Catherine Deneuve en los Infiernos

Don Víctor: Claro, don Hugo, pero a ver qué escultor se puede permitir fundir en bronce una obra de cuatro metros de alto para que luego se quede muerta de risa en un taller y él teniendo que pagar encima el alquiler. Mi hijo Francisco sólo puede trabajar por encargos a partir de anticipos a cuenta.

Don Hugo: Siempre tuvo ventaja el pintor a la hora de innovar… lo suyo es tan barato que puede acumular pruebas en su taller mientras da salida a los encargos de sus clientes.

Don Víctor: Pero a su hijo Luis le ocurrirá otro tanto: si no hay comitentes, no hay edificio.

Don Hugo: Fernand Léger, pintor y cineasta, entendió como ninguno la encrucijada en la que se vio el cine: o exploraba el inconsciente y el mundo mágico, condenándose a lo minoritario, o se convertía en espectáculo de masas y, por tanto, en un arte industrial.

Don Víctor: Buñuel, sin embargo, tiene la osadía de intentar conciliar ese modo de producción industrial, que implica un capital, una gestión, una legión de técnicos y auxiliares y unos actores bien pagados, con la expresión del mundo subconsciente, cifra de su arte.

Don Hugo: Hacer arte y llenar los cines… ¡”Belle de jour”!

Don Víctor: Es cierto, desde este punto de vista es la más completa, la más redonda y la más popular de todas sus películas.

Don Hugo: Participa además de la modernidad internacional del París de entonces.

Don Víctor: Y de una Catherine Deneuve, que es epítome de la elegancia y conocida en todo el planeta.

Don Hugo: Otro ingrediente, nada desdeñable, de ese éxito al que aludimos, estriba precisamente en el contraste social entre la dama de la alta burguesía y el ambiente vulgar y sórdido del burdel. El encumbrado glamour descendiendo hasta lo clandestino.

Don Víctor: Bien claro lo dejó dicho el propio Buñuel, que, independientemente de que tenga calidad o no, su éxito se debió a las putas.

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