
Don Víctor: Ha sido abrirme la puerta y creerme que tenía usted de visita en el salón un cuarteto clásico con Haydn a la cabeza. ¡Si es que no me atrevo ni a entrar por temor a que se desvanezca tanta belleza!
Don Hugo: Pase, pase usted, don Víctor, que suena muy bien. Además es un vinilo y no un CD. Verá usted qué presencia y qué sensibilidad…
Don Víctor: Don Hugo, no le dé usted la vuelta al disco. Antes querría preguntarle qué tendrá una obra de arte como ésta que se está manifestando aquí y ahora, y que me hace salir de mí mismo, henchido de agradecimiento ante un regalo sublime que nunca podría pagar y que me dilata, liberado de toda contingencia.
Don Hugo: Afortunadamente, don Víctor, un contemporáneo nuestro -que usted apreció muchísimo- formuló la respuesta precisa. Recuerdo perfectamente sus palabras: “La belleza es reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la Libertad y arranca el egoísmo”.
Don Víctor: Sólo puede ser Benedicto. Me tiene usted que pasar ese texto. ¡Se va a enterar Isidro Cuenca!
Don Hugo: Hay más: el Arte es puente que “supera la escisión entre la belleza de Dios y la belleza de las cosas”.
Don Víctor: Sí, es uno de los caminos, ¡y qué duda cabe que el más bello hacia Dios!
Don Hugo: Voy a pinchar ahora por un adagio maravilloso y me dirá usted si no siente un hormiguillo que le recorre todo el cuerpo, tal y como le ocurría a veces cuando era chico.
(Permanecen unos minutos callados, por una vez)
Don Víctor: ¡Clavado! Ya veo que a usted también le pasa.
Don Hugo: “La belleza nos permite seguir siendo jóvenes y construir un mundo que refleje algo de la belleza divina”. También lo dice Benedicto XVI.
Don Víctor: Claro, como las aguas benditas del Jordán que nos rejuvenecen y hacen de nosotros hombres nuevos. ¡Cuánto le gustaba al pobre Dupré el que en nuestros libros de caballerías se hablara del amor como un jordán que nos regenera y nos devuelve la prístina inocencia!