegaran a matarse el uno al otro en el frente de la Casa de Campo y… ya ve usted… ¡como dos niños!… Al reencontrarse, qué efusiones de cariño, qué risas, cuántos abrazos no se hubieran dado de no ser por las rejas del presidio.

Don Hugo: Ante estas cosas…

Don Víctor: Si ya sé lo que me va usted a decir, don Hugo… lo que yo mismo le pregunté luego a Baúles cuando cenamos juntos al día siguiente: que ¿para qué tanta guerra si a la postre os queréis tanto?

Don Hugo: Y dígame usted, don Víctor: ¿hacían buenas migas los dos primos en su niñez?

Don Víctor: ¡Eran uña y carne!… hasta que los dividió la dichosa política…

Don Hugo: Mire esos chavales, don Víctor… cómo disfrutan juntos, qué bien se llevan y todo porque todavía no obedecen a ninguna ideología…

Don Víctor: Pues sí, don Hugo, como fue en el Edén y como será en la vida futura.