Desvalimiento de la efímera

Don Hugo: ¡Vamos, don Víctor, que lleva usted media hora de pasmarote ante aquellas crestas!

Don Víctor: ¡Qué crestas, don Hugo! Allí arriba tenemos un sinclinal colgado… y eso que sólo vemos un borde labrado por la erosión a lo largo de cientos de miles de años.

Don Hugo: ¡Atiza!, pero ¿continúa más allá?

Don Víctor: Imagínese una teja boca arriba que se prolonga por la cuerda de esa montaña hacia el fondo.

Don Hugo: ¡Qué extravagancia de la Naturaleza! ¿Quién la puso allí?

Don Víctor: La erosión no fue capaz de acabar con lo que antiguamente era un valle orogénico, resultado de un sistema de plegamientos. Una masa ingente de materiales fue atacada y desalojada durante miles de años y lo que estuvo abajo queda ahora en resalto por la especial resistencia de sus materiales.

Don Hugo: ¡Bravo, don Víctor!… pero qué vértigo me está dando… Habla usted de una arquitectura y de un modelado de ¡millones de años!… ¿Y qué le importamos usted y yo, que nacimos ayer y vamos a morir pasado mañana, a ese escultor gigante que labra y modela según un arte caprichoso y sin ninguna prisa?

Don Víctor: ¡Bravo, don Alfred de Vigny!, ya que la mayor parte de su poesía está animada por ese sentimiento.

Don Hugo: En definitiva, la indiferencia de la Naturaleza, tan sublime, tan inabarcable, tan apabullante, tan infinita, tan poderosa, tan inclemente e ingobernable, al cabo, nos hace retroceder abrumados a la estrechez de nuestras guaridas… ¡al minúsculo y securizante claustro materno!

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