El Cielo en el Infierno

Don Víctor: ¡Qué distinto resulta venir a ver al María Guerrero “La reina muerta”, de Montherlant, que representarla en un campo de prisioneros, como aquellos franceses de la última guerra!

Don Hugo: Sí, esa obra, pero sobre todo su montaje, representó no sólo un lenitivo para aquellos vencidos, sino además una auténtica experiencia vital de entusiasmo y fe en medio de la triste derrota.

Don Víctor: También, en “Memorias de una casa muerta”, narra Dostoievski cómo en su cautiverio siberiano, los presos, tanto comunes como políticos, vivían con extraordinaria alegría la representación teatral anual, organizada e interpretada por ellos mismos. En gran medida se sentían redimidos.

Don Hugo: Pues en el manicomio que describe Peter Brook en “El espacio vacío”, los locos viven con el teatro una ilusión que los aleja momentáneamente de su oscuridad, brindándoles la alegría, la vitalidad y hasta la cordura. No es que sanen por ello, pero, mientras se despliega la ilusión escénica, olvidan su triste locura.

Don Víctor: No es curativo, pero sí analgésico.

Don Hugo: Y esto sí que no lo contemplaron los griegos, ¿verdad, don Víctor?

Don Víctor: Ciertamente, don Hugo, pero sí se cuidaron de edificar al ciudadano, espectador de aquellas tragedias y comedias, llegando a vivir como propias aquellas encrucijadas, dilemas morales y golpes del destino.

Don Hugo: Y así abandonaban las gradas transformados, al igual que estos pobres condenados de las prisiones, los campos de concentración y los frenopáticos.

Don Víctor: El ser humano es capaz de imprimir una intensificación a los procesos naturales, de acelerar la eficacia de las acciones, en definitiva de vivificarlo todo…

Don Hugo: Sí, de aunar en su vida mil vidas y en su experiencia otro tanto.

Don Víctor: Pare, pare, don Hugo, que me está subiendo la tensión y me voy a caer redondo sin poder ver la función…

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