
Don Hugo: Ésta es la situación, don Víctor: en el escenario, Boadella. Nosotros, entre el público encrespado que lo abuchea y quisiera despeñarlo.
Don Víctor: Pero usted y yo ¿también abucheamos?
Don Hugo: ¡No, hombre!… ¿A Boadella?
Don Víctor: O sea que allí estamos usted y yo, don Hugo, más raros que un perro verde… pero ¿puede presentar Boadella una obra mala?
Don Hugo: Peor todavía; esta vez ha atacado al público de la sala y no a los ausentes de siempre.
Don Víctor: ¡Qué imprudencia!… pero, viniendo de quien viene, acepto gustoso que se metan conmigo.
Don Hugo: Muy bien, don Víctor: «Bienaventurado quien no se escandaliza de mí».
Don Víctor: Es, por otra parte, cuanto sostenía Pasolini, que todo artista complaciente, se hace cómplice mafioso de la injusticia, la mentira y la fealdad.
Don Hugo: ¡Vaya un par de quijotes, Pasolini y Boadella!… porque para granjearse enemistades y salir descalabrado, nadie se las pintaba como el hidalgo.
Don Víctor: Me viene ahora a la mente lo que afirmaba La Boétie…
Don Hugo: ¿Quién, el amigo de Montaigne?
Don Víctor: El mismo, ése que regalaba los oídos a sus vecinos de Sarlat con que hubiera preferido ser veneciano.
Don Hugo: Igualito que el llorica de du Bellay, quien prefería los rústicos tejados de paja y la pizarra de su patria chica…
Don Víctor: El Anjou
Don Hugo: … a las cúpulas marmóreas de Roma, donde se sentía tan desgraciado.
Don Víctor: ¿No decía San Juan de Ávila que el verdadero predicador no debe andar en contentar a los hombres porque entonces trocará el Evangelio?
Don Hugo: Sí, estamos en lo mismo. Recuerde usted las consideraciones que hace San Pablo sobre el sentido del apostolado…
Don Víctor: Déjeme a mí, don Hugo, que de eso me acuerdo: «afrentados, bendecimos… perseguidos, lo soportamos… difamados, consolamos».
Don Hugo: En definitiva, «estropajo del mundo».
Don Víctor: Ahora, don Hugo, que para redentor crucificado, ¿quién sino el propio Redentor Crucificado?
Don Hugo: Yo lo veo así: si Boadella vuelve a casa, es como Cristo en la sinagoga de Nazaret cuando tanto encolerizó a sus paisanos que querían precipitarlo por el barranco.
Don Víctor: Y esos que abuchean… ¿no serán los mismos que pedían la libertad de Barrabás?… Mejor ser perros verdes, don Hugo.