
Don Hugo: ¡Que no, que no, don Víctor! Déjese de romanticismos… ¡que es cuestión de hercios!… La voz femenina ha disminuido en veinticinco hercios en tres décadas. Está ahora, por término medio, en doscientos seis.
Don Víctor: ¡Inapelable!
Don Hugo: Ya sabía lo que se hacía la señora Thatcher cuando se entrenaba tanto para bajar el tono de su voz en sesenta hercios…
Don Víctor: ¡Toma castaña!
Don Hugo: … y así sonar más decidida, más poderosa, con mayor autoridad.
Don Víctor: Pero fíjese usted, don Hugo, que el solterón de mi primo José Antonio procuraba no perderse ninguno de sus discursos, aunque no entendiera nada; siempre que me hablaba de ella, me decía: “Eso sí que es una mujer. Si yo la habría conocido hace cuarenta años…
Don Hugo: ¿No será que su primo leía mucho a Kawabata? Mire usted que ninguno como el japonés insiste tanto en el erotismo que asoma en la mujer de voz grave.
Don Víctor: Que yo sepa, mi primo no leyó una línea por lo menos a partir de los doce años.
Don Hugo: Sí, don Víctor, pero sea como sea, en su primo aflora espontáneamente lo que tantos artistas consiguen rescatar en su viaje a lo más telúrico de nuestra psique humana, aquello que el común de los mortales civilizados camuflan y sepultan por represión inconsciente.
Don Víctor: Me viene ahora a la mente el elogio del sensible Chéjov a propósito del atractivo que atesora la voz femenina, cuánto agradan sus personajes femeninos por sus cualidades vocales.
Don Hugo: De acuerdo, don Víctor, pero considere mejor las osadas aproximaciones de Baudelaire en su exploración poética de la voz femenina.
Don Víctor: ¿Me va usted a hablar de aquello de la voz de los gatos?
Don Hugo: No se arredre, don Víctor, o hablamos o no hablamos. Vayamos al fondo de las cosas. ¿No dijo el poeta que la mujer es un gato cerebral? Por tanto, cuando su voz es “rica y profunda”, “ahí reside su encanto y su secreto”.
Don Víctor: Una voz grave, indudablemente.
Don Hugo: Esa voz que “colma como un verso numeroso”…
Don Víctor: ¡Un alejandrino en un tetrástrofo monorrimo!… como los del Arcipreste, quien, por cierto, “con buen seso” rechaza la voz aguda en la mujer.
Don Hugo: … “regocija como un filtro” y “adormece los males más crueles”…
Don Víctor: ¡Ni que fuera la absenta!
Don Hugo: … y “contiene todos los éxtasis”.
Don Víctor: Perdóneme, pero en este momento se me impone la presencia de Marlene Dietrich.
Don Hugo: Bien visto, don Víctor. Si hasta se arrancó las muelas para que su voz sonara más muelle y crasa, tal y como, para asombro de Montaigne, llevaban a cabo algunas mujeres de su tiempo.
Don Víctor: ¡Qué poder de seducción no tendrá la voz bien manejada!
Don Hugo: Baudelaire lo formula así: “un instrumento bien afinado”.
Don Víctor: Ya lo dijo el reflexivo Plutarco, hablando de Cleopatra, que “su voz era como un instrumento de muchas cuerdas”.
Don Hugo: Y también que si Platón estableció cuatro formas de adular, ella conocía mil.
Don Víctor: Seguro que entre ellas, aquella voz triste de la amada del Cantar de los Cantares… gimiente en la lánguida indolencia que procura el lecho profundo del amor…Don Hugo: ¡La voz grave en la mujer!… ¿Cree usted, don Víctor, que acaso por eso a usted y a mí nos gusta tanto oír a las cantantes de jazz?