
Don Víctor: ¡Maravilloso, maravilloso, don Hugo! Desde luego estos arquitectos de ahora les dan mil vueltas a todos los que los han precedido. ¡Déjese usted de gigantes como los de Giulio Romano que, en su guerra contra los dioses, destruyen a patadas palacios colosales…!
Don Hugo: … o ese inútil de Sansón removiendo las columnas del templo para que todo se venga abajo…
Don Víctor: Ahora los arquitectos son capaces de diseñar unos edificios enormes que se destruyen por sí solos.
Don Hugo: Fíjese usted, don Víctor, en estas magníficas bodegas. El arquitecto se ha mostrado aquí más genial que nunca: en lugar de enterrar las naves al abrigo de la luz, el calor, el ruido y el movimiento, los vinos madurarán en esa quimera ingrávida que levita sobre el paisaje, vibrante montaña rusa armada de chapas metálicas y luminosas vidrieras…
Don Víctor: Entonces, ¿es que ahora el vino se bebe mareado?
Don Hugo: ¿Qué importancia tiene eso? Lo relevante es la próxima etiqueta de diseño que en adelante llevarán las botellas.
Don Víctor: Las marquesinas se vuelven del revés como los paraguas, las planchas de metal se rizan y restallan, retiemblan las vidrieras, se tensan los tirantes de acero…
Don Hugo: Calle, calle, don Víctor, y ¡cuerpo a tierra, que se nos lleva a nosotros también el estro huracanado de Fran Gehry!