
Don Hugo: Escuche un momento, don Víctor, que luego seguirá usted con “Camino”. Fíjese en lo que dice Edmundo el Bastardo: “¿Acaso la configuración de mi cuerpo no se halla bien proporcionada, no atesora mi ánimo largueza y no resultan mis hechuras agraciadas…?”
Don Víctor: Hombre, don Hugo, tiene mucha razón el chico… No por bastardo ha de ser necesariamente inferior a nadie.
Don Hugo: Calle, calle, que va más allá; “… el lúbrico y furtivo acecho de la Naturaleza nos dota de mayor fuste y más señalado brío frente a aquellos otros engendrados en un lecho zonzo, rancio, murrio, estirpe de afeminados pisaverdes, concebidos en borroso duermevela”.
Don Víctor: ¡Alto, alto, don Hugo! No se nos suba a las barbas el mozo. No todos los matrimonios legítimos son ajenos al amor. ¿Qué van a decir Dolores y Julita si nos oyen?
Don Hugo: ¡Qué van a hacer sino reírse!… No pretenda usted que Shakespeare escriba tan bien como monseñor Escrivá… Y mire usted además cómo remata la faena: “¡Qué hermosa palabra, “legítimo”!… Mas si mi treta prospera, Edmundo el Bastardo prevalecerá sobre el legítimo. Crezco yo, medro yo. Así pues, dioses, ¡sostened a los bastardos!”
Don Víctor: Ah, claro, ahora comprendo, don Hugo, que no debí haberme indispuesto con usted cuando, en el Ateneo, me presentó a los socios como “primo suyo… ¡por línea bastarda!”
Don Hugo: Claro, hombre, ¡es todo un mérito!