Comedia italiana

Don Víctor: La verdad es que he llegado a pasarlo mal, don Hugo.

Don Hugo: Yo, don Víctor, desde el primer momento comprendí que tenían ganas de guasa a costa de dos turistas infelices.

Don Víctor: ¡Y que nos tomaban por dos mozos de almacén!… ¡y que si el camión de Cinzano ya llevaba media hora esperando y todo el casino con el gaznate seco!…

Don Hugo: Sí, si el de las gafas hasta nos exigía que, antes de nada, llevásemos dos botellas a la barra, que no aguantaba más, que los parroquianos se impacientaban…

Don Víctor: Aquello fue, en realidad, una auténtica demostración de teatro all´improvvisa. ¡Qué arte tienen estos italianos! Como por ensalmo, ipso facto, ponen en pie una auténtica comedia con su argumento y encarnando cada uno un arquetipo perfectamente definido.

Don Hugo: Aquello fue un ejemplo más de cómo el hedonismo del pueblo italiano se refleja en una comicidad plena, espontánea, vital, alegre y luminosa. Hay auténticas ganas de reír.

Don Víctor: Aún más que entre los españoles. Los italianos, a diferencia de nosotros, parecen reservar el ingrediente amargo para sus bebidas espirituosas.

Don Hugo: Muy bien visto, don Víctor. No en vano Baudelaire, comparando lo cómico italiano a lo cómico español, incide en cómo nosotros llegamos rápidamente a la crueldad, cómo nuestro grotesco participa siempre de las sombras.

Don Víctor: El caso es que los López Vázquez, Aleixandre, Garisa, Gómez Bur, Saza, Pepe Isbert, Florinda Chico, Rafaela Aparicio, Toni Leblanc, Gracita Morales parecerían cómicos italianos trasplantados a España, con un pequeño toque de color local.

Don Hugo: Nuestro cine miró entonces mucho hacia Italia…

Don Víctor: ¡Gracias a Dios!

Don Hugo: … pero ese color local al que usted alude no es tan leve y es donde radica la diferencia baudelairiana: muy frecuentemente la penumbra desemboca en auténticas tinieblas.

Don Víctor: Ya veo, se refiere usted a películas tales como “Cándido” cuando, por ejemplo, casan a dos mendigos in articulo mortis.

Don Hugo: “El cochecito”, donde Pepe Isbert envenena a su familia para disfrutar libremente de su vehículo para inválidos.

Don Víctor: Se ve que el sensible Marco Ferreri se imbuyó de nuestra personalidad. ¿Y qué me dice de aquel “Verdugo” de Berlanga que, ante su primera ejecución, ha de ser llevado al patíbulo, en volandas, por los guardias porque se ha desmayado?

Don Hugo: Haya o no relación de causa-efecto en el clima, Baudelaire vuelve a dar en el clavo cuando afirma que la fermentación de la comicidad no da los mismos resultados en Italia que en España.

Don Víctor: ¡Qué aprensiones las mías cuando, en realidad, la sordidez no asomó en ningún momento!, ¡qué alivio al estallar espontáneamente las carcajadas tras la culminación de la broma!… ¡Y qué deseo tan fuerte de prolongar la fiesta!

Don Hugo: Sí, si al final, hasta nos acompañaron al albergo Teodora, que no estaba tan cerca como pensábamos, y aun se pasaron un buen rato embromando a la patrona, que los conocía bien.

Don Víctor: ¡Tendrían cara!… Si hasta se disputaban el honor de erigirse en el Justiniano de la buena señora.

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