¿Silke o Buonarroti?

Don Víctor: Dígame usted, don Hugo, ¿qué opinión como actriz le merece Silke? Mi hijo Santos…

Don Hugo: ¿El endocrino?

Don Víctor: Ése. La conoce mucho de Ibiza; dice que es una gran actriz y que es una lástima que el cine español ya no cuente con ella.

Don Hugo: No lo  puedo decir, don Víctor, puesto que sólo la he podido ver en dos o tres películas. Si la hubiera visto también en el teatro, ya sería otra cosa…

Don Víctor: Hombre, don Hugo, ¿acaso usted ha visto en un teatro a Charles Laughton?… y, sin embargo…

Don Hugo: No le niego a la chica su categoría. Es cierto…. ahora bien, ¿cómo deslindar de su prestación artística lo que es exclusivamente suyo de lo que le es ajeno? Tenga usted en cuenta que el director de cine condiciona el trabajo del intérprete mientras lo desarrolla y luego también lo manipula en el montaje.

Don Víctor: Esto se parece a la polémica albertiana entre los dos tipos de escultor: el que quita, que es el tallador de piedra…

Don Hugo: ¡Miguel Ángel!

Don Víctor: … y el que añade, que es el modelador de barro.

Don Hugo: ¡Giambologna!… ¿Cuál es entonces el escultor de teatro y cuál el escultor de cine?

Don Víctor: El de teatro es Miguel Ángel, que sólo quita; y el de cine es Giambologna, que añade.

Don Hugo: Me está usted dando la razón, don Víctor: ¿no es bien superior Miguel Ángel?… entonces, ¿para qué un moldeado?

Don Víctor: Hombre, don Hugo… ¿renunciaría usted al cine?… Sea como sea, el cine presenta cosas que el teatro ni puede imaginar. Con la escultura ocurre otro tanto. Bologna nunca podría haber plasmado su “Rapto de las Sabinas” trabajando un único bloque: hubo primero de idear la compleja espiral que entrelaza las tres figuras en un giro ascendente, y eso sólo es posible modelando el barro o la cera…

Don Hugo: ¡El guión!

Don Víctor: … luego los operarios reproducen por partes, y en mármol, las distintas formas que habían sido modeladas…

Don Hugo: ¡La filmación por secuencias!

Don Víctor: … para finalmente ensamblarlas, disimulando las junturas, como si compusieran un único todo.

Don Hugo: ¡El montaje!

Don Víctor: Pero, don Hugo, además del mérito, vayamos al resultado: ¿no se prestan el montaje cinematográfico y el del grupo escultórico al exceso, al efectismo y a la prodigalidad de mal gusto?, cuando, por el contrario, ¿no es la vocación del dramaturgo y del tallador ofrecernos la esencia y el misterio de lo verdadero? ¿Dónde se encuentra usted cara a cara con el representado: ante la estatua de Kefrén o ante el Vittorio Emanuele plantificado en el centro de Roma?

Don Hugo: Muy bien, don Víctor, ya va siendo hora de que se aplique usted también aquello del síndrome de Clermont-Ferrand: hasta que no la vea en el teatro, no tiene que gustarle Silke.

Don Víctor: De acuerdo, don Hugo, pero mire bien los escalones, no vayamos a caernos los dos y tener un disgusto.

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