Libertad de pensamiento

Don Víctor: Hizo usted muy bien en decírselo, don Hugo, para que vea que no es el único en pensar así.

Don Hugo: Es que es indignante que se nos trate a estas alturas como a menores de edad y se nos censure y enmiende el legado cultural acumulado porque ya no se ajusta a nuestro correctísimo credo actual… Oiga, don Víctor, ¡y que a Boadella se le alegró la cara!

Don Víctor: Un bálsamo para él, que siempre se pelea contra el mundo, igual que a nosotros nos reconforta el ver convertido en esperpento la pretensión de corregir los argumentos de las óperas para que la condición femenina no quede ofendida.

Don Hugo: Bueno… lo que nos pasó en la visita al teatro de la Zarzuela, cuando aquella guía tan encantadora nos quiso convencer de que había que renovar el espíritu del repertorio vistiendo con la vieja música unas nuevas letras inanes que no molesten a nadie.

Don Víctor: Es eso de llenar con vino nuevo los odres viejos.

Don Hugo: ¡Que los revientan!

Don Víctor: Como nos reventaron hace unos años “El asombro de Damasco”, desvirtuando el diálogo entre Alimón con la bella Zobeida, al recortar todas las gracias, ¡tan populares e ingenuas!, a costa de los mahometanos.

Don Hugo: Se nos ha debido de agotar el espíritu crítico…

Don Víctor: Giordano Bruno, Montaigne, Galileo, Voltaire, Rousseau, los Ilustrados… ¡nos han dejado herniados y se ve que ya no sabemos pensar por nosotros mismos!

Don Hugo: Nada, que me siento como un indio americano, necesitado de la protección del buen misionero, que sólo me enseñará lo bueno y me ocultará lo que pueda existir de malo por aquello de que quien quita la ocasión, quita el peligro.

Don Víctor: Tanto criticar a la Inquisición, a la religión católica y nuestras tradiciones y nos ponemos a emular a doña Isabel de Portugal cuando prohibió la entrada en América de libros de caballerías.

Don Hugo: “Porque éste es mal exercicio para los indios e cosa en que no es bien que se ocupen ni lean”.

Don Víctor: ¡Pero qué cabeza tiene usted, don Hugo!… Eso sí, no todos los libros se prohibían porque los había correctos y adecuados.

Don Hugo: “tocantes a la religión christiana o de virtud en que se exerciten y ocupen”.

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