
Don Hugo: Fíjese, don Víctor, ¡como aquel tocón al que los leñadores hincaron una cuña para abrirlo!
Don Víctor: ¿Se refiere usted, don Hugo, al accidente de Milón de Crotona?
Don Hugo: Sí, claro… ¡Vaya una manera de morir, devorado por las fieras sin poder defenderse, con la mano atrapada por la presión del tronco que quiso abrir él solito!
Don Víctor: Sobrestimó sus fuerzas después de haber sido capaz de dar muerte a un buey propinándole un puñetazo en la testuz.
Don Hugo: ¡Anda, como Urtain!… Seguro que la anécdota es apócrifa, pero recordará usted que se contaba que el Morrosko había pasaportado a un burro de un gancho en la quijada.
Don Víctor: Claro, don Hugo… si ya mi tía Charito afirmaba que Aristóteles lo tiene dicho todo. Si se atribuye esta acción al púgil de Cestona es porque ya la llevó a cabo Mirón.
Don Hugo: ¡Nada nuevo bajo el Sol!
Don Víctor: Pero, don Hugo… ¿qué pasa?… ¿es que tampoco usted puede sacar la mano?
Don Hugo: ¡Venga, don Víctor, no me diga usted que también está oyendo aullar a los lobos!