Pero… ¿quién lleva razón?

Don Víctor: He leído en la prensa que Felipe González critica los despropósitos desnacionalizadores del doctor Sánchez, pero afirma, para aliviarse, que España es indestructible.
Don Hugo: ¿Y a usted eso le alivia?
Don Víctor: ¡Que me ha de aliviar, don Hugo!… De pequeños aún vivimos las melancolías que suscitaba la pérdida de Cuba…
Don Hugo: ¡No era para menos!… Claro, ¡cómo nos iban a arrebatar Cuba aquellos “indios”.
Don Víctor: ¡Cómo va a haber una guerra!, decía todo el mundo antes del 14.
Don Hugo: Sí, ¡que se lo digan luego a todos los millones de muertos que hubo!
Don Víctor: Sólo los judíos que no prestaron oídos a que no llegaría la sangre al río en Alemania y la Europa ocupada por el nacional-socialismo, y que, en consecuencia, cruzaron el Atlántico, se salvaron de la quema. ¡No me haga usted seguir, don Hugo, que me va a dar algo!… Dígame, ¿no son todas esas fruslerías meros señuelos sentimentales, puro pensamiento mágico?
Don Hugo: No le quepa la menor duda, don Víctor; ahora bien, no le quite usted importancia ni valor porque, en realidad, el sentimiento es la tendencia y el impulso primigenios, que son los factores más determinantes de nuestra conducta.
Don Víctor: Ya me lo ha dicho más de una vez, don Hugo, pero ¿en qué queda entonces la racionalidad?
Don Hugo: Pues justamente en eso, don Víctor, en la racionalización de lo instintivo, de lo más primario, de lo que llamaría un etólogo “nuestro cerebro reptiliano”. Todo se reduce a un mecanismo de defensa frente a lo que nos atemoriza o no es justificable.
Don Víctor: La razón como una mera explicación, más o menos falsaria, de nuestra irracionalidad… ¿Y la filosofía y la ciencia?
Don Hugo: Unamuno le diría que el sentimiento es la base de todo sistema filosófico, por muy teórico y descarnado que sea, y que lo ha construido un ser de carne y hueso, con su pasado, sus inquietudes, sus ansiedades y temores, sus deseos…
Don Víctor: ¡Y esta agonía de la que nunca nos liberamos!
Don Hugo: Sí, la agonía que es la lucha a brazo partido entre la razón y el sentimiento y que, en tanto que se mantenga, evitará nuestra aniquilación.

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