
Don Hugo: Como siempre, quienes acuñan los conceptos son los griegos.
Don Víctor: ¡Y quienes mejor los ilustran con sus mitos, su teatro y su filosofía!
Don Hugo: Por un lado está Helena, la infiel, y, por otro, Penélope, la leal.
Don Víctor: Claramente, don Hugo, Helena había de ser por fuerza más bonita, pero la otra, amén de su virtud, hace gala de una gran inteligencia.
Don Hugo: ¿Para qué quería Helena la inteligencia y la virtud, siendo tan bella como era? Lo mismo dice Rodin a propósito de los cisnes.
Don Víctor: ¿Es el ser humano infiel por naturaleza, como parece demostrar la literatura?
Don Hugo: Naturalmente, don Víctor: ¡por Naturaleza!, pero es que, contra ella, está la cultura cuyo cometido consiste en alejarnos cada vez más de nuestra animalidad, por mucho que nuestra civilización se sofistique tanto como para pretender que nos acerquemos de nuevo a nuestro orígenes naturales.
Don Víctor: No se me ocurre otra cosa, como explicación, que la propiedad con su corolario de transmisión generacional de bienes como motor de esta virtud consagrada por la religión. ¡Vaya chasco!
Don Hugo: Se lo concedo, don Víctor. No obstante, qué duda cabe que la fidelidad conyugal supone una clara depuración moral, una superación racional del estado silvestre. Y no olvide usted que la cultura es necesariamente represiva del instinto.
Don Víctor: Sea como fuere, se impone que, ya que no podemos volver a ser buenos salvajes, seamos, al menos, unos medianos seres racionales.