
Don Víctor: ¡Qué interesante la conferencia que nos ofreció ayer Dupré!… por momentos se me interponía la imagen de aquella estela que vimos en Atenas. No creo que nunca se hayan labrado monumentos funerarios más bellos que los de los griegos.
Don Hugo: ¡Ah, claro, se refiere usted a aquélla del soldado sentado melancólicamente en la proa de una trirreme!… pero aquella melancolía de los antiguos no era condenada como luego hiciera la Iglesia medieval incluso cambiándole el nombre por el de “acedia”, ese lánguido descuido de la salvación del alma, que llegaba a envenenar a los monjes de vida contemplativa.
Don Víctor: Lo que me llamó la atención fue la noticia de su amigo…
Don Hugo: ¡Michel Zink!
Don Víctor: … según la cual la burguesía consiguió que se modificara la tabla de los siete pecados capitales sustituyendo el de la acedia por el de la pereza. ¡Claro, para un burgués, laborioso, ahorrativo y emprendedor, no hay cosa más opuesta a su ética que un sujeto indolente, liberal y conformista!
Don Hugo: Y quedó claro que tanto Dupré como Zink admiran mucho a Max Weber.
Don Víctor: Según todo eso, don Hugo, el protestantismo no sería más que el aburguesamiento del cristianismo.
Don Hugo: Sí, por ello Baudelaire, heredero del mal du siècle y cantor del spleen, lo detesta.
Don Víctor: ¡Y yo que pensaba que, con todos sus defectos, la burguesa era la peor sociedad conocida, a excepción de todas las demás, como diría Churchill!
Don Hugo: Por ése y otros motivos, don Víctor, a usted y a mí nos agrada tanto perdernos, de cuando en cuando, por las florestas del Medievo.