
Don Hugo: ¡La chocita del loro! Aquí acabamos la semana pasada los del cumpleaños de Isidro Cuenca.
Don Víctor: Casi me estoy alegrando de haber caído enfermo aquel día ahorrándome ese suplicio… aunque, eso sí, lamento no haber visto a Dupré.
Don Hugo: ¡Qué voy a decirle, don Víctor! Isidro se empeñó hasta el punto casi de ponerse violento… Ya le conoce usted de sobra.
Don Víctor: No quiero ni preguntarle…
Don Hugo: Para muestra, un botón: el pretendido “monologuista” ensalzaba, mirando al cielo, las virtudes del amor, que si nos eleva, que si nos iguala a los dioses, que si nos transforma en seres lumínicos, aunque todo ello dicho burdamente en tosca expresión … hasta que, abruptamente, volviéndose hacia el público, zanjó la ideal descripción con un “¡Chúpame la polla!”
Don Víctor: Imagino que para regocijo de los espectadores… ¡el mérito que tiene el tío!
Don Hugo: A mí me preocupa mucho lo que esto tiene, no ya de síntoma, sino de prueba de la decadencia de nuestra civilización.
Don Víctor: Hombre, don Hugo, siempre ha habido lugar para lo escatológico y lo obsceno, y también para este tipo de desahogos tan primarios.
Don Hugo: Quite, quite, don Víctor. No condeno lo obsceno, pero maldigo lo chabacano. Para que usted me entienda: en Mantua, asistí a un espectáculo de Commedia dell´Arte en que Brighella, criado listo, junto con Arlecchino, criado tonto, se disponen a robar al mercader Pantalone. Brighella dice, acercándose a la cerradura: “Voy a mirar por el agujero”. Se inclina y exclama: “¡No veo nada!”. Arlecchino se agacha a su vez y escruta entre las nalgas de Brighella: “Es verdad, ¡está todo muy negro!”
Don Víctor: Claro, escatológico, pero no vulgar.
Don Hugo: A lo escatológico como a lo obsceno se le da cauce en la Commedia dell´Arte, pero nunca a lo chabacano porque aquel Teatro dell´Improvvisa es estilización de la brutta realidad, como lo es todo arte verdadero. Evidentemente correspondía a una época de ascenso en la cultura, depuración del pensamiento, afinación del espíritu y búsqueda de la Belleza y de la revelación de la Verdad…
Don Víctor: ¡Ay, ahora entiendo su desconsolador diagnóstico, don Hugo!… Si el Arte sirve para que no muramos de Verdad, todo indica que nuestro momento se desvía hacia la Muerte.
Don Hugo: Es la tesis de Nietzsche: el Arte nos anega en lo dionisíaco, sumiéndonos caóticamente en el Gran Todo, desindividualizándonos; en definitiva, aniquilándonos, pero nos remedia con lo apolíneo, que nos salva in extremis mediante la forma construida por la razón: llega el luminoso Apolo develando las tinieblas del furor dionisíaco.
Don Víctor: Lo suscribo, don Hugo, siempre y cuando no confundamos la Chocita del Loro con un santuario de Dioniso, que es teatro de cultura…
Don Hugo: … mientras que esta guarida de loros apenas llega a subcultura televisiva… Ahora, no vea usted los empellones que Isidro le daba al pobre Dupré. “Que no te ríes, Dupré, ¿pero es que no lo entiendes, hombre? ¡Si esto es mucho mejor que Molière!”