
Don Víctor: Estoy recordando ahora el libro de Giorgio Bocca , “Il provinciale”, que me prestó usted hace unos años. Me impresionó grandemente la figura de aquel partisano francés, Loulou, que combatía en Italia, independiente y solitario, in cerca della morte o della vendetta.
Don Hugo: Sí, don Víctor, se decía que los alemanes habían dado muerte a toda su familia en Niza o en Marsella… Si me sé de memoria esas líneas: “…que vino a morir quién sabe por qué a nuestra tierra, como aquellos caballeros antiguos que combatían por su cuenta, por su justicia o por su venganza, sin decir jamás palabra alguna”.
Don Víctor: Sí, pero no era aquí, en la Toscana, sino más al Norte, en los Alpes, donde cayó. Sin embargo, esta pendiente tan áspera me ha suscitado la imagen de su cuerpo abatido a tiros.
Don Hugo: Habría que investigar cuál era el móvil profundo que llevara a aquel mítico guerrillero, Loulou, a consumar su venganza condenándose a una muerte cierta.
Don Víctor: Por debajo de la bandera, sin menoscabo de su patriotismo, siempre se me antoja que en estos casos palpita la pérdida irremediable de una mujer, como en el caso del legionario “novio de la Muerte”, del cuplé que cantaba Lola Montes…. Acuérdese usted, don Hugo, de cómo acabó: (cantando) “Por ir a tu lado a verte, / mi más leal compañera, / me hice novio de la Muerte, / la estreché con lazo fuerte / y su amor fue mi bandera”.
Don Hugo: Sí, don Víctor, me vienen a la mente esos dos versos del “Rey Enrique IV”, de Shakespeare, en que se presenta a Salisbury como “un desesperado homicida / que pelea como alguien cansado de vivir”.
Don Víctor: Siempre me sobrecogieron esos suicidas camuflados de guerreros que no se ahorcan como Judas, aniquilados por la realidad, sino que aun pretenden cambiarla erigiéndose en arietes contra ella. ¿Cómo perder la honra en el último minuto?… Bien claro lo dejó Montaigne: “He visto a alguno de mis íntimos correr de frente a la Muerte, con verdadero ahínco enraizado en su corazón mediante distintos argumentos que no le pude rebatir, y en la primera ocasión que se le ofreció, adornada de un lustre de honra, precipitarse hacia ella con un hambre áspera y ardiente”.
Don Hugo: Mucho tiempo hemos perdido, don Víctor, con tanta plática… ¡que ya no vemos a las señoras! Apresúrese un poco, que se nos escapan como ayer…
Don Víctor: De acuerdo, don Hugo, ¡aunque me cueste la vida!