
Don Hugo: Y la tal madame d´Épinay, su protectora, nunca le hizo tilín: demasiado pálida, demasiado seca y, sobre todo, plana.
Don Víctor: Pues bien que se arrimaba el buen Rousseau a su pródiga bolsa…
Don Hugo: Nada: algunos besitos fraternales, unas carantoñitas inocentes… ¡y pare usted! Ése fue todo su pago.
Don Víctor: Dígame, don Hugo, ¿usted cree que Baudelaire le habría hecho ascos a la pobre Louise Florence Pétronille?
Don Hugo: Demasiado paliducha. Baudelaire está muy por encima de Alejandro Dumas hijo y disiente también de Poe y de Constantin Guys, por más que le gustaran.
Don Víctor: Claro, es la belleza que Poe lleva al extremo de lo cadavérico y que impulsa a Armand Duval a abrir el féretro de Marguerite.
Don Hugo: ¿No sabe usted, don Víctor, que hace años llevé a término el retrato-robot de la mujer ideal baudelairiana?… ¡pero qué digo, si aún no le conocía a usted!… Una muchacha negra, mulata, o si es blanca, criolla o meridional, acariciadas por el Sol; cabello crespo y abundante; espalda elástica…
Don Víctor: ¡El pecho, el pecho!
Don Hugo: Ya llego, don Víctor: el pecho, exiguo: “poitrine garçonnière”, “gorge pointue”, “gorge aiguë”… con trazo así la pinta Baudelaire…
Don Víctor: ¡Toma , Rousseau!
Don Hugo: … y, por contraste, unas caderas rotundas y unas piernas atléticas. “Creía ver unidos por un nuevo diseño / Las caderas de la Antíope al busto de un imberbe”.
Don Víctor: ¡Caderas de amazona y pecho de efebo!
Don Hugo: Claro, tenga usted en cuenta que Rousseau perdió a su progenitora prácticamente en el parto y sintió siempre el anhelo permanente de una figura maternal que le protegiera y nutriera.
Don Víctor: O sea, que a falta de una, ¡dos bolsas!
Don Hugo: Sí, es algo tan frecuente que rezuma, más allá de la literatura, en todas las realizaciones humanas. Tenga usted en cuenta, por ejemplo, cómo la casa representa siempre el cuerpo, sobre todo el femenino. Dentro de la casa, hallamos la seguridad del claustro materno, ¿y qué son sus protuberancias de balcones sino metáforas de los pechos nutricios?
Don Víctor: El davanzale de los italianos, o sea nuestro alféizar, que chistosamente aplican a Sofía Loren.
Don Hugo: “Il y a du monde au balcon”, hay gente en el balcón, que diría Raymond Queneau, si viviera, a propósito de Emmanuelle Béart… pero a lo que iba, don Víctor: lea esta cita que le he traído porque al final va a ser su autor quien lo aclare todo.
Don Víctor (leyendo): “El número siete era una casa antigua, de tres pisos y pico. Cada piso hacía ostentación de dos balcones opulentos y redondeados, que sobresalían de la fachada como un par de hermosas tetas sin sostén”…. ¡Álvaro de Laiglesia dando de nuevo en el clavo!