
Don Hugo: Muy poco, don Víctor… estoy sacando muy poco, pero hay algunos casos que me hubiera gustado comentar con André Gide.
Don Víctor: ¿Son conocidos? Cuénteme alguno.
Don Hugo: Hay varios que usted recordará, como, por ejemplo, el asesino de la baraja.
Don Víctor: Ah sí, ese joven de vida ensimismada que decide matar al primer individuo anodino que encuentre en la calle.
Don Hugo: Sí, sí, y luego, siguiendo el mismo criterio, asesinó a unos cuantos más…. También es típico de los Estados Unidos que un francotirador se encarame en una azotea y paquee sobre los viandantes que no conoce, como en aquella película de Buñuel, “El fantasma de la Libertad”.
Don Víctor: ¿Y esa moda de quemar, dar palizas y dar muerte, en grupo, a vagabundos?
Don Hugo: Aquí no hay gratuidad del acto porque, por una parte, se pretende la cohesión del grupo de agresores y, por otra, la eliminación de la escoria social.
Don Víctor: Cabalmente fascista.
Don Hugo: En “Los sótanos del Vaticano”, Lafcadio…
Don Víctor: Sí, una especie de ácrata pijo…
Don Hugo: ¡Eso mismo!… sentado a solas frente a otro viajero con aire de pobre hombre, en un departamento de tren en marcha, decide, porque sí, tirarlo a la vía.
Don Víctor: Arbitrariedad y gratuidad, don Hugo. Según Gide, al no haber móvil ni psíquico ni económico, ni sexual, ese crimen no sería tal.
Don Hugo: Y sin ninguna perspectiva, en “La soga” de Hitchcock, dos estudiantes deciden acabar con la existencia de un compañero al que consideran inferior.
Don Víctor: ¡Pobre profesor que con tanto entusiasmo les había iniciado en el universo nietzscheano!
Don Hugo: Claro, en su inmadurez, fueron incapaces de distinguir entre el juego intelectual, el mundo abstracto de las ideas, por un lado, y, por otro, la realidad.
Don Víctor: Tampoco en la probeta de Gide la asepsia es absoluta, tal y como él pretende: el protagonista no ataca a un encumbrado personaje ni tampoco a un coloso, sino que elige a un ser indefenso y desprevenido al que podrá dominar fácilmente.
Don Hugo: Además en este acto anida un fondo de placer cifrado en la sensación de poder, en esa crueldad del niño torturando al insecto o la del gato jugando con el ratón y devorándolo antes de matarlo.
Don Víctor: ¡Como si no lo supiera Gide!