Ombra mai fu

Don Hugo: Un poco más de discreción, don Víctor, que se le va a molestar Julita…

Don Víctor: Pero, don Hugo, si sólo me tomé un tiramisù, y, ¡qué diantre!, un día es un día, que hacía lo menos una semana que no cenábamos juntos.

Don Hugo: No es eso, don Víctor, me refiero a antes, a cuando de camino por la orilla del mar, nos topamos con aquellas gimnastas que brincaban sobre la arena. ¡No les quitaba usted los ojos de encima!… y conste que le alabo el gusto.

Don Víctor: No tenga usted cuidado, don Hugo, que ya me lo dijo luego Julita, muy divertida. Y más cuando le expliqué que no eran las piernas, sino las sombras las que me habían hipnotizado.

Don Hugo: ¡Atiza!

Don Víctor: Fue una revelación: dinámicas relampagueantes, un visto y no visto, alargándose hasta lo inverosímil y contrayéndose en una fracción de segundo, deformándose, desgonzándose, metamorfoseándose….

Don Hugo: Todo acción y velocidad, ¡un espejismo futurista!

Don Víctor: Sí, también un auténtico Giacometti: cuerpos de alambre, gestos reducidos a un calambre…

Don Hugo: Es cierto. ¡Lástima no tener a mano los relatos de Hoffmann aquí mismo! Esas sombras que son sombras de una sombra, que es, en definitiva, lo que somos nosotros mismos. Se disloca y culebrea nuestra sombra sobre el relieve y no deja señal de su paso ni de su fugitiva visita.

Don Víctor: Siempre jugando, siempre caprichosa, siempre mutándose proteica, retratándonos y disfrazándose monstruosa, burlándose siempre.

Don Hugo: ¿No danza el niño con las sombras y se divierte con ellas, seducido por su carácter mágico?

Don Víctor: Por eso no pude luego conciliar el sueño. Mi mente me llevó a aquellos abrigos levantinos que con tanto trabajo estuvimos recorriendo hace unos años con Dupré. No podía menos de pensar que aquellas siluetas y sus escenas hechiceras fueran suscitadas por la contemplación de sus propias sombras, entre traviesas e inquietantes. Responde aparentemente a mis movimientos, pero deformándolos con caprichosas aberraciones.

Don Hugo: Es, ni más ni menos, que la evidencia que sustenta al animismo… pero, dígame, ¿qué le dijo Julita a todo eso?

Don Víctor: Se rió y enseguida se durmió plácidamente, dejándome a mí sin pegar ojo.

Don Hugo: Déjeme que lo adivine, don Víctor. Sumergido como estaba usted en aquella oscuridad, ansiaba  la llegada del amanecer para echarse a la calle y comprobar que su sombra le esperaba para escoltarle de nuevo.

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