
Don Víctor: Estaba yo en el salón leyendo a Gabriel Miró cuando oí a Julita riendo a carcajadas en la alcoba. Hablaba por teléfono y pensé que sería con Dolores, que le estaría contando nuestro proyecto de ese viaje agro-turístico por Hungría para rebatir a Liszt.
Don Hugo: Pero, don Víctor, no puede ser… ¡si todavía no me he atrevido a decirle nada al respecto!
Don Víctor: ¿Con quién cree usted que hablaba?… Pues con un funcionario de la Seguridad Social respecto a no sé qué papeles para el contrato de la señora que limpia en casa de la niña.
Don Hugo: Ah sí, de Celia.
Don Víctor: Es que no hay país como éste, don Hugo… ¿Imagina usted esta escena en la República Federal de Alemania, en los Países Bajos o en la Francia de Macron?
Don Hugo: No tenemos formas ni nadie sabe cuál es su sitio.
Don Víctor: Eso le dije yo a Julita, pero al punto me replicó que era un señor muy simpático que le resolvió todo a las mil maravillas y que ojalá siempre las gestiones burocráticas se solucionaran con tan buen humor.
Don Hugo: ¡Irrebatible! No conociendo las reglas de urbanidad, la confianza familiar y la cordialidad nos ahorran la dureza del trato impersonal y son un buen antídoto de la fastidiosa etiqueta clasista.
Don Víctor: ¿A que a usted, don Hugo, no le ha molestado nunca cuando el camarero, al despedirse, le da unas palmaditas en el hombro?…