
Don Víctor: Desde luego, no será el de más calidad de todo lo que vimos ayer en el Museo Nacional, pero qué duda cabe que es el más conmovedor. ¡Con decirle que no he pegado ojo en toda la noche y que tampoco he dejado dormir a Julita!
Don Hugo: Yo me he despertado pensando en lo mismo: el conflicto de ese rey, dividido, desgarrado, entre dos deberes: la patria, por un lado, que exige el sacrificio de su hija Ifigenia, y, por otro lado, la paternidad horrorizada ante tal atrocidad.
Don Víctor: ¡Qué dramático aquel pasaje en que la virgen Ifigenia, en su inocente confianza, pregunta a Agamenón, su padre, por cómo ha de ser el sacrificio… ¡ignorante de que ella va a ser la degollada!
Don Hugo: Qué duda cabe que Eurípides incorpora al teatro la psicología que desconoció Esquilo: el remordimiento, la duda, la rumiación.
Don Víctor: Claro, eso es como cuando Isaac pregunta a su padre qué dónde está el carnero para el sacrificio. ¡Qué estremecedor resulta!
Don Hugo: Abraham, que es esquiliano avant la lettre, no participa de ese dilema puesto que él profesa un ciego fanatismo hacia Yahvé.
Don Víctor: ¿No cree usted, don Hugo, que en esta perspectiva, nuestra Edad Media representaría un retorno…
Don Hugo: ¡Regresión!
Don Víctor: … al viejo equilibrio de un orden universal que nos apabulla?
Don Hugo: Acaso en los inicios, don Víctor, pero desde el momento en que afloran el amor cortés y el humanismo gótico, como siempre nos recordó Dupré, surge de nuevo el conflicto afectivo. Repare usted en los amores adúlteros en que el héroe se ve demediado entre la fides al señor y el amor prohibido a la dama.
Don Víctor: ¡Triste Tristán!
Don Hugo: ¿Sabe lo que le digo, don Víctor? Que hoy que nos toca Pompeya, le voy a ahorrar la cuesta esa tan mala que lleva hasta la Villa de los Misterios. Sus frescos tendrán mucha calidad, pero ese prolijo rito iniciático me deja a mí más frío que, por ejemplo, el futuro skyscraper madrileño…
Don Víctor: Eso sí que es un desgarro, don Hugo.
Don Hugo: Sí, don Víctor, pero no psicológico.