
Don Hugo: Caca
Don Víctor: Pipí
Don Hugo: Nene
Don Víctor: Bebé
Don Hugo: Entre nosotros, rorro
Don Víctor: Tata
Don Hugo: Papá
Don Víctor: ¡Mamá!
Don Hugo: ¿Y trascendiendo ya el mundo de los niños?…
Don Víctor: Pues sólo se me ocurre, en un registro muy popular, eso del “rico rico” de Arguiñano.
Don Hugo: ¡Qué parco es el castellano en esto de las duplicaciones expresivas, como en todo cuanto pueda parecer superfluo, afectado o ñoño!
Don Víctor: Es verdad que otras lenguas no tienen tanto pudor en mostrarse más amables y afectuosas, incluso literariamente. El otro día leía yo un detalle que me encandiló…
Don Hugo: En los sonetos de Rimbaud, ¿verdad, don Víctor? Deje que lo adivine… ¡Ya está! Aquello de “Mes étoiles au ciel avaient un doux frou-frou”.
Don Víctor: No, don Hugo, ese libro no lo he acabado todavía, pero no se preocupe que se lo devolveré enseguida. Se trataba de Pasolini quien, describiendo el atardecer en el suburbio pobre de Pietralata, donde se respira un optimismo primaveral, remata que “l´aria poi era dolce dolce”.