Monumentos

Don Hugo: Se ve que nuestra Ley de Memoria Histórica no alcanza a Ferrara. ¡Un monumento a Savonarola!…

Don Víctor: ¡Iluminado y todo!… Nunca le perdonaré que de Botticelli me hiciera un meapilas… ¿Le parece que organicemos una colecta popular para hacer lo propio con nuestro buen Torquemada, en Valladolid?

Don Hugo: Savonarola, Torquemada, Cromwell… todos cortados por el mismo patrón: odio neurótico al placer, y no sólo carnal; la vida entendida exclusivamente como penitencia y, como consecuencia de todo ello, aniquilación del arte: ni teatro, ni danza, ni pintura, ni poesía, ni música…

Don Víctor: Y siempre da lo mismo el pretexto, don Hugo, ya sea una visión escatológica de la vida según la confesión religiosa, ya sea el monolitismo político-teológico que combate infieles y herejes, ya sean los derechos del parlamentarismo frente al Trono…

Don Hugo: Tiranos en todos los casos, don Víctor. No hay más que ver la resaca que sucede cuando desaparecen: las fuerzas vitales, por mucho que se repriman, nunca se extinguen y aprovechan el mínimo resquicio para manifestarse aún más exacerbadas como efecto precisamente de esa constricción forzada: un desaforado carnaval que todo lo anega con su más zafio libertinaje.

Don  Víctor: Es lo que ocurrió tras la muerte de Luis XIV y también tras la de Robespierre: Sodoma y Gomorra… es decir ¡París!

Don Hugo: Si ya lo dice Víctor Hugo en “Noventa y tres”: “Tras el 9 Thermidor, París fue alegre, de una alegría extraviada. Al frenesí de morir sucedió el frenesí de vivir y la grandeza se eclipsó… a la par que la lascivia, los bribones reaparecieron”.

Don Víctor: Tengo una propuesta mejor, ¡la de Wamba!, el anarquista de la zarzuela “El bateo”, del maestro Chueca.

Don Hugo y don Víctor (cantando): “Haremos de carne humana la estatua de Robespierre / Para que sirva de ejemplo el mártir aquel”.

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