
Don Víctor: Pero, ¿cómo ignorar la gloriosa tradición cómica de la ópera bufa, con aquellos bajos italianos tan cantantes, dotados de tales flexibilidad y legato, capaces de un fraseo vertiginoso como del más belcantista virtuosismo, a la par que eran prodigiosos histriones?
Don Hugo: Le recuerdo, don Víctor, que no hace tantos años hemos llegado a ver a Giuseppe Taddei. ¡Qué tío!
Don Víctor: De ése habría querido yo que nos hubiera regalado un don Hilarión.
Don Hugo: Sí, pero ponga usted los pies en el suelo. Recuerde, en primer lugar, que las partituras del género chico, por lo menos en lo que al siglo XIX se refiere, no acotan normalmente una tesitura definida ni prescriben grandes exigencias vocales como a usted le gustan.
Don Víctor: Claro, claro, don Hugo, pero que yo sepa, ¡no prohíben la calidad de los cantantes!
Don Hugo: Ciertamente, don Víctor, aunque le recuerdo que el género chico es un teatro popular y allá donde hay teatro, se impone por encima de todo la verdad teatral.
Don Víctor: Según eso, ¿no hay alternativa a la creación del papel que animara Miguel Ligero como tenor cómico?
Don Hugo: Nunca se puede decir porque para eso están los genios. Ahora bien, el realismo del género chico, que no es la ópera romántica, ha de dejar explícito que no se trata del duelo entre dos galanes, sino entre un joven de voz firme y saludable, por un lado, y, por otro, un viejo que suple su inevitable debilidad con el dinero.
Don Víctor: Según eso, la Norma de Bellini debiera presentar en escena la verdad teatral y, por tanto, preterir a los más virtuosos cantantes en beneficio de otros teatralmente más expresivos.
Don Hugo: La utopía de la ópera, que como tal raras veces se llega a rozar, estriba en ese milagroso maridaje entre su verdad teatral y la belleza musical.
Don Víctor: ¡Vaya lío! Si hasta se me están quitando las ganas de ir este año disfrazado, por una vez, de don Hilarión…. cuando tanto le insistí para que intercambiáramos los papeles…