
Don Hugo: Si se tratara de una comedia dieciochesca, reprocharíamos al autor que sobra esta reiteración para dejar en evidencia la cobarde inconsistencia de nuestro tartufo desenmascarado.
Don Víctor: Claro, don Hugo: subrayar con su incomparecencia a los funerales solemnes de Valencia la deshonrosa espantada de Paiporta.
Don Hugo: ¡Pero menos mal que Él “está bien”!
Don Víctor: ¡Qué diablos va a estar bien! Tampoco estuvo bien Luis XVI en la noche de Varennes cuando lo sorprendieron ¡disfrazado de burgués!, escapando de su reino como un ladrón.
Don Hugo: No sea usted tan severo, don Víctor. Es cierto que un rey debería mantenerse en su dignidad sagrada en todo momento, pero no dejaba de ser un marido y un padre de familia, impelido a salvar la vida de los suyos.
Don Víctor: No en vano había sabido contener a las turbas que asaltaban Versalles, incluso probándoles que su corazón mantenía un pulso sereno ante la amenazante algarabía, pero, a mi juicio, fue siempre más propia y elegante la actitud de Carlos I de Inglaterra, el rey caballero.
Don Hugo: Magnífica su hierática actitud frente a la espada del verdugo, delante de la fachada del Banketing House, digna de una gran pintura veneciana.
Don Víctor: Muy bien, don Hugo, pero déjese ahora de Historia y vayamos a cuentas. ¿No le parece que Felipe VI enlaza con el respeto sagrado que siempre ha tenido en España la persona del Rey, incluso cuando vuelan a su alrededor los insultos y las pellas de barro?
Don Hugo: ¡Cuánto se repite la Historia!… ¡La nariz de Cleopatra!
Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿a qué viene eso ahora?
Don Hugo: No… se me ocurría que, si no hubiera sido por la nariz borbónica de Luis XVI, que figuraba en todas las monedas, nadie le habría reconocido.